La Oficina de Agua
Simón Ergas. Alquimia, 2021, 195 páginas.
LUN, 12 de noviembre de 2021
E1 cambio climático y sus efectos, entre ellos la falta de agua, ya están aquí, no solo como problema social sino también como tema literario. La Oficina del Agua es una novela que pone en escena una sequía inacabable que afecta a todo un país. Los intereses políticos y económicos le permiten el control de este elemento a una minoría empresarial apoyada por el Estado. En contraste, la narración se centra en las necesidades de un funcionario público, un burócrata que se verá enfrentado a un infierno por el simple hecho de solicitar el restablecimiento del agua para su consumo cotidiano.
Ciertamente Kafka es un evidente subtexto en esta historia de Simón Ergas, donde el poder es representado por la Oficina del Agua, un organismo elefantiásico cuya supuesta finalidad es controlar la distribución del preciado recurso. Sin embargo, lo que en definitiva hace es postergar las necesidades de la ciudadanía a través de un verdadero muro de trámites.
Abel Prieto o A. Prieto es el nombre del protagonista, un hombre que aborrece el conflicto en todo orden de cosas. Nació en el campo y migró a la ciudad para desempeñarse como un brillante funcionario de Correos. Vive solo en un departamento céntrico hasta que recibe la visita de su madre, una luchadora que ha dedicado la vida a combatir la escasez del agua. Ambos tendrán que enfrentarse con la omnipotente repartición pública; pero lo que comienza como un asunto casi cotidiano y pedestre se termina convirtiendo en una experiencia de terror.
Desde un futuro donde los humanos poseen un chip integrado a sus cuerpos surge esta claustrofóbica novela. Ergas representa con eficacia el encierro y la desesperación del personaje central ante la seguidilla de negativas a las que se ve expuesto. Como si fuera un deber o un mandato para el que ha sido elegido, A. Prieto ingresa a un camino que parece no tener retorno. Porque si hay algo que destaca en este personaje anodino es su tenacidad, jamás duda en cumplir con su objetivo.
El volumen suele denominar a su personaje "Sujeto de Deuda", remarcando con ello la condición social que se le ha asignado. De igual manera se usa con frecuencia el término "trámite" para significar una actividad creada por el poder con el fin de embaucar a la ciudadanía con la "idea de igualdad ante la ley". Sujeto de trámite y sujeto de deuda, podría decirse, remiten a un estado de falta permanente de la ciudadanía, asignado por el Estado, cuyo fin es simplemente postergar toda demanda.
Un aspecto que merece atención es la posible condensación del personaje central, sometido a una escena y a una pauta de comportamiento que se reitera. Prieto, en apariencias, es un personaje cristalizado, ya que experimenta un proceso de transformación que le otorga movilidad a la generalidad de la historia. El cambio del personaje resulta vital en un relato que va de menos a más en la conformación de un mundo infernal.
Ergas elabora una provechosa propuesta narrativa en torno a una temática urgente. Mediante un estilo puntillista construye escenarios, recorridos y monólogos de su desesperado protagonista, orientados a remarcar su frustración frente a la imposibilidad de encontrar una salida al tortuoso reino de la burocracia. La Oficina del Agua consigue sumergirnos en una experiencia tormentosa mediante una escritura fibrosa y enérgica.
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Antes de "La Oficina de Agua", Simón Ergas publicó otras dos novelas, "De una rara belleza" y "Tierra de aves acuáticas", y un volumen de microcuentos, "Delitos de poca envergadura". El autor nació en Santiago en 1983, y es director editorial del sello La Pollera.
Los hombres que no fui
Pablo Simonetti. Alfaguara, 2021, 191 páginas.
LUN, 19 de noviembre de 2021
Los hombres que no fui es el título de la reciente publicación de Pablo Simonetti. Una suerte de autobiografía novelada, en formato de clave farandulera, debido a la presencia de anécdotas sobre famosas figuras del mundillo cultural chileno.
Guillermo, el protagonista y narrador, es un escritor de elite, atractivo, de mediana edad y buen pasar económico que se dedica a recordar, enfocándose principalmente en una pequeña y privilegiada tribu de amigos-amores. La introspección del personaje es realizada durante la tarde del 18 de octubre de 2019, hecho que, si bien opera como un fondo de pantalla, adquiere cierta importancia en su desenlace.
Simonetti instala a su personaje en un remate de lujosas antigüedades que se realiza en un afrancesado departamento del Parque Forestal. En este lugar vivieron alguna vez Guillermo y Alberto, su pareja de entonces. La aparición de posibles compradores, todos conocidos del protagonista, le detona recuerdos de una época dorada, pese a sus conflictos familiares por su identidad.
