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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 14 de Septiembre al 12 de Octubre de 2018
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Weichafe
Marcelo Leonart. Tajamar, 2018, 203 páginas.
LUN, 14 de Septiembre de 2018
Una voz inquieta y febril va hilando tramas, diversas, excesivas; no puede ser de otra forma si se trata de una novela de Marcelo Leonart. Un narrador intenso, rabioso, que no da tregua a la idea de que toda escritura literaria corresponde a la crónica de una época. Ésta, su más reciente publicación, es una novela-río, un punto alto dentro de sus producciones, donde logra poner en escena combates múltiples y sucesivos, entre el drama y la parodia y, particularmente, entre la ficción y la no ficción.
El libro comienza así: un departamento en un piso de altura; en el dormitorio duermen dos pequeños, mientras que en la sala beben y fuman pitos tres amigos, Valentina, su marido y Nadia, viuda de Joel. Esta reunión recibe a un particular personaje. Su nombre es Felipe, un weichafe, que les narrará su complicidad, miedo y estupor ante un hecho recién vivido en el proceso de reivindicación mapuche.
En Weichafe tiene una vigorosa presencia el componente facticio, concepto que alude a insertar hechos históricos en el régimen ficcional, articulados por una voz que ejerce de guía, conector, testigo y también protagonista. Esta voz corresponde al marido de Valentina, quien sostiene la narración mediante sus monólogos y opera como dispositivo para el ingreso a escena de otras voces e historias como las del weichafe o Joel. La degradación del personaje central es clara: estamos ante un burgués insípido, acobardado, prejuicioso, que repite hasta el cansancio que no bebe ni fuma para intentar demostrar su estricta forma de mirar el entorno, además, busca proyectarse como un buen padre, marido y amigo. Mediante el uso del plano detalle y la ralentización o morosidad narrativa accedemos con precisión a la compleja intimidad del personaje.
Otro acierto de esta narración es la ausencia de justificación ante la presencia de Felipe esa noche y de Joel, quien tras su posible muerte se reencuentra con el protagonista. Leonart corta de un hachazo todo aquello que pueda dar lugar al origen de los acontecimientos.
Este recurso, ejecutado de manera perfecta, permite que el realismo que domina la narración sea intervenido con un matiz fantástico despreocupado de la lógica causal. Más aun, la batalla entre lo real y lo no real permite tensionar de manera impecable el relato del extraño weichafe.
El narrador interviene en diversas ocasiones señalando desconocer el orden en que debe contar "los hechos reales que originan y han ido pregnando, a través de la escritura,
las historias y las escenas contenidas en este relato". Su desconocimiento e inseguridad son la puerta de entrada a una certeza radical: el origen de la ficción es la "realidad", un lugar externo al de la escritura que se cuela, que mancha y que acosa a la ficción. Esto justificaría la presencia del caso Luchsinger-Mackay, el asesi-¿nato de Matías Catrileo y el atropello y muerte del trabajador Hernán Canales. El autor no duda en incluir hechos e involucrados con nombres y apellidos, releyendo, juzgando cada causa desde un punto de vista tan íntimo como polémico.
Leonart elabora una de las novelas más interesantes del año, con tramas interconectadas, y aun cuando se excede en la extensión de los sucesos policiales señalados, sale incólume en esta arriesgada propuesta. Weichafe es un libro mayor dentro de su obra, con sobreabundancia de focos, pero calculado y prolijo en su despliegue arquitectónico y, por sobre todo, inquietante y preciso en el contraste entre ficción y no ficción.
La gran intemperie
Masiel Zagal. Puebloculto, 2018, 128 páginas.
LUN, 21 de Septiembre de 2018
Estos cuentos de Masiel Zagal poseen una clara filiación con lo realizado por un grupo de mujeres que comenzó a publicar a mediados de los años ochenta. Entre estas autoras, pioneras en abordar problemáticas relativas a la mujer y la denuncia a la moral conservadora, destacan Pía Barros, Alejandra Basualto, Lilian Elpick, Carolina Rivas, Sonia González, Ana María del Río y Teresa Calderón. Narradoras que marcaron un importante precedente en términos de unificar la escritura de cuentos con temáticas de género.
