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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 24 de julio al 21 de agosto de 2015




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El disco de Newton
Marcelo Simonetti. Ediciones de la Lumbre, 2015,103 páginas.
LUN, 24 de julio de 2015

Hasta ahora, la escritura de Marcelo Simonetti se ha caracterizado por su corrección y sobriedad; sin embargo, este convencionalismo desaparece en su último libro. El disco de Newton es un conjunto de relatos donde impera una actitud impulsiva y apasionada en su cuestionamiento a la institucionalidad política, religiosa y hasta sexual.

Las siete narraciones giran en torno a protagonistas que asumen los rasgos de un pequeño y ambicioso dios, una autoridad que pretende ordenar la vida a su antojo, pero que inevitablemente resultan doblegados por un destino nefasto. Cada uno de ellos representa valores degradados que terminan por expandirse al resto de los personajes, creando numerosos juegos de simulaciones donde cada quien sólo busca su propio beneficio.

Es así como los personajes principales parecen estar siempre al acecho, intentando capturar la voluntad del más débil. Pero, evitando el facilismo de esas dicotomías básicas que nuestra narrativa no deja de explotar, Simonetti construye coprotagonistas para nada ingenuos, sino sujetos siempre dispuestos a transar sus valores por dinero.

Dos casos ejemplares de la relación pervertida entre los personajes se advierte en los relatos “Negro” y “Blanco”. El primero aborda a un agente literario y a la codiciosa viuda de un escritor famoso. Ambos planifican buscar un escritor fantasma e inventar que el fallecido autor dejó una obra póstuma. “Blanco”, por su parte, nos aproxima a Rubén, un joven que espera a su novia en un restaurante y que por casualidad se ve entrometido en una conversación con Mardones, un ex militar en servicio activo durante la dictadura que lo confunde con uno de los suyos. La historia remarca el absurdo y la angustia de Rubén, quien, a pesar de todo, poco a poco se deja seducir por una contundente propuesta económica.

Para estas narraciones la maldad es inherente al ser humano, por lo mismo hasta el encuentro más puro contiene aristas de depravación. Así ocurre en “Azul” que se centra en el bondadoso Manuel, un joven periodista que visita un pequeño poblado cordillerano por asuntos laborales. Allí conoce a Clarita, una pequeña que le demuestra un exacerbado cariño. Debido a ciertas rarezas en su comportamiento, la niña es internada por sus abuelos en la casa de un cura, situación que desata la ira y las aprensiones del afuerino. Con extrema delicadeza, se insinúa un hecho que impregna de ruindad cada uno de los gestos y palabras del periodista.

Los protagonistas de estos relatos son hombres acostumbrados al fracaso que sólo logran escapar de la abulia cotidiana a través del sexo. Mediante un habla centrada en lo carnal, donde lo femenino es idealizado, estas narraciones resultan enmarcadas en atmósferas depresivas y activadas por una interesante crítica social, tanto desde un cuadro donde predomina la pobreza como la remembranza de los años de dictadura o el arribismo predominante en el presente.

Distanciado de cualquier puritanismo, elegancia mal entendida y apatía emocional, Simonetti por fin se arriesga y resulta ileso. El disco de Newton es un libro donde se advierte soltura en el manejo del género y el tránsito hacia un modo de narrar desenfadado, con equilibrados arrebatos discursivos, y un punto de vista sucio que humaniza los personajes y le da gran verosimilitud al volumen.

 

 


El cielo que pintamos
Carmen Galdames. Neón, 2015, 209 páginas.
LUN, 31 de Julio de 2015

Nuevamente una novela donde el contexto es un telón de fondo borroso e inútil, porque lo central son los personajes y sus pesares en un periodo iniciático. Las vidas de tres adolescentes, que consideran la actividad sexual como la única posibilidad de vengarse de la indiferencia familiar, constituyen el tema central de El cielo que pintamos, de Carmen Galdames, quien se esfuerza por impactar al lector timorato mediante recursos facilistas y un freudismo para aprendices.

Ana, Matías e Iggi son adolescentes ABC1, retraídos, inadecuados e ignorados por sus padres, quienes los dejan crecer guiados solo por la satisfacción de sus deseos. La novela no se hace ningún problema en intentar problematizar causalidades: la falta de normas y afectos tiene como resultado hijos inútiles, viciosos y prepotentes. La exagerada importancia dada al fracaso de las relaciones familiares impone un tono ejemplar que sataniza en los hijos todo tipo de rebeldías y les asegura un destino de vicio y perdición.

