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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 29 de Enero, al 26 de Febrero de 2016



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Las leyes de la herencia
Leonardo Videla. Das Kapital, 2015, 116 páginas.
LUN, 29 de Enero de 2016

Sin ser destellante, Campo de tiro (2012), la primera novela de Leonardo Videla, de algún modo lograba sostenerse en su estructura, pese a su detestable protagonista. Sin embargo, éste, el nuevo libro del autor, quien insiste con un protagonista inaguantable, ni siquiera consigue eso, y constituye un retroceso de proporciones en la propuesta literaria de Videla. Las leyes de la herencia es una narración sobre las desventuras de un personaje sin el más mínimo brillo y que, para colmo de males, tampoco destaca por su opacidad o sus devaneos intimistas.

Los diez capítulos de la obra conforman lo que podría catalogarse como novela, aunque cada parte podría leerse de manera independiente, al modo de pequeños relatos, donde el protagonista nos lleva a su adolescencia y los primeros asaltos a la poesía, sus mitos literarios y su pasión por la narrativa.

Como ejemplo de su creatividad, el libro incluye cuentos escritos por el personaje, lo que le da la oportunidad de desplegar metarreflexiones sobre el acto de escribir que poco o nada suman al conjunto.

La inseguridad de carácter del protagonista redunda en bruscas proyecciones de rabia o sentimentalismo. Así, puede dejar fluir su lado cariñoso, como sucede en el relato sobre su sobrina escritora, o describrir a su hija o sus propios años escolares, para luego desatar toda su inquina contra los poetas, designados como símbolo de la corrupción y la decadencia.

El problema es que esas dos facetas del personaje aparecen tan rígidamente dispuestas que entre ambas no hay transición ni matices que permitan comprender los procesos que experimenta el escritor.

Esto ocurre porque la novela es incapaz de generar intimidad, pues la mirada es siempre exterior a los acontecimientos y los personajes. Por lo mismo, sus historias se apegan a un estilo confesional reprimido, cohibido incluso en la exposición de lo trágico, presente en cada uno de estos esquemáticos relatos, orientados al mismo tiempo a otorgar una progresión previsible a la globalidad del volumen.

Leonardo Videla tiene una auténtica y grave obsesión por las frases intercaladas, que recargan el sentido y desvían el foco narrativo. Aunque lo peor, en todo caso, es la cantidad de frases mal redactadas, algunas cercanas al trabalenguas: “Seguramente se refiere a todas las horas de hace tiempo que pasé junto a Camila”, “Puede que porque no hay otra donde se note movimiento, puede que porque no esperamos que en otra alguien nos espere”, “Hay que haber querido durante mucho tiempo escribir lo mismo para poder llegar a escribir lo que uno, durante todo ese tiempo, no pudo llegar a ser”, “Y puede que porque no hemos tenido otra señal, o puede que porque sea esa liquidez lo que esperábamos”.

Una mala escritura no sólo anula cualquier contenido, sino que desnaturaliza el propio acto de lectura; en consecuencia, surge la pregunta sobre la motivación de esta publicación con un trasfondo despreciativo hacia el lector, secuestrado por un libro que a duras penas se sostiene en lo mínimo.

Las leyes de la herencia parece un borrador maltrecho, irreconocible respecto al primer libro publicado por Videla.

 

 

 

Libertad de movimiento
Antonio Skármeta. Random House, 2015, 159 páginas.
LUN, 5 de Febrero de 2016

Esperando quizás recuperar su vieja gloria, Antonio Skármeta apuesta una vez más por el cuento, en esta, su primera publicación tras obtener el Premio Nacional de Literatura. Libertad de movimiento es un conjunto de once correctas pero deslucidas narraciones, que sólo refuerzan el estancamiento de una escritura que parece no tener ya nada bueno que ofrecer.

Mediante un modelo de cuento tradicional, de aquellos con clímax y anticlímax, los relatos privilegian una actitud pedagógica, donde predominan valores como la perseverancia, la paciencia, la obediencia o, en caso inverso, la ambición, la deslealtad o la lujuria. Los protagonistas se enfrentan a situaciones donde siempre estará en juego algo mayor a sus expectativas. Esto genera un descalce narrativo importante, ya que los personajes parecen no enterarse de que sobre ellos pesan demandas al borde de la épica.

