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Crítica literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias. 31 de Enero al 21 de Febrero de 2014

 


 



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Allende, el retorno
Omar Pérez Santiago. Aura Latina Editora y Cinosargo Ediciones, 2013, 111 páginas.
LUN, 31 de enero de 2014

Salvador Allende aparece en Santiago de Chile a cuarenta años del golpe militar. Ese suceso da lugar a la ucronía Allende, el retorno, de Omar Pérez Santiago, una novela temáticamente atractiva, ya que el ex presidente aparece convertido en una suerte de hipster que causa estragos con sus lentes gruesos y estilo de vestir retro, al punto de verse involucrado en una intensa historia de amor con una chica alternativa.

El punto de quiebre que separa la realidad histórica de la ficcional corresponde al momento posterior al bombardeo de La Moneda. La imagen del palacio de gobierno en medio de “humo, grietas y escombros” es el único recuerdo que posee el personaje cuando llega al siglo veintiuno. Con posterioridad, a través de internet, Allende se informará de que murió esa mañana de septiembre de 1973, siendo una de las primeras víctimas de la masacre que los militares golpistas recién empezaban a ejecutar. Respecto al pasado anterior al Golpe, su memoria sólo recuperará algunos amigos, su pasión por el tango y el cariño por su perro de la casa de Tomás Moro.

Para los actuales habitantes de Santiago, el protagonista no es más que una copia del Salvador Allende original, que genera simpatías más que sorpresa. El desencanto que producen en el personaje los cambios urbanos y el hecho de ser un anónimo son experimentados con tristeza, pero con bastante pragmatismo. El Allende del presente no queda precisamente en shock y ni siquiera se le cruza por la cabeza buscar a sus descendientes; al contrario, asume con extrema facilidad las transformaciones que le trae el nuevo siglo. A pesar de sentirse hostigado por difusas voces internas, se conforma con su nuevo destino y se dispone a vivir como un chileno medio, desvinculado de la política y privilegiando la vida familiar.

La narración no propone una razón clara que justifique el motivo del viaje temporal de Salvador Allende. Sin embargo, se insinúa que el personaje puede ser víctima de determinada entidad maléfica o poder secreto relacionado con algún tipo de experimento yanqui o un androide de origen desconocido; incluso puede ser un fantasma o el doble del que habitó La Moneda.

Un Allende ingenuo y estrafalario circula por estas páginas, protagonizando situaciones insólitas. Un hecho para remarcar es que su polola queda embarazada y, al parecer, para el narrador, la figura presidencial se completaría con un varoncito que llevara su mismo nombre; no hay que olvidar que él sólo había sido padre de mujeres. La secuencia en que Allende trabaja como mozo en una fuente de soda concurrida por jóvenes onderos, quienes lo reciben con bastante entusiasmo, no deja de ser interesante, sobre todo porque nos lo muestra dedicado a transformar un lugar decadente en un moderno negocio, fijándose incluso en la decoración del sitio.

En esta novela claramente subyace el ánimo de modernizar el retrato del ex presidente desde la complicidad ideológica. Mediante un estilo simple y candoroso, su figura mítica sobrevive para confrontarse con su imagen de icono pop. Más allá de la ausencia de una motivación que justifique la trama, Omar Pérez Santiago consigue con extrema sencillez ingresar, desde una vertiente paródica, a la ferocidad de la tragedia que cruza la biografía del ex presidente Salvador Allende.

 

Los muertos
Álvaro Bisama. Ediciones B, 2014, 150 páginas.
LUN, 7 de febrero de 2014

Publicar ejercicios o pruebas de estilo se ha vuelto una plaga. Resulta frecuente que muchos autores prueben la mano lanzando páginas que bien pudieron leerse en privado, evitando exponer sus balbuceos, sus intentos fracasados o sus desorientadas búsquedas. Por lo mismo, los libros en que se advierte un trabajo riguroso y que al mismo tiempo son estéticamente valiosos son excepciones a la regla.

Así lo confirma Álvaro Bisama, quien, tras cuatro novelas, publica  Los muertos, su primer volumen de cuentos. Son once relatos elaborados con experticia. Claramente, el autor consigue construir una obra sólida, con matrices y estructuras definidas y contundentes, consolidando un diseño de relato que se mueve entre la tradición y la subversión del género, con elementos de la oralidad, el monólogo interior, la historia enmarcada, el recurso fabulesco y el montaje que pone en juego distintas texturas, despojándose de cualquier tonalidad cursi, de cualquier gesto grandilocuente.

