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Crítica literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 28 de diciembre de 2018, al 1 de febrero de 2019



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Fanfiction
Daniel Hidalgo. Estruendomudo, 2018, 134 páginas.
LUN, 28 de diciembre de 2018

Jóvenes ansiosos, inseguros, en una búsqueda constante de pequeñas certezas, predominan en estos relatos. Fanfiction es un libro concentrado, reflexivo, preciso en el uso de procedimientos narrativos enfocados en representar una marginalidad urbana sin afectación ni extravagancia alguna.

Entre lo más destacable en estas historias se encuentra el bajo perfil de sus personajes, mujeres y hombres que sólo buscan un poco de paz y libertad. Daniel Hidalgo genera un repertorio de individuos que viven al límite y que tienen por función representar un excedente social sin exagerar su voluntad contracultural. Por el contrario, sus personajes, perfectamente delineados, no sólo poseen una enorme verosimilitud, sino que se escapan de una mirada estandarizada a través de la constante introspección. Sólo en algunas ocasiones la complicidad hacia los personajes le juega una mala pasada, ya que los victimiza en demasía.

Uno de los procedimientos meritorios de este volumen es proponer tensiones mediante una escritura alejada de eufemismos, redundancias y obviedades al momento de acercarse a la intimidad de los personajes. Consciente de todos estos peligros, la narración refuerza mostrar la existencia de un perturbado universo personal, casi inaccesible, que parece no querer ceder a la exposición y que no busca ser comprendido.

El despliegue de las temáticas resulta equilibrado y coherente. En "Sirenas" el abuso sexual ocupa un lugar central. Una historia en primera persona de una chica interna en una institución social, que huye junto a un grupo de compañeras —varias violentadas por los "tíos" que debían cuidarlas—, iniciando un recorrido salvaje y riesgoso. Un relato impecable y conmovedor. Otro tema importante es la maternidad adolescente, como se ve en "Chicas con camisetas de Los Ramones", donde China y Sandra exponen su tormentosa vida desde la época colegial a la adultez y la crianza de una hija tan rebelde como su madre. Cabe también incluir como destacables "Boris no me dijo", sobre el suicidio juvenil, y "Las Cruces" sobre la adolescencia como un eterno presente. Un registro distinto es el que domina "Alerta de spoiler", que tiene un calibrado sentido del humor que se remite a ridiculizar con acierto la figura de un crítico de cine, y "Teoría domésticas sobre las mascotas", referido a la tenencia eterna de diversos perros, el único relato descartable por monotemático, falto de tensión y sensiblero.

Hidalgo ha conseguido transitar desde una mirada displicente de lo femenino en anteriores obras a una posición donde profundiza en las mujeres a partir de los matices y la diversidad de conflictos. Además, este autor ha logrado que las citas al pop y al punk, que ya son parte de su estilo, se distancien de la fácil representación generacional de los personajes. Esta vez, las citas aparecen tramadas con la anécdota, conformando una estética de rebeldía y un valioso código de tráfico entre literatura, cine y música.

La realidad es lo que es, y no hay más, parecen decirnos estas historias que poseen la calma suficiente para integrar diálogos y monólogos con rudezas y altas dosis de emotividad. Daniel Hidalgo ha crecido sobremanera en su proyecto centrado en marginalidades juveniles no delincuenciales, elaborando un conjunto de relatos íntimos, capaces de interpelar con una energía templada, sin efectismos ni artificiosidades burdas, pero por sobre todo demostrando destreza en el manejo del género cuento.

 

 


Matadero Franklin
Simón Soto. Planeta, 2018, 325 páginas.
LUN, 4 de enero de 2019

La moderación y la acuciosidad, en todos sus sentidos, han caracterizado la escritura de Simón Soto, quien ahora ha optado por darle un giro radical a su estilo. Matadero Franklin es una novela fallida por donde sea que se la aborde. Recargada en su redacción e ingenua en su intento por atrapar la épica de un sector de la marginalidad urbana santiaguina.

Desde una mirada cándida, el volumen se esfuerza por reconstruir la leyenda de un barrio bravo capitalino en el período 1930-1946 y, con ello, adentrarse en la mismísima médula de la chilenidad. Por sus páginas circulan caricaturas de matarifes, boxeadores, apostadores de caballos, microtraficantes y lanzas. Este conjunto de personajes se encuentra dividido por las rivalidades históricas de sus líderes. El Lobo Mardones es quien la lleva: un matarife respetable y sabio que ve interferida su autoridad cuando regresa al barrio su enemigo Torcuato Cisternas, con mucho dinero y ansias de poder.

