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Crítica Literaria


Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 11 de noviembre al 9 de diciembre de 2022


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La gente triste no tiene piedad
Mary Rogers. Prueba de Galera, 2022, 73 páginas.
LUN, 11 de noviembre de 2022

Si hay algo en común en este conjunto de narraciones es el tema del fracaso. La gente triste no tiene piedad es un volumen donde todo huele a pérdida y dolor, aunque lo más llamativo es que no existe individuo ni situación que no esté atravesada por la deshonestidad. Mary Rogers ha escrito un conjunto de cuentos sencillos e inquietantes que denuncian una moral corrupta inscrita en acciones cotidianas.

Rogers expone sucesos y condena variados tipos de agresión, pero también ironiza con las infidelidades y el oficio de escribir. El abuso sexual es un tema recurrente. Así aparece en "La casa de papá", donde la progresión de los hechos y los indicios son mínimos. Pese a ello, todo apunta hacia el desenlace que revierte el mito del padre protector. Por otro lado, está "Luces", donde una chica es seducida por un extraño que opera a vista y paciencia de todos. Al igual que el anterior, éste es un clásico relato de final, es decir, donde en el desenlace se amarran todos los hilos de la trama.

A pesar del uso de procedimientos un tanto precarios, el conjunto es sobrecogedor, ya que apela a exponer hechos tan terribles y crueles que un mínimo de sentido común condenaría. Sin embargo, hay un aspecto que la autora elude: el detalle de los acontecimientos. Justo cuando se espera que la mirada penetre en los actos más viles, surge una suerte de paréntesis para pasar directamente a sus consecuencias. Esta omisión resta potencial a la crítica moral que el libro sostiene. En todo caso, Rogers se suma a una tendencia que se está imponiendo en ficciones tanto literarias como audiovisuales. Todo parece indicar que la batalla entre el bien y el mal está siendo ganada por el mal.

Este conjunto de relatos demuestra a una autora centrada en historias comunes, veloz en su aproximación hacia personajes incapaces de sospechar que pueden convertirse en víctimas. En esta escritura jamás existirá la posibilidad de un orden benéfico o relaciones intachables. Hay, además, un énfasis en la descripción de contextos y estados emocionales gratos que gradualmente se vuelven angustiosos como en el siguiente fragmento: "[...] las arcadas surgen espontáneas. No quieres llorar, pero lo haces hasta que se te secan los ojos. Miras el vidrio de reojo, la imagen de la amiguita de Marina forcejeando con él repta por tu cerebro, lo carcome. Te tomas la cabeza y gritas, gritas hasta desgarrarte la garganta".

La cercanía que estas narraciones establecen con los personajes femeninos es innegable; como muestra de eso están "Gardenias", donde la protagonista asesina a su amante, y "La gente triste no tiene piedad" (frase citada de Mariana Enríquez), sobre una mujer engañada por su pareja durante toda una vida.

Entre los desaciertos más importantes en este conjunto de narraciones está la presencia de dos prólogos (uno ya era un exceso) y la inclusión de "Angeles guardianes", donde se condena con saña a una provinciana por el hecho de migrar a la capital y anhelar un futuro mejor.

Más allá de estos desatinos, Mary Rogers logra ser eficaz en su cometido. Consigue conmover y de paso reafirmar la impunidad del mal materializado en personajes masculinos, lo cual otorga un importante enfoque de género a sus relatos. El corolario de este volumen podría ser que hasta el más simple acto puede tener consecuencias funestas, porque en el interior de cada individuo existe una cuota importante de maldad.

 

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Mary Rogers nació en Santiago en 1962. El libro que aquí se reseña es su segunda novela; la primera, "Fango", apareció en 2008 y luego fue reeditada con el título "Amores desesperados". También es autora del volumen "Partes del juego. Cuentos cortos para noches largas" y del conjunto de crónicas "Entre radios y medianoche". De profesión periodista, tiene una extensa trayectoria como conductora de programas radiales y televisivos.

