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Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 19 de julio al 16 de agosto 2013
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La oficina
Felipe Victoriano. Das Kapital, 2013, 192 páginas.
LUN, 19 de julio de 2013
Una primera obra bastante auspiciosa ha realizado Felipe Victoriano. Con trazos de novela negra y pinceladas de thriller, La oficina es un volumen que maneja con soltura la velocidad narrativa, profundizando en una historia construida a fragmentos por un grupo diverso de personajes bien delimitados y complejos.
El título de esta narración alude a una de las historias más macabras de la democracia chilena. La Oficina fue un organismo de inteligencia creado en 1991 por la Concertación tras el asesinato de Jaime Guzmán. Organismo al mando efectivo de Marcelo Schilling, tenía por objetivo neutralizar a los denominados “grupos subversivos” como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y el Movimiento Juvenil Lautaro (MJL). La oscura labor realizada por tal entidad opera como el subtexto de este relato.
Los hechos presentados congregan a seis funcionarios de una oficina coordinada por un jefe –distante, autoritario– y sus cinco subalternos: Arancibia, psicóloga que además opera como subjefa; Miranda, profesor universitario de psicología; Vergara, ex guionista de telenovelas; Ibarra, ex escritor; y Ruiz, periodista multifuncional. Sin embargo, la narración presenta los monólogos de sólo cuatro de estos personajes, en cuatro entregas que siguen siempre el siguiente orden: Vergara, Miranda, Ibarra y Ruiz.
Ese grupo de personajes, atravesados por la derrota, ven en este trabajo una gran oportunidad laboral. En extensas y agotadoras reuniones, estos especialistas compiten mostrando sus talentos. La narración nos entrega sólo un caso policial, que en apariencia no tendría un origen político –el asesinato de una niña–, pero esta restricción no invalida ver el modo en que se desempeña cada uno de los personajes y la metodología de trabajo impuesta por el jefe. Lo llamativo es que parecieran estar intentando desentrañar un caso policial como si se tratara de interpretar un texto literario. En este punto, la historia convierte a los personajes en lectores de una obra cuyo autor desconocen y a la que acceden mediante capítulos o fragmentos que contienen un centro indeterminado, sin una finalidad clara.
A pesar de que la narración se centra en delinear certeramente cómo funciona un poder en lo concreto, consigue también que se puedan extrapolar esas prácticas hacia lo superestructural. De este modo, se expone una ácida crítica a la corrupción del país, al mismo tiempo que a una figura de dominio que va más allá de las fronteras nacionales.
La oficina es una novela refrescante y al mismo tiempo oscura, con toques siniestros, llena de matices sobre los modos de habitar en la expulsión social que experimentan las víctimas de un poder que no ceja en su afán de sacar de escena al que se atreva a disentir.
Historia de amor con hombre bailando
Hernán Rivera Letelier. Alfaguara, 2013, 147 páginas.
LUN, 26 de julio de 2013
En sus múltiples acepciones, el término “recargado” ha sido la marca de fábrica de Hernán Rivera Letelier. Descripciones eternas, el abuso con el adjetivo, el retorcimiento de la frase, la retórica facilista y un culto permanente a la magia garciamarqueana se habían venido reiterando incansablemente por casi dos décadas. Pero no todo estaba perdido: después de una docena de libros, Hernán Rivera Letelier por fin ha logrado escribir un buen texto.
Historia de amor con hombre bailando es una novela breve, más bien cercana a un cuento extenso, sencilla y de fácil lectura. Los hechos, como en la mayor parte de la obra de este autor, ocurren en una oficina salitrera. A mediados del siglo pasado, llega a Coya una singular pareja: Ana Santa Fe, una joven enferma terminal, y Fernando Noble –o el Feo, como lo llama todo el pueblo–, protagonista de esta narración. Es un personaje muy bien construido en su mutismo, dignidad, incluso en sus determinantes rasgos físicos y en su particular estilo y modo de vida. Porque Noble es un tipo rudo, pero tímido, cuyo cara horripilante se transmuta en belleza absoluta y seductora cuando él se lanza a la pista de baile y deja al público embobado.
La historia es expuesta por un trabajador que compartió su cuarto con el protagonista y que ofició como confidente. La presencia de este narrador-testigo se remite, principalmente, a reproducir hechos desde un punto de vista que pretende la objetividad y por ello tiende a describir más que a intervenir con juicios morales o dar rienda suelta a una filosofía de vida. A pesar de lo anterior, el narrador demuestra afecto y tristeza ante los desgraciados relatos que le confía el Feo, un diestro bailarín de mambo, rock and roll, twist, que no es reconocido como artista porque desarrolla un arte aparentemente menor, inserto en rutinas de entretención popular.