De acuerdo al texto de la contratapa, la narración tendría por objetivo dar cuenta de la vida de Mario Leiva, alias "el Cabro", personaje basado en el famoso Mario Silva Leiva, conocido como "el Cabro Carrera". Sin embargo, en la novela, el Cabro tiene una función tan menor que resulta imposible llamarlo protagonista. Hacia la mitad del libro tiene tres apariciones fugaces; con posterioridad adquiere mayor relevancia, aunque no deja de ser el personaje secundario, limitado a potenciar el desarrollo de los hechos. Quien sí cumple la función protagónica es el Lobo Mardones, su padrino y fiel protector a pesar de las pequeñas deslealtades del Cabro.

La falta de riesgo narrativo es la marca distintiva de esta historia. La novela es incapaz de asumir una estructura coral, que la salvaría de su enorme rigidez y de la falta de profundidad en la construcción de personajes. Absolutamente todos son planos, exteriorizados, ajenos a cualquier intimidad. Su vaciedad los rebaja a simples títeres de un narrador todopoderoso, estereotipos que toman resoluciones apresuradas y que evitan cualquier pensamiento o discurrir que pueda ir más allá de sus acciones.

Donde sí hubo intensidad es en el color local, es decir en "ponerle enjundia" con detallistas descripciones de comidas populares y constantes alusiones a una ultraerotizada cueca brava, considerada como máximo símbolo del espíritu nacional. De esta forma, podría decirse que este volumen no va más allá de ser la versión novelesca de la "cultura guachaca", que pretendió, allá por los 2000, haber redescubierto el alma republicana de Chile. Quizás ésa sea la causa de tanto personaje maqueteado que despliega una sofisticada actitud caballeresca o nobleza idealizante, a pesar de la ruda vida que lleva. Tal disociación, en vez de enriquecer, empobrece el relato, ya que convierte todo en una gran impostura.

Está claro que tras estas páginas hay lecturas, por decir lo menos, de Edwards Bello, Méndez Carrasco, Gómez Morel, Rivano, De Rokha, Roberto Parra, incluso Echeverría; sin embargo, no es suficiente hacer la tarea investigativa para construir una novela sobre la violencia y la cultura popular urbana. Soto escribe con un estilo cursi, romanticón, ferozmente nostálgico e ingenuo, hasta un nivel casi cómico. Matadero Franklin es una novela de cartón piedra que se esfuerza por parecer ruda sin las herramientas mínimas en cuanto a verosimilitud, técnica literaria y, por sobre todo, un punto de vista que intente romper con los estereotipos.




Kintsugi
María José Navia. Kindberg, 2018, 140 páginas.
LUN, 11 de enero de 2019

Con su primer libro —un conjunto de relatos—, María José Navia ya destacó como una prolija escritora. Kintsugi es su primera novela, donde reitera temáticas del volumen anterior, como la familia, los desafectos y, en especial, la figura femenina en crisis. La catástrofe ocupa un sitio prioritario en esta narración correctamente escrita, que logra construir algunos personajes interesantes, pero que muestra problemas importantes.

Los Toledo son el objeto de esta historia. El hecho central en esta familia tipo es el abandono paterno. El padre se va intempestivamente y sin dar explicaciones a su esposa ni a sus hijos. Este suceso, un tanto inverosímil, lleva al personaje a operar más bien como un símbolo, permitiendo que la atención narrativa se centre en los hijos. Con la señora Toledo pasa algo similar: su presencia está siempre mediada por los otros, por lo que tampoco hay una mirada cercana a la raíz de sus sentimientos y actuaciones.

La narración, por tanto, se ubica en la infancia y adultez de los hijos: Sofía, la soltera; Eduardo, pediatra y buen padre, y Tomás, el hermano profesor y literato, de quien se conocen apenas unas pinceladas que lo revelan como un tipo raro y complicado mentalmente. El hermetismo respecto a los personajes es un sello importante, hecho que convive con escenas evasivas, ausencia de intensidad y la constante presencia de elipsis que agujerean la anécdota. Si bien el relato pareciera querer sugerir más que mostrar, el recurso se ve entrampado por la falta de columna vertebral y la insistencia de la familia como un orden perverso, sin que quede en evidencia por qué lo es.