La receta autoral implica, así, la selección de un protagonista diestro en fantasear, para luego insertarlo en un contexto negativo que le permita generar formas de sobrevivencia con un limitado rango de acción. Estos protagonistas se verán enfrentados a acatar lo que el destino les traiga, al modo de piezas fijas de una estructura concebida para usarlos de ejemplo.

Como era de esperar, los personajes-títeres tienen una zona de relativa autonomía: todos se dejan llevar por sus pasiones. Así ocurre, por ejemplo, en “Ejecutivo”, cuyo protagonista es un mediocre contador, quien usurpa la identidad de un millonario para lograr seducir a su amante. El encuentro entre el estafador y la desconocida es relatado desde un único foco, sin ingresar jamás a sus intimidades, aunque el mayor error radica en la fatal indecisión entre drama o comedia, indecisión tan característica de infinidad narraciones nacionales que apuestan por una tragicomedia, donde lo dramático es histérico y lo humorístico es penoso. Esto se replica en “Cuando cumplas veintiún años”, “Chispas” y “El portero de la cordillera”, historias que además tienen en común a niños homogeneizados en su perfil, donde, más que a la infancia, se termina idealizando a la familia.

En términos de perspectiva, ésta suele ubicarse en la fachada de las situaciones, los espacios y los personajes, a quienes vemos transitar y actuar sin un detalle reflexivo o exposición de sus disputas internas, que las hay, pero esfumadas, ocupando un lugar secundario, ya que el objetivo de los relatos parece ser precisamente la compresión; por lo mismo, el narrador suele operar como una gran madre, siempre eficiente en proteger y justificar a sus personajes.

Disperso en los temas, pero esquemático en la construcción de las historias, este grupo de narraciones, excesivamente descriptivistas, no logran proyectar un estilo particular ni menos una propuesta de renovación literaria. Skármeta presenta una escritura burocratizada, corriente en sus recursos estilísticos, obsecuente con el lector, al entregarle historias de segunda mano, fácilmente masticables y desgastadas.

 

 

 

Otoño
Felipe Fuentealba. Ediciones Balmaceda Arte Joven, 2015, 106 páginas.
LUN, 12 de Febrero de 2016

Es éste un conjunto de relatos donde, más que un conflicto, lo que determina el movimiento de las historias es el sometimiento de los personajes a la inercia cotidiana; sin embargo, lo que bien podría haber sido un acierto, queda entrampado debido al carácter irregular del libro, el primero de Felipe Fuentealba, quien además narra con extremada prudencia y amabilidad, rasgos que se convierten en su perdición.

El autor emplea un lenguaje transparente y un tono condescendiente para construir los personajes, a veces un tanto erráticos, aunque siempre castos y ajenos a la maldad. Tal enfoque deriva en una escritura edificante, donde pulsa una amanerada y sana emotividad. En cada relato, por tanto, se esconde un mensaje provechoso que sus protagonistas se encargan de representar. Esto resulta atinado si nos ubicamos en el lugar de la fábula, pero en esta ocasión es más bien un tiro en el pie, ya que fatalmente la enseñanza se traga la anécdota.

Surgen, pues, niños delicados, mujeres sensibles, hombres áridos, familias silenciosas, poetas fracasados, animales simbólicos. Una galería ensombrecida de personajes expuestos a pruebas que siempre lograrán sortear, para al final ver la luz. Así se advierte en “Otoño”, centrado en la etapa en que el padre del narrador es descubierto en una infidelidad. Mientras el matrimonio se enfrenta, el niño protagonista y su hermano se dedican a cuidar a la perra y los cachorros que acaban de nacer. A pesar de los cuidados de los hermanos, los cachorros comienzan a morir en paralelo a la intensificación de los silencios del matrimonio y posterior abandono del hogar que el padre realiza. Esta historia tiene como base un concepto narrativo que se sirve de un paralelismo primario y de un simbolismo tan evidente y flojo que hasta la más mínima interpretación resulta un exceso.