El relato consigue instalar contenciones que impiden el desmadre emotivo, ya sea por el uso de una prosa un tanto áspera, la limitación adjetival y, fundamentalmente, porque la anécdota se focaliza y jamás abandona al protagonista. Así, el autor evita saturar y, lo que es más importante, realiza un giro hacia una escritura menos dilatoria, más concentrada, que valdría la pena continuar.
Este libro comprende una selección, reducida y más sutil, de las temáticas que ha venido desarrollando Rivera Letelier dentro de una estructura narrativa bastante simple, pero donde se manifiesta un trabajo minucioso en torno a los diversos matices de un personaje que contiene mucho más carne que cliché.
La oscuridad que nos lleva
Tulio Espinosa. Cuarto Propio, 2013, 276 páginas.
LUN, 2 de Agosto de 2013
El raro vicio de la lectura y la incidencia de las ficciones en la vida de dos personajes entrañables es lo que aborda La oscuridad que nos lleva. La delicadeza discursiva caracteriza este volumen calmo y detallista de Tulio Espinosa, quien opera con parsimonia en la construcción de una novela cuyos protagonistas, el Lector y la Señora, comparten el placer que les brinda la literatura.
La Señora permanece postrada debido a dolencias de su avanzada edad; es de la clase alta y requiere de alguien que le lea libros, para lo cual pone un aviso en prensa. Aparece entonces un escritor frustrado de mediana edad, perteneciente a la clase media provinciana, al que conoceremos siempre como el Lector. La mujer escucha cada día las distintas lecturas, sin temor a interrumpirlas constantemente con reflexiones sobre el arte literario, la historia del país y fragmentos de su vida.
El narrador se focaliza en el Lector y se encarga de delinear sus impresiones de la anciana y también de la joven Camila, quien trabaja en el hogar en labores domésticas. El Lector establece una relación intensa con ambas mujeres. Mientras Camila, que viene del campo y posee un hermano detenido desaparecido, representa el erotismo, la Señora funciona como mediadora al conectarlo con el arte. El Lector, que ha intentado durante toda su vida escribir un relato, intempestivamente advierte que la anciana es un grandioso personaje que podrá utilizar como protagonista de su tan ansiada novela.
A través de la Señora, nacida en 1920, accedemos a diversos momentos de la historia del país desde la particular mirada de una mujer de la élite reprimida por el orden social. Uno de los aspectos más destacables del libro reside en las conversaciones entre ella y el Lector, que es un hombre de muy pocas palabras. Ambos dialogan sobre estilos y temáticas literarias con sencillez y llaneza; jamás emerge en ellos una visión presuntuosa, que tienda ubicarlos en un sitio privilegiado respecto a la comprensión profunda de una obra.
Las citas a fragmentos de autores como Proust, Malraux, Hemingway, Scott Fitzgerald, Víctor Domingo Silva, Droguett y, especialmente, José Donoso funcionan de manera precisa. No sólo son los escritores preferidos de la anciana, sino que dan lugar a que surjan algunos secretos asociados a su eterna rebeldía que decide confesar al Lector bajo la promesa de la confidencialidad absoluta.
La oscuridad que nos lleva es una narración cercana, que elude la velocidad narrativa, pero que consigue devolvernos a la calma propia del acto de lectura. Lo más importante es que Tulio Espinosa ha logrado detenerse en el placer de leer y en el modo en que la literatura se entromete y altera irreversiblemente nuestras vidas.
Extraordinario
Franco Biggi. Editorial Forja, 2013, 203 páginas.
LUN, 9 de agosto de 2013
Un pueblo desértico, aislado del ruido y del tiempo, es el sitio donde transcurre la anécdota de este libro con el que debuta Franco Biggi, quien posee una mirada ferozmente desencantada sobre la condición humana. Extraordinario es una novela centrada en la cobardía, el desarraigo y los afectos, descritos desde una violenta ironía. Biggi construye una historia por su revés repulsivo, donde la familia resulta ser una trampa mortal sustentada en la ruina de cualquier pasión, donde los roles inamovibles hacen polvo cualquier vitalismo y los afectos terminan convertidos en una condena a perpetuidad.
Biggi parece ensañarse con los personajes de esta narración, reduciendo la normalidad a nada más que un mito. En apariencias, nada hay de raro en esta pequeña familia conformada por Willie y Mirta, un matrimonio de ancianos, emigrantes chilenos que jamás hablan de política ni de su situación de extranjeros y que disfrutan de una cómoda vida en Colorado, Estados Unidos. Aun así, ambos constituyen un ejemplo de decadencia. Mirta, la anciana, es una mujer racista y rabiosa mientras su marido se expone como un ser pusilánime, oprimido por su rol de padre y esposo.
