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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 3 de enero al 7 de febrero de 2020


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Ríos y provincias
Romina Reyes. Montacerdos, 2019, 249 páginas.
LUN, 3 de enero de 2020

Jóvenes mujeres y hombres envejecidos, agotados de dar una batalla que se remite al mero hecho de vivir, puestos a prueba constantemente solo para mantenerse a flote. Vivir supone soportar la reiteración de una temporalidad opaca, sin que aparezca el menor destello de lo que podría llamarse felicidad.

Ríos y provincias, de Romina Reyes, es una novela donde las mujeres conforman un territorio particular, cercado por la tristeza y la derrota. La narración presenta un espectro de mujeres donde destacan la protagonista, Javiera, su madre, Jacqueline, y la abuela. La filiación permite modular una estirpe de mujeres dañadas familiar y socialmente, atrapadas por los afectos un poco elegidos y un poco impuestos y también por lo que el mundo espera de ellas en tanto mujeres.

La autora ha encontrado un momento particular para abordar a sus mujeres. Se trata de un orden al que podría denominarse preideológico. Me refiero con esto al momento previo a la toma de conciencia feminista. Privilegiar personajes femeninos no necesariamente convierte a una novela en feminista y Reyes parece saberlo, pues utiliza una estrategia que va de menos a más, elaborando una ruta donde su protagonista va descubriendo prácticas de emancipación más importantes para ella que un discurso o una doctrina.

Javiera tiene cerca de treinta años, es periodista, y escribe literatura sin alharaca. Vive en Recoleta junto a su padre, periodista, y su madre, profesora de historia; ambos poseen conflictos y derrotas propias, que van más allá de su relación de pareja. El padre es alcohólico, posesivo y agresivo con la madre; esta, por su parte, se somete con una melancólica indiferencia a la violencia del hombre. Como pareja vivieron la dictadura en el país, y por tanto representan lo que fue sobrevivir sin militancia, un poco al margen de la historia, estudiando con enorme esfuerzo económico en la universidad y, por sobre todo, enfocados a reproducir un destino social "normal", lo que incluía conformar una familia.

Por sus experiencias, Javiera y Jacqueline podrían ser descritas como bisexuales. Sin embargo, no es tan simple como poner una etiqueta y ya estamos, porque el libro trabaja con la indefinición como una forma de escape a la trampa del binarismo. Lo que sí queda claro es el peso de la heteronorma y la búsqueda de la mejor manera de sobrellevarlo. Así, será responsabilidad del lector o la lectora decidir si hay como trasfondo una necesidad de ocultar la sexualidad o derechamente abrirse a diversos deseos.

La novela profundiza, construye crisis y se entromete en intimidades crispadas de manera conmovedora, particularmente con la madre. Los personajes son expuestos con dureza, conformando cuadros despejados de simbolismos y requiebres estilísticos.

Reyes construye con desenfado y destreza una exploración sobre el proceso existencial que conduce a la toma de conciencia. El despertar del personaje, carente de una formación teórica o ideológica sobre qué es ser mujer, permite que la emancipación se convierta en un objetivo material, cotidiano, que implica género y clase. Romina Reyes impregna su primera novela con un aire denso y demuestra que es posible construir una narración de largo aliento que intervenga en el panorama de las nuevas narrativas con una prosa que parece acuchillar a sus personajes, atados por extrañas formas de amar.


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Romina Reyes nació en 1988. De profesión periodista, debutó en la narrativa en 2014 con el libro de cuentos "Reinos". "Ríos y provincias" es su primera novela.

 

 

 


La verdad secuestrada
Cecilia Aravena y Eduardo Contreras Espora / Mago, Santiago, 2019, 132 páginas.
LUN, 10 de enero de 2020

En esta novela negra, el protagonista es un ex PDI, quien fue expulsado de la institución tras veinte años de servicio por haber desentrañado un caso de derechos humanos donde estaba implicado uno de sus superiores. Sin embargo, hubo un elemento más en el despido de Patricio Valdivia, el personaje central de la narración: es homosexual, así que la institución le inventó un mal comportamiento para desvincularlo de sus filas.

Valdivia —que actualmente es detective privado— es un tipo solitario que vive en un departamento en el sector céntrico de Santiago, acompañado de Valentina, una tortuga que hace las veces de confidente, y eventualmente recibe la visita de Luis, un joven metrosexual poco comprometido con la relación amorosa.

