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LA MEJOR NARRATIVA CHILENA DEL 2014
Patricia Espinosa
17 de abril de 2014
http://patriciaespinosa.blogspot.com/
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Motel Ciudad Negra
Cristóbal Gaete. Hebra Editorial, 2014
LUN, 12 de septiembre de 2014
Lo primero, esa melancolía profunda que impregna esta escritura; luego, el encierro, la desesperación y la derrota. Cristóbal Gaete construye un lugar aterrador y un personaje al borde del abismo, a través de una prosa rabiosa y una estética de la violencia, repleta de imágenes alucinantes que golpean y conmueven.
Breve pero intensa es Motel Ciudad Negra. Una novela sin respiro, porque el monólogo ejecutado por el escritor y narrador, voyeur “de su propia vida y la de otros”, no detiene jamás el flujo de imágenes y la diseminación de sentidos en torno a una forma de concebir la existencia. Quien narra es un escritor abocado a dar cuenta del particular momento que vive, las personas que lo rodean y los sitios por donde circula, sin ponerle freno alguno a la emergencia del deseo y a la búsqueda de una felicidad que necesariamente atrae la destrucción.
En la escritura de Gaete, todo goce es sólo una pausa dentro del horror o, más bien, la pérdida se materializa en cada gesto de este protagonista que vaga, se emborracha, jala, buscando eternizar las noches, pasando de peleas callejeras a camas donde el sexo podrá renovar la promesa de una epifanía. Estar inmerso en una alegría tortuosa es algo evidente para el personaje, al igual que la conciencia de haber traspasado la juventud. Sin embargo, toda moderación parece ser un imposible para este narrador que se comporta como un desesperado adolescente punk, al que sólo le queda arrastrar sus heridas y buscar pequeñas grietas por donde filtrar una cuota de placer.
La novela instala dos lugares que se retroalimentan y confunden, el Motel Ciudad Negra y la Ciudad Negra, territorios encajonados por el mar y los cerros, percibidos desde un perspectivismo cubista y anárquico. Desde la mirada del narrador, tanto su vida como la arquitectura se orientan siempre hacia la caída. La impotencia ante el encierro urbano permite que surja en el personaje un fatuo deseo de escapar arrojándose al océano, la escalera o la quebrada: tres lugares que detendrán el tránsito y la angustia ante la reclusión que implica habitar esa ciudad maldita.
El relato opera como un bucle que reitera las acciones, desplazamientos urbanos, gestos y sensaciones del protagonista. La reiteración tiene por objetivo no sólo enfatizar sino abrir nuevas posibilidades, explorar otros pliegues, buscar una nueva fórmula para desbloquear el devenir del deseo. Así, no hay un clímax posible ni una secuencialidad que conduzca a alguna parte, sólo un movimiento vertiginoso que no da respiro.
Como símbolo máximo de este libro aparece el Motel, una suerte de escenario imposible y fantasmático, habitado por la memoria, anhelos y desesperación del narrador y los otros, los cuerpos deseados y deseantes. Imposible, entonces, salir del Motel, porque es un laberinto encerrado en otro y definitivo laberinto, la Ciudad Negra, el gran vertedero, donde se encuentra amparo, pero también mil modos de hundirse en la derrota.
Motel Ciudad Negra es una novela llena de asperezas y, a la vez, enormemente emotiva, donde se cruza el irrealismo intimista, lírico, con el realismo social desplegado en una ciudad que todo lo devora. En este excelente libro hay convicción, locura y, por sobre todo, una prosa que no tiene puntos bajos.
La edad del perro
Leonardo Sanhueza. Random House, 2014, 204 páginas.
LUN, 18 de abril de 2014
La narrativa de filiación (historias que se desarrollan en el ámbito de la familia) ha ido dejando atrás la truculencia y el dramatismo evidentes, derivando hacia su extremo opuesto, es decir, historias pequeñas, ajenas al efectismo y la martingala. Lo que no ha variado es el pacto con el lector, que se basa en el escurrimiento de la ficción hacia la autobiografía del autor. Dentro de estas categorizaciones se inscribe La edad del perro, de Leonardo Sanhueza, primera novela de este prolífico y galardonado poeta y cronista.
