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Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 8 de febrero al 8 de marzo de 2019
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Leña
Bruno Lloret. Overol, 2018,145 páginas.
LUN, 8 de febrero de 2019
Revolución en Chile, como se sabe, es un libro escrito por Guillermo Blanco y Carlos Ruiz-Tagle, quienes, en un ejercicio humorístico, optaron por firmar como traductores. Publicado en 1962, aborda las andanzas de Sillie Utternut, una periodista disparatada y excéntrica que viaja a Chile a cubrir las elecciones presidenciales de 1958. Para esos años, el intento resultó simpático; ahora, Bruno Lloret publica una novela narrada por una rusa que visita Chile, pero su primer propósito no es convertirse en una humorada, sino en una experimentación con el lenguaje.
Leña, segunda novela de Lloret (debutó con la auspiciosa Nancy), toma bastantes riesgos, lo cual es siempre loable, pero se queda a medio filo. La historia se centra en una rusa que busca con desesperación dejar atrás lo que considera una vida plana y tediosa. Elena, Lenia y Leña son los nombres que recibe la joven, que estudia en la universidad, se dice políglota y vive con su tía y un perro. Narrada en primera persona por su protagonista, relata un intenso periodo de su vida dedicado a ofrecerse por internet al mejor postor, idealmente un extranjero que le ofrezca una escapatoria.
Elena escribe en español de Chile, idioma aprendido en un viaje que realiza al país, específicamente a La Calera, seducida por un camionero bruto y pueblerino. Siendo una rusa que habla español, el lenguaje adquiere una función protagónica en esta historia, pero el intento por experimentar con él resulta un completo fiasco, ya que se limita a desordenes sintácticos, elipsis surtidas y errores de concordancias, pero nada que desestructure demasiado, nada que haga complejo el acto expresivo. La capacidad comunicativa, por tanto, jamás se pierde, y el discurso de Elena es plenamente comprensible. Esto significa que la experimentación de Lloret tiene un techo bastante bajo, al suponer que desmontar el lenguaje es tan simple como utilizar a una extranjera hablando un mal español.
Escuchar a un extranjero explicando cómo son los chilenos es uno de los grandes placeres nacionales. Lloret cae en este vicio, al exponer extensamente a la rusa narrando las costumbres de nuestro país. El tono irónico que puede desprenderse de las descripciones de Elena sobre el asalvajado mundo no consigue más que reproducir esta obsesión, encapsulando el flujo de la trama en una serie de chascarros identitarios que pervierten el centro narrativo: Elena y sus
conflictos íntimos. Así, la novela termina siendo un rebuscado aparataje ficcional que oculta un discurso sobre la chilenidad desde un punto de vista predecible al detectar "vulgaridad", dada la condición social del galán y su apatotada familia.
Leña es una novela que promete experimentación y desmontaje al instalar claves como la imagen de Teresita de Los Andes, los inicios de capítulos con entradas de diccionario, la muerte de la mascota de Elena y el uso del lenguaje. Todas estas claves resultan inmovilizadas, porque quedan atrapadas en una estructura simple y una formulación narrativa lineal, secuencial, donde la estructura profunda no se retroalimenta con la superficial. Además, los juegos con el lenguaje son asumidos con una falta de rigor y facilismo extremos. Si hubiera algo rescatable en este volumen sería exponer una faceta de comediante de Lloret, aunque todavía atrapada por la tendencia a provocar risa por medio de las excentricidades de una mujer idiota como ella sola.
Fragmentos de un crimen
Max Valdés. Vicio Impune, 2018, 359 páginas.
LUN, 15 de febrero de 2020
A comienzos de 1973, un jardinero encuentra entre unos matorrales un torso humano y, paralelamente, un comerciante del Mercado Persa da con un par de bolsas con restos humanos, iniciándose así una ola de rumores sobre el consumo de carne humana en la ciudad de Santiago. Unos días después es descubierto el cadáver de una mujer en un departamento de la calle Matucana. Se determina que los hallazgos corresponden a dos fallecidos: el español Mariano Salazar y María del Carmen Fernández, casados entre sí y protagonistas de uno de los casos más intrincados de la historia policial chilena. Fragmentos de un crimen, de Max Valdés se basa en este famoso caso, conocido como "el descuartizado de Quilicura".