La novela cubre solo un par de días, el breve tiempo en que llegan a visitar a los ancianos su hijo Juan y su pequeño vástago Pedro, un niño prepotente, obcecado y, al igual que sus abuelos, distante y malhumorado. Juan es, sin duda, el gran personaje de esta novela. Un sujeto de mediana edad, cuyo cuerpo ya manifiesta signos de envejecimiento, sumergido en una crisis constante, cargado de emociones confusas, incluso de odio y resentimiento hacia sus descendientes. Juan es un tipo en permanente autorreflexión que se detiene en detalles del pasado y escarba en su presente, por momentos, con un ánimo patológico, rastreando en sí mismo sin una causa u objetivo manifiesto.
Hace apenas unos días, en una situación cotidiana, a Juan le ha caído una gota de cloro en uno de sus ojos, dejándolo en un estado de shock permanente. Este suceso, calificable con facilidad como menor, adquiere una potencia grandiosa en el relato. Su ojo ensangrentado opera como un tremendo símbolo del proceso de descomposición que experimenta el personaje, que lo lleva a conflictuarse toda su reprimida existencia.
Los diálogos ocupan un lugar fundamental en esta novela muy cercana a la dramaturgia. Las conversaciones entre el anciano y Juan, son triviales, secas, frías, distantes y también brillantes en su condición absurda. Más allá de un final un tanto débil, ya que conduce la novela hacia la circularidad y esquematiza a un par de personajes, Franco Biggi, con recursos literarios mínimos y efectivos, realiza una valiosa novela sobre el exilio desde una perspectiva intimista, donde la familia es configurada como una institución putrefacta, pero a fin de cuentas uno de los pocos lugares de amparo que puede encontrar un sujeto común.
Sexo, salmo y procesión
Roberto Fuentes. Editorial Librosdementira, 2013, 158 páginas.
LUN, 16 de Agosto de 2013
De principio a fin, Roberto Fuentes no logra dar pie con bola en este libro. Una seguidilla de desaciertos resume esta novela que parece escrita por un novato con muchas ganas de dar a conocer sus anécdotas afectivo-sexuales. Sexo, salmo y procesión es un volumen situado en la “alegre” década de los 80, al que le sobran páginas y le faltan ideas. Fuentes se centra en un joven que repasa sus amoríos y eso sería todo.
La novela entrega poquísimos datos del protagonista: estudia en la Universidad de Santiago y participa en trabajos de verano. No hay más, ningún dato contextualizador: nada se sabe sobre su familia, su clase, sus intereses intelectuales o sus rasgos psicológicos. El protagonista es un gran signo vacío o, lo que es lo mismo para este caso, un personaje hueco, que carece de cualquier tipo de profundidad, que ni siquiera logra remontar su falta de brillo a través del sentido del humor, porque es absolutamente aburridor.
Sus encuentros fortuitos con cinco muchachas constituyen la médula de la narración. El protagonista nos somete a extensas descripciones de cada una de estas chicas, al igual que al repaso detallado de las etapas de cada flirteo que suelen terminar en nada. Si por lo menos el protagonista hubiese sido configurado como un fracasado, algo de interés podría generar el relato. El caso es que el personaje no es ni loser ni winner , sino un vago término medio que no consigue generar atracción por ninguno de sus costados. El autor estabiliza al personaje, lo convierte en una maqueta seca y tediosa, a la par que envuelve la historia en un ciclo de eterno retorno, anulando toda expectativa.
El lenguaje básico, la construcción de una estructura mediocre y una temática que no logra coagularse en alguna de sus aristas dan por resultado un relato en el que prolifera el romanticismo ridículo y una mirada trancada sobre la sexualidad. Casi la mitad del libro sucede en una peregrinación religiosa que deriva, al caer la noche, en una suerte de orgía, narrada, eso sí, desde una prudente distancia. Ése es el punto álgido del volumen, cuyo clímax ocurre cuando el protagonista, intentando tener sexo y tomado de la mano de una chiquilla, deambula entre parejas que se manosean en la oscuridad. Para Fuentes, el mayor acto desacralizador es que los personajes consumen algún encuentro sexual.
Una novela más donde el autor tiene menos que un dedo para el piano. Una novela más sobre anécdotas que huelen a autobiografía fome sobre la adolescencia, donde no hay marco político o social y ni un solo perfil interesante entre tanto personaje blandengue. Fuentes no alcanza a elaborar más que un conjunto de correrías insípidas, sin ton ni son, “a la que salga”, despreocupado de todo rigor estético, demostrando con ello lo democrática que es nuestra literatura, porque, si Fuentes lleva a ya diez libros de ficción, es que es cosa de llegar y lanzarse a la piscina.