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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicada en Las Últimas Noticias. 23 de noviembre al 21 de diciembre de 2018


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Quiero la cabeza de Sir Arthur Conan Doyle. Antología del nuevo cuento policial chileno
Ignacio Fritz y Pablo Rumel (compiladores) Contracorriente, 2018, 259 páginas.
LUN, 23 de noviembre de 2020


Más que una antología de cuentos policiales, como señala la portada, este libro es una antología de relatos sobre crímenes, que no es lo mismo.

Sangre, cadáveres, mutilaciones, androides, mutaciones, bestias diabólicas, psicópatas, realidades paralelas, más uno que otro detective dan vida a este volumen prologado y compilado por los narradores Ignacio Fritz y Pablo Rumel. Quiero la cabeza de Sir Arthur Conan Doyle destaca dentro del panorama literario nacional por la calidad de sus textos y la alta presencia de autores desconocidos para el oficialismo crítico y mediático.

El prólogo explica el origen del título, que debe ser entendido como un homenaje al cineasta Sam Peckinpah. Matizado con ironías y "tallas" ingenuas, detalla el método de recolección de las narraciones y critica al campo literario chileno, manipulado, según los prologuistas, por poderes fácticos que operarían levantando autores por razones extraliterarias.

El libro congrega historias cargadas al relato negro, la ciencia ficción o el thriller metafísico, y se caracteriza por una fuerte presencia de preocupaciones de carácter moral en el diseño de los protagonistas. Ocupando registros realistas o del relato fantástico, los cuentos permiten vislumbrar mundos en descomposición permanente, sin identificar necesariamente un origen o motivo único del mal. Entre los autores que cuentan con más de una obra reconocida y una posición, por tanto, destacada dentro de la narrativa negra, se encuentran Juan Ignacio Colil, Rodrigo Ramos Bañados y Daniel Rojas Pachas. En el ámbito de la escritura de carácter fantástica, aparecen Óscar Barrientos, Diego Muñoz Valenzuela, J. L. Flores y Thomas Harris. En la categoría emergentes, que amplía su registro hacia el ciberpunk y sus variantes, aunque muchos cuentan con una extensa lista de publicaciones, están Rebeca F. San Román, Juan Calamares, Patricio Alfonso, Miguel del Campo, Jean Véliz D'Angelo, Pablo Espinoza, Beda Estrada, Marín Muñoz, Sergio Amira y los antologadores.

Dos aspectos son cuestionables en este volumen. El primero es la mínima presencia de mujeres: sólo dos de un total de dieciocho autores. El segundo, como ya dije, el equívoco carácter policial del conjunto, ya que son mínimos los relatos donde aparecen fuerzas de seguridad (o represión) como policías o detectives.

En la primera línea sobresale la narración de Colil, quien se enfoca con experticia en un detective rural que enfrenta un degollamiento masivo. Todo un descubrimiento resultan ser los relatos de Calamares en "A la caza del diablo", centrado en un ex policía que rastrea al asesino de su hija, y Del Campo con "Anestesia", sobre un médico drogadicto y su relación con un extraño paciente. Por último, imposible no mencionar "La punta del pie" de Véliz D'Ángelo, que se aproxima a la tortuosa vida de un asesino en serie, y "En una casa de adobe en medio de un bosque", relato de Rumel sustentado en una trama con constantes desplazamientos temporales y proliferación de microhistorias en torno a reasignaciones de identidad.

Más allá de un par de relatos débiles o fuera de contexto, Ignacio Fritz y Pablo Rumel han dado forma a una valiosa muestra del género criminal, que permite esencialmente conocer escrituras desplazadas o desconocidas.

 

 


 

Estampida
Bernardita Bravo. Cuneta, 2018, 77 páginas.
LUN, 30 de noviembre de 2018

Una mirada afinada para descubrir el horror en lo cotidiano, las ausencias, el paso del tiempo, poseen las protagonistas de este conjunto de cuentos de Bernardita Bravo. Estampida, pese a ser un primer libro, se aleja del tono novato y de los típicos desaciertos por falta de oficio, dando lugar a una propuesta meditada y bastante segura en su proceder.

Nueve relatos contiene este volumen, donde las mujeres se toman la escena y dan cuenta de sus crisis, atravesadas por la urgencia de tomar decisiones o simplemente dejarse llevar. Sin embargo, en estas narraciones marcadas por la incertidumbre lo que realmente importa es la introspección femenina, compleja, contradictoria o dificil de comprender desde una perspectiva superficial.