Lo que primero destaca en esta narración es la acabada investigación del autor para reconstruir lo que se supuso un crimen perfecto. Valdés se sitúa cuarenta años después de los hechos y propone como investigadores a Roman Jacobson, escritor, profesor de castellano de mediana edad, y Clara Gerhaus, su joven novia. Clara estudia derecho y quiere realizar su tesis en los homicidios del matrimonio, aportando con las motivaciones y el nombre del asesino.
Si bien durante dos años la pareja realiza conjuntamente la investigación, el control del relato lo tiene el narrador, Roman, cargando en exceso la historia con fragmentos autobiográficos, fábulas de su padre, sueños y gustos literarios y cinematográficos. Eso deja muy poco espacio a Clara, de quien sabemos que tiene gran capacidad intuitiva, pero por sobre todo mucha sensualidad.
La novela incluye múltiples declaraciones de testigos y sospechosos, así como documentos legales como querellas, demandas de abogados y testimonios de cercanos a las víctimas. Este método polifónico no diluye la voz del narrador y permite a la novela alcanzar un alto grado de verosimilitud e incluir al lector en la diversidad de posibles implicados. Todos los cercanos resultan, de una u otra forma, sospechosos, y sus dichos son desconcertantes y
muchas veces contradictorios; por tanto, el método de exponer el habla directa de estos personajes resulta certero. Sin embargo, el problema de este método es que la diversidad de voces tiende a repetir información, ayudando poco a resolver el caso.
El segmento final de la novela se vuelve resbaladizo, más bien se le escapa a este diestro escritor de policiales. Sin necesidad, la narración toma un aire cercano a lo fantástico. Además, pierde dramatismo mediante el uso de chistes, como este donde alguien imagina que los muertos se presentan diciendo: "¡Estamos vivos, en el refugio los dos!". Mas encima, deja una pista abierta, una muy importante, nada menos que en el penúltimo párrafo de la novela. Si esta fuera una novela por entregas, podría comprenderse, pero nada indica, ni por la extensión ni por el diseño, que vaya a ser así.
En el terreno extraliterario hay un hecho que incide malamente en este relato. El caso del descuartizado fue reabierto el año 2009 por la PDI, para realizar un examen de ADN a los restos y verificar su identidad. Fragmentos de un crimen se sitúa antes del examen, por lo que elude un hecho capital que debió ser integrado a la ficción. Aun así, pese al exceso de biografía del narrador y de relatos laterales, Max Valdés ha escrito una novela extensa y vehemente, que no se deja abandonar y que permite establecer valiosos cruces entre la historia del país y el género policial.
Visión del tigre
Nicolás Sepúlveda. Libros de Mentira 2018, 100 páginas.
LUN, 22 de febrero de 2019
En cada uno de los siete relatos que componen este volumen hay un hecho único, trascendental, que atrapa todo a su alrededor. Visión del tigre, de Nicolás Sepúlveda, es un libro de cuentos clásico, ligado a estructuras de corte kafkiano, o sea con desenlaces abiertos y donde se apela al extrañamiento y la constante tensión dramática. Sepúlveda elabora historias donde la progresión es el mecanismo que mueve todo el aparataje narrativo; por ello nada queda al azar, porque jugar con las expectativas del lector es lo fundamental.
Los cuentos tienen en común sincronías en torno al destino, la muerte y las vidas dobles: una íntima, secreta y extraña, y una pública, adecuada para funcionar en el mundo. En conjunto, estos recursos actúan de manera dúctil y fluida, evitando una formación rígida y reiterativa. Otro de los aspectos que contribuyen al buen desempeño de este joven autor es su cuidado por el lenguaje, lo comprimido de las anécdotas y una actitud narrativa serena que contrapesa la tensión de los acontecimientos.
"Bicicletas oxidadas" es quizás el relato más destacable. La simpleza de la anécdota es uno de sus mayores aciertos. Un padre cuenta cómo y por qué abandonó a su hijo, pero desde su voz este grave hecho tiene un origen absurdo o más bien torpe, su temor a la muerte del hijo es tan grande que prefiere escapar y evitar enfrentar su supuesta responsabilidad. Después de quince años, el padre se presenta ante su hijo y señala: "He visto cómo sales en la mañana y cómo dejas el edificio donde está tu oficina, triste, solo. Y es por esa tristeza y por esta soledad que he decidido venir a verte". Deshacerse de la culpa y readecuar el pasado son los objetivos que motivan al personaje, que no advierte la posibilidad de una venganza del destino y de su hijo.