El detonante del caso de esta novela es el secuestro de una joven estudiante. Sus captores extrañamente no piden dinero a cambio de su libertad. Este hecho gatillará una atractiva trama, con una ironía bien calibrada, con uno que otro personaje forzado —como una monja lesbiana— y mínima información sobre el taxista que se desempeña como ayudante de investigación de Valdivia. Las pesquisas del detective privado lo llevarán a detectar un vínculo macabro entre un cercano a la joven secuestrada, miembros de las fuerzas armadas y familiares de detenidos desparecidos.

El libro —escrito a cuatro manos o dos cabezas por Cecilia Aravena y Eduardo Contreras— tiene un interesante prólogo de Ramón Díaz Eterovic —acaso el más descatado autor chileno de novelas policiales—, aunque se recomienda postergar su lectura hasta finalizado el volumen, ya que contiene enormes spoilers. Menciono a Díaz Eterovic por la gran interrelación que tiene con La verdad secuestrada, en particular sus primeras publicaciones, cuando su principal foco eran los delitos asociados a la dictadura. Otro punto en común es la similitud de los detectives. Heredia, el eterno detective de Díaz Eterovic, y Valdivia, de Aravena y Contreras, son hombres solitarios, buenos lectores y amantes de los animales. Además, ambos poseen una ética a toda prueba y un férreo rechazo a la dictadura. En términos estructurales, la narración que nos ocupa también sigue el modelo del creador de Heredia. Los dos detectives se ciñen a una lógica deductiva, donde lo principal es el razonamiento para ir atando datos derivados de las entrevistas a cercanos a la víctima.

Entre las diferencias, hay escenas de thriller y menos profundidad en la intimidad del detective Valdivia, quizás porque no es un desencantado como Heredia y aún cree profundamente en la justicia. En todo caso, la mayor distancia entre ambas propuestas de policial es que estamos ante el primer detective privado homosexual de la narrativa chilena y esto es un gran punto a favor. Sin embargo, Aravena y Contreras se quedan cortos en su configuración, pues no excavan lo suficiente en su diferencia de género. ¿De qué sirve entonces que el detective sea homosexual? De absolutamente nada.

Más allá de las deudas explícitas con la obra de Díaz Eterovic, los dos narradores elaboran una novela sobre la violencia en dictadura, derechos humanos e impunidad desde el siglo XXI, enfatizando que las redes de protección militar y civil siguen operando a nivel político y de fuerzas armadas. La historia y el desenlace son expuestos de manera relajada, y no hay elementos sin. aclarar en esta trama relatada con rapidez y desprovista de melodrama. La verdad secuestrada se ubica en una medianía respetable, lo que significa que hay material literario, pero que aún falta marcar una voz particular.


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Antes de firmar a medias "La verdad secuestrada", Eduardo Contreras y Cecilia Aravena ya habían publicado libros individuales: él, las novelas "Don't disturb: crónica de un encuentro en Cartagena de Indias" y "Será de madrugada" y el volumen "Cuentos urgentes"; ella, el conjunto de relatos "Fragmentos de Chile".

 

 


Llueve desde el sábado
Reinaldo Martínez Urrutia. Segismundo, 2019, 77 páginas.
LUN, 17 de enero de 2020

Roberto es un setentón jubilado, viudo y decrépito que tiene los días contados a causa de una enfermedad crónica. Ninguna de esas condiciones, sin embargo, será obstáculo para obsesionarse con una compañera de trabajo a quien dobla en edad. Esta novela de Reinaldo Martínez Urrutia sobresale justamente por ese elemento: porque su protagonista, aquel anciano en apariencia inofensivo, posee una libido y una actitud de depredador sexual plenamente activas. Su objetivo desde hace años es Julia García, separada y madre de dos hijos.

El hombre acosa a la mujer mediante correos electrónicos amenazantes, invitaciones y tocaciones teóricamente casuales. Lo que vuelve atractivo al personaje es que es presentado como alguien que provoca lástima y, a la vez, genera repulsión. El narrador, quien no tiene misericordia alguna con él, lo expone sin remilgos en su condición de pervertido que se autopercibe como un enamorado, incapaz de advertir su historial de abusos contra Julia.

Cuando Roberto se informa imprevistamente, a través de la prensa, del crimen de Julia, se enfoca en hilvanar tesis respecto a la identidad del asesino de su "amada". Abandona toda preocupación sobre su enfermedad y juega sus pocas cartas en descubrir al tipo que baleó a Julia. "Mañana, decidió, compraría una botella de whisky. ¡Al diablo con el doctor, su cáncer y la depre! También, cigarrillos, muchos cigarrillos, total igual se iba a morir". Necesita llegar a la verdad y para eso debe investigar a las exparejas de la mujer.