Lo más complicado es que el libro plantea un orden binario en la conformación de la historia. Mientras lo masculino es siempre asociado al abandono y la violencia, las mujeres son abordadas como víctimas, que van conformando una suerte de genealogía de lo femenino. Así, madres, hijas, abuelas, nietas, tías, sobrinas y hermanas serán las protagonistas de esta narración y las únicas con derecho a voz.

Por otra parte, habría que forzar las cosas para relacionar el título del volumen con la novela en sí. "Kintsugi" es un término de origen japonés que designa una técnica para recomponer objetos que se reparan sin pretender ocultar sus cicatrices. Desgraciadamente, estas mujeres no se orientan a la reparación de sus heridas ni vemos sus procesos para alcanzar otro estado.

Dentro de las interferencias que afectan el desarrollo de las historias está la ilación forzada y la tendencia a la desestructuración, lo que se ve reflejado en el restrictivo uso de un esquema coral. Hay, además, un exceso de convergencias entre los personajes y la experimentación de la locura, el viaje, la muerte, el abandono. Situaciones que serializan la trama y, en lo medular, clausuran la acción y toda posibilidad de contraste. De tal manera, todo resulta en extremo quieto, cauteloso, temeroso incluso de ensuciar o afectar una propuesta literaria marcada por una excesiva prudencia.

Las mujeres víctimas no se le dan muy bien a Navia; en cambio, acierta medio a medio con las malas de adentro, aquellas con doble discurso como la profesora que a su vez trabaja como camgirl en un website para adultos, la madre descuidada e indolente o la abuela narcisista. Kintsugi es una novela discreta, recatada, que deja a la autora en deuda con quienes leímos su anterior libro de relatos sospechando que se venía una gran narradora.

 

 

 


En obra
Cynthia Rimsky. Mundana, 2018, 73 páginas.
LUN, 18 de enero de 2019

Cada publicación de Cynthia Rimsky es una sorpresa. Su permanente inquietud la lleva a proponer formas narrativas donde se cruzan géneros, sin que deje de estar presente su marcada poética. Apenas dos relatos breves, sin título, conforman este nuevo volumen, pero la brevedad no conspira contra la grandeza de su trabajo. En obra es un libro complejo, lleno de claves en torno al arraigo y la expresión literaria, claves empleadas con solvencia y, sobre todo, con una naturalidad carente del aura de superioridad que suele exhibir la narrativa experimental.

El primer relato es llevado por la voz de una chilena que, junto a su novia argentina, ha decidido instalarse a vivir en un pueblo perdido de la provincia. Este particular momento de sus vidas está atravesado por la refacción de una añosa casa en medio de la nada.

El trabajo de los albañiles, sus métodos artesanales de construcción, la actitud aletargada, su imperturbable serenidad son relatados con paciencia y prolijidad en una cadena de sucesivas y teatralizadas escenas. Cada uno de los dichos y actitudes del jefe de obra establece un extraño contrapunto con este par de mujeres que han optado por arraigarse en una casa que se cae a pedazos y que se encuentran sometidas al ritmo y decisiones que les imponen los obreros, que no por casualidad representan también lo masculino.

La narración que sigue está a cargo de una voz en tercera persona focalizada en él/la protagonista, a quien se denomina siempre: "est_ visitante". El guion bajo impone la necesidad de eximir al personaje de la distinción femenino o masculino. Esta ambigüedad, sin embargo, no impide algunas exactitudes: los hechos ocurren el 28 de octubre de 2017 en un pueblo costero argentino y su protagonista viene de Chile. El/la visitante recorre el pueblo por primera vez, manifiesta su deseo de instalar un negocio vinculado al turismo y observa a sus habitantes y formas de vida, en particular el irritante hábito de cargar jaulas con "negritos", aves preparadas para torneos de canto.

Este segundo relato del libro posee un epígrafe de La nueva novela de Juan Luis Martínez: " ... y si realmente los pájaros se comunican entre ellos / a través de los oídos de los hombres / y sin que estos se den cuenta". A continuación, Rimsky remarca el halo de desesperanza de la cita: "comunican que no están diciendo nada y que no dirán nada [...] una malla de silencio transparente e irrompible".