"Siembra y cosecha" y "Una condena", como en el cuento anterior, reiteran la presencia de jóvenes enfrentados a la representación del padre. En el primero, un hombre mayor posee un secreto, tal vez un pacto con el diablo, y que tras muchos años contará
a su joven amigo. En el segundo relato, nuevamente, hay un anciano y un joven, una amistad entrañable y un secreto. El hombre mayor advierte al muchacho que morirá, evento que mantendrá en vilo al joven durante toda su vida, ya que desconoce cómo y cuándo ocurrirá su deceso. El conocimiento, en este caso, deriva en un temor absurdo pero real que destruye su día a día, pues el personaje se obsesiona con el cumplimiento de su condena.
La muerte es el gran tema de estas narraciones. Un ejemplo privilegiado es "Matar al mensajero", relato que se refiere a un vidente de pueblo cuyos nefastas y certeras profecías le pasan la cuenta. Sus clientes lo asocian con un enviado del mal que, más que ver el futuro, los maldice y deberá pagar por ello. "Veneno", por su parte, si bien se deja llevar por la ingenuidad, vuelve con el tema de la muerte repentina; esta vez fallece un ser querido y los afectos de una pareja son puestos a prueba.
"Visión del tigre" y "La máquina que mueve al mundo" son los dos relatos más débiles del conjunto, porque dejan en evidencia un precario manejo de lo fantástico, en el primer caso, y de la ciencia ficción, en el segundo. Apartando estas dos narraciones, y sobre todo al considerar que estamos ante un primer libro, es imposible no señalar que Nicolás Sepúlveda ha elaborado un buen volumen de cuentos y que habrá que seguirle la pista.
El sistema del tacto
Alejandra Costamagna. Anagrama, 2018, 182 páginas.
LUN, 1 de marzo de 2019
En la amplia producción narrativa de Alejandra Costamagna, tienen un lugar preponderante las relaciones filiales, la memoria y la reconfiguración del presente de los protagonistas. Es habitual, por lo mismo, que sus obras nos lleven a historias de vida íntimas, cotidianas y próximas. Exponer el daño parece ser el destino de estas ficciones que repasan vidas arrinconadas por la violencia, pero que tienen la oportunidad de reelaborar el sentido de su pasado.
La más reciente novela de Costamagna, El sistema del tacto, no abandona esas matrices. Se trata de un relato íntima y cálido, pero también aterrador, escrito desde la sapiencia y el rigor, desde lo delicado y lo violento en el abordaje de la grandeza de lo ínfimo. La autora consigue de manera excepcional dar vida a lo que a primera vista no se ve ni significa, mediante un narrador focalizado principalmente en dos personajes: Ania Coletti y el primo de su padre, Agustín Coletti.
El libro establece un diálogo entre el pasado y el presente a través de Ania, quien se gana la vida como profesora y otros oficios menores. Nacida en 1970, vive en Santiago y tiene un novio con el que mantiene un vínculo distante. La narración repasa su infancia solitaria y su gran sensibilidad: "Ania se encuclillaba frente a las rejillas delanteras de los vehículos para rescatar a los insectos aprisionados. Las más afectadas siempre eran las mariposas. A Ania le parecía que eran pájaros en miniatura, pájaros sin canto ni plumas".
Sin embargo, no solo hay lugar para Ania en esta historia; Agustín también ocupa un sitio fundamental. Es un personaje grandioso en sus perturbaciones y perversiones de solitario, incapaz de expresar emociones, dominado por su madre y obsesionado con la pequeña Ania, a quien llama "la chilenita": "Acercarse a la chilenita. Pedirle que no diga nada, por favor, que lo ayude. Taparle la boca si se resiste demasiado. Que colabore, que no tenga miedito".
La agonía de Agustín en un hospital del poblado argentino
de Campana gatilla el viaje de Ania, en su presente de adulta, quien deberá representar a su padre, Juan Coletti, en las esperadas exequias del primo. Lo que sería un trámite de apenas un par de días, termina extendiéndose, ya que la protagonista, al regresar a la casa de su infancia, accede a un universo que creía haber dejado atrás.
Los relatos alternados en torno a Ania y Agustín van conformando dos vidas tensadas por la represión familiar, pero también un cuadro de época en
torno a dos países que viven bajo dictadura. En un estilo sinuoso, donde toda experiencia tiene más de una faz, Ania se convierte en la gran protagonista de la novela, ya que es ella quien convoca los recuerdos que permiten reconstruir el pasado y vislumbrar con algo de claridad el presente del relato.