El volumen está organizado de manera bastante sencilla. Cada segmento tiene el nombre de un personaje, hombre o mujer, a quien el narrador se dedica a perfilar. Supuestamente se deberían diferenciar personalidades, pero resultan todos tan parecidos que lo más bien podrían haber sido solo uno. Este pálido esquema narrativo resulta incomprensible en un autor que ha publicado bastante y que dicta talleres de escritura desde hace muchos años.
Así, una fauna de seres forzosamente estrambóticos desfila por estas páginas, escritas con monotonía y una mezcla de banalidad y cierta melancolía. En cada personaje, incluido Guillermo, se enfatiza la clase, el buen gusto y un estilo de vida desenfadado. A lo anterior hay que agregar los buenos trabajos, mucho dinero y plena libertad de acción. Muy atrás han quedado los tiempos en que sus familias o círculos sociales los miraban con distancia.
Como corresponde a la narrativa generada desde una perspectiva elitista, los pobres aparecen configurados de manera feísta. Luisa, la asesora del hogar puertas adentro que trabaja para el protagonista, es caracterizada, con apenas disimulado desprecio, como "baja, morena, de cuerpo ancho", que para colmo de males viene del pueblo de Salsipuedes. Más que chiste, una burla de pésimo gusto. Obviamente la familia de la trabajadora está conformada por delincuentes y personas promiscuas. La hija de Luisa hija tuvo cuatro niños, todos de padres distintos, y su nieta preferida, desde pequeña, se
escapó de la casa hasta terminar embarazada.
Pese a que en apariencia el tema central de la novela es la homosexualidad, ésta resulta censurada en términos de erotismo y deseo. Esto da como resultado una historia puritana, que opta por exhibir un estilo de vida narciso y privilegiado por sobre cualquier otra temática.
Un dandi de cuño romántico apesadumbrado por una vida saturada de excesos materiales es el protagonista de esta narración, donde más que orgullo gay lo que hay es orgullo por ser gay de la elite. Para Simonetti solo existe un mundo de iguales tan minúsculo como un pañuelo; el resto es violencia, cuerpos feos y amenazantes. Los hombres que no fui es una novela de evasión protagonizada por un sujeto que no puede salir de su lujoso departamento y a quien la realidad le fue a tocar la puerta ese 18 de octubre. Para peor, hacia el final, el libro cita a Lemebel, provocando un indeseado contraste que suena a tiro de gracia.
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Pablo Simonetti nació en Santiago en 1961. Es autor de media docena de novelas ("La razón de los amantes" y "Desastres naturales": he ahí dos títulos) y del volumen de cuentos "Vidas vulnerables".
Electrocante
Boris Quercia. Suma, 2021, 213 páginas.
LUN, 26 de noviembre de 2021
En gloria y majestad, durante este año, ha resurgido la alegoría, convirtiéndose en tendencia literaria, específicamente a través de obras de ciencia ficción o fantásticas. En esa arremetida se incluye Electrocante de Boris Quercia, una novela alegórico-ciberpunk, apocalíptica, con una atmósfera negra, donde se impone un orden fascista que ejerce su poder a través de la inteligencia artificial y la violencia extrema hacía la ciudadanía.
No hay que ser una exégeta muy avanzada para notar las consonancias con la realidad nacional. El protagonista es Natalio, un policía. El desarrollo tecnológico del nuevo orden, que lleva casi medio siglo, en un tiempo y un país indeterminados, permite controlar la insubordinación a través de un enorme aparato policial. Dentro del plan de gobierno, la metrópolis se divide en La City, donde se ubican los privilegiados, y la Ciudad Vieja, donde viven los marginados y disidentes. A cada policía se le asigna un "electrocante", que sirve de apoyo en sus labores represivas. Es un androide que se encuentra capacitado, en teoría, sólo para obedecer, transmitir y chequear datos.
El libro nos muestra la evolución de ambos personajes a través de diversos monólogos. Natalio repasa su vida, su falta absoluta de expectativas, el trabajo sucio que le corresponde hacer. A cada paso que da se va volviendo más crítico del indigno sistema que tiene que defender.
Sin embargo, la novela no se detiene ahí, sino que establece un contrapunto entre la voz del protagonista y su electrocante, los que llegan a convertirse en dos entidades que piensan sobre su presente y destino. El hecho más inquietante es que el androide va cada vez más allá de sus funciones, posee un discurso, piensa, saca conclusiones, posee emociones. Estas características, consideradas como anomalías, son desconocidas por el policía, quien aun así establece un fuerte vínculo afectivo con su robótico ayudante.
