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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 6 de Marzo de 2015, al 3 de Abril de de 2015
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Cuéntale tus amores
Patricia Hidalgo. Asterión, 2014, 232 páginas.
LUN, 6 de marzo de 2015
María Esther Aldunate del Campo (1914-1997), más conocida como Rosita Serrano, es uno de los personajes más turbadores, contradictorios y desconocidos del arte musical chileno. Denominada el Ruiseñor Chileno, cantó para los nazis, tuvo una profunda amistad con Goebbels y recibió halagos del mismísimo Führer. Luego se ganó la odiosidad del régimen, el cual llegó hasta a destruir sus discos y películas en las que había participado. Extrañamente hay muy poco material de su propia mano. Lo más significativo, hasta el momento, es una pequeña aparición en el documental Rosita. La favorita del Tercer Reich (2012), realizado por Pablo Berthelon Aldunate, su sobrino nieto, que toma una posición de extrema cercanía con la cantante.
Patricia Hidalgo pretende aportar al conocimiento masivo sobre la diva con la novela Cuéntale tus amores . Una “autobiografía” novelada, por tanto principalmente ficción, en donde Serrano narra en primera persona su vida amorosa y el entusiasmo que le generaba actuar y tener adinerados admiradores. El trayecto de vida, no datado, comienza con una Serrano adolescente, para finalizar en su ancianidad, arrojada en una casa de reposo, donde sólo le queda esperar la muerte y rememorar sus años de estrella.
Claramente hay una perspectiva narrativa en complicidad con la cantante. El volumen busca sustentar un mito, sacrificando para ello profundizar en las extraordinarias circunstancias que le tocó vivir a la cantante durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial e incluso silenciando sus relaciones con la dictadura de Pinochet. La autora superficializa los años que Serrano vivió en Alemania y sus vínculos con el nazismo, y opta por construir una mujer pragmática, banal y astuta que supo acercarse al poder y obtener beneficios económicos. A fin de cuentas, Hidalgo parece intentar convencer que Serrano era una trepadora que usa su talento y belleza para tener autoridad y lujo, dedicando incluso más tiempo a describir sus amoríos que su pasión por el canto.
Otro aspecto que contribuye a esta mirada reduccionista sobre Serrano es el modo de aproximación a la etapa en que narra su vida. Se trata de sus años en la casa de reposo, donde el relato enfatiza su condición de víctima, heroína no retribuida. La solicitud de una pensión de gracia, realizada por una de sus pocas amigas, permite que se consolide la ya recurrente queja sobre el pago de Chile. Un país que, según el volumen, la protagonista detestó y despreció.
La autora tiene como referentes literarios la novela sentimental y el tono elegíaco característico de las biografías autorizadas. Rosita Serrano se nos presenta como una suerte de Cenicienta, que avanza casi con levedad por los escenarios más sórdidos y que logra encontrar a diversos príncipes. Es así como la intimidad tortuosa o exultante que el libro construye resulta impostada, lejana, defraudando a quien pretenda conocer en profundidad a un personaje como Serrano.
Cuéntale tus amores es una ficción sobre un personaje que sigue esperando no sólo una biografía sólida en lo investigativo, sino una novela que sin temor explore en el gran enigma que es su vida. Patricia Hidalgo vacila al tocar las opciones políticas del personaje y sentimentaliza en demasía, volviendo inexplicables algunas de sus más importantes decisiones.
Un golpe de agua
Paula Carrasco. Fondo de Cultura Económica, 2014, 270 páginas.
LUN, 13 de Marzo de 2015
En la narrativa de Paula Carrasco, los personajes se encuentran inmersos en un flujo continuo de dolores, que agrietan su día a día sin conmiseración alguna. No hay tránsitos, además, hacia formas de vida que reviertan el acoso o la pérdida permanente de afectos. Un golpe de agua, la segunda novela de la autora, es un relato sentimental, protagonizado por adolescentes violentados tanto por las relaciones familiares como por el orden histórico que domina al país.