El volumen se divide en dos amplios segmentos, datados consecutivamente: 1983 y 1984. Años tremendamente represivos, donde no sólo se inmola Sebastián Acevedo y es asesinado el sacerdote André Jarlan, sino también un momento fundamental en la lucha social contra la dictadura. La violencia atraviesa al país, aunque no se advierta a primera vista en esta novela protagonizada por Leonardo, llamado así en homenaje al cantante argentino Leonardo Favio.
Leonardo relata, desde el techo de su casa, su vida entre los nueve y diez años. Vive en Temuco, en un barrio de clase media, junto a su madre y abuelos; su padre, miembro de la Fuerza Aérea y borracho perdido, lo abandona cuando tiene apenas algunos años. Es llamativo considerar que el protagonista es un chico común, sin el más mínimo atisbo de futuro artista, lejano a experimentar aventuras y sucesos extraños, pero con una gran capacidad descriptiva. Su vida diaria se orienta, más bien, hacia una suerte de tedio naturalizado, ya que, al no haber una realidad distinta que le permita al personaje contrastar con la propia, sólo le queda vivir sometido, sin grandes cuestionamientos, a las normas escolares y las reglas familiares que impone el abuelo, un ex carabinero rudo, violento y llevado de sus ideas, que tiene una foto del dictador en su dormitorio y que aborrece a los izquierdistas.
El sur que construye la novela es un estado de intimidad y de tristeza, pero también es el bar donde bebe el abuelo, el frío profundo, las ratas que se multiplican sin más y una familia en silencio, sin quejas, sin alegría. Con todo, este mundo calmo y real, que se niega a la mitificación, filtra fragmentos de una violencia que, al fin y al cabo, erosiona de un modo sigiloso la existencia del niño, llevándolo hacia una zona donde la soledad se transforma en el bien más preciado.
Sanhueza consigue ingresar con naturalidad a una infancia asumida con resignación, como una carga que le otorga al niño un aire de vejez, de agotamiento absoluto ante la vida que le tocó. La edad del perro es el profundo y melancólico retrato de una época obligada al silencio, condenada a la obediencia y a la muerte.
Desde la diminuta e intuitiva mirada de un niño, el libro nos enfrenta al miedo a equivocarse, a ir más allá de lo permitido, presagiando con ello la destrucción total del entusiasmo. El mérito central de este excelente volumen reside en la configuración de una intimidad verosímil, mediante un tono confesional, que nos desliza con morosidad por una pesadumbre constante, por una inconmensurable tristeza de la cual, al parecer, resulta imposible escapar.
Random
Daniel Rojas Pachas. Narrativa Punto Aparte, 2014, 151 páginas.
LUN, 8 de agosto de 2014
En un contexto donde la escuela, los medios masivos y el mercado han construido un tipo de lector imposibilitado de acceder a escrituras complejas, y donde buena de lo que se publica pareciera querer satisfacer sólo a ese lector estándar, explorar escenarios distintos sigue siendo un acto de rebeldía lleno de sentido. Random se instala en el cada vez más reducido territorio de la experimentación con una novela prolija en su empeño por desviar la noción de centro, a partir de la proliferación de ficciones empapadas de perversión.
Random es un volumen conformado por 54 fragmentos numerados de manera aleatoria, que contienen el nombre de una banda musical o un cantante, uno de sus temas y el tiempo que éste dura: “Sonic Youth / Peace Attack / 6:09”. Así, entre otros, aparecen Johnny Cash, Rob Zombie, PJ Harvey, Talking Heads, Blondie y hasta Los Blops, conformando no sólo la banda sonora del protagonista, sino el correlato germinal de cada uno de los fragmentos centrados en la maldad, el desamparo y la rabia.
