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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 25 de Abril al 16 de Mayo de 2014


 



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Una novela rosa
Fernando Villegas. Sudamericana, 2014, 298 páginas.
LUN, 25 de Abril de 2014

Si hubiese que identificar temáticas centrales en esta novela, fácilmente se podría afirmar que tiene a los menos dos: las peripecias que vive un aspirante a escritor para alcanzar la fama y las múltiples bajezas del campo literario chileno. Sin embargo, hay que agregar un tema más relevante, un tema solapado, orientado a sustentar que la homosexualidad es la base de la descomposición del ambiente literario nacional. Así, el objetivo central de Una novela rosa, de Fernando Villegas, es configurar, embozadamente, a la homosexualidad como una condición putrefacta.

Por medio del recurso de la autobiografía, el relato presenta a Ismael, quien recuerda sus años mozos, cuando llega a Santiago desde la provincia a estudiar literatura, para luego oficiar como vendedor en una librería. Ismael fue un joven torturado, inseguro, que solía ruborizarse y guardar sus odios con tal de alcanzar su objetivo máximo, la fama y el prestigio. Pero el destino le tenía deparada una gran oportunidad: el renombrado escritor de novelas rosas Ernesto Ovalle, que se encuentra en medio de un feroz período de sequedad creativa, lo contratará como escritor fantasma.

Es así como Ismael, tras haber sido rechazado por un par de editoriales, logra hacerse de un trabajo clandestino, que confía que le abrirá las puertas de la sala de los grandes escritores. Y si bien es cierto que el protagonista mantiene a lo largo de la novela relaciones afectivo-sexuales con tres mujeres, una de sus grandes preocupaciones será establecer provechosas relaciones homoeróticas. De esta manera, la novela instala la crítica al mundillo literario configurando la homosexualidad como herramienta de ascenso social y prestigio.

Mediante una prosa hinchada, con cientos de frases cursis y una tonalidad relamida y pomposa hasta el extremo, el autor cae en la incontinencia descriptiva, anulando la acción y el desarrollo de la anécdota y, por ende, del protagonista, que se debate entre actuar y arrepentirse. El devaneo culposo termina por sumergir al aburrido y predecible Ismael en un relato rosa, que Villegas quiso parodiar, pero que terminó devorando la totalidad del libro.

El volumen resulta tremendamente tedioso y redundante, recargado de adjetivaciones, parrafadas altisonantes sobre hechos nimios que abultan la historia sin constituir aporte alguno. En cuanto a expectativas, todo resulta obvio y monótono, tanto como la machacona y torpe denuncia que enarbola: el mundo literario está manejado por una mafia de homosexuales que se apoyan unos con otros para lograr posiciones de poder.

Así, Una novela rosa no es más que una rudimentaria plataforma para un hiperbólico discurso discriminador. Es por ello que la narración no duda en generalizar, configurando a todos los homosexuales como pervertidos y mafiosos. A modo de ejemplo, valga mencionar el retrato minucioso de Ovalle, un fauno dispuesto a seducir muchachuelos con dinero y promesas de triunfo, y cuya casa, ropa, costumbres resultan tan fétidas y malolientes como su decadente humanidad.

Con todo, hay algo que llama la atención en esta malograda escritura. Se trata de la ambivalencia que embadurna, que atrapa al narrador, un personaje asqueado por la homosexualidad, pero al mismo tiempo gozoso y expectante ante la proximidad de un cuerpo masculino, anhelante de piel, deseoso del roce de una mejilla levemente rasposa que al ritmo de un lento se le manifiesta como la posibilidad del éxtasis.

 

Lagartos
Felipe Ossandón. Ediciones B, 2014, 125 páginas.
LUN, 2 de Mayo de 2014

Un adolescente particularmente idiota, al igual que todos quienes lo rodean, protagoniza este libro escuálido, cuya característica central es construir personajes detestables por medio de un lenguaje famélico y una estructura básica. Se trata de una novela lineal, realista, situada en la década del noventa en una provincia chilena. Utilizando la primera persona, se expone un tramo de la vida de Gregorio Martínez, un joven de clase alta, ocioso y aburrido, que tras egresar del colegio se ha tomado un año sabático.