A través de una prosa detallista y calma, donde predominan las imágenes relativas a una naturaleza ominosa y un universo onírico descrito desde una tonalidad lírica casi aterradora, surge la historia de Sara, quien narra los hechos ocurridos durante los últimos diez años de su vida.
La adolescente aborda su infancia y presente de hija única, sobreprotegida, sometida a los secretos paternos y al permanente recuerdo del accidente mortal que sufrió su hermana gemela hace muchos años.
Sara debe aprender a sobrevivir a la falta de diálogo, interpretando signos ambiguos y armando a retazos la historia familiar. La memoria ocupa un lugar central en esta narración, donde proliferan palabras en clave y dichos ambiguos que llevan a la protagonista a sospechar e investigar como única posibilidad de construirse una identidad ante la arremetida de experiencias trágicas.
La muchacha es triste, melancólica y sensible, y vive enclaustrada en la casa familiar, donde la figura paterna cumple la función autoritaria y la madre se corresponde con la pasividad y los afectos contenidos. La existencia de Sara cambia radicalmente con la llegada al poblado costero de la familia Delachaux. Rafael Delachaux, el adolescente introvertido y afectuoso, se convierte en su amigo y luego en su pareja. La relación que sostienen se mueve entre lo mágico y lo terrenal: suelen vivir experiencias extáticas ante la naturaleza que les permiten crearse un mundo paralelo a la tensión que los rodea. La familia de Rafael es perseguida por la dictadura, por lo que su permanencia en el pueblo es tan transitoria como el noviazgo que entabla con Sara.
Los espejeos son comunes en este volumen: ambas familias guardan secretos terribles ligados a la represión política que vive el país y han sido vulneradas por la muerte, y los dos adolescentes desafían las normas que se les imponen. Rafael y Sara señalan ser víctimas de una historia que no buscaron, y denuncian las decisiones equívocas de sus padres que los han arrastrado al desarraigo y la constante pérdida de afectos.
Un golpe de agua, que podría inscribirse en lo que se ha dado en llamar la posmemoria, es una novela intensa y tristísima, que consigue simbolizar a través de una historia romántica la devastación familiar y el estado de acoso que vivió el país.
Resulta destacable que la autora recicle el género sentimental mediante un discurso crítico sustentado en la tragedia familiar y nacional, demostrando que no hay estilos agotados, sino puntos de vista o modos de aproximación literariamente fracasados.
Hamaca
Constanza Ternicier. Minimocomún, 2014, 231 páginas.
LUN 20 de Marzo de 2015
Cuando Amparo tenía siete años, Consuelo, su madre, decidió marcharse dejándola a cargo de Bernardo, el padre de la niña. En el presente del relato, han transcurrido cinco años y la niña, pese a que busca explicaciones que le permitan aclarar las motivaciones del abandono, se enfoca mayormente en vivir con alegría e intensidad.
Hamaca es una novela protagonizada por una insoportable niña de doce años, manipuladora y falsa, que no para de reír y acumular experiencias dolorosas como quien ve llover.
La narración acontece durante las vacaciones escolares de Amparo, tiempo en que ella se propone vivir a concho, para lo cual debe probar todo lo que se le ponga por delante, sin que ello implique un ápice de crecimiento emocional. Pase lo que pase, la cabra no dejará jamás de exponerse como una mezcla impostada de femme fatal y púber, inserta en un ambiente de posthippies adinerados y ociosos.
El libro no logra configurar la niñez como un territorio de crisis ni menos un personaje infantil verosímil –por más que se comporte como una adulta–, debido a la disolución de toda profundidad y peso dramático. Amparo consume marihuana, ácido y se emborracha con frecuencia; sin embargo, sus adicciones son abordadas como experiencias tan entretenidas como banales, generando una actitud engreída, rayana en la estupidez.
No hay aquí aprendizaje alguno ni complicados procesos interno: sólo la acumulación de microhistorias lisérgicas adheridas al cliché.