Quercia elabora con rapidez escenarios decadentes, generando una atmósfera de opresión y catástrofe. Todo parece suceder en un contexto oscuro, enrarecido, de vigilancia permanente, donde se huele la posibilidad de un estallido social de proporciones. En medio de este panorama desastroso, la calidez de los personajes resulta un punto de inflexión importante. Ambos poseen una alta dosis de sensibilidad, siendo en este terreno el androide quien lleva las de ganar. Su discurso, aunque lacónico, permite descubrir una intimidad torturada, emotiva, casi siempre al
borde de dramáticas interrogantes filosóficas sobre su condición.
El despliegue de una prosa profunda y carente de pompa es el mayor acierto de este volumen. Sus diálogos son fluidos, movilizan siempre un excedente, un residuo capaz de dar cuenta de la esencia de los personajes. Desnudar identidades marginales sin enjuiciamiento es todo un logro. Claramente, adentrarse en la intimidad de un agente del Estado, cuya función es imponer el orden y violentar a los ciudadanos, es una tarea compleja. Con inteligencia, Quercia no construye un hombre bueno, no lo redime ni idealiza, su opción no es más que bucear en la crisis que embarga a Natalio, logrando con ello no sólo construir un símbolo, sino también representar un mundo donde impera el autoritarismo y el odio. Una metáfora o quizás profecía hacia la cual nos aproximamos a pasos agigantados.
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Boris Quercia es autor de la trilogía de novelas policiales compuesta por "Santiago Quiñones, tira", "Perro muerto" y "La sangre no es agua". Hombre polifuncional, también es actor y ha dirigido películas como "Sexo con amor" y series televisivas como "Los 80". Nació en Santiago en 1966.
Banco de arena
Guillermo Valenzuela. Planeta, 2021, 222 páginas.
LUN, 3 de diciembre de 2021
A comienzos de la década de los 80, el robo a un banco acaparaba la atención de todo el país. El hecho, conocido como el caso Calama, tendría implicancias no solo policiales sino también políticas, dado que implicaba a agentes de seguridad de la dictadura. Banco de arena es una ficción documental de Guillermo Valenzuela donde reconstruye el robo de un millón de dólares a una sucursal del Banco del Estado en 1981 y el asesinato de dos empleados bancarios, quienes fueron dinamitados en medio del desierto.
Hernández y Villanueva, identificados solo por sus apellidos, son los que ejecutan el siniestro plan, pero el libro deja en claro que la responsabilidad mayor recae en la sanguinaria CNI: la idea de robar el banco era una forma fácil de conseguir dinero para financiar la macabra entidad.
La novela sigue la planificación, el robo y sus efectos desde una diversidad de personajes. Valenzuela elabora un relato multifocal, donde cada voz ocupa un lugar fundamental en la trama delictual. La negación de una figura central implica un trabajo minucioso de los perfiles de cada uno. Ellos no solo son piezas de un puzle delictivo, sino que poseen intimidad, con lo cual sus vidas escapan a ser construidas como la suma de meras funciones y hechos. Con esto Valenzuela logra diversificar las personalidades, sin dejar de resaltas una característica común: la banalización del mal como parte fundamental de un organismo estatal.
El crimen es parte de la vida diaria de estos individuos. No hay cortapisa moral que los detenga
para lograr sus objetivos a cualquier costo. A pesar de esto, Hernández y Villanueva jamás esperaron que la traición vendría de sus propios camaradas. Por ello, resulta fundamental cómo el libro consigue convertirse en una profunda reflexión sobre el retorcido laberinto que implica el poder sin límites.
Valenzuela escribe enérgica y movedizamente, representando con exactitud el decadente contexto en que se desarrolla la narración. Los detallados enfoques al paisaje, un desierto que facilita la acción macabra de esta red de "profesionales", contribuyen a reforzar la idea de un espacio-personaje. En ese sentido, está muy bien ejecutada la relación entre los sujetos y un lugar que actúa como cómplice.
Extensos segmentos marcados solo por puntos seguidos permiten crear un vertiginoso flujo de acontecimientos. A los diálogos fluidos y las variaciones de habla hay que sumar la exploración del escalofriante humor de los criminales. Estos hombres bromean y ríen constantemente, como si formaran parte de una celebración sin tiempo de término. Una grotesca alegría que se debe nada más que al poder con que se encuentran investidos, al terror que impone su presencia.
Valenzuela detalla el paso a paso de una historia del mal a través de una escenificación dramática donde nada resulta superfluo, porque todo está contaminado por la violencia estatal, las redes de poder y su actuación impune. No hay respiro ni distensiones que permitan encontrar una salida a la oscuridad imperante en aquel Chile de los 80.