Temporalmente la novela cubre el periodo 1992-2004 y se divide en pequeños segmentos titulados con el nombre de las estaciones del año. La voz que organiza la novela es la de Ana, quien va narrando diversos momentos de su vida junto a Matías, su hermano, e Iggi, vecino y amigo íntimo de ambos. Los tres conforman un grupo de bellos chicos intolerantes al fracaso, que aborrecen a sus padres, pero que disfrutan de su dinero sin culpa.

La anécdota sobre las trivialidades de la convivencia de estos tres personajes es adobada con las situaciones límites que experimentan. Iggi tajea su cuerpo, se come los pellejos de los dedos hasta sangrar y se golpea la cabeza cuando entra en el clímax de la crisis. Los hermanos, por su parte, se alcoholizan, se drogan, tienen sexo con Iggi y cultivan una relación incestuosa. El sexo entre los hermanos, melodramáticamente descubierto por su propia madre, a quien le bastó para eso mirar hacia la pieza de uno de ellos, redunda en una batahola familiar.

Al igual que en el texto bíblico, Ana y Matías son expulsados del hogar, sin embargo no se ven afectados. El mayor desacierto del volumen radica en la escasa evolución de los personajes, especialmente de los hermanos, y en la simpleza con la que se muestra su incesto, el que parece ser un dato más para configurar un perfil. De esta forma, toda la potencia narrativa del incesto se ve reducida a una caprichosa herramienta para agredir a los padres.

Galdames despliega una prosa pragmática y sin brillo alguno en la construcción de sujetos impostados como malditos, ya que en realidad no son más que jóvenes atrapados en un rotundo infantilismo, que han sabido adornar con rarezas sus hablas y comportamientos. Es tal el manierismo, que hasta la pretendida obscenidad resulta plastificada, al igual que su locura y excentricidades.

Una cosa es construir personajes sin profundidad psicológica, endebles discursivamente y sumidos en una tragicidad espuria, y otra es construir una novela discursivamente endeble. El despliegue de maquetadas experiencias limítrofes que ponía al deseo, la desesperanza y la vacuidad como centro vital, deriva en un relato conservador y moralizante, donde el hiperbólico dramatismo demuestra que todo, al fin y al cabo, habría podido aplacarse con unas cuantas gotitas de ternura.

 

 


Pedro Ivanovic, terrorista
Luis Rivano. Alfaguara, 2015, 156 páginas.
LUN, 7 de Agosto de 2015

Una novela de reflexión político-social, una suerte de postrero manifiesto ideológico, es lo que parece haber pretendido realizar Luis Rivano, narrador y dramaturgo de larga trayectoria. Sin embargo, Pedro Ivanovic, terrorista, con sus ideas pequeñas y comunes, no alcanza el vuelo necesario, limitándose a repetir una blandengue martingala sobre la decadencia de Chile. Lo peor es que estamos ante una narración embustera, que busca una serie de subterfugios para embozar una teoría sobre el exterminio de los segmentos sociales más precarios, sindicados como responsables del deterioro social del país y del mundo.

Mediante un lenguaje lleno de anacronismos, surge una prosa hinchada en su arquitectura a causa de información redundante, que machaca con el origen austrohúngaro de la familia del protagonista y su educación refinada, temáticas que pudieron acotarse, evitando reiteraciones y desbordes que terminan por clausurar la intimidad del monologante personaje principal.

Pedro Ivanovic es un yugoslavo de mediana edad, periodista fracasado y luego jardinero que se siente un sabio incomprendido, casi un mesías, pero que no es más que un subnormal, cuyas empobrecidas especulaciones no sólo son de un nivel intelectual bajísimo, sino por sobre todo disparatadas. Altivo como él solo, en el presente del relato, se encuentra en la cárcel y es entrevistado por un grupo de psiquiatras, ya que ha sido detenido al intentar disparar a una multitud, parapetado en la azotea de un edificio céntrico de la ciudad.

La narración expone las breves preguntas de los médicos y las enormes respuestas del protagonista, sumadas a sus divagaciones internas, el real detalle biográfico y su criminal plan. Ivanovic trata de convencer al equipo evaluador de que no es un loco y que los hechos en que se ha visto involucrado no son más que un simple acto para dar a conocer sus desquiciadas ideas racistas y clasistas, que derivan en una propuesta política irracional: reemplazar el sistema democrático que hoy opera por un orden monárquico, con un rey que deberá ser oriundo de Europa.

