Chilco
Daniela Catrileo. Santiago: Planeta 2023, 125 páginas.
LVQS, 6 de marzo 2024
Marina o Mari tiene veintiséis años, ha vivido siempre en ciudad Capital, junto a su madre, tía y abuela de origen quechua. Si bien Mari ayuda eventualmente en el puesto de venta de comida familiar, es secretaria y trabaja en un museo catalogando información. Mari es la protagonista de Chilco, una novela que aborda no solo el amor de pareja, sino las grietas identitarias, la migración, la homofobia y, por sobre todo, la desmitificación del origen.
Chilco presenta a una pareja de chicas trabajadoras y pobres. Mari Quispe y Pascale Antilaf, de origen mapuche. La primera nacida en ciudad Capital, y la segunda en isla Chilco, situada en la profundidad del sur continental. El regreso al origen tensionará la vida de estas dos mujeres. Según Mari, muchos chilqueños: “huían de Chilco, pero al mismo tiempo los mataba la melancolía. Nunca encontraban su lugar, tenían la fuga impregnada en la carne”. Harta de vivir en la capital, Pascale quiere volver a la isla y en una carta a Mari, expone sus razones: “Siento que el territorio me llama con una voz, o más bien, un sonido, como si pudiera escuchar los latidos de su cuerpo, su pulso. Y lo que se mueve dentro de mí es su vibración. De repente, mi cuerpo se transforma en una caja de resonancia, su instrumento. No te rías, sé que puedes entenderlo, aunque suene extraño”.
A pesar de que Mari se siente una extranjera en la ciudad, su negativa es inmediata, principalmente porque: “No encajaba ni con los chilqueños ni con los capitalinos”. Aun así partirá a un viaje que cambiará su vida para siempre.
La historia se concentra en el proceso de búsqueda experimentado por ambas mujeres. Mari y Pascale entablan una relación amorosa compleja, donde no se revierten los parámetros heteropatriarcales. Mari se somete a los deseos de Pascale. Subordinar los planes en pos del ser amade es parte del guion heteronormativo de una mujer enamorada, de tal manera, el relato no deconstruye el amor romántico, ya que establecen una relación amorosa jerárquica. Más aun, Mari expone todo lo que es, Pascale guarda secretos que serán gravitantes para el desarrollo de los hechos.
Pero Catrileo no solo expone la dinámica interna de este amor exiliado, sino que va a destrozar el mito del retorno al origen, porque no hay retorno posible, el mito no es más que una narración nostálgica. Aun cuando podría entenderse que Mari no sea aceptada por extranjera y lesbiana, ambas deben enfrentarse a una suerte de muro que convertirá su regreso al paraíso en un infierno, provocando resultados devastadores para este amor condenado a la exclusión.
Pese a situar a los personajes en contextos turbulentos, ambas mujeres manifiestan una actitud calma, derivada de una excepcional discursividad lírica. Me refiero con ello a una cadencia de sus hablas que va unida a la captación de lo real a través de los sentidos. Sus cuerpos, su organicidad, son un territorio de sensaciones que modelan su existencia: “Puedo medir los años en un calendario que se extiende entre los recuerdos sensibles de cada lugar que he habitado. A veces mi memoria recurre a olores, sabores, la evocación del tacto o el sonido. Es como si hubiese aprendido a interpretar el mundo mediante fragmentos o esquirlas de los sentidos, a través de porciones de realidad, el proceso de tantear, ensayar y arrojarse”.
Por eso mismo, el tiempo se convierte en uno de los ejes fundamentales de esta novela. Cada suceso es expuesto con una parsimonia grandiosa. La voz interior de Mari está llena de asimetrías que enriquecen al personaje, expuesta en sus indecisiones y afirmaciones identitarias y en su individualidad y dependencia amorosa. En este personaje convive con lo doméstico, lo nimio, lo privado y lo público como aristas de una vida donde las respuestas no son nada más que espejismos.