La narración, rica en atmósferas y cuerpos decadentes, avanza rápido guiada por el entusiasmo que experimenta el anciano frente a este nuevo desafio. Sus sospechas son matizadas con recuerdos de conversaciones con la fallecida, quien alguna vez le confiara sus pesares amorosos. La ansiedad especulativa de Roberto se ve interferida cuando la policía lo arresta como sospechoso. A partir de este hecho la historia cambia de giro, ya que el tipo ingresa en un camino sin retorno, dejándose llevar por una suerte de delirio sobre antiguos planes para mejorar el mundo.

El libro plantea de manera perfecta la falsedad del amor romántico que domina al protagonista. Tras este concepto lo que hay es una violencia que se va manifestando de diversas maneras, desde cortejar con amabilidad hasta agredir verbalmente a la mujer que lo rechaza. Uno de los máximos logros de Martínez Urrutia es construir a este anciano con piel de oveja que oculta a un bestial acosador. Igualmente, resulta meritorio llevar una historia policial con muy pocos personajes, una voz y nulos procedimientos investigativos. Esta sumatoria de restricciones subordina el caso criminal y proyecta la narración hacia el investigador, Roberto, quien sin tener conocimientos de rastreo policial aplica lógica y no baja la guardia al manifestar que, pese a su edad, sus deseos sexuales están tan vivos como su actitud violenta.

Reinaldo Martínez Urrutia hace gala aquí de un singular modo de abordar el género policial, con varios méritos; el principal, la construcción de un protagonista que conflictúa lo que socialmente se define como peligroso.


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"Llueve desde el sábado" es la tercera novela de Reinaldo Martínez Urrutia: antes había publicado "El dolor ajeno" y "Reciclando al abuelo". Médico de profesión, el autor -nacido en Talca en 1941- ha trabajado durante más de medio siglo como cirujano.

 

 

 


Ella estuvo entre nosotros
Belén Fernández Llanos. Overol, 2019, 102 páginas.
LUN, 31 de enero de 2020

Construir escenas de dolor, ponerle nombre a ese dolor, afirmar que del dolor no se sale sino que se vive como un continuo, sostener que no hay posibilidad alguna de atenuar la rabia por la irrupción de una enfermedad y de la muerte: eso es parte de lo que realiza con pulcritud Belén Fernández Llanos en su debut como novelista.

Ella estuvo entre nosotros —el título del libro es un verso de Jorge Teillier— habla de un pasado donde el mal aún no se hacía presente, la preadolescencia de la narradora, y del privilegio de haber contado con "ella", en este caso su madre, muerta a los cincuenta años producto de un cáncer. La vida previa y posterior a la catástrofe individual y familiar que significó su desaparición es relatada desde la adultez por una de sus hijas, la menor, entonces de catorce años.

En esta escritura la voz narrativa se lleva todos los halagos. Hay verosimilitud en su modo de expresarse y ver el mundo; sencillez en su manera de expresar emociones e intentar comprender la intervención de la tragedia en su vida.

Hablamos de la voz de una chica cautelosa, medianamente ensimismada, autodescrita como fea. Esto último carece de ironía, ya que la protagonista elude cualquier intención de proclamarse como ícono o sobrecodificarse como alguien especial, incluso en su condición de víctima. Lo que sí hay es un fuerte énfasis en la memoria. Recordar como si fuese el primer día es la única forma de vivir el colapso.

A través de diversas temporalidades, la narración se enfoca en la madre y la hija, entidades individuales, modos de ser diferenciados, unidas por lazos afectivos donde no hay violencia ni amor desmedido. La afectividad es tratada aquí de una forma particular. Sin gestos ni palabras rimbombantes, sino a través de la convivencia donde los personajes sienten y dan por seguros la pertenencia, la preocupación y el cuidado. Los afectos son, en tal sentido, una práctica viva que se elabora día a día, donde las palabras son menos importantes que las acciones.

Belén Fernández Llanos tiene una increíble capacidad para materializar momentos emotivos, pero también el lado horroroso de la enfermedad, el largo proceso de descomposición que experimenta un cuerpo hasta no dar más. Su discurso se enfoca en el asco y el dolor por el cuerpo materno, al grado de señalar que prefiere que la catástrofe no se alargue más y la enferma muera lo antes posible. Mientras su madre se acaba, también se deshace la familia y la propia narradora se hunde en un dolor quieto, desconocido.

Esta novela posee una visión lírica de lo cotidiano y de la memoria. Además, hay una especial mirada del pasado, a primera vista secuencial, pero en lo profundo sometido a la fusión de tales segmentaciones. La autora unifica ingenuidad con una sabiduría templada en una prosa límpida, clara, íntima, aunque también escabrosa en relación al modo de adjetivar y describir las zonas más desgarradoras de una tragedia de tal envergadura.