La inclusión de fotos, cartas familiares, fragmentos del manual de instrucciones para inmigrantes italianos y ejercicios de dactilografía de Agustín permiten reforzar el vínculo entre ficción y realidad. Una clave de sentido que potencia, en términos mayores, los vínculos ineludibles entre pasado, desarraigo, rutina y opresión familiar.
El sistema del tacto, una de las mejores novelas del último tiempo, contiene una enormidad de resonancias oscuras, expuestas al modo de un susurro calmo pero doloroso y lacerante. Alejandra Costamagna ha escrito una historia de soledad con una profundidad inigualable, su mejor obra hasta ahora, donde nos lanza a la cara, con una serenidad grandiosa, algo bastante simple pero olvidado: esto es la buena literatura.
Interior con ceniza
Francisco Marín. Ceibo, 2018, 83 páginas.
LUN, 8 de marzo de 2019
La lírica de Sabina, Emmanuel y Adamo no funcionan solo como telón de fondo en la escritura de Francisco Marín. Su esencia en realidad se encarna a la perfección en Interior con ceniza, volumen de cuentos orientado a lo sensual, romanticón, sufrido, donde los narradores furiosamente machos enmascaran su afán dominante para conseguir los favores de las damas.
Resulta curioso que los relatos más destacados del libro sean aquellos que logran escapar de la temática amoroso-sexual. Entre estos vale mencionar "El junior", "El arriendo", "Tenor preferido" y "La fila del supermercado", conjunto que se remite de buena manera a experiencias rutinarias, de poco brillo, interferidas por una ligera crítica social o la intervención de la extrañeza en la realidad. Sin embargo, Marín sacrifica esta interesante vertiente narrativa por una auténtica apología a la virilidad.
Así, en sus relatos predomina una voz masculina que concuerda con el estereotipo macho alfa encubierto, de aquellos que leen a Pizarnik y Benedetti sin abandonar su rudeza: "Llorar era algo que no estaba dispuesto a asumir". Por otro lado, las figuras femeninas actúan como una contraparte sometida al cliché de "lo incomprensible" que potencia el despliegue del narcisismo masculino, sustentado en su gran herramienta de seducción, el palabrerío cursi: "Te leo como libro que oculta lenguajes inconfesables, raros y exóticos", "El queso, el jamón, me recuerdan tus piernas, esa selva donde, en vez de ríos, circula semen". Para los narradores de los relatos, lo femenino se resume en una corporalidad que satisface sus deseos sexuales con rapidez y buena voluntad. El ideal de mujer es aquel que "cuando llegara del trabajo [...] estaría esperándolo. Le gustaba esa imagen: ella esperándolo. No es que fuera machista, pero esa imagen trasmitía placidez, acaso cierta sensualidad".
El ajetreo de la genitalidad de estos machotes heterosexuales es ratificado de manera permanente. Las narraciones, de tal modo, tienen por función asegurar, muchas veces sin ton ni son, su alta temperatura, ligada siempre a un colosal y refinado intelecto, que se expresa mediante un constante mansplaining: "Te hablo de Charles S. Pierce, de Umberto Eco, de las desalentadoras noticias en Irak y Siria" o "Mi boca te susurra algún poema inspirador. Raymond Carver, W. H. Auden o Allen Giznberg. Te callas. Tu silencio me calienta". La frase que cierra la cita anterior resume la visión de esta masculinidad respecto a la mujer, enmudecida y por lo mismo provocadora, limitada a brindarle placer.
Marín escribe historias estilísticamente convencionales. Su prosa no es mejor ni peor que la de un montón de autores. Además, demuestra ganas, avidez de escritura. Sin embargo, las ganas no sirven de nada si no hay una exploración en el género cuento, el empleo de las metáforas kitsch, el sentido de los quiebres temporales, las relaciones amorosas y la condición masculina. Los relatos resultan, asimismo, encajonados en la estructura secuencial, uniformados a nivel de personajes, reiterativos en sus conflictos y empantanados en una anquilosada mirada hacia lo femenino.
Si lograra desprenderse de la influencia bukowskiana, el gran referente literario de la masculinidad decadente, pero firme en sus convicciones, Marín podría haber escrito un volumen centrado en su lado B, aquel que observa simplemente la precariedad de la existencia urbana, sin saturar con este tonito efectista de semental bravucón, incapaz de mirar, aunque sea solo un poco, más allá de su bragueta.