De las múltiples capas que componen este libro, la más importante y atrevida es su postura respecto a la exclusión de una mapuche lesbiana. Realizar una crítica a una comunidad violentada y en permanente peligro como la del pueblo-nación mapuche es extremadamente arriesgado y la autora asume ese desafío desde una perspectiva única, cómplice con el dolor, pero sin cerrar sus ojos a la discriminación y la homofobia.
Daniela Catrileo, con un coraje inigualable, y una prosa pocas veces encontrada debido a su fuerte carga lírica, ha puesto en escena una problemática intocada. Etnia, clase y género actúan unidos a través de esta pareja de trabajadoras lesbianas que logran convocar conflictos de pertenencia, exclusión, desarraigo y, por sobre todo, la crítica profunda y radical al reencuentro con el espacio mítico. Chilco es por lejos una de las novelas más arriesgadas y complejas de los últimos años.
Rubia
Yuri Pérez. Santiago: Emergencia Narrativa, 2023, 132 páginas.
LVQS, 20 de marzo 2024
Es complejo elaborar una historia romántica cuando bien sabemos que el discurso amoroso (el amor romántico que le llaman) ha endulzado el camino de la sumisión de la mujer. Por lo mismo resulta importante lo que realiza Yuri Pérez en su novela Rubia; no solo expone los profundos afectos de una pareja en más de treinta años de convivencia, sino toda una forma de vida desde la más pedestre cotidianeidad hasta su relación con lo sagrado, el amor y la muerte.
Todo indica que el libro tiene un fuerte componente autobiográfico. El narrador nos presenta una historia que comenzó cuando ambos eran niños en los 80 en la ciudad de San Bernardo, rebajada con el tiempo a la categoría de comuna. Este sitio recurrente en la escritura de Pérez marca un origen y un destino, un territorio-aldea que hoy está enfrentado a la decadencia.
Rubia tiene el mérito de no homogenizar a sus personajes, revirtiendo en gran medida los atisbos de supremacía masculina. Cristina o Rubia es una mujer en apariencias simple. Su complejidad está dada por mantenerse siempre firme en sus convicciones religiosas, su fe en la vida después de la muerte, el goce de lo mínimo, y el modo de llevar al narrador, su pareja. El protagonista, de tal modo, aparece voluntariamente entregado a Rubia. Es ella quien, desde su rol con pinta de secundario, logra apoderarse de la historia y de todo aquello que el narrador dice o realiza.
Esa transformación del personaje femenino es uno de los mayores méritos del volumen. Tanto así, que incluso se podría plantear la duda con respecto a quién narra en realidad. El párrafo que abre este libro subrepticiamente nos entrega una importante clave. Nos enfrentamos a una voz que no sabemos a quién corresponde, refiriéndose a un accidente automovilístico donde una mujer es testigo. Solo al cierre del segmento se informa la identidad de la testigo: “Yo soy Cristina Angélica Figueroa Velásquez. Llámame Rubia”. ¿Será ella entonces la narradora global, enmascarada en la voz de su pareja, un poeta fracasado, encargado de llevar el relato?
El gesto de introducir la incertidumbre respecto a quién es el verdadero narrador produce el efecto de conflictuar la asimetría masculino-femenina y la histórica autoridad masculina respecto a la construcción de personajes femeninos. Más aun el recurso pone en evidencia la imposibilidad de poner en escena una voz de mujer definitiva. El hombre solo puede atestiguar, jamás ingresar a la cabeza femenina.
El poeta y Rubia se relacionan y hablan como si fueran dos adolescentes en proceso de conocerse, excluyendo siempre su condición de madre-padre-abuela-abuelo. Dos adolescentes algo parcos, rabiosos con el mundo, que recorren la calles con todo el tiempo del mundo. Esta ruptura con el lugar común del paso del tiempo se convierte en un eje fundamental y muy bien logrado, ya que el relato consigue que sus personajes habiten un tiempo propio, especial, nacido de la propia dinámica de los amantes. Sus conversaciones son constantes y están cargadas de cierta timidez, de una suerte de respeto por las creencias del otro-otra. Lo mejor es que la ausencia de violencia es gravitante en cómo se vinculan ambos personajes, como si entre ellos hubiese un pacto tácito de no agresión. Así logran ir consolidando un estar, un habitar y un acompañarse flexible, suave y profundo. Llevan treinta y cuatro años juntos, se conocieron siendo niños, y de un modo u otro no han dejado de serlo.
