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La última vía de escape
El traductor de Guillermo Martínez. Etnika, 2015, 88 páginas.
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 6 de Noviembre de 2015
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Dos historias corren en paralelo en esta novela de Guillermo Martínez. El traductor es una obra breve y concentrada, donde el autor desarrolla aplicadamente un juego literario simple e interesante en torno a la literatura, la condición de creador de ficciones y la colonización.
El libro, conformado por tres capítulos, tiene como protagonista al jubilado Astudillo, quien a duras penas sobrevive con su miserable pensión, junto a su agria mujer, en un barrio de clase media. El relato enfatiza la intimidad del personaje, sus frustraciones, rutinas y falta de expectativas. Sin embargo, su inconformismo lo lleva a buscar un nuevo trabajo. Consigue el cargo de mayordomo en un centro de eventos culturales universitario, y en sus horas libres, que son demasiadas, encuentra por casualidad un cuento en inglés con el nombre de su autor borroneado. Astudillo se propone traducirlo, tarea que lo entusiasma en demasía, llegando a pensar que su monótona vida ha cambiado de manera total.
La figura del traductor, que surge en la primera parte, se ajusta al tópico del burócrata, en este caso ya jubilado, confiable y anodino. En el fondo, un tipo común, torturado por todo aquello que no hizo, pero que se niega a sumirse en la ruina. Esta configuración resulta bien ejecutada: el personaje no es más que tedio, angustia y el larvado resentimiento hacia sí y cada miembro de su familia. Por lo mismo, la traducción que emprende se convierte en su única vía de escape. Pone así todas sus fuerzas en traducir el relato, que es entregado al lector, de manera integral, en el segundo capítulo de esta pequeña novela.
El protagonista del cuento traducido por Astudillo es un adolescente italiano llamado Giovanni Angelo Clark Montale, mestizo, con antecedentes italianos y africanos, contratado como aprendiz de jardinero en la lujosa casa de Edda Ulba, anciana holandesa nacida en Sudáfrica. El relato acontece específicamente en el sur africano durante los primeros años del siglo veinte, y su tema central es la violencia colonizadora. Este segmento tiene plena autonomía respecto a la historia centrada en Astudillo; incluso el giro que toma la escritura es radical. Esta vez no sólo la acción se intensifica, sino que se abandona el tono quejumbroso, desarrollándose un estilo de escritura más pulcra, alejada de chilenismos, alusiones a la contingencia nacional, y donde destaca el matiz erótico, la presencia de la belleza y una constante denuncia de las diferencias de clase.
En el capítulo final, las historias se cruzan, proponiéndose aperturas y cierres narrativos que contribuyen a estabilizar la ficción, dejando entre paréntesis al jubilado, un personaje sugerente, al que bien valdría reencontrar, como protagonista absoluto, en algún otro texto del autor. Guillermo Martínez despliega una escritura cercana, sorteando con naturalidad el riesgo de cruzar dos historias muy diferentes, tanto en estilo como en temática.
El traductor se conecta con la tradición literaria centrada en el funcionario oscuro, timorato, ansioso de una vida que probablemente nunca concretará, donde lo importante es cómo se enfrenta a decisiones menores, incluso insustanciales. Martínez logra aproximarse con gran sensibilidad a esta figura, cada vez menos presente en la narrativa chilena.