En esta línea se inscribe La gran intemperie, un conjunto de relatos elaborados por Masiel Zagal que, tal como las autoras mencionadas, se ciñe a un formato de cuento que privilegia no sólo historias en torno a la mujer, sino que también a partir de la condensación y depuración del monólogo interior y del estilo indirecto libre. Un aspecto importante en esta escritura es la actitud de sus narradores, quienes naturalizan el flanco extraño o inusual de la realidad sin rebajar su importancia como motor de la anécdota.
En estos diez relatos se establecen permanentes contrastes entre la ficción y el fuera de la ficción. A partir de este contrapunto, surgen como grandes ejes del volumen las nociones de justicia y responsabilidad asociadas a la contingencia del país, en temas como derechos humanos, pedofilia, suicidio, acoso sexual. Cada uno de los personajes posee una postura categórica respecto a qué se entiende por moral u honestidad ante la vida. Cuando surge la crisis o la catástrofe, los acontecimientos sólo podrán tomar dos caminos: la impunidad o la intervención directa en pos de restablecer el orden, es decir castigar por mano directa al oponente a costa del sacrificio de quien ejerce a su manera la justicia.
Dentro de los relatos destacables de este libro se encuentra "En la medida de lo posible", una original historia protagonizada por Raimunda Basoalto, una muchacha soñadora, enérgica, que en su rol de asistente de una nutricionista idea un
plan terrible: envenenar a los genocidas de Punta Peuco. Luego vienen "Tiempo sagrado" y "La estatua", en los que desde las víctimas se presenta a miembros del clero pedófilos, ejecutores de una performance de seducción macabra. En ambos relatos lo concentrado de los hechos y del lenguaje no son trabas para conseguir un efecto de lectura espeluznante.
"Tú conoces a Onetti" es uno de los momentos más intensos del volumen. La autora configura a una profesora
universitaria llena de obsesiones y manías. Su desánimo, su desesperada necesidad de ejercer autoridad, su enorme bagaje de sabrosos conocimientos literarios se integran a la tortuosa relación que entabla con su discípula.
Finalmente, cabe mencionar una vertiente narrativa donde la autora desmonta lo que se ha llamado "lesbian drama", aquellas historias en las que predominan los corazones rotos y la celopatía. Los tres relatos en esta línea ubican a la autora en un terreno literario de avanzada. Para Zagal, las relaciones amorosas entre mujeres exceden el estereotipo tormentoso y se abren a una diversidad de matices afectivo-sexuales.
Dejando de lado un par de narraciones, sobre una anciana pinochetista y la dueña de un prostíbulo, que se acercan más al ejercicio de estilo orientado a construir un perfil, este primer volumen de Masiel Zagal revela una escritura intensa, controversial, capaz de equilibrar la seriedad con la ironía y de resignificar el estereotipo de la maldad femenina a partir de una voz pulcra y reflexiva.
El amor de los salmones
Francisco Molina. Los Libros de la Mujer Rota, 2018, 127 páginas.
LUN, 28 de Septiembre de 2019
En la narrativa chilena, el discurso amoroso heterosexual parece estar fracasando ante la posibilidad de construir un mundo femenino insumiso. Como contraparte, el relato homosexual en este campo, si bien a veces reproduce la tradicional relación dominador/dominado, de pronto consigue reelaborar las posiciones de poder. En esta última tendencia se ubica El amor de los salmones, una historia sobre amor entre chicos con sexo, drogas y confusión, que logra ir más allá, ya que se sumerge en la convivencia de la angustia y el deseo, últimos salvavidas de vidas que se caen a pedazos.
Francisco Molina, el autor, escribe de manera entusiasta, por no decir exaltada, y por sobre todo fresca, pese a la oscuridad de lo narrado. Sudor, de Alberto Fuguet, o Desastres naturales, de Pablo Simonetti, parecen haber sido novelas escritas desde una mirada envejecida y añeja comparadas con este primer libro de Molina. En la escritura de éste hay minuciosidad, un tiempo que se alarga, como en el llamado cine de autor, en busca de la configuración de atmósferas opacas y personajes con sentido.
La máxima estrategia narrativa de este volumen es intentar huir del género novelesco, ocultándolo en el género cuento; sin embargo, hay un exceso que denuncia esta escapada. Los protagonistas tienen la misma voz, punto de vista y pesares; cada historia o relato termina siendo un capítulo de un trayecto mayor. Así, el cuento opera como sucesivas etapas de una vida que entremezcla el dolor con el goce y donde los errores no sirven de aprendizaje.