Pérez expulsa de su novela de manera excepcional la madurez como parte central de lo que significa ser adulto. De igual modo, saca de su relato lo que puede denominase “experiencia” y con ello nos enfrenta a dos seres que no intentan demostrar sus saberes producto de los años. Por ello lo que podría interpretarse como rutinario se resignifica en un estado permanente de quietud donde solo caben dos. Aunque hay un extra: las madres de cada uno de ellos, en sus respectivas ánforas, ubicadas en un pequeño altar en el living de la casa. Rubia venera las cenizas de las madres y poco a poco va arrastrando a su pareja a la sacralidad del cuerpo muerto.
La prosa de Pérez posee una impresionante calma. Sus palabras tienden a conformar un discurso apacible, resignado. La pasión, un lugar común de lo amoroso, es resignificada en un estado cercano a la beatitud de lo cotidiano. Vidas, de tal manera, sacras, siempre expuestas a la ruptura de la armonía.
Es momento de hablar de la obra de Yuri Pérez que tiene un largo camino en la escritura. Ha publicado poesía y desde hace unos años se dedica a la narrativa, sin perder la impronta lírica. Un autor de bajo perfil que como pocos ha elaborado una estética de primer nivel, donde la morosidad es parte central de una propuesta literaria sobre aquellos seres excluidos socialmente. El tiempo, el estar y el afecto, surgen así, como parte de los pocos bienes que los subordinados poseerían. Sin acudir al cliché, al bolero, al romanticismo, la histeria o el desenfreno, Pérez elabora una historia de amor que demuestra que los límites de un género siempre se pueden correr un poco más.
Rural
Jesús Diamantino. Santiago: Planeta, 95 páginas.
LVQS, 4 de abril 2024
El cruce entre terror y crítica social es la base de esta novela de Jesús Diamantino. Rural contiene intriga, elementos sobrenaturales, asesinato y un cuestionamiento implacable al horror en los regímenes autoritarios.
Julieta Valdés es la protagonista de esta narración. Enfermera y farmacóloga con posgrado, hija de una madre suicida y un padre mártir de carabineros. Un alto funcionario del régimen que conocía a su padre, le hace un ofrecimiento que Julieta acepta sin más. A partir de entonces, se convertirá en enfermera en el Cuartel Borgoño, centro de detención, tortura y asesinato de la dictadura. Tras un incidente en que Julieta es atacada en su hogar huye junto a su pequeño hijo. A instancias de un amigo se cobija en un fundo de propiedad de la familia Leyton. Bedelia Badanova, alemana, exagente nazi y ahora administradora del fundo, será la encargada de dictarle las normas de convivencia en aquel recóndito lugar.
Diamantino consigue ejecutar una historia que jamás baja su nivel de intensidad. La acción es permanente y bien equilibrada, ya que no se deja tentar por situaciones demasiado efectistas. La velocidad del relato se sustenta en una prosa más bien parca que rehúye los excesos.
El volumen presenta una protagonista en la que el mal y la conmoción por el daño ejecutado conviven de manera casi natural. Así ocurre con un torturado político a quien le toda curar sus heridas: “–¿Por qué tan callada? Me llamo José, ¿y tú? –preguntó mientras ella le aplicaba una crema antibiótica sobre una herida abierta–. Eres buena haciendo esto –dijo, divertido–, así no lograrán matarme nunca –el joven lanzó una carcajada que lo hizo retorcerse de dolor. Ella no pudo evitar imitarlo. Cuando terminó, el frentista le dio las gracias y le confesó que esperaba verla al día siguiente. Julieta no lo expresó, aunque deseaba lo mismo”. Este carácter doble de la mujer, le otorga una enriquecedora dosis de extrañeza; ella no es sencillamente la encarnación del mal, por lo que su figura se aleja del estereotipo de una torturadora.