El padre de Gregorio lo urge a ocuparse en algo, frente a lo cual el protagonista le inventa que escribirá una novela, sin tener la más mínima idea de cómo hacerlo (en todo caso, hay que hacer notar el altísimo grado de honestidad que alcanza el volumen en este punto). Para colmo de males, su hermano mayor lleva un año desaparecido, sin haber dejado testimonio alguno de sus motivaciones para huir del hogar.

Gregorio se la pasa entre su casa y el Club Deportivo Lagartos. Es un pésimo jugador, tal como la mayor parte del equipo, conformado por tipos que ven el deporte como un símbolo de estatus y un medio para dar rienda suelta a la violencia. En este contexto de exacerbación de la masculinidad y de la impostura del macho, Gregorio experimenta deseos homosexuales que sobrelleva con silencio y autodesprecio.

Bastante cercano a una oralidad desgarbada es el estilo discursivo de Ossandón, quien consigue introducirnos a medias en la cabeza de un personaje plagado de eslóganes despreciativos hacia los pobres, los peruanos, las mujeres y los negros, llegando al punto de denominar “sirvienta” a la joven emigrante que realiza labores domésticas en su casa. Se podría argumentar que este compendio de dichos discriminadores, expuestos por un personaje que no destaca precisamente por su inteligencia, puede tener por objetivo denunciar un tipo de sujeto: el idiota como digno representante del conservadurismo nacional. Así, la victimización de Gregorio, aquejado por la anorexia, acosado por sus compañeros de equipo, el entrenador, el padre y hasta el hermano desaparecido, debería obligarnos a considerar sus dichos y acciones con más misericordia que rabia. Sin embargo, la lectura anterior queda invalidada porque la narrativa se pone al servicio del personaje, apañándolo en sus dichos, reafirmando por tanto el prejuicio en el acto mismo de reproducirlo y exhibirlo desde la complicidad y la lástima ante este pobre fracasado.

No resulta casual que precisamente cuando en nuestro país toma fuerza la necesidad del matrimonio paritario, narrativas homofóbicas reclamen su lugar, siempre bajo un mismo signo: la homosexualidad es una forma de depravación, que será denunciada por personajes que establecen un vínculo con las relaciones homoeróticas de atracción/repulsión y donde los deseos homosexuales de los protagonistas terminan aplastados por la negación.

Ossandón tiene la capacidad de aligerar cualquier dramatismo experimentado por su protagonista sencillamente porque su perspectiva narrativa es liviana y frívola. Así se produce la mezcla perfecta de banalidad, discursos discriminadores y mala escritura, lo cual conduce al libro al desastre absoluto.

 

La muerte de Fidel
Yuri Pérez. Narrativa Punto Aparte, 2013, 171 páginas.
LUN, 9 de Mayo de 2014

Desechos humanos, purulencias, heridas malolientes, cuerpos retorcidos, enfermos: todo eso prolifera en La muerte de Fidel, una novela que asienta la sólida propuesta estética que desde hace rato viene trabajando Yuri Pérez en torno al espacio de lo marginal.

Es así como las historias de este autor transcurren en espacios asimilables a mataderos, habitados por seres en permanente despojo, cuyos cuerpos se ven sometidos a un proceso de ineludible descomposición, enfrentados a una derrota histórica que confirma que todo estuvo perdido desde siempre.

Agustina es la voz protagónica de este relato donde predomina una retórica mortuoria orientada a constatar la devastación de una familia y particularmente de la propia narradora. Agustina es un personaje sombrío, cargado de símbolos misteriosos, rebosante de palabras feroces, que va construyendo una perspectiva brutal para enfrentarse a sí misma.

El padre ocupa un lugar central en la narración, pese a que no es más que un cuerpo atrapado por una enfermedad terminal que se va degradando con saña. La protagonista mantiene una mirada compasiva ante este hombre que se va pudriendo con lentitud y que prefigura su destino: Agustina es un eslabón más de una estirpe de anónimos condenados a muerte. Pérez escapa al facilismo de asociar la relación padre/hija al complejo de Edipo, con lo que logra hacer más denso y trabado el flujo de la anécdota.

La narración da pistas de iniciarse en la adolescencia de Agustina, una mujer limítrofe que recibe una escasa ayuda del gobierno, y aunque prontamente se instala en su vejez, mantiene siempre una tonalidad adolescencial, en cierta medida ingenua, tozuda e irracional.