Así, se produce una enorme disociación entre lo que los personajes piensan y lo que proyectan a los demás, permitiendo que aparezcan numerosos conflictos, muchos de los cuales los relatos no buscan resolver. Por lo mismo, lo abierto o la tensión permanente resultan fundamentales en la construcción de personajes, que se convierten en signos ambivalentes que no encontrarán nunca su definición. Porque en la base de estas individuales hay un distanciamiento entre una interioridad turbulenta y un fuera que las obliga a la quietud, la mansedumbre. Ante tal escenario, solo hay dos posibilidades: los personajes femeninos, siempre dañados, se mantienen herméticos, impenetrables o intervienen con decisión y rudeza ante las figuras de autoridad, como la madre o la pareja. Bravo describe emociones, sentimientos y estados anímicos con la misma fuerza con que detalla cuerpos, ambientes y atmósferas. Adopta mayoritariamente la primera persona, sus diálogos están tramados con una prosa de enunciados breves, bien atados y secuenciados, como si fueran un monólogo sin quiebres temporales, cuidadoso en la detención de la mirada en rasgos y gestos nimios que delatan agotamiento, rabia, violencia, irracionalidad.

Dentro de lo más destacable en el volumen se encuentra el tratamiento de la perversión. La autora no requiere ser explícita para aludir a relaciones malditas tanto en el interior de la familia como en el amor o las amistades. Lo subterráneo, lo no evidente, vuelve siniestros los vínculos afectivos, ya que siempre existiría la posibilidad de que las protagonistas sean instrumentalizadas o usadas para fines que van más allá de su voluntad y beneficio directo.

"No pesan", relato que abre el libro, presenta a una niña y su familia, la pequeña hermana muerta, el padre encarcelado y la madre trastornada. Aunque este pequeñísimo resumen pudiera sonar a melodrama duro, la narración toma un rumbo totalmente distinto. Esto se debe al tratamiento de la voz interior de la niña protagonista, testigo y parte implicada en la decadencia familiar que, pese a todo, mira con lejanía y calma la horrorosa vida que le tocó. "El nacimiento de una tortuga", por su parte, se ubica en el interior de una mujer joven, en el día posterior a un encuentro de sexo casual. El hombre pretende cortejarla, pero ella genera una coraza que bloquea cada uno de los movimientos, en apariencia gentiles, del pretendiente. Su actitud está marcada por la sospecha de que tras esa amabilidad hay un deseo de posesión que a toda costa intentará detener.

Bernardita Bravo se lanza a la piscina con un libro oscuro, perturbador y hábil en exponer la violencia que se impone al ser femenino, representado como una diversidad donde no cabe enjuiciar, sino más bien establecer complicidades.

 

 


Ferocidad
Virginia Gutiérrez. Overol, 2018, 127 páginas.
LUN, 7 de diciembre de 2018

Pocas veces un libro tiene un título que remite con tanto acierto a lo narrado como ocurre con Ferocidad, primera novela chilena sobre las interrogantes que plantea la transición de género. Su autora, Virginia Gutiérrez, elabora con habilidad una historia intensa, angustiante, donde en principio pareciera que no hay salida para ninguno de sus perturbados personajes.

La novela es narrada por Julia, quien se hace llamar Julia Javier, ya que se encuentra en pleno proceso de transición de género. Su historia está profundamente vinculada con Lucas y Bernard; el trío de amigos vive aceleradamente, se aman a su manera y también discuten y agreden de una forma particular. Para mantener en pie una aparente amistad ingenua, intentan simular que entre ellos no existe ningún desborde afectivo. Durante la primera parte de la narración, estos adultos con rasgos de adolescentes eternos, incluso con sus propios códigos de comunicación, se ven enfrentados a un caso judicial. Se han querellado contra un tipo al que llaman José Pulpo por plagio del guion de una película elaborado por Lucas y Bernard.

La segunda parte del volumen se concentra en el daño que se autoprovoca Julia Javier; bebe y consume medicamentos en exceso, llegando al borde de la destrucción total. Está solo/ sola, aislado/aislada, sin interlocutores que se interesen realmente por él/ella. Es en este segmento donde el libro alcanza sus mejores momentos, en cuanto a la configuración de un personaje atormentado por una identidad en conflicto.