Sin embargo, lo más llamativo de la novela es la inclusión de lo sobrenatural como elemento central en la historia. Poco a poco, una fuerza desconocida se va apropiando de la trama a través de la presencia de una estatua milenaria. Esta habita el bosque aledaño al fundo donde se refugia Julieta junto a su hijo. Es precisamente el niño, el primero en trabar contacto con el “otro mundo”, aquel donde la figura, llamada Mutter, es una divinidad maldita: “El niño sigue el llamado de las voces y se adentra en el bosque de romerillos y pinos más allá de los corrales. Mientras avanza, el aroma dulce de los arbustos mojados se mezcla con un hedor nauseabundo, como agua estancada y comida podrida. El niño se introduce por un sendero rodeado de matorrales. Se detiene de repente. Escucha ahora ruidos disonantes cerca de él”.
La narración va y viene hacia el presente y pasado de Julia, Bedelia y la estatua. Tres personajes femeninos atravesados por una concepción del mal transhumano. Un mal de origen bíblico que se manifiesta en múltiples momentos de la historia. Este opera como una amenaza constante, siempre atisbando el momento preciso para materializarse y sembrar la muerte. Detenerlo es una acción transitoria, inútil.
Desgraciadamente en medio del relato sobre Julia surge una segunda línea narrativa centrada en un grupo de investigadores universitarios que realizan un viaje a un pueblo fantasma en Baviera a principios del siglo XX. Y aunque estos hechos están relacionados con el presente, el capítulo entero sobra sin excusas. Es más bien un exceso porque la información que contiene se puede deducir de la historia de Bedelia, la exagente nazi.
Más allá de este traspié, lo importante es que la totalidad de los personajes de este volumen están vinculados al crimen. La muerte parece reclamar su lugar protagónico, pero la explicación que la novela entrega sobre el mal es sobrenatural, barriendo así con cualquier origen de corte sociológico.
Hay horror en Rural y una trama atractiva que si bien pudo distorsionarse con el relato centrado en Baviera, logra retomar el rumbo. El cruce entre el género de terror con la crítica política contribuye de buena manera a otorgar peso a un género que ha venido en baja tanto en la literatura como en el cine.
CARMEN o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa.
Romina Pistolas. Santiago: Cuneta, 2024. (1.ª ed. 2022)
LVQS, 19 de abril 2024
Un título como Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa compromete, genera expectativas. El problema es que este libro cumple, pero no precisamente con las supuestas promesas que abre el título. Romina Pistolas, autora de esta novela, elabora una escritura intimista, centrada en sucesivas anécdotas sobre el oficio de stripper por medio de las que expone las crisis afectivas de su protagonista.
Una chica oriunda de Calbuco migra a Australia encandilada por el ideal de una vida primermundista. Esta huida, marcada por el sentimiento constante de no pertenencia, es la manifestación de su deseo de un nuevo comienzo. En ese lugar, Carmen trabaja en oficios menores hasta que ingresa al mundo del stripper, donde gana bastante dinero. Experimenta, además, sucesivos fracasos amorosos, momentos en los que busca refugio en sus compañeras de trabajo. El grupo de stripper se apoya, se aconseja, comparte vivienda, viaja y logran sobrellevar una vida sin la compañía de familiares.
La narración en primera persona de la joven, establece un contrapunto entre el lado de allá (Australia) y el lado de acá (Calbuco). De manera permanente, Carmen, nombre artístico de la protagonista, recuerda su infancia, adolescencia y sus veinte años, cuando tras un quiebre con su primer pololo decide escapar de su pueblo.