La historia se centra en el antes y el después de la muerte del padre y de la madre. En el primer tramo, Agustina se encarga de sostener como puede al hombre enfermo, recogiendo sus escaras, enjuagando su ano y las mangueras por donde se alimenta, lavando sus fecas y vómitos esparcidos en la cama donde agoniza.

Luego, la narración se enfocará en ella misma, expuesta a través de un extenso y aterrador monólogo en torno a su cuerpo y la literatura. Agustina está escribiendo un libro que, a través de pequeños indicios, podemos suponer que es el mismo volumen que leemos y que pretende publicar “para dejar huellas en la tierra”.

Yuri Pérez aniquila con absoluta certidumbre a sus personajes y desarrolla con exactitud la anomalía, clausurando cualquier redención y, más aun, tachando toda posibilidad de deseo. Cada palabra, escena o discurso está ahí para generar angustia, terror y asco, como una táctica provocadora para denunciar a una sociedad enferma, que desecha a sus pobres y expulsa a sus “anormales”.

La muerte de Fidel es indiscutiblemente una novela sobrecogedora, cargada de virulencia, pero también, aunque suene paradójico, de vitalidad, en tanto jamás baja la guardia en su itinerario crítico.

 

Fuimos a bombardear Croacia
Julio Carrasco. Alfaguara 2014, 130 páginas.
LUN, 16 de Mayo de 2014

El colectivo Casagrande nació como una banda musical, luego derivó en revista y finalmente se dedicó a las acciones de arte. Fundado por un grupo de amigos –Cristóbal Bianchi, Julio Carrasco y Joaquín Prieto–, su actividad principal ha sido lanzar, desde aviones o helicópteros, poemas impresos en lugares que hayan estado marcados por la violencia, como Dubrovnik (2002), Guernica (2004), Varsovia (2009), Berlín (2010) y Londres (2012).

A partir de la participación del colectivo en un festival cultural en Dubrovnik en agosto del año 2002, Julio Carrasco elabora Fuimos a bombardear Croacia, una autobiografía novelada, constituida por sesenta y tres breves capítulos, narrada retrospectivamente por un personaje llamado Julio. En lo medular, el relato entrega un caudal de información sobre la burocracia previa a la realización del montaje en esa ciudad, su ejecución y posteriores efectos. En un lugar secundario del volumen, se encuentra el registro de la intimidad del narrador, un personaje ambivalente, al que sólo queda descubrir a través de indicios, gestos menores, entregados de manera dispersa y esporádica.

Julio es un personaje que tiene en alta estima parecer excéntrico y se esfuerza por demostrarlo. Sin embargo, sus gestos no son más que una sarta de actos inocentones, infantiloides, que lo convierten en un tipo cándido, a ratos hasta frívolo, que se desliga de la escritura para optar por vivir como poeta chistoso, siempre contento y dispuesto a la juerga.

Aunque la prosa resulta un tanto deslavada y extremadamente informativa, hay zonas aisladas del volumen donde se rompe la monotonía del dato organizacional. Esto ocurre cuando se intensifica la perspectiva intimista del personaje central, quien desarrolla un habla confesional simple, torpe e indecisa. El punto álgido de las confesiones de Julio ocurre en el momento en que se refiere a su proyecto artístico: “Le comentaba a Bianchi durante un viaje en micro que si eso no significaba prestigio, entonces no sabía qué era prestigio. Los dos reímos, pero hablábamos en serio”, para luego agregar: “Ni siquiera estoy completamente convencido del valor estético de un bombardeo de poemas; lo que puedo asegurar es que la gente lo pasa bien. Y nosotros también, para qué estamos con cosas”. Aun cuando jamás explica el uso del nefasto término “bombardeo”, Julio reconoce que su arte es espectáculo, entretención, que anhela fama y que ha sido favorecido en lo económico por el Estado chileno, a través de pasajes y el traslado de los cien mil poemas.

Fuimos a bombardear Croacia es un libro irregular, que encubre la crisis, le teme al dramatismo y, por lo mismo, exagera con anécdotas de viaje divertido, de pandilla pasándola bien en un entorno social resguardado, donde sobrevivir resulta lúdico y deleitoso. El volumen escapa de la banalidad absoluta sólo cuando se da tiempo para detenerse en el proceso de búsqueda existencial del protagonista, que parece empeñado en bloquear toda reflexión sustantiva que permita rebasar la liviandad de esta precaria novela.



 



 

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Por Patricia Espinosa.
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