Si bien es cierto que el libro opera destruyendo la presencia de ejes narrativos, aun así queda en pie un protagonista. Oculto, subsumido en una diversidad de historias, el personaje que oficia de escritor es el articulador del volumen. Lo atractivo de esta propuesta es el intento de ahogar al personaje, de arrastrarlo hacia una posición secundaria, mediante la presencia de historias paralelas, ficciones generadas por él mismo, aunque encubriendo su autoría.
Este personaje central, cuya presencia es la más fuerte y constante dentro de la totalidad del volumen, es un escritor nacido en Perú que vive en el norte chileno con su familia, tras ser abandonado por el padre, que armó una nueva vida en Lima. No sólo la imagen de un padre maldito acosa al protagonista, sino también su condición de escritor, profesor y gestor cultural, actividades que asume sin grandes expectativas, como no más que una forma de ganarse la vida, pero que representan un calvario, ya que debe aguantar la petulancia de los malos escritores capitalinos, la idiotez de sus alumnos ingenieros comerciales y la vaciedad de los eventos literarios.
La complejidad psicológica del escritor es uno de los puntos altos de esta narración: confiable, en apariencia, y lleno de odio en lo íntimo, odio que parece materializar a través de su escritura. Así, se entrega a la producción de relatos donde puede golpear, violar y asesinar a esa manga de seres que simbolizan la decadencia de la literatura y el mundo. Pero el acto de escribir también se encuentra fracturado. Por un lado, le resulta aborrecible la creación; por otro, le resulta imprescindible para sobrevivir.
En las historias paralelas, el énfasis está puesto en configurar la degradación social materializada en un contexto donde resulta común la presencia de adolescentes asesinadas, hermanos incestuosos, una poeta asesina serial, prostitución infantil, homofobia escolar y adicción al porno. Es decir, un mundo lleno, saturado, de una violencia sin control alguno.
Rojas Pachas construye con rigor y profundidad una trama cuyo vector central es la violencia inserta en lo más profundo del tejido social. Random logra concitar un repertorio de microficciones por donde el mal avanza sin contemplación alguna, llegando incluso a contaminar la figura del escritor, de quien ya no se puede esperar que esté del lado de lo alto o sublime, sino que se ha convertido simplemente en otra figura de la infamia.
Los muertos
Álvaro Bisama. Ediciones B, 2014, 150 páginas.
LUN, 7 de febrero de 2014
Publicar ejercicios o pruebas de estilo se ha vuelto una plaga. Resulta frecuente que muchos autores prueben la mano lanzando páginas que bien pudieron leerse en privado, evitando exponer sus balbuceos, sus intentos fracasados o sus desorientadas búsquedas. Por lo mismo, los libros en que se advierte un trabajo riguroso y que al mismo tiempo son estéticamente valiosos son excepciones a la regla.
Así lo confirma Álvaro Bisama, quien, tras cuatro novelas, publica Los muertos, su primer volumen de cuentos. Son once relatos elaborados con experticia. Claramente, el autor consigue construir una obra sólida, con matrices y estructuras definidas y contundentes, consolidando un diseño de relato que se mueve entre la tradición y la subversión del género, con elementos de la oralidad, el monólogo interior, la historia enmarcada, el recurso fabulesco y el montaje que pone en juego distintas texturas, despojándose de cualquier tonalidad cursi, de cualquier gesto grandilocuente.
Cada texto resulta avasallador en su perspectiva de representación de lo real, condensando en sus centros a figuras marginales, personajes que son la fractura de lo social, de su estandarización y homogeneidad; hombres y mujeres golpeados que tienden a reproducir el maltrato en cada una de sus formas de sobrevivencia.
Los relatos se abren sin dilaciones, sin aplazamientos, percutiendo con ira los basamentos que configurarán la trama, la cual se despliega siempre por medio de sucesivos movimientos de aceleración y contención. A través de un modo de enfocar extremo, casi obsesivo, los protagonistas son delineados con rudeza y, al mismo tiempo, con una ambivalente misericordia. Son sujetos atrapados por diversas formas de violencia, que operan con una desatada ferocidad hacia sí mismos, hacia sus propios cuerpos y existencias, invisibilizados en medio de territorios tan comunes que parecen redundar en su insignificancia.