Pero ni la ingenuidad, ni la supuesta ligereza, ni las drogas consumidas logran que la mirada de Amparo respecto al mundo se libere de sus más feroces prejuicios. Un aspecto que llama la atención es la perspectiva que la novela adopta sobre el uso excluyente del ácido, en tanto sustancia que sólo en una élite tendría efectos sublimes: “Dice Tristán [...] si la gente que vive en esas partes más oscuras y bajas de la ciudad tuviera acceso a las estrellas [ácido], su vida podría cobrar un nuevo sentido. Y yo no sé qué tanto, porque nadie se puede imaginar la Edad de Oro si ni siquiera ha conocido la de Plata o la de Bronce. Tengo la sensación de que con suerte viven en la de Plumavit”. Y así ocurre: debajo de tanta faramalla de nueva moral y nueva psique, aparece el viejo clasismo organizándolo todo.
Hay un evidente quietismo en cada uno de los miembros de esta historia –el padre depresivo, la madre hippie, la abuela excéntrica–, configurados desde la exterioridad, sin matices, esclavizados por el estereotipo y alivianados en sus discursos. El premio mayor a la ligereza se lo lleva sin duda la protagonista, que ama el vintage y que, en el colmo de la pose, cuando se abraza con un ser querido, anhela tener una cámara fotográfica Lomo para capturar imágenes que subir a internet.
Hamaca es una más de las numerosas novelas confesionales y de autoayuda ultralight que proliferan en el mercado, desarticulada, con problemas en el manejo de los tiempos, en la verosimilitud de lo narrado y la configuración de personajes, en particular su protagonista, cuya voz infantil permite apenas ocultar un estilo discursivo básico.
Te habría dicho que sí
Manuel Jofré. Catalonia, 2014, 214 páginas.
LUN, 27 de Marzo de 2015
Desde sus primeras páginas, Te habría dicho que sí abre las compuertas de un dique imposible de contener en su grandilocuencia e intención hiperbólica. En aparincia, la primera novela del académico Manuel Jofré trataría de abordar la historia del país desde el cruce de dos aristas: la porno y la política. Sin embargo, ambos términos terminan convirtiéndose rápidamente en la fachada de un relato amoroso común y corriente. De tal modo, el relato anula cualquier posibilidad de generar una alegoría porno-político y se transforma en charlatanería sentimental, cebollenta y siútica, donde predomina el tono delirante.
La narración se focaliza alternadamente en dos personajes que se conocen desde la adolescencia: Eugenio Euforia y Ernesto Matamoros, uno izquierdista y el otro funcionario de la dictadura. Ambos exponen casi tres décadas de sus vidas intervenidas por la llegada de Allende, el Golpe, la dictadura y el exilio. El recurso del doble o del espejeo y los contrastes entre los dos personajes fracasan con facilidad, ya que éstos se muestran indiferenciados en sus comportamientos y discursos. Da exactamente lo mismo que nos hable el izquierdista o el torturador.
Es así como Euforia y Matamoros cumplen con dar a sus historias un pequeño barniz de color local setentero; no obstante, su centro es el detalle de sus experiencias sexuales. Estos verdaderos héroes de la cópula logran compensar, a fuerza de fornicaciones, cualquier derrota histórica o ideológica. La narración, de tal forma, aplana el contexto y liquida a sus personajes, derivando éstos en figuras rígidas, monotemáticas, encarceladas tanto en la soberbia como en la victimización extrema. Un caso paradigmático de la clausura que exhibe este relato es el discurrir que Eugenio Euforia dirige a su ex mujer. El tono cansino y monótono del narrador es asfixiante y la prosa se enceguece al igual que el personaje, quien, mediante un lenguaje amanerado, redunda en sicopatear desde todos los ángulos posibles a la supuesta traidora.
La insistencia en pormenorizar la anatomía femenina y masculina resulta ingenua, impostadamente desinhibida e incluso infantil en su intencionalidad efectista. Porque no basta con reseñar la genitalidad con chilenismos para suponer el ingreso a la transgresión sexual. En este sentido, el volumen abusa de facilismos que le impiden construir al menos un enunciado obsceno digno; lo más común es la presencia de frases como “aprieto mi poto, cierro y flexibilizo alternativamente el esfínter de mi poto” o “tomándome el pirulo como un dulce que a gustar convida”.