 

 


Limpia
Alia Trabucco Zerán. Lumen, 2022, 225 páginas.
LUN, 18 de noviembre de 2022

Escalofriante y excepcional son dos palabras que de inmediato saltan tras haber leído este libro de Alia Trabucco. Limpia es una novela que trabaja de manera impecable la traición de las expectativas, manteniéndonos en ascuas en cada una de sus páginas. Trabucco sabe cómo retorcer la voz protagónica, los personajes y, principalmente, la temporalidad, al crear una tensión extraordinaria por conocer el detalle de los hechos narrados.

Limpia se sostiene en el monólogo de Estela García, dirigido a un posible tribunal que la enjuicia por un delito. Estela es trabajadora de casa particular, oriunda de Chiloé. Una mujer de pocas palabras, que deja atrás a su madre, quien desempeñara su mismo oficio por años, para migrar a Santiago. Estela, de treinta y tres años, recala en la casa del médico Juan Cristóbal Jensen, su esposa abogada, Mara López, y su pequeña hija, Julia. Con rapidez, aprende las reglas que la dueña de casa con sequedad y distancia le indica, convirtiéndose en una trabajadora ejemplar, obediente y silenciosa, cuya única posesión es su discurrir mental: "entrada la noche, cuando no había nadie en la cocina y la negrura atravesaba la puerta de vidrio esmerilado, yo erguía la espalda, me sentaba sobre la cama y apoyaba los pies descalzos sobre las baldosas. El frío se encumbraba por mis plantas y yo comprendía, al fin, que ese frío lo sentía yo, y que ahí seguía la realidad, dispuesta a atacar en cualquier momento".

Todo aquello que parece "normal", este volumen lo revierte. Trabucco tiene una destreza admirable para enfocarse en la perspicaz mirada de su protagonista. Estela atrapa fragmentos de su infancia y de la entrañable relación con su madre. Sin embargo, lo más relevante es el modo en que Estela se apega a su presente. En base a punzantes observaciones elabora los perfiles de cada uno de los miembros del hogar, sus vínculos y los modos en que se relacionaban con ella. Nadie queda a salvo de sus filosas palabras, ni siquiera ella misma.

El conflicto central está ligado a la desaparición de uno de los miembros de la familia. Todas las pistas indican la responsabilidad de la extraña, la despreciada trabajadora doméstica. El discurrir de la protagonista, de tal forma, tiene por objetivo contar su verdad, a riesgo de no ser creíble. Ella sabe el lugar que ocupa socialmente, por tanto, su palabra tendrá menos valor que la de sus "patrones". Aun así, manifiesta una fiereza enorme, ya que no se dará por vencida ante sus acusadores.

La autora plantea una tajante mirada crítica a la convención social de las elites respecto a las trabajadoras de casa particular. Su protagonista es consciente del menoscabo y de la instrumentalización de su figura; por tanto, elabora una forma de vida donde se muestra silenciosa en lo público mientras en lo íntimo libera su pensamiento, poniendo en jaque todo aquello que es y la rodea. "No hay que querer a los que mandan. Ellos solo se quieren entre sí", le decía su madre, prefigurando el enmascaramiento que le permitirá a Estela desarrollar una suerte de discurso filosófico privado; donde la noción de responsabilidad y los flexibles límites entre el bien y el mal son prioritarios.

Trabucco escribe con las vísceras, como si realizara una pericia psiquiátrica a su protagonista, con una fineza y un tono depurado impresionantes. Su narración posee un ritmo vertiginoso, lleno de espacios en blanco que enfatizan el carácter incierto de los pavorosos sucesos. No queda más que rendirse ante esta novela cruda y audaz. Con certeza, lo mejor de este año.

 

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Alia Trabucco Zerán nació en Santiago en 1983. "Limpia" es su segunda novela; la primera, "La resta", apareció en 2015. Entremedio publicó "Las homicidas", investigación-ensayo sobre cuatro chilenas que el siglo pasado cometieron crímenes pavorosos.