Cada texto resulta avasallador en su perspectiva de representación de lo real, condensando en sus centros a figuras marginales, personajes que son la fractura de lo social, de su estandarización y homogeneidad; hombres y mujeres golpeados que tienden a reproducir el maltrato en cada una de sus formas de sobrevivencia.

Los relatos se abren sin dilaciones, sin aplazamientos, percutiendo con ira los basamentos que configurarán la trama, la cual se despliega siempre por medio de sucesivos movimientos de aceleración y contención. A través de un modo de enfocar extremo, casi obsesivo, los protagonistas son delineados con rudeza y, al mismo tiempo, con una ambivalente misericordia. Son sujetos atrapados por diversas formas de violencia, que operan con una desatada ferocidad hacia sí mismos, hacia sus propios cuerpos y existencias, invisibilizados en medio de territorios tan comunes que parecen redundar en su insignificancia.

El pueblo, la provincia o las calles de un Santiago antiguo son el escenario de estas historias en que circulan personajes condenados al anonimato, pero también a actos fallidos, lo que los va haciendo envejecer manteniendo cierto fulgor de adolescentes, expuestos al riesgo, a la muerte, a la cual sólo pueden enfrentar dejando una huella o un testigo de sus actos limítrofes.

Tres son las temáticas constantes de este conjunto de relatos: el cuerpo de cada uno de estos personajes acontece como el único territorio posible donde ejercer el control; en segundo lugar, el protagonismo de seres derrotados, imposibilitados siquiera de imaginarse una vida fuera de la marginalidad; por último, es recurrente que los personajes imaginen o tengan como plan atisbar lo que subyace a la realidad cercana. Eso último funciona como una condena que impulsa a los personajes hacia una zona de peligro inminente, a experiencias fatales, donde deben actuar y dejar un pequeño testimonio de ello.

Desplegando una reflexión cercana a las de Daniel Hidalgo y Cristóbal Gaete, quienes configuran con crudeza la marginalidad urbana enclaustrada en el acoso del sistema de poder, Álvaro Bisama se concentra en una prosa realista y profusa en epifanías seculares, en busca de un sentido vital que se escabulle y resuelve en un estallido tristísimo y perturbador. Sin duda, Los muertos es uno de los mejores libros de relatos breves de la última década.

 

Oro
Ileana Elordi. Libros del Pez Espiral, 2013, 77 páginas.
LUN, 14 de Febrero de 2014

Rozando el absurdo de una cotidianidad que genera un desasosiego leve, la vida se convierte en una experiencia que no se agota, a pesar de que adopte la forma de una resaca permanente. No hay tragedia, pero sí un desacomodo que se extiende, que parece no acabar nunca. Oro es el título de este primer libro de Ileana Elordi, una novela de formato breve, profundamente austera en la exposición de una emotividad seca y lacónica que perfora la realidad hasta en sus más mínimos detalles.

Desde el neominimalismo –esto es, limitando la configuración de personajes, contextos y estrategias representacionales, y rechazando cualquier posibilidad de grandilocuencia–, la autora elabora cuarenta y ocho correos electrónicos que siguen una temporalidad lineal que cubre nueve meses de 2012. La narración recoge así las experiencias cotidianas de una muchacha que decide escribir “cartas” (así las llama ella) a su novio, pero el destinatario de los e-mails no es el novio, sino ella misma. A pesar de reproducir un cierto tipo de comunicación virtual, la novela se salva de la artificialidad al no otorgarle demasiado protagonismo al formato correo electrónico, presentándolo más bien como un soporte habitual.

Cada uno de los textos se articula en torno a un asunto particular, como “Aquí”, “Mall”, “Cinco mil”, “Escarabajo”, “Pecera nueva”, “Zapatos” o “Vodka”. Se trata de asuntos y temáticas triviales, nimios, incluso insignificantes; sin embargo, es esa misma insignificancia, esa entrada en la inutilidad de una vida común, lo que resulta atractiva. Aun cuando hay una preocupación por elaborar una escritura literaria, insertando incluso citas más o menos explícitas de conocidos libros, Ileana Elordi consigue ir armando su particular forma de sentir el tiempo, el ambiente, además de desplegar con largueza sus emociones.

La narradora de este conjunto de textos se refiere, en apariencia, a diversas fases de su relación amorosa, que deriva en un distanciamiento debido al viaje de la chica a Italia, lugar donde vive su padre. Pero, junto con lo anterior, emerge un proceso de construcción identitaria de la protagonista asociado a cómo percibe y asume el arte literario. Un tono de melancolía impregna esta escritura, donde la muchacha siempre resulta volcada hacia dentro, inserta absolutamente en su imaginación, en sus reflexiones o recuerdos. No obstante, el ensimismamiento no amaga su actitud alerta y ávida de interactuar con el contexto o algún individuo casual.