Sin perder la simpleza estructural, Fuentealba privilegia la infancia como terreno excepcional para exponer los sentimientos. Dos narraciones se llevan el premio cebolla en el ámbito de la niñez: “Últimas Navidades” y “Es sólo un caballo”. La primera presenta a un niño muy bueno cuya única ambición es recibir en Navidad un Atari; aunque este anhelo se ve frustrado, el pequeño tiene una suerte de descubrimiento interior que le permite desligarse del materialismo y valorar el amor de su madre y el de su mejor amigo del barrio. La segunda narración nos enfrenta a un niño campesino que sufre por considerarse culpable de la grave enfermedad de su caballo y por la falta de una palabra de apoyo paterno.

A pesar de todo, dos relatos justifican este libro y abren una luz de esperanza: “Una fotografía” deja atrás la línea didáctica y se entromete en una sombría historia de carreteras, donde impera el cinismo y la violencia, y “Un mueble para los libros” consigue profundizar en los ritos privados de sus protagonistas y proponer contextos funcionales al fracaso mediante el uso preciso del plano detalle.

Otoño es un libro desigual, frágil a nivel técnico y temáticamente desgastado, donde sólo con paciencia infinita se logra llegar a un par de cuentos valiosos.

 

 

 

Chilean Electric
Nona Fernández. Alquimia Ediciones, 2015, 100 páginas.
LUN, 19 de Febrero de 2016

Una diversidad de recursos narrativos pone en ejercicio Chilean Electric, una novela, un testimonio, una crónica íntima y profunda sobre un linaje de mujeres que, al mismo tiempo, es posible leer como un episodio de la historia social de la modernidad chilena.

Nona Fernández suma a su contundente obra un libro en el que hay varios elementos nuevos en lo que se refiere a su poética. Esta vez emerge un discurso de corte ensayístico, donde una voz sin concesiones aborda la historia del país a partir del surgimiento de la electricidad. Habría sido bastante fácil jugar con la simbólica de la iluminación, del logos y la racionalidad foránea implantada en el nuevo país. Sin embargo, Nona Fernández se apega a la politicidad del acto, a la influencia social de la energía, dando lugar a un examen en torno a la relación directamente proporcional entre la energía y el enriquecimiento de unos pocos que hasta el día de hoy manejan los destinos del país.

En paralelo a esta discursividad histórico política, surge el relato biográfico de una mujer que recuerda a su abuela, quien estuvo en la Plaza de Armas de Santiago en el momento exacto en que se encendieron por primera vez las luminarias. El volumen presenta como ficción y no ficción este relato familiar, logrando uno de los momentos mejor ejecutados por la autora, debido al modo en que fluye la emotividad y surge la memoria. La recuperación del pasado desde la oralidad, redunda en una comunidad de relatos, que se retroalimentan y se comparten, evitando la verdad, la definitiva versión original, anulando la autoridad que impone el testimonio y la siempre privilegiada voz autoral.

La narradora testimonia a través de la escritura su inquietud por la problemática social, la literatura y la diferencia femenina; tres zonas que aquí son convocadas por sus relaciones filiales, ya que es precisamente su abuela la encargada de detonar la ficción global que estructura este volumen a dos voces. La categoría de origen que tendría el relato de la abuela, se fisura, en tanto la palabra de la nieta y de la abuela se encadenan, sin perder por ello su individualidad.

Exponerse y dar lugar al otro en un acto sincrónico hace emerger la temporalidad como un discurso y un sitio siempre habitable, siempre abordable, porque la voz narrativa realiza un ejercicio de memoria que va borrando los límites y las categorías. La ficción es, en última instancia, la memoria del sujeto, de la voz narrativa, compuesta de retazos, flashazos, inseguridades, pero también un apoyo, un pequeño sostén que permite dar con una articulación de lugar e identidad.

Cuando la protagonista describe lo que sería la funcionalidad de la literatura, lo afirma desde una posición menor, desde una perspectiva limitada, pero consciente del lugar o la época que vive: “probablemente lo que digo son puras arbitrariedades ingenuas e infundadas”, “Lo único que puedo hacer es observar. Observar y registrar, iluminando con la letra la temible oscuridad”. Eliminar el término escritora y reemplazarlo por el de testimoniante sólo engrandece la propuesta de Chilean Electric, quizás el libro más cercano de Fernández, preciso en su rabia y sutil en su afectuosidad y en las diversas inflexiones de la ficcionalidad.