Julia Javier es vehemente, vive cada minuto como si fuera el último. Además, se encuentra en crisis permanente en torno a sus afectos. En este sentido, la narración se explaya en representar el aprendizaje del personaje respecto a su ser más profundo. Julia inicia su tratamiento hormonal desde una perspectiva más íntima que médica o social; esto significa que somos testigos de una serie de catástrofes que ponen en riesgo su vida. Incluso la propia transición se desestabilizará cuando la duda y el deseo logren trizar el atávico binarismo mujer/hombre.

Gutiérrez desarrolla una historia encadenada por incertidumbres que, pese a esto, permiten armar un hilo argumental con claridad. Aun cuando esta propuesta nos convence de lo innecesario de alcanzar definiciones, transita hacia la búsqueda de motivaciones que justifiquen en algo los movimientos de sus personajes. Este segundo ciclo narrativo contiene incluso una revelación que torcerá de manera drástica la perspectiva de los hechos.

El lenguaje chileno coloquial funciona bien en su cruce con el español estándar y ciertos residuos del inglés. De igual manera vale destacar la presencia constante de diálogos como si se tratara de un guion, donde los hablantes "pimponean" con celeridad y agudeza. Sin embargo, lo más importante es el discurso de Julia/Javier, quien se expresa mediante duros monólogos que dan cuenta de su negativa a ser parte de la división masculino/femenino.

Ferocidad es una novela de alta intensidad, pionera en su acercamiento a una intimidad que apuesta más por la indeterminación que por el encasillamiento en categorías como cisgénero o trans y que logra, además, manifestar de manera contundente el dolor, la melancolía y la crisis de un personaje que, en vez de encerrarse o desaparecer, está siempre dispuesto a buscar una salida.

 

 


Santa María de todas las horas
Alexis Figueroa. Cinosargo/Mantra, 2018, 136 páginas.
LUN, 14 de diciembre de 2018

No solo el descontrol y el exceso pierden a este libro: también ayuda mucho al extravío el uso de innecesarios artilugios que terminan por desarticular la historia. Alexis Figueroa propone una básica alegoría del país mediante una verborrea fatigosa, impostada de oscuridad, y rudimentarios desafíos al lector.

Santa María de todas las horas es una novela en torno a Mansilla, un investigador privado que intentará descubrir quién asesinó a Ana Bea, una adolescente amante del cosplay, fanática de Sailor Moon, que se prostituye a escondidas de su familia. Es precisamente el padre de la chica, un ex compañero de colegio del investigador, quien le solicita aclarar el homicidio.

Mansilla, como todo investigador, se dedicará a buscar pistas que le permitan solucionar el caso. Sin embargo, no tiene que buscar mucho, porque las pistas le llegan como por arte de magia, sin necesidad de aplicar ningún método que vaya más allá de su imaginación. Este último aspecto es fundamental en el libro, ya que no solo se insiste en darnos a entender que el personaje es demasiado ingenioso, sombrío, seguro de sí y contemplativo, sino además rebosante de ideas, sueños extraños y fábulas en clave.

La mayor caída de esta narración es que el investigador resuelve el caso que lo ocupa sin que el lector pueda enterarse de cómo lo hace. Ni siquiera es capaz, como en otras malas novelas del género, de sacar una intempestiva carta de debajo de su manga. Cómo llega a determinar las razones por las que se asesinó a la chica queda en total misterio; si se insertara una revelación mística, por último, quizás habría ayudado, pero nada. No se trata de una estrategia intencional, sino derechamente de un error que en este género es radical.

El mundo cosplay le sirve a esta novela para lanzar una completa artillería moralizante. Hay una obsesión por detallar el vestuario y en particular el cuerpo de las jovencitas y sus vestimentas infantiles como símbolos de provocación erótica. El narrador explica que una de las causas de la decadencia moral en que vivimos son estas descocadas chicas morenas que se exhiben sin tapujos. Sin embargo, en paralelo, el mismo personaje se muestra fascinado por la sensualidad de esos cuerpos púberes, incluida la chica muerta. La dualidad de Mansilla, que enjuicia y se muestra a la vez embelesado con las menores de edad, podría haberse convertido en una arista potente del personaje, pero no resulta así. Esto se debe a la falta de riesgo narrativo y a la incapacidad de perfilar negativamente al personaje, configurado como héroe sacrificial.