 

 


El silencio del mundo
Pablo Azócar. Tusquets, 2022, 189 páginas.
LUN, 25 de noviembre de 2022

Su primer libro, Natalia, publicado en 1990 en el apogeo de la "nueva narrativa", fue un exitazo. Pablo Azócar reaparece ahora con una novela que se vincula a esa opera prima, es decir, romántica, idealizante y representativa de la crisis de un mundo que se acaba sin posibilidad de retorno.

El silencio del mundo reúne a dos seres desesperados. Elisa, con algo más de cincuenta años, es traductora, poeta y de izquierda. Vive sola en un departamento cercano a Plaza Dignidad. Diego, su vecino, tiene veinticinco años, estudia en la universidad y es uno más de los cientos de jóvenes que luchan en la calle durante el año 2019.

El relato es llevado por Elisa, quien entrega los pormenores de su relación con el muchacho a través de una suerte de cartas dirigidas a él, donde expone una voz que va de un ámbito a otro, con una enorme soltura discursiva para expresar emociones y describir estados de conmoción. Así, Elisa, que resguarda con celo su soledad, va repasando su vida, su infancia exiliada, el recuerdo de su padre, sus amores fallidos y sus internaciones por rehabilitación.

Diego, un chico más bien simple, viene a ser el elemento que interrumpe su apacible y conformista existencia y se convierte no solo en el símbolo del macho de izquierda, sino también en el mito del amor salvaje. A pesar de eso, posee lo que histórica y erradamente se ha denominado un lado femenino muy desarrollado. O sea, un macho de izquierda, pero actualizado. Además, es entusiasta, lúdico, y tiene fuertes convicciones políticas que en parte chocan con la mesura de la mujer. Sin embargo, esto no es impedimento para que surja entre ellos una relación ardorosa, de convivencia enloquecida, donde queda de lado la diferencia de edades; temor que en algún momento inquietó fuertemente a Elisa.

Un rasgo definitorio en esta novela es que la mujer, aun cuando parece tener conciencia del carácter efímero de la relación, termina más enamorada que el joven. Es ella la que manifiesta sentir deseo, goce, bienestar, e incluso le atribuye estas sensaciones a Diego, cuya voz está siempre mediada por la de su amante. Elisa se enamora sin medida ni prudencia, confirmando que su rutina, su aparente equilibrio, su carácter y sus ideas habían sido construidas en torno a un vacío, porque a su vida le faltaba amor.

Azócar posee un estilo "cortazariano" en lo que a relaciones de pareja se refiere. Hay magia y una suerte de experiencia místico-bohemia que envuelve a estos enaltecidos amantes, otorgándoles un halo casi sobrenatural. Por supuesto, siguiendo a Cortázar, los amantes se encuentran atados irreversiblemente al azar. Este último aspecto es crucial en una narración donde sobran las citas a Virginia Woolf, tanto como la extensa paráfrasis del mito de Dido y Eneas. Otros aspectos que pudieron perfeccionarse son la presencia de la pandemia —cuyos efectos son abordados con extrema rapidez—, algunos segmentos demasiado planos y el desenlace humilde. Sobre todo, considerando que la novela presenta a dos personajes trágicos.

Las historias de amor siguen, pese a todo, escribiéndose. Y es del todo cierto que es imposible proponer un romanticismo sin clichés. Ahí está la esencia del género. Acá el cliché parte desde la configuración de los personajes: el joven, sexi e intenso luchador social y la mujer intelectualizada pero amarga y solitaria. Azócar, en cualquier caso, consigue entretener al mezclar la pasión de estos amantes con el estallido social.

 

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"El silencio del mundo" constituye el regreso de Pablo Azócar a la novela tras veinticinco años, cuando publicó "El hombre que aparece de espaldas"; en 1990 había debutado en ese género con "Natalia". Nacido en San Fernando en 1959, este renombrado periodista ochentero también es autor de los conjuntos de cuentos "Vivir no es nada nuevo" y "Tal vez haya cuchillos", y del libro de poesía "El placer de los demás".