En términos literarios, este volumen podría considerarse una bildungsroman. Es decir, una novela de aprendizaje o crecimiento. Esto no implica que por obligación él o la protagonista deban avanzar hacia un camino de santidad, sino solo de autoconocimiento; incluso en esta ocasión, la historia se encarga de afirmar una forma de vida y valores contraculturales. Claramente la vida de Carmen no es un ejemplo y está bien que así sea, ya que la literatura no es el sitio donde instalar proclamas morales.
El libro posee una prosa coloquial, cercana a la oralidad. Afortunadamente, hay mínimas huellas del idioma inglés con el que convive a diario desde hace diez años. Si bien su estilo es el de la recopilación de pequeñas historias entretenidas sobre su oficio, también hay lugar para narraciones de tono dramático, relacionadas con su vida en Chile.
Así, la prosa salta de un tema a otro, siempre escarbando en sus estados emocionales, aunque la insistencia en los fracasos amorosos vuelve un tanto reiterativa la narración. También es cierto que el lenguaje coloquial y el estilo conversacional podrían confluir en una escritura que no penetre adecuadamente en los personajes. Pero esto no ocurre, el volumen se aleja de la banalidad y es veraz en la exposición de la crisis permanente de su protagonista.
Carmen se gana la vida, mayoritariamente, vendiendo “lapdance” en un club nocturno. Esto significa realizar bailes privados y estimular a sus clientes en el consumo de alcohol. El club tiene como norma no tocar a las mujeres ni intercambiar fluidos. Transgredir estas reglas implica la expulsión del cliente. El cuerpo supuestamente intocable implicaría alejar el oficio de las muchachas del comercio sexual. Sin embargo, Carmen y al parecer todo el grupo de chicas sí explora esa oportunidad de ganar dinero extra. Si bien el personaje no alude a tener sexo con sus clientes, se sobreentiende que es más que probable.
Y con esto aparece uno de los puntos fuertes de la novela: la oportunidad de reflexionar sobre el comercio sexual. Sí, porque por lo general el feminismo abolicionista corre el peligro de apuntar hacia el fenómeno equivocado. Según la filósofa Silvia Federici, quien se declara abolicionista, se debe distinguir entre la trabajadora sexual y la maquinaria de explotación patriarcal/capitalista que está detrás del oficio. Si hacemos caer toda la responsabilidad en la trabajadora, el juicio simplemente se convierte en una postura moral del todo inútil para combatir el problema de la explotación sexual. Abolir todas las formas de explotación y con ello abolir que las mujeres vendan su cuerpo debiera ser el fin último del abolicionismo.
Ahora, respecto al trabajo sexual, la novela de Romina Pistolas nos enfrenta a una decisión del personaje, la cual nunca tambalea. Ella decide trabajar de stripper y si bien señala que gana buen dinero, jamás ensalza su oficio o pretende ubicarlo como un ideal de vida, no hay una reafirmación con aires de superioridad en su postura.
Lo que sí es complicado es el manejo de la violencia en el libro. Si bien hay violencia de género constante, siempre aparece relacionada con las parejas de las strippers (todas heterosexuales). Lo extraño es que no hay violencia asociada al oficio mismo. No hay explotadores sexuales y tampoco clientes que se excedan, a lo más algunos tienen ciertos hábitos frikis. El veto a la violencia en la práctica del comercio sexual suena a una idealización del oficio en la cual la trabajadora se debería considerar plenamente dueña de su fuerza laboral.
Más allá de todo, lo interesante es que las idas y venidas de Carmen o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa permiten que vaya mucho más allá de lo que pareciera ofrecer el título, moviéndose en una ambigüedad que más que una caída, resulta un mérito.
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Crítica Literaria Chilco,
Daniela Catrileo; Rubia,
Yuri Pérez; Rural,
Jesús Diamantino; CARMEN o cómo me inicié en el negocio de bailar sin ropa,
Romina Pistolas. Por Patricia Espinosa
Publicado en LA VOZ DE LOS QUE SOBRAN, 6 de marzo al 19 de abril 2024