El máximo logro de esta novela es abrir interrogantes, intranquilizarnos y llevarnos a reflexionar sobre la amenaza del totalitarismo y la gobernanza del mal. ¿Se aprende del horror pasado? ¿Será posible la repetición de la historia? Esto y más nos permite Valenzuela con esta impecable novela.
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"Banco de arena" es la cuarta novela de Guillermo Valenzuela; las anteriores se llaman "El Pekinés", "Pena izquierda" y "La risa invisible". El autor, nacido en Santiago en 1961, también ha publicado varios libros de poesía, entre ellos "Un epígrafe" y "Poemas divididos".
Los fantasmas de la revolución
Nicolás Vidal. Sudamericana, 2021, 391 páginas.
LUN, 10 de diciembre de 2021
Si no fuera por el subtítulo de la portada, que señala "Novela", este libro de Nicolás Vidal pasaría por una extensa crónica; es decir, por no ficción. Puede que esta formalidad sea producto del gran tema que trata: la vida del exfrentista Ricardo Palma Salamanca. El recurso novelístico operaría así como una especie de muro o un intento de soslayar un asunto importantísimo: la posición política y valórica del narrador respecto de los hechos en que estuvo involucrado Palma Salamanca.
Los fantasmas de la revolución está situada entre enero de 2017 y enero de 2020 y tiene como centro a dos personajes: por una parte, la compleja figura de Palma Salamanca y, por otra, el narrador, un periodista obsesionado con escribir un guion para un documental con la historia del primero.
Uno de los grandes problemas de este libro es su enorme dependencia de fuentes periodísticas, en especial del trabajo investigativo de Juan Cristóbal Peña. En este sentido, el volumen es la suma caótica de reportajes, crónicas, entrevistas e investigaciones no solo sobre el accionar del Frente Patriótico Manuel Rodríguez y Palma Salamanca, sino de muchos otros temas.
El detalle con el que el relato aborda el caso degollados, el Comando Conjunto, la entrevista a Papudo, la vida de Jaime Guzmán, etcétera, es desmesurado. Esto incide en el adelgazamiento de la columna vertebral, lo que está siempre a punto de generar una catástrofe: una obra dispersa y desenfocada.
Vidal se desvía o desconcentra con una rapidez abismante; además, tiende a minimizar a su narrador y convertirlo en un mero recopilador
de información. Esto provoca que la historia se descompense y lo ficcional se debilite al máximo. Así, una se pregunta: ¿dónde se sitúa este periodista ante hechos como el asesinato de Jaime Guzmán, tema sobre el cual no caben las medias tintas? ¿Lo ficcional otorga una licencia para escabullir la toma de posición?
Del narrador conocemos lo mínimo. De clase media, soltero, de pocos amigos; tiene cuarenta años, estudió derecho y luego periodismo, oficio que en el presente desempeña de manera independiente. El recurso de entrega esporádica de sus datos biográficos permite que se afirme su función de mero testigo, o sea un periodista que intenta volverse transparente en pos de la "objetividad".
La mayor gracia de este personaje se encuentra en que se reconoce a sí mismo como un tipo del montón, "sin calle", "una rata de escritorio" con tendencia a irse por las ramas y una gran inseguridad respecto de adónde va lo que está escribiendo.
Lo más grave es que solo al final aparecen algunas definiciones en relación a Palma Salamanca, es decir, demasiado tarde para un libro donde la mera presentación de datos es insuficiente para poder comprender el volumen en su conjunto. Entonces la pregunta es ¿para qué escribir sobre un personaje como Palma Salamanca si no se va a tener la fuerza para tomar una postura clara?
Pese a estas graves deficiencias, el protagonista —desde mi visión, el
narrador— es sacudido por el pasado y el presente del país, transitando hacia el final-final de mero testigo a tibio partícipe de una historia que permanece tan crispada como antaño.
Los fantasmas de la revolución es un libro caótico en su prosa, desestructurado y poco jugado. No encuentra el foco y menos consigue situar adecuadamente a su narrador. Si fuera el caso eliminar todas las referencias a otras investigaciones, esta narración tendería a desvanecerse.
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La novela que aquí se reseña es la cuarta de Nicolás Vidal; las anteriores: "El Gordo", "La luz oscura" y "Subversivos". Nacido en Santiago en 1979, el hombre —abogado y magíster en creación literaria— también es autor del libro de crónicas "Cambio de juego".
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Solorza. e-mail: letras.s5.com@gmail.com
Crítica Literaria La Oficina de Agua,
Simón Ergas; Los hombres que no fui,
Pablo Simonetti; Electrocante,
Boris Quercia; Banco de arena,
Guillermo Valenzuela; Los fantasmas de la revolución,
Nicolás Vidal.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias
del 12 de noviembre al 10 de diciembre de 2021