La furia del protagonista es producto del superficial análisis social que realiza Ivanovic mientras viaja en transporte público. Los indicios de la degradación social se le revelan a través de la ruina del lenguaje, que ha alcanzado niveles insoportables, además del uso de tatuajes, piercings y expansiones de lóbulos. Estas prácticas serían propias de una “clase baja” que poco a poco van logrando contaminar a las familias blancas y de buenos apellidos. De acuerdo a los dichos de Ivanovic, sólo una limpieza social podría cambiar el caos imperante, causado principalmente por el mal entendimiento de la democracia.

Luis Rivano ha realizado una perorata reaccionaria y débil, acobardada en la exposición del fin último de su intolerancia, ya que se da mil vueltas para proponer que matando a un buen número de “rotos”, como le gusta decir al protagonista, el país se arregla. Pedro Ivanovic, terrorista es un libro elemental en su estructura y en sus apreciaciones, pero aterrorizante, sobre todo en estos días en que la memoria del horror nos castiga nuevamente. Mal escrita, torpe y vulgar es esta novela monocorde sobre un criminal ultranacionalista que basurea los derechos humanos y que sólo puede pensar desde sus dogmas enfermizos.

 

 


La Señora
Alejandra Matus. Ediciones B, 2015, 239 páginas.
LUN, 14 de agosto de 2015

Basta apenas darle un vistazo a la portada para saber por dónde va este libro, que parece tener demasiadas ganas de escandalizar. Quizás, hace algunos años, los pelambres de palacio habrían podido resultar golpeadores; hoy, en medio de un huracán de revelaciones sobre corrupción, que han dejado ver la impresionante indecencia y descaro de una gran cantidad de políticos, nada puede sorprendernos. Menos aun si se trata se acumular amordazados cahuines afectivo-sexuales, tráficos de influencias y traiciones entre miembros de la cúpula gobiernista.

La Señora es una novela en clave para iniciados, donde la autora, más que denunciar la trastienda de la coalición que gobierna el país o reflexionar sobre el poder, se dedica a confirmar prejuicios acerca de la figura de la mujer inserta en el mundo político.

Matus despliega una estrategia sencilla: un narrador omnisciente, largos diálogos entre los personajes y breves reflexiones internas de la protagonista. Las incursiones del narrador no se diferencian estilísticamente de las que realiza el personaje central, tendientes a demostrar la insignificancia moral de la mujer. Se trata de Helena Carrera, viuda de un detenido desaparecido y ahora ministra de Asuntos Sociales. Carrera es una de las Melenas, un grupo de amigas que incluye a la jefa de Estado, unidas por un pasado de militancia antidictatorial y un presente común, ya que todas trabajan en el gobierno.

Siendo amable, se podría decir que el volumen expone a una generación, la de quienes trabajaron para sacar a Pinochet y hoy están dispuestos a vender a su madre con tal de conservar el poder. Para probar esta tesis, la autora optó por ejemplificar la decadencia máxima en la figura de una mujer configurada como dominada y servil con los hombres del partido. Sin embargo, el intento de denuncia resulta aplastado por la pequeñez de las preocupaciones de Matus, quien se abanica con el feminismo, tomando el lugar del peor de los machistas.

La autora no hace ningún esfuerzo por adentrarse en la política de la subordinación de las mujeres, en las desequilibradas relaciones de género presentes en las altas esferas políticas; apoyada en la naturalización absoluta de la mujer como sujeto inferior, sólo parece importarle mostrarlas como sujetos ridículos y alivianadas en lo intelectual.

Por lo mismo, el relato ametralla a su protagonista, tanto en lo laboral como en su intimidad. Carrera es construida como una mujer histérica, clasista, fría en sus relaciones familiares, adicta al lujo, alcohólica, dispuesta a armarse redes de protección acostándose con quien le convenga. La novela insiste, además, en exponer a una mujer obsesionada por el envejecimiento de su cuerpo; dominada por los modelos de belleza que impone el sistema, llega incluso a considerar que toda su miseria desaparecería con una cirugía plástica.