 

 

 

No le debo nada a Bolaño y otros delirios
Nicolás Cruz. Emergencia Narrativa, 2015, 120 páginas.
LUN, 26 de Febrero de 2016

Nueve relatos conforman No le debo nada a Bolaño y otros delirios, un muy mal título que poco tiene que ver con este libro en el que destacan la diversidad de estructuras, la atenuación de los clímax, las historias con un carácter insólito y el placer por el morbo. En todo caso, hay que superar los dos primeros relatos para llegar a lo mejor del volumen.

Así, en el primer cuento, “El Príncipe Mongol”, Nicolás Cruz apela con resolución a la maravilla que genera a un padre su pequeño niño con síndrome de Down. Queda claro que es un tema altamente sensible, que se orienta a desmontar la discriminación y a fortalecer la magia que envuelve al niño desde la mirada paterna; sin embargo, su estilo calmo, lírico, ensoñador, se aleja demasiado del conjunto. Algo similar acontece con “El tango más amargo”, centrado también en un discurso elegiaco, esta vez de un amigo de Carlos Gardel, que, al igual que el padre del relato anterior al referirse al niño, se dedica con altas dosis de emotividad a fomentar el mito sobre Gardel.

Favorablemente, el resto del libro abandona el vitoreo y el ensalzamiento a los protagonistas. El narrador se limita y distancia de toda complicidad con sus personajes, permitiendo que surjan seres autonomizados en su condición perdida, negados a constituirse en ejemplo de lo que sea. Este giro, permite que aparezca lo más convincente de la escritura de Cruz, el arrebato descriptivo, el placer por el detalle corrupto, el gesto libidinoso y, por ende, los personajes viciosos. Individuos sin un antes y un después de la caída, atrapados por lo inmediato.

La noción de ciudad sitiada es común en estas ficciones, donde los personajes resultan enclaustrados, pero expuestos a lo imprevisto, a lo no programado. Ejemplos de lo señalado los constituyen “Flores del riachuelo”, “La pierna de Rimbaud” y “Los aprendices de chacal”, narraciones en torno al rastreo que emprenden tres particulares personajes. Se trata de seres solitarios, negados a establecer juicios sobre sí mismos, atrapados en deseos y situaciones donde el mal se confunde con lo sagrado. Cruz consigue bosquejar la podredumbre humana, intensificando la presencia de figuras simbólicas, las atmósferas donde se confunde el rito pagano con la ceremonia satánica y cuyo fin último es la ostentación de la infamia.

Un relato relevante en este conjunto es “Tienes que contarme tu secreto”. Al modo dramatúrgico, surge una atmósfera siniestra, donde se ubica un narrador reservado, dispuesto sólo a mostrar los recovecos de una pequeña escena. El protagonista es un anciano adinerado que vive como heterosexual, pero que abusa sexualmente de un adolescente, tal como lo había hecho con el padre de la joven víctima. Mediante la superposición de planos, se narra el presente y pasado del abusador, retardando el encuadre moral. Este logrado procedimiento técnico obliga, sin ningún atisbo de función pastoral, a la comparecencia de la moral del lector.

Nicolás Cruz, en su primer libro de relatos, demuestra entusiasmo y un constante interés por las articulaciones formales. Sus mejores cuentos son aquellos perversos y ansiosos por botar todo aquello que suene a elegiaco, resaltando a tipos desarrapados, abandonados en su situación de malditos. No le debo nada a Bolaño y otros delirios consigue desligarse de manierismos inteligentes, dejando que fluya con naturalidad algo tan aparentemente sencillo como una historia bien construida.


 

 

 

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Las leyes de la herencia, Leonardo Videla; Libertad de movimiento, Antonio Skármeta; Otoño, Felipe Fuentealba; Chilean Electric, Nona Fernández; No le debo nada a Bolaño y otros delirios, Nicolás Cruz.
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