 

 


Fantoches
Rodrigo Barra. Zuramérica, 2022, 221 páginas.
LUN, 2 de diciembre de 2022

La ansiedad es la energía vital de esta escritura, y bien encauzada pudo ser una gran herramienta; pero no: aquí terminó despedazando la historia. Esa es la explicación para que la novela Fantoches de Rodrigo Barra se encuentre saturada de minianécdotas y un punto de vista divagatorio, que retarda los itinerarios de sus protagonistas y los desplaza hacia experiencias prescindibles.

En un encuentro swinger o de intercambio de parejas se conocen Ignacio, un adinerado médico separado, y Aurora, casada con hijos, aspirante a corredora de propiedades. El arrebato inicial de estos dos seres se consolida, convirtiéndose en amantes y luego en convivientes: "Apostando por sacarse el tedio y esa carga de fracasos que hacen de la vida algo insoportable, quizá buscando un nuevo estado de placer que llevara a estar bien con uno mismo, sin sospechar que, para lograrlo, al menos hay que saber qué se busca".

El hastío se volverá una tarea difícil de sortear y uno de los temas principales de esta narración, que explora en un tipo de porno esterilizado, donde el detalle obsceno apenas aparece. Así la cosa marcha entre encuentros sexuales y una creciente sensación de agotamiento por parte de los protagonistas. La línea que se sigue es algo parecido a una moraleja bastante poco novedosa —que las relaciones amorosas basadas en lo puramente sexual están condenadas al fracaso—, aunque hay que reconocer que todo se complica un poco más por el exceso de rutina y, sobre todo, por la posesividad de varón. Claro, el tipo se pone conservador y ya no quiere participar con su pareja en los encuentros swinger y, para peor, la controla con un celo desmesurado.

Rodrigo Barra escribe con demasiada ansiedad y, por lo mismo, cae en el descontrol. Inserta variadas anécdotas sobre viajes, detalla en demasía los pormenores de la terapia de grupo a la que asiste Aurora y apunta cada paso de la "previa" swinger. Este desperdicio narrativo se debe a la falta de vinculación de estas microhistorias con la vida de la pareja, a pesar de que son cosas que les pasan a los mismos protagonistas. Claramente hizo falta algún personaje secundario bien perfilado que ayudara a unir todas las partes.

El punto más destacable de este libro es el narrador, que ocupa un lugar muy menor dentro de la historia. Se limita a dejar pequeñas marcas de su presencia y dominio y a decir cómo obtuvo la información. Y no solo tiene una complicidad manifiesta con Ignacio, sino que intenta justificarlo como si su vida dependiera de ello. Aurora no pasa de ser solo un símbolo de la permanente insatisfacción femenina y casi no alcanza a convertirse en un personaje.

Resulta llamativo que aun cuando la novela parezca liberal termine siendo muy conservadora. Romper con lo establecido, la monogamia, y la inclusión de escenas "subidas de tono" no son más que un aderezo que permite potenciar una propuesta que establece rígidas diferencias entre sexo y amor. En todo caso, el aspecto mejor elaborado es la paradojal figura del hombre, quien solo es liberal en su hobby sexual, ya que en todo lo demás es un machista de tomo y lomo.

Es obvio que lo porno, incluso el soft, es una temática casi inexistente por estos pagos, sin embargo termina siendo fastidioso que, tras una fachada "progre", pulse una propuesta tan tradicionalista. Fantoches es una novela que, tal como las parejas que circulan por sus páginas, cae en una monotonía implacable.

 

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"Fantoches" es la primera novela de Rodrigo Barra. Otros libros suyos son "Nachtzwaluw" y "Fabulario", ambos de relatos breves e incluso brevísimos, y "Algo habrán hecho", conjunto de crónicas sobre el período de la dictadura militar. El autor nació en Punta Arenas en 1965, y es cirujano dentista y magíster en edición.