La tragedia en esta escritura es menor, subjetiva, capaz de conmover sólo a quienes la experimentan: jóvenes solitarios, obcecados por profundizar en sí mismos, pero que no demuestran agotamiento, ya que se reencantan de modo continuo. Los estados de goce están ligados al sexo, al deseo de una presencia fisica capaz de amortizar la angustia.
La autoconciencia es uno
de los puntos destacables de esta propuesta. Un buen ejemplo al respecto es esta cita, donde el protagonista señala sobre su proyecto: "El amor de los salmones es un libro desclasado para lectores desclasados, busca ironizar con la indiferencia e individualismo de la clase burguesa". En rigor, no es un libro desclasado, pues afirma una posición de clase, la burguesa, pero sí busca ironizar con el individualismo burgués y su obsesión con un cuerpo que envejece y que probablemente pierda la capacidad de desear.
Molina construye personajes con un mundo interior retorcido y deshistorizado, y lo hace con un tono irónico, sarcástico, que los expone a una implacable autoagresión y a situaciones excéntricas y poco glamorosas. Su escritura es tan ansiosa como reconcentrada. Además, sus personajes mezclan una actitud depravada con una deslumbrante ingenuidad ante un mundo que los coacciona, pero que apenas se nombra o responsabiliza.
La tristeza y la torpeza van unidas en estas historias que de vez en cuando rozan el grotesco naif desde el estereotipo emo-millenial. Sin embargo, Molina se escapa de ese casillero generacional mediante una idea de relato que rompe con la mera autorreferencialidad, un enorme logro porque busca, pese a todo, cierta complicidad lectora a través de una historia de deformación más que de formación.
Tres semanas
Francisca Feuerhake. Hueders, 2018, 87 páginas.
LUN, 5 de Octubre de 2018
Nuestro mercado editorial, qué duda cabe, es muy generoso, especialmente porque ha logrado democratizar el rótulo de novelista a niveles impresionantes, permitiendo que muchos y muchas puedan exhibirlo con orgullo. Juntar unas cuantas páginas y una buena campaña publicitaria son suficientes para dar a luz un nuevo objeto cultural. Este libro es un excelente ejemplo de tal situación. Tres semanas es una novela mediocre, aunque lo peor es su oportunismo, ya que se cuelga de temas como el abuso sexual y el clasismo con frivolidad y ligereza.
Francisca Feuerhake es la autora de este volumen protagonizado por Valentina, una adolescente de clase media alta, hija única, que estudia en un colegio de monjas, antecedentes que le permitirán dar a conocer la original idea de que los ricos también sufren debido a la represión que les impone el conservadurismo familiar y educacional.
Narrada en primera persona, la historia se centra en las aventuras que la solitaria muchacha deberá pasar durante tres semanas, porque sus padres se encuentran de vacaciones en Europa. Su mundo es el colegio, la casa y un universitario que oficia de "andante". El conflicto principal es cruzar etapas, ir al límite, con una ingenuidad inverosímil. Como sus vivencias no dan para mucho, ya que pasa aburrida y posee un grado de reflexión mínima, termina enfocándose en iniciarse sexualmente.
Una monja, el "amigo" y el padre de éste la acosan sexualmente; sin embargo, lo que a todas luces es una tragedia es narrado acá como si se tratara de una comedia. La banalidad impregna esta escritura de tono irrespetuoso, sin empatía alguna o, a lo menos, sin siquiera intentar dejar de parecer una comedia patriarcalizada para abordar, por ejemplo, una violación.
Pese a las aventuras escabrosas, la velocidad del relato es cercana a cero, cosa que se intenta solucionar hacia el final. Éste es el momento en que el libro muestra un apuro desmedido, sobrecargándose con alarmantes anécdotas, para llegar a un desenlace de manera burda, cuando la pasiva muchacha se convierte en una suerte de Terminator. Eso no implica que Valentina haya evolucionado, más bien se viste de ruda sólo por un momento.
Feuerhake demuestra desconocer cualquier recurso técnico narrativo. Su sello es hilar, con dificultad, el discurrir de su desagradable protagonista, quien posee un discurso vacío y presuntuoso. Elaborar este tipo de novela no requiere esfuerzo alguno:
parece que la autora estima que basta con darle cuerda a un personaje parlanchín, y ya estamos.