Aquello que parece un tema muy abordado en la literatura, la muerte de uno de los padres de quien narra, es aquí despojado de su mitificación para ser arrojado a lo común, a lo cotidiano. Es probable que esta condición de los personajes, ser uno entre muchos, sin una épica de por medio, sea definitivamente el mayor logro de la autora y de este sobrecogedor volumen.

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Belén Fernández Llanos nació en Santiago en 1986. "Ella estuvo entre nosotros" es su primer libro.


 


Casa propia
Ernesto Garratt. Hueders, 2019, 153 páginas.
LUN, 7 de febrero de 2020

En 2018, la novela Allegados se transformó en una de las mejores del año. La historia de una madre y un hijo que van de un lugar a otro experimentando toda suerte de penurias debido a que no tienen casa fue escrita con excepcionalidad por Ernesto Garratt. Aunque autónoma de esa narración, Casa propia continúa el angustioso trayecto de ambos personajes, quienes ahora logran consolidar el tan ansiado sueño de poseer una vivienda.

Por desgracia, esta vez la mano de Garratt resulta irreconocible, dejando apenas entrever aquello que logró destacarla en la primera ocasión. El resultado aquí es una narración sobreactuada, recargada de elementos fantásticos que le hacen perder al autor lo que fue su gran mérito, el modo de asumir el realismo descarnado desde una tonalidad sumisa y contenida.

Corre 1989. El narrador —como en Allegados— sigue siendo el hijo, ya un adolescente que cursa cuarto medio. Escribe cuentos fantásticos y cuida con esmero a su revenida madre, que padece un grave síndrome respiratorio. El chico posee poderes particulares y se asume como hijo de un brujo peruano, lo cual le permite no solo levitar, leer la mente e intervenir en los pensamientos de los otros, sino también volar y acceder a una pararrealidad. A través del espejo del baño, logra tomar contacto con la imagen de un vampiro, que vive en otro siglo, con el que comparte vivencias. La historia de Mihai, el vampiro, toma forma en la escritura del adolescente, aunque como un acto sin mayores proyecciones, ya que ante la falta de interlocutores no pasa de ser un mero desahogo.

Que lo sobrenatural termine dominando el volumen no es un problema; el problema es la precariedad enorme con que Garratt lo hace: solo clichés del género en medio de extensos segmentos de la novela dedicados a cada una de las habilidades del muchacho, en particular sus vuelos y lectura de pensamientos. No está de más resaltar las dos páginas y media ocupadas en la cita de un libro sobre telepatía, sin que sirva más que para mostrar lo engolosinado que está el autor con el tema. Nos encontramos así ante una narración fantástica salpicada de realismo. Lo peor es que, de manera muy básica, el libro traiciona lo fantástico, sobre todo cuando el joven asume su desequilibrio mental.

El último segmento del libro recupera en algo el sentido de Allegados. La secuencia en el consultorio médico donde acude el hijo con la madre, donde el chico aprovecha sus dones para atacar a un joven y atildado médico, sirve para dar cuenta no solo de la indiferencia del personal hacia los pacientes, sino de todo el sistema de salud pública. Esta escena se coronará, posteriormente, con un breve discurso sobre el odio infinito del personaje hacia una sociedad que desprecia a sus desposeídos.

Garratt ha derivado en una escritura de nicho para preadolescentes, lo cual no constituye una opción despreciable, pero al estar todo ejecutado con tantos errores pareciera que el género permitiera olvidarse de lo que es una buena narración. El mayor costo de este nuevo camino es haber destruido con saña la anterior propuesta estética, experimentando en un terreno cuyos puntos claves Garratt parece desconocer. Una pérdida lamentable para la literatura orientada a la crítica social es este volumen de un autor que no hace mucho fue capaz de elaborar una novela contundente, de aquellas que abren una zona de la realidad pocas veces explorada literariamente.


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"Casa propia" es la segunda novela de Ernesto Garratt; la primera, "Allegados", apareció en 2018. Periodista y crítico de cine, el autor, nacido en Santiago en 1972, anteriormente había publicado "Tardes de cine", un conjunto de entrevistas a destacados directores cinematográficos.



 

 

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Ríos y provincias, Romina Reyes; La verdad secuestrada, Cecilia Aravena y Eduardo Contreras Espora; Llueve desde el sábado, Reinaldo Martínez Urrutia; Ella estuvo entre nosotros, Belén Fernández Llanos; Casa propia, Ernesto Garratt.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 3 de enero al 7 de febrero de 2020