El pueblo, la provincia o las calles de un Santiago antiguo son el escenario de estas historias en que circulan personajes condenados al anonimato, pero también a actos fallidos, lo que los va haciendo envejecer manteniendo cierto fulgor de adolescentes, expuestos al riesgo, a la muerte, a la cual sólo pueden enfrentar dejando una huella o un testigo de sus actos limítrofes.
Tres son las temáticas constantes de este conjunto de relatos: el cuerpo de cada uno de estos personajes acontece como el único territorio posible donde ejercer el control; en segundo lugar, el protagonismo de seres derrotados, imposibilitados siquiera de imaginarse una vida fuera de la marginalidad; por último, es recurrente que los personajes imaginen o tengan como plan atisbar lo que subyace a la realidad cercana. Eso último funciona como una condena que impulsa a los personajes hacia una zona de peligro inminente, a experiencias fatales, donde deben actuar y dejar un pequeño testimonio de ello.
Desplegando una reflexión cercana a las de Daniel Hidalgo y Cristóbal Gaete, quienes configuran con crudeza la marginalidad urbana enclaustrada en el acoso del sistema de poder, Álvaro Bisama se concentra en una prosa realista y profusa en epifanías seculares, en busca de un sentido vital que se escabulle y resuelve en un estallido tristísimo y perturbador. Sin duda, Los muertos es uno de los mejores libros de relatos breves de la última década.
Cosas que nunca te dije
María José Viera-Gallo. Tajamar, 2014, 172 páginas
LUN, 19 de septiembre de 2014
Alejados de cualquier resonancia épica, estos relatos exploran el dolor, la angustia y la incontenible tristeza del día a día. El volumen, así, se convierte en un lugar privilegiado para exponer un conjunto de vidas desintegradas por decisiones fallidas o por el deslizamiento inevitable hacia la caída y el fracaso. Cosas que nunca te dije es un libro íntimo y perturbador, imparable en su deseo de remover heridas sin compasión o de exponer las llagas emocionales sin la más mínima posibilidad de vislumbrar una salida alentadora. Y es esto, precisamente, lo que determina la consistencia de la escritura de María José Viera-Gallo.
Cada uno de estos relatos hurga en la descomposición de una vida que sobrelleva el dolor con un modo particular de inconformismo. Las historias, desarrolladas desde un tono verosímil, se detienen en una etapa decisiva de la existencia de un personaje; por tanto, cada hecho acontecido determinará fatalmente su futuro. Es así como surge una prosa pegada a los personajes y sus sensaciones, lo que permite comprender sus crisis y decisiones; éstas últimas siempre se concretarán de un modo desviado a lo que podría calificarse como correcto.
Un aspecto importante en la configuración de los personajes femeninos –seis de los siete relatos del conjunto tiene a una mujer como protagonista– es su desacato a las convenciones de la vida que les toca vivir. Un desacato que, en todo caso, se aleja de la estridencia y emerge siempre desde pequeños gestos y actitudes pertenecientes al ámbito de lo privado. Aquello que unifica a estas mujeres, oscuras y complejas, más allá de la diversidad de edades y condiciones de vida, es su resistencia a la soledad. Esta oposición genera modos de vivir empecinados en romper la incomunicación, atraer un afecto o, en última instancia, torcer la realidad que les ha tocado.
La férrea resistencia de las mujeres tiene su contrario en la forma en que se presenta lo masculino. Hombres frágiles, degradados, una mezcla de adolescentes y niños que generan lástima en las mujeres y que requieren de su amparo. Ellas, sin duda, son el símbolo de la fuerza y la necesidad de cambio. Sin violencia y con mucha sutileza, los relatos instalan una pugna entre lo femenino y lo masculino, a partir de representar al hombre como un ser que experimenta la desolación de modo pasivo, llegando, en un par de casos, al extremo de asumir la muerte como única salida posible.