De esta forma, Oro se va convirtiendo en una novela de formación que permitirá consolidar la unidad autor-escritura, autonomizando el acto de creación literaria y de paso reforzando el rol de esa escritura, que, entre muchas cosas, “reconstruye el pasado a través de los recuerdos, poniéndolos en palabras para entender el presente”.

Lo particularmente llamativo de la propuesta de Ileana Elordi es que pone en escena el discurso romántico y luego lo desnaturaliza sin enarbolar un discurso épico ni un tono mesiánico. Oro es un provocador y sutil libro que logra desobedecer a los fuertes condicionamientos de una escritura femenina atrapada por el melodrama amoroso.

 

Lacra
Marcelo Leonart. Tajamar Ediciones, 2013, 260 páginas.
LUN, 21 de Febrero de 2014

Aun cuando su trayectoria literaria ha sido algo irregular, Marcelo Leonart es de los pocos autores nacionales interesados en la novela social. Eso de por sí constituye un mérito en un medio donde predomina la evasión, el lenguaje timorato al momento de encarar la historia del país y sus problemáticas sociopolíticas. Leonart se caracteriza, además, por exponer un discurso categórico, rabioso e incluso políticamente incorrecto, tal como queda manifiesto en ésta, su nueva publicación.

Lacra es una novela intensa y cargada de un ánimo de denuncia sobres las élites del país; sin embargo, la denuncia fracasa debido a una mirada violenta y segregadora sobre el mundo popular, que funciona como un contrapeso objetivizante que demuele cualquier posible irreverencia frente al poder; un cara y sello culposo, un intento por equilibrar la balanza, una cierta forma de pedir perdón por atreverse a cuestionar al dominador.

A través de cuatro capítulos que el volumen denomina “recorridos”, instalados el año 2011, el autor presenta a tres personajes. Primero aparece un prestamista que ha emergido desde una situación de marginalidad social absoluta; luego viene el capítulo sobre Don Carlos, un acampado personaje basado en Carlos Larraín, presidente de RN; y finalmente está la Pata, personaje asociable a Patricia Matte, dueña de colegios para sectores pobres, que en el relato posee una fuerte carga emotiva. El capítulo final del libro opera como la desembocadura forzada de las tres historias. Cuando el narrador ya no sabe qué hacer con sus personajes autonomizados en sus discursos individuales, opta por entrecruzarlos en una situación al borde de un histérico realismo mágico, cuyo corolario es reforzar con redundancia extrema la torpeza del más débil.

La presencia del narrador en este volumen, que define su estilo como “brechtiano”, es fundamental, dado que interviene de manera permanente en cada uno de los distintos segmentos. Sus palabras entregan datos menores sobre su biografía y particularmente se encarga de ostentar su condición de letrado, su poder omnímodo, su grandiosa autoridad sobre el texto y sus personajes. Así, va construyendo a éstos desde estereotipos a los que corresponde su clase social. Los ricos son ridículos, ansiosos de poder y dinero, despreciativos con el pueblo y fanáticos religiosos. El prestamista, con “ADN cuma”, comparte con la élite dos importantes características: desprecia a los pobres y está ávido de dinero.

Leonart caricaturiza y simplifica al mundo popular mientras complejiza a la élite, mostrando a los miembros de ésta como seres abundantes en matices psicológicos y valóricos que los pobres no tienen. Sumándose a una creciente tendencia dentro de la narrativa nacional, en Lacra el mundo popular es construido a partir de un racismo silencioso, naturalizado: las muchachas y sus madres están hambrientas de sexo, los jóvenes huelen a sudor y perfumes baratos, todos tienden al delito y sus sucios hogares están contaminados por una sexualidad infecta.

¿Quién se salva en este estercolero? Obvio, el omnipresente narrador (voz autoral), para quien los pobres no son nada más que el marco, el decorado de un aburguesado discurso antiélite. En Lacra, ricos y pobres son igualmente despreciables, aniquilando con esto la dialéctica víctima-victimario. Un punto de vista que no constituye una crítica consistente, sino más bien una reproducción de la violencia hegemónica.


 



 

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Crítica literaria:
"Allende, el retorno", de Omar Pérez Santiago; "Los muertos", de Álvaro Bisama; "Oro", de Ileana Elordi; "Lacra", de Marcelo Leonart.
Por Patricia Espinosa
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