Figueroa recarga las frases, alarga las escenas, explica de manera constante hasta lo más evidente, se detiene en detalles inútiles, atormenta al lector con mensajes pseudofilosóficos, inserta crítica social sin elaboración, hiperboliza en demasía y oscurece la trama con un estilo David Lynch de saldo. Otro de los aspectos indigestos de este volumen es la falta de cuidado editorial. De manera continua, la lectura se ve interferida por una cantidad grosera de erratas.

Santa María de todas las horas es una novela fatigosa y plenamente descartable, ideal para alguna lista de los desaciertos anuales, cuyo único mérito es haber situado el desenlace a medio camino, es decir, cuando la trama va en pleno desarrollo. Del resto, nada.


 


No corresponden
Elisa Alcalde. Los Libros de la Mujer Rota, 2018, 119 páginas.
LUN, 21 de diciembre de 2018

En los últimos años ha surgido en la narrativa chilena una línea no explorada desde la década del 50. Se trata del acto de narrar la vida de sujetos que pertenecen a la élite, pero, a diferencia del pasado, esa pertenencia se asume sin cuestionamientos; es más, no hay contraparte social, están solo ellos y sus circunstancias. Los otros resultan eliminados y, con ello, buena parte de los conflictos posibles. No corresponden, de Elisa Alcalde, es un volumen que se integra a esta corriente que despoja al mundo de maldad y con gran pragmatismo exime de culpa a todo aquel que pertenezca a su entorno.

Este libro ha sido escrito desde la frivolidad. Cada uno de sus relatos presenta narradores banales, sin profundidad alguna, sometidos a la necesidad de encontrar pareja. El conjunto no puede escapar por ningún flanco de lo sentimental en su más básica versión, reiterando la figura del enamorado o enamorada que se obsesiona por lo que supone su media naranja. En su mayoría se trata de protagonistas que andan a la caza constante de una pareja con quien compartir gustos, dejando postergados sus deseos carnales que, por lo menos, le habrían dado un poco de sazón a estas deslavadas historias. Problema mayúsculo si se toma en cuenta que los personajes andan por la treintena, aunque se comportan y hablan como si tuvieran la mitad de esta edad.

Los relatos se centran en personajes femeninos y masculinos, siempre heterosexuales, que hablan y ven el mundo de igual forma. Esta homogeneidad significa, a fin de cuentas, que da lo mismo que hable una mujer o un hombre, ya que no se manifiesta diferencia alguna. Ambos resultan igual de leves a nivel reflexivo. Esta falta de matices implica además que los protagonistas tiendan a confundirse. Son jóvenes profesionales, con buenos trabajos y mucho tiempo para dedicar al ocio y al rollo amoroso aleccionador, con enseñanzas que van desde que se debe desconfiar de la mensajería de Instagram, pasando por la necesidad de "cancelar" a hombres del signo Libra, hasta recetas para sobrellevar los pequeños fracasos amorosos, viajando al extranjero o paseando en bici por Santiago.

Estamos frente a un volumen escrito con una ingenuidad y simpleza garrafales. Los personajes tienden al parloteo, la cháchara monotemática sobre sucesos menores, como conversaciones de proyectos de pareja, encuentros casuales en la calle, fiestas o rutinas familiares. Alcalde escribe de manera esquematizada, ya que simplemente echa a andar a sus protagonistas, que presentan el conflicto para luego debatirse en la confusión y finalmente ver la luz. En términos formales no hay novedad alguna, menos a nivel de redacción, donde impera una escritura escolar, con párrafos enormes referidos a cahuines hueros con una desenvoltura "lola" majadera y sofocante.

Pese a los innumerables desajustes, hay algo en esta escritura que puede ser reciclable: la ampliación de la pubertad. Que los personajes tengan treinta años y actúen como de quince parece un rasgo importante para tipificar a un sector de la población. Eso sí, con la siguiente salvedad: se trata de un estilo de vida que se sostiene en la ausencia de problemáticas económicas. Esto indicaría que, para un sector de la élite, crecer pierde sentido y que el objetivo es involucionar, resguardándose en una eterna adolescencia.



 

 

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Crítica literaria
Quiero la cabeza de Sir Arthur Conan Doyle. Antología del nuevo cuento policial chileno. Ignacio Fritz y Pablo Rumel (compiladores); Estampida, Bernardita Bravo; Ferocidad, Virginia Gutiérrez; Santa María de todas las horas, Alexis Figueroa; No corresponden, Elisa Alcalde.
Publicado en Las Últimas Noticias
23 de noviembre al 21 de diciembre de 2018