Así, la autora comienza a sumergirse en una reflexión sobre un lenguaje que dice y no dice: "Podría callar, necesitaría callar, exhausto como está, pero canta para orientarse en el regreso al silencio que no encuentra, porque no tiene dónde regresar, y picotea las sílabas anónimas del indecible nombre de sí mismo. Desde este mudo griterío, el canto se desmigaja en un canto ya sin canto". Un canto-lenguaje que marca una ruta para volver al silencio original que no tiene lugar y que se devora así mismo.

Son muy pocas páginas, pero Rimsky ha sabido colmarlas con una poética del viaje y del estar siempre en tránsito. Sumergida en la ambigüedad de los signos, negándose a los binarismos y dándoles espacio a un pensamiento sobre el decir y las formas de comunicar. Todo esto al interior de un par de historias que podrían leerse unificadas y desligadas del antes y el después, sobre la extranjería y la necesidad de arraigo, aun cuando la decadencia se imponga como una condena inapelable.

 


 


Panaderos
Nicolás Meneses. Hueders, 2018, 124 páginas.
LUN, 25 de enero de 2019

Son escasas, en la narrativa chilena, especialmente en los últimos años, las reflexiones sobre desempeñar o buscar un oficio, o sentirse colmado o incluso estar harto de él. Sobre el trabajo se habla poco, y menos sobre el trabajo en el mundo popular, como si fuera una experiencia que ya no vale la pena explorar o no importara.

Panaderos, de Nicolás Meneses, es una novela que se aproxima al trabajo y a un modo de asumirlo y desempeñarlo en la actualidad. Su joven protagonista se esfuerza por conseguir y mantener su oficio de panadero en un hipermercado, ya que es la única forma de sobrevivencia no solo para él, sino también para sus padres y su hermana.

William Fuentes Cisternas, personaje principal, hijo de panadero y madre temporera, no se cuestiona su clase, necesidades, obligaciones ni las implicancias del mundo laboral. Tiene absoluta certeza de lo que desea: trabajar y cumplir lo mejor posible con su oficio, para así pagar los estudios de su hermana. Esto implica largas jornadas en la panadería y mínimo tiempo para actividades de ocio.

El personaje se sitúa en un terreno donde las condiciones laborales están completamente naturalizadas: son lo que son y basta con eso. Su actitud, en tal sentido, es acrítica, de sobrevivencia en un sistema que le ofrece integrarlo a cambio de un salario, por muy miserable que este sea. Cualquier otra dimensión, rebeldía o abulia no existe. Lo que queda en pie es una ma-quinaria que funciona razonablemente bien, una organización social donde las piezas calzan casi de manera perfecta, donde incluso aquellos que ocupan un lugar menor demuestran conformidad.

Sin duda, Meneses escribe desde el interior de la derrota, construyendo una suerte de distopía anclada en el presente, donde los trabajadores se han vuelto funcionales al orden laboral y sus normas, que, como sabemos, suelen ir en desmedro justamente de ellos. En este mundo, el del triunfo total del capitalismo, el sujeto cree en la ley y no solo calla sino que ni siquiera es capaz de elaborar una interpelación a un sistema que funciona de manera estable. El único espacio de libertad que tienen estos personajes es la elección entre trabajar "apatronado" e instalar una microempresa en el hogar.

Con mesura y parsimonia, Meneses construye la voz interna del protagonista, quien dibuja escenarios y expone, desde una posición objetivista, sus reflexiones sobre el entorno laboral. En la vereda opuesta, todo lo relativo al mundo familiar se muestra con un sesgo subjetivo de corte naturalista, correctamente dosificado, que logra mantener bajo control el melodrama subyacente.

Además, la historia amplía con eficacia la mirada del protagonista, permitiendo que surja un inventario de la espacialidad casi con rigor documental. Así, nos enteramos de la disposición fisica del hipermercado, los miembros del equipo de panaderos, sus hablas, sus turnos y los distintos tipos de pan que fabrican. La presencia de minutas del área de prevención de riesgos remarca la pertenencia a una empresa que resguarda a sus trabajadores. Atrozmente, todo parece funcionar bien.