El mayor problema en esta novela, en todo caso, es el caos formal, el errático contraste entre los dos protagonistas, la redacción recargada y confusa (“entra y sale de mí como si yo fuera una casa con mucha puertas y sus senderos están llenos de trampas que me divierten”), y su cursilería, porque ni Arjona ha sido capaz de construir una retórica así: “Soy un ramillete y no una flor. Soy mil pistilos lanzados a la brisa, soy una medusa lila gigante de las profundidades”.
Te habría dicho que sí es un relato histérico, simplón y, a pesar de intentar ser lo contrario, conservador, cuya prosa envejecida carece de la más mínima originalidad. Su fragilidad compositiva resulta tan impresentable como su básica intención de sorprender con escenas de seudoirreverencia sexual que pretenden seguir a Sade, cuando apenas le alcanza para Memorias de una pulga.
La felicidad de los niños
Sergio Gómez. Suma, 2015, 228 páginas.
LUN, 3 de Abril de 2015
E l feroz asesinato de un menor de doce años en el pueblo Vertiente Baquedano da lugar a un policial donde paradójicamente la policía ocupa un espacio secundario o incluso incidental. La felicidad de los niños está protagonizada por Plinio Jáuregui, periodista, editor del sureño diario Tribuna , quien junto a su equipo de jóvenes reporteros se encargará de desovillar la muerte de un niño de doce años, Sandro Arriaga, cuyo cadáver aparece dentro de las dependencias de su conspicuo colegio.
Gómez elabora un neopolicial prudente, sin complejidades estructurales ni argumentativas, donde rápidamente surge un caso, un rastreador y una fórmula investigativa. Jáuregui, desconectado de la institucionalidad policial, será el encargado de ordenar y estructurar las pesquisas que permitan reconstituir el homicidio. El método del periodista es más bien intuitivo, apelando a establecer vínculos con todo aquel que haya tenido algún contacto, por mínimo que sea, con la víctima.
Fundamental para el género resulta la figura protagónica. Jáuregui es un tipo solitario, un hombre común, obediente con sus superiores y amigable con sus subordinados. Su rudeza es impostada y él parece saberlo. Sin duda que este personaje pudo ser mucho mejor desarrollado: tiene consistencia y manifiesta indicios de complejidad, pero la novela lo achata, mezquina su perfil, diluye su posible condición de perdedor, porque a duras penas lo deja emitir un discurso intimista o exponer el detalle de sus sospechas respecto al hecho policial.
En paralelo al crimen que opera como centro de la novela, surge una segunda línea de investigación ejecutada por el Turco, periodista y amigo del protagonista, que se entromete en una historia de carácter pasional totalmente desvinculada con el crimen del niño. La presencia de esta microhistoria entorpece el flujo narrativo y desvía el foco de la historia. Aun cuando el Turco es un personaje atractivo, sobra su presencia, al igual que todo aquello que investiga.
Otro aspecto poco resuelto en este volumen es la simpleza con que son elaborados los perfiles de los posibles criminales y el equipo de periodistas investigadores. Unas cuantas pinceladas biográficas más un tono sutilmente jocoso son apenas suficientes para configurar a los personajes que alimentan el caso de Jáuregui. Gómez intenta darle un contexto histórico al relato, pero lo único que consigue es agregar algunos datos epocales sueltos, como la mención a las protestas estudiantiles, el terremoto del 2010 y la muerte de Bin Laden. Lo mismo ocurre con el deslizamiento de pequeñas críticas a la desigualdad educacional, la pedofilia y las oscuras transas del empresariado con las forestales.
La ausencia de olfato del protagonista y los desvíos argumentales impiden el buen desarrollo de este acuoso policial, que carece de disputas, confrontaciones, amenazas, riesgos. Al final, pese a todos los resortes técnicos con que cuenta el género, el autor recurre a la vieja técnica de entregar apuradamente la solución del caso al final del libro, abriendo, sin mayor razón, una línea resolutiva tachada durante el transcurso de la historia, desatino de tono mayor que termina deteriorando aun más la novela.