Es cierto que podría considerarse un logro intentar denunciar a una clase social, pero el problema es que aquí la exhibición del orgullo de clase le gana a la denuncia. Más aun, hay desprecio hacia sujetos ajenos a su entorno, manifiesto en mujeres con rasgos físicos como el pelo mal teñido, dentaduras irregulares, cuerpos rollizos. En cuanto a la construcción de los personajes masculinos, éstos se acogen a lo que el colegio le enseña a Valentina: son seres unidimensionales, obsesionados por tener sexo para luego olvidar a sus víctimas. Debido a su vaciedad, la malcriada muchacha termina corroborando las enseñanzas y miedos que le han impuesto las monjas. Por tanto, reivindica y salva lo que durante todo el volumen pone en entredicho: la educación que le han entregado.
Más que una mala novela, Tres semanas es una novela poco laboriosa, ligera y precipitada. Un nuevo caso de libro fallido.
La pensión de la señora Laurita
Pablo Varas. Bonnefont, 2018, 132 páginas.
LUN, 12 de Octubre de 2018
La permanente intención de dar (¡por fin!) con la identidad chilena permite que el costumbrismo siga ocupando un lugar importante en la narrativa nacional. Siempre acompañado de una dosis de naturalismo, el costumbrismo ha desplegado no sólo una larga tradición, sino también un estilo consolidado y eficaz que ha logrado prolongarse incluso hasta nuestros días.
La pensión de la señora Laurita, de Pablo Varas, es una novela de costumbres del mundo popular, marcado por la condición trágica de sus protagonistas. Varas escribe y construye una historia que se nutre de autores como Blest Gana y Orrego Luco, para reinstalar una serie de tópicos netamente chilenos. Así aparece el provinciano, la ciudad capital como un espacio vicioso y la sacralización de la marginalidad urbana, compuesta por cargadores de la Vega, prostitutas y enigmáticos residentes de pensiones de mala muerte.
Florentino Ballesteros, el protagonista, se apega a una línea de tiempo narrativo secuencial, ocultando las motivaciones que guían su andar. Pese a su condición de provinciano sociable, que vive de múltiples oficios temporales, enamoradizo y que por primera vez llega a la capital, no se asombra de la ciudad a la que se enfrenta, una más de las muchas que ha recorrido. El viaje y el desarraigo son parte de lo que reconoce como la esencia de su derrota.
Los personajes son construidos a partir de la tradición literaria republicana, donde se privilegia el trabajo y no la delincuencia, se goza de la comida enjundiosa, los vinos, la conversación de bar y, por supuesto, las mujeres. El protagonista se involucra con casi todas las mujeres que se albergan en la pensión, empezando por la propia dueña, la chinchosa señora Laurita, ex prostituta, que cae rendida a sus encantos.
Si bien no es lo central, el tratamiento de los personajes femeninos es quizás el punto más débil del libro, ya que se reiteran viejos machismos a la hora de concebir a las mujeres. De esta forma, la novela ensalza la prostitución, como si se tratara de un oficio más, y cae en excesos como justificar el femicidio: "Cuando las mujeres quieren arreglar alguna cuenta, aunque uno venga borracho, aunque uno no pueda responderles, lo quieren hacer altiro. Por eso quedan esas tremendas cagadas que llenan las páginas de los diarios".
De todas formas, Varas es veloz y aplicado para abordar
los contextos, escribe con soltura, sin atiborrar su prosa con frases grandilocuentes. Otro de sus méritos es atenuar las desventuras de sus personajes, representándolos como gozadores, algo poco usual en las ficciones sobre el mundo popular. El problema de esto es que los personajes tienden a la superficialidad, porque terminan ocultando sus conflictos internos, especialmente el protagonista. Por ejemplo, Florentino se entrega muy a destiempo a una reflexión sobre el daño ejercido por la dictadura. Además, termina siendo un eje demasiado poderoso, eclipsando casi por completo al resto de los personajes.
La pensión de la señora Laurita se apega a la novela chilena de costumbres, con un protagonista seductor, cuentero y triunfador en la medida de sus posibilidades. Su mayor virtud es ubicarse en el "antes" del fragmentarismo, enfrentándonos a una ficción de vieja escuela, donde basta y sobra con narrar una historia entretenida.