Sin duda que estamos ante el mejor trabajo de Viera-Gallo. Su crecimiento literario es impresionante: ha construido un profundo y sólido libro de género sin que se note que es de género, alejándose de consignas, pero adherida siempre a las modulaciones de lo femenino. Esta entrega, además, puede leerse como una suerte de post scriptum de quienes fueron adolescentes en la década de los 90, la última generación que tuvo algún acercamiento con la utopía y que hoy sólo ambiciona armarse una vida confrontando una desolada cotidianeidad.
Cosas que nunca te dije –título que cita una hermosa película de Isabel Coixet justamente de los 90– escarba en el dolor y la melancolía y desata una prosa calma, aunque cargada de angustia, recurrente en imágenes oscuras, decadentistas, negando cualquier tregua al deterioro total de unos personajes que han internalizado la derrota, pero que intentan rechazarla aun sabiendo que todo está perdido.
La ciudad de los hoteles vacíos
Gonzalo Baeza. Narrativa Punto Aparte, 2014, 167 páginas
LUN, 5 de diciembre de 2014
La ciudad de los hoteles vacíos, primer libro de Gonzalo Baeza, es un conjunto de catorce relatos cuyos personajes transitan por ciudades y poblados del Medio Oeste estadounidense buscando trabajo y recalando en hoteles y bares de mala muerte, cines porno, comederos baratos, granjas en decadencia, periódicos amarillistas. Mediante una prosa áspera, nudosa y compacta, surge un mismo protagonista, un tipo sin lugar, arisco, ensimismado, en permanente deriva por un territorio representado como un corredor o laberinto sin salida, donde solo le queda concentrase en pasar el día.
La escritura de Baeza confronta el desarraigo, la falta de expectativas y una aparente resignación con un desprecio larvado, una odiosidad contenida y desafiante para enfrentarse a los extraños. El autor otorga, además, gran relevancia al contexto en que transcurren sus historias, una zona semirrural, semiindustrial, en el centro de Estados Unidos, con un pasado económico glorioso, hoy en baja, pero que aún ofrece trabajos temporales a una enorme masa de individuos anómalos para el sistema. Es la anomalía de los sujetos, su desviación, el ámbito que mejor cubren estos relatos seguros, directos, sin desbordes emocionales: personajes contenidos, con aguante, pero que de improviso pueden desprenderse de todo aquello que imponga seguridad y dejarlo todo para comenzar de nuevo.
El autor privilegia un realismo enrarecido, orientado a capturar los gestos de los personajes, sus cuerpos, sus sensaciones, el espacio en que habitan y, por sobre todo, a la construcción de perfiles. Con apenas unas cuantas frases, surgen caracteres profundos, intimidades torturadas y tensionadas ante el fracaso, dando lugar a una particular tipología, la del trabajador migrante, lejano, austero en sus discursividad, indócil, meditabundo, obcecado en mantener su independencia.
En el último relato de los catorce que contiene el volumen, el narrador señala: “No sé qué esperaba encontrar cuando hui de Chile, pero me encontré con este mundo de maizales interminables donde cada noche se instala una quietud rígida y el frío invernal te embrutece. Un país de gente viviendo a la sombra de fábricas abandonadas en un mar de maleza, acereras, papeleras, plantas automotrices y todos esos edificios desocupados hace apenas unas décadas, pero que hoy parecen construcciones de una civilización perdida”. Más allá de la marca de nacionalidad, resulta importante en este segmento la idea de huida del origen y la constatación de un presente desafortunado, donde resalta una realidad casi postapocalíptica que lo va consumiendo todo. El desencanto por ambos lugares, Chile y el Medio Oeste, y la necesidad de sobrevivir constituyen las únicas banderas de lucha que le quedan a este personaje que acumula derrotas, que se desgasta, que se destruye poco a poco.
La ciudad de los hoteles vacíos es un libro cuidado en su escritura y exacto en su propuesta sobre la desolación, que consigue instalar dos importantes reflexiones: la inexistencia del mito referido al planeta yanqui y el concepto de un orden global donde el individuo no es más que mano de obra barata que, pese a todo, no ceja en mirar al mundo desde un memorable resentimiento que pareciera esperar el momento perfecto para atacar.