El énfasis en la taxonomía, siempre arbitraria, remarca la condición maniaca del personaje y sirve de marco a la palabra ingenua y franca de Fuentes. Su intimidad no resulta mutilada, ya que hay un pequeño y caótico mundo familiar donde su presencia pasa a ser muy importante. Panaderos es una novela fuerte que obliga a mirar con atención el proceso de deterioro de la figura del trabajador, convertido hoy en una entidad vacía y sin discurso.

 

 

 

 

El misterio Kinzel. El primer caso de Laura Naranjo
Valeria Vargas. Hueders, 2018, 176 páginas.
LUN, 1 de febrero de 2019

Si hay un género incombustible, es el policial; desgraciadamente, en él ha predominado, con muy pocos contrapesos, una perspectiva masculina que relega a las mujeres al rol de víctimas u objetos del deseo. Valeria Vargas se ha propuesto desafiar ese dominio, iniciando una saga protagonizada por una mujer que ocupa el lugar detectivesco.

El misterio Kinzel, primera novela de la autora, se concentra en un antiguo caso policial que gatilla una serie de muertes investigadas por la joven periodista Laura Naranjo. Estamos ante un policial formalmente clásico, donde prima la deducción y el cruce de datos que se van acumulando en función de una verdad. Su protagonista llega por una casualidad a desempeñar el oficio detectivesco, ya que se encuentra cesante y le piden que colabore en la búsqueda de información sobre ciertos criminales. Así, Naranjo se topa con un crimen ocurrido en 1947, cometido por Teodoro Kinzel, un veinteañero de origen alemán y familia adinerada, quien acuchilló a su tío. Kinzel fue condenado a cadena perpetua, pero habría fallecido en la cárcel debido a una enfermedad común en la época.

Laura Naranjo es una mujer solitaria, de clase media, que vive sola en Ñuñoa y que hace muy poco ha roto con su novio. En medio del agobiante calor veraniego se obsesiona con la figura del asesino. Naranjo desplegará diversas técnicas, desde el seguimiento, la búsqueda de fuentes, la reconstitución de escenas hasta un viaje hacia un lugar desconocido en busca de pistas que le permitan sostener una tesis hasta cierto punto descabellada: que el alemán está vivo.

El libro trabaja con enigmas que se avienen con la velocidad narrativa y la presencia de una trama subordinada. El rastreo de Kinzel genera en la investigadora una nueva interrogante: la identidad del tío fallecido. Ambas incertidumbres, quiénes eran en realidad la víctima y el victimario, motivan la actuación de la protagonista. Un aspecto positivo en esta narración es que nunca se desvía de tales focos, permitiéndole acopiar la búsqueda a los contextos. Los sectores capitalinos o provincianos, en particular las casas donde ocurren los hechos, se amoldan a la actuación de los personajes y permiten que el espacio adquiera un sentido melancólico e inquietante.

Un aspecto que pudo potenciarse es el tratamiento de la protagonista. A Laura Naranjo le falta carne, especialmente en lo que se refiere a su pasado y su presente y su forma de percibir la realidad, ya que toda narración que implique búsqueda de justicia tiene como correlato una perspectiva ideológica, que debe ligarse con la vida del investigador. Además, las marcas de género que diferencian este volumen del policial realizado por hombres son aún demasiados sutiles y deberían adquirir más fuerza.

La novela sigue un plan lineal; sin embargo, hay algunas elipsis que tienden a trabar la lógica del trayecto narrativo. A lo anterior hay que agregar la falta de profundidad de personajes como el diligente sureño que ayuda a Laura en su viaje o del propio Teodoro Kinzel, a quien se blanquea biográficamente en exceso.

Vargas elabora una trama interesante, equilibrando de buena forma las historias laterales. Todo un acierto resulta la exposición de este trayecto, que lleva a una mujer común a transformarse en detective, aunque lo mejor es su apuesta protagónica, proponiendo un personaje que, pese a sus crisis, escapa del desencanto tan usual en el policial contemporáneo.



 

 

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Fanfiction, Daniel Hidalgo; Matadero Franklin, Simón Soto; Kintsugi, María José Navia; En obra, Cynthia Rimsky; Panaderos, Nicolás Meneses; El misterio Kinzel. El primer caso de Laura Naranjo, Valeria Vargas.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 28 de diciembre de 2018, al 1 de febrero de 2019