Alejandra Matus derrocha páginas en su primera novela, pormenorizando los gustos mundanos de su protagonista y manifiesta una nula preocupación por los personajes secundarios, reducidos sólo a maquetas, como el hijo revolucionario y la madre autoritaria de la ministra. Además, las asesoras del hogar, choferes y mozos aparecen expuestos prácticamente como analfabetos. La visión reduccionista de la novela, ligada a un exceso de moralina, hacen de este libro un melodrama menor sin mayor peso crítico y que llegó tarde, muy tarde, a la hora de escandalizar.

 

 


Dolores o la inutilidad de todo
Ignacio Borel. Emergencia Narrativa, 2015, 119 páginas.
LUN, 21 de agosto de 2015

La desolación es la característica principal de cada uno de los personajes de este libro. Se trata de seres dañados y perdidos en una trama oscura que no les permite apartarse de sus obsesiones. Dolores o la inutilidad de todo es una novela que se ubica en el interior del fracaso y la falta total de expectativas.

Ignacio Borel carga de fuerza dramática a sus personajes; sin embargo, lo más destacable es que la ausencia de desgarro y sentimentalismo es reemplazada por un falso conformismo ante las continuas desgracias. A lo anterior habría que sumar la constante ingenuidad de los hermanos Romano y Luca Cordero y su obsesión por Dolores Dávila, novia de Romano, quien viene a sellar la decadencia de aquéllos. La pareja de enamorados regresa a Chile tras ser invitados por Luca a ser parte de una banda cuyo objetivo es asaltar un banco. Una vez en el país, conocerán al resto de los integrantes del grupo, Ambrosio Bachmann, el nazi dueño de la armería donde trabaja Luca, que mantendrá una fugaz relación con Dolores, y Wilson Equis, un delincuente común, ostentoso de su vivacidad, pero que termina siendo un inocente más.

El libro contiene nueve capítulos datados que cubren el período 1989-2001. La estructura coral le da movilidad a la anécdota, permitiendo la diversificación de puntos de vista sobre los hermanos y Dolores. La voz en primera persona de Luca abarca la mayor parte de los capítulos, donde también hay lugar menor para su hermano, su madre y Wilson Equis. La diversidad de formatos es fluida y permite modulaciones de habla que vuelven verosímiles a los personajes. Así, se van alternando la entrevista, la conversación, el monólogo y, quizás lo más llamativo, un diario de vida, cuya cronología aparece intervenida en un afán de quebrar aun más la temporalidad.

Tal como señala Luca, su escritura es un “collage que podría llamarse crónica” sobre su vida; es él, por tanto, quien escribe y da voz a los diversos personajes, llegando, incluso, a establecer un contrapunto con su hermano. Ambos, además de compartir el hecho delictual, se encuentran unidos por una ambigua relación con Dolores, delineada como seductora y ambiciosa, capaz de conspirar en soledad para lograr sus objetivos.

Dolores constituye un estereotipo femenino utilizado con habilidad, pero que por desgracia sólo tiene presencia a través de pequeños parlamentos. Su postura radical ante los límites que median la vida, la muerte y la traición la desligan de cualquier responsabilidad delincuencial y la instalan como un personaje con una espesura que pudo haber sido mayor.

Mediante variados recursos estilísticos, el volumen consigue reconstruir la realidad de modo fraccionado, escabullendo siempre el sentido último ¿Cuáles son las razones que impulsan a Luca y Romano a un camino que sólo puede llevarlos a su propia catástrofe? Esta interrogante se expande y profundiza a medida que el libro avanza, funcionando como la tensión que sustenta toda la arquitectura de la novela. La diversidad de perspectivas, además, enriquece la identidad de los hermanos, quienes se van construyendo mediante la sumatoria de rasgos caracterizadores que aportan todos aquellos personajes con los que se vinculan.

Resulta interesante esta primera novela de Borel, donde los acontecimientos se van sumergiendo en una atmósfera cada vez más oscura y en la que sus personajes, todos ellos con una sólida aptitud para tomar decisiones equívocas, no dejan de aludir a un estado de inevitable descomposición.



 

 

 

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"El disco de Newton", Marcelo Simonetti; "El cielo que pintamos" Carmen Galdames; "Pedro Ivanovic, terrorista", Luis Rivano; "La Señora", Alejandra Matus; "Dolores o la inutilidad de todo", Ignacio Borel.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 24 de julio al 21 de agosto de 2015