 

 


Rucio
Diego Andreu. Los Perros Románticos, 2022, 200 páginas.
LUN, 9 de diciembre de 2022

Veintiséis años en la vida de un personaje cubre esta novela de Diego Andreu. Rucio, nombre del libro y del protagonista, es un violento retrato de la marginalidad y la soledad que se padecen cuando se ocupa el escalón social más bajo, y de las formas de subsistencia inherentes a esa circunstancia.

Conocemos a Rucio desde que es un joven que ha huido de su casa por un problema con su padre. La novela mantendrá siempre en secreto el motivo del conflicto, pero hay un pequeño indicio asociado a un comportamiento del hijo que tanto al progenitor como a un amigo del Rucio les parece asqueroso. El asunto parece ir por el lado de un hecho de índole valórica que no causa remordimientos en el personaje.

La narración se divide en segmentos o bloques que cubren el periodo 2000-2026. Extrañamente, no hay cambios en el personaje que indiquen envejecimiento. Su vida parece haberse detenido en la adolescencia, como si el paso del tiempo no dejara huellas en él. Esto resulta valioso porque se va conformando una identidad diversa, extraña a la de aquellos que tienen una vida armada dentro de un hogar o en alguna colectividad que los contenga. La soledad se convierte en el eje de su vida.

Aun así, el protagonista tiene algunas amistades transitorias, con las que bebe, consume pasta y roba, formas de sobrevivencia sobre las que el relato no ejerce ningún juicio moral. Incluso cuando el personaje se involucra en delitos mayores, teniendo que enfrentar a la justicia, la narración justifica o comprende su accionar. Es decir, asume los delitos como un comportamiento obligado, donde una vez más Rucio se ve enfrentado a una opción legítima vinculada con el abandono y el miedo.

Con una ingenuidad enorme pero no menos profunda, Rucio discurre sobre todo aquello que lo rodea, encontrando siempre la forma de expresarse con imágenes simples y eficaces: "Y las malezas que crecen en sus orillas... ¿Sentirán aquellas malezas los vientos cercanos? ¿Sabrán que existen otras plantas? Las malezas son discriminadas, dejadas de lado. Casi nadie adquiere una maleza por gusto. La gente las arranca y las deja al fondo de negras bolsas plásticas". El paralelismo entre los seres que sobran y las malezas es bastante obvio, aunque de todos modos permite vislumbrar un modo de pensar reflexivo, consciente del lugar que ocupan Rucio y sus iguales.

Andreu construye con fluidez un lenguaje de marginalidad. Este aspecto resulta bien desarrollado, ya que logra dar cuenta de una cultura donde la forma de hablar resulta esencial para sobrevivir. Desgraciadamente, exagera, recargando una prosa que de pronto se vuelve asfixiante, con segmentos saturados de sueños y reflexiones variadas.

Si bien el hilo conductor de la historia es el monólogo de Rucio, varios de sus amigos ocupan también esta forma de expresión. Especialmente en el segmento denominado "2016", que detalla un viaje al norte del país, un mochileo mísero donde un pequeño grupo de jóvenes parias se hospeda en una extraña casa. Es en este lugar donde Rucio vivirá un hecho trascendental y horroroso. Este suceso posee cierto tinte fantástico que la novela guardará una vez más en secreto, potenciando la incertidumbre, sin poner en tela de juicio la racionalidad del personaje.

Andreu tiende a caer en desvíos que lo sacan del foco: hechos que ayudan a dar contexto a la narración, aunque resultan exagerados. Pese a ello, consigue aproximarse a la marginalidad y a la vida de un tipo en el cual no anida el mal, pero que se ve arrastrado por las circunstancias y los golpes de desprecio social que constantemente experimenta.

 

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"Rucio" es la primera publicación de Diego Andreu, quien nació en Santiago en 1995. El autor es cofundador del colectivo artístico Piño Choroy, que se dedica a realizar intervenciones performáticas callejeras.


 

 



 

 

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