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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, 18 de Agosto al 15 de Septiembre de 2017
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Terriers
Constanza Gutiérrez. Hueders / Montacerdos, 2017, 98 páginas.
LUN, 18 de Agosto de 2017
Un pequeño manual de reafirmación identitaria es este libro, donde se mitifica el estilo de vida de la clase media arribista chilena, reforzando la pertenencia a un orden familiar como pilar fundamental para mantener en alto los valores aspiracionales, formados en gran parte por prejuicios. Esta perspectiva segregadora se escuda —y, por ende, pretende aligerarse— presentándose desde la voz de niños y adolescentes, inocentes, sin malicia, desprovistos de una conciencia del mal, pero que repiten y ratifican toda la carga ideológica de los adultos.
De esta forma, los relatos que conforman este volumen son el resultado de una avispada táctica. ¿De qué manera podría validarse un discurso afirmatorio de la exclusión social para no resultar violento? Simplemente desde personajes que estén formándose, en proceso de ser. Es aquí donde la figura de niños y adolescentes funciona a la perfección, ya que todo lo que digan podría asociarse al narcisismo propio de la edad, el humor negro naif, la falta de puntos de vista propios, la herencia de los dictados familiares, todo lo cual, finalmente, permitiría exculpar a estos personajes por sus torpes discursos.
Terriers, desde el título hasta la ilustración de la portada, trabaja con ahínco el signo de la ingenuidad hípster y todo lo que arrastra, como el tono insustancial y lúdico, la ausencia de dramatismo y la nostalgia apócrifa. Si bien se podría argumentar que estamos frente a una denuncia de los prejuicios del mundo adulto, no es así. La inocencia se vuelve simulación cuando surge un taxativo discurso de desprecio hacia las minorías o el mundo popular, siempre asociados al mal, a la ruptura de la buena convivencia. En "Chiquita linda", el primero de estos siete relatos, una madre, viaja por el norte junto a su pequeña hija, quien oficia de narradora y va acumulando un muestrario de personajes raros, al borde de lo grotesco. Aquí, ser rubia y sentirse asqueada por los pasajeros de un bus maloliente es una misma cosa, necesaria, obligatoria. Igualmente sucede en "Arizona", donde un grupo de felices niños nacidos y criados en el pueblo juega a la pelota en un terreno baldío, hasta la llegada de una pequeña comunidad de gitanos a la cual desprecian y desean erradicar.
Gutiérrez recarga sus relatos con descripciones físicas desagradables asociadas a los otros, como su aroma, la gordura, las caries, pero también con sus bárbaras costumbres, como beber en exceso o ver programas de farándula, lo que daría cuenta de rasgos propios de un grupo social cuya funcionalidad más importante es la de pervertir el mundo mágico de los jóvenes protagonistas. Estos últimos, ubicados siempre en el polo del bien y la aventura picarona, miran la realidad desde una mágica y hasta lúdica superficie. Sin embargo, la crisis que provoca este encuentro entre los dos mundos es intrascendente, banal, porque todos los personajes son insustanciales y homogéneos, nada los diferencia, salvo la posición de clase.
Lo más interesante de estas simplonas narraciones realistas y lineales, basadas en monólogos matizados con diálogos sencillos, es ubicarse en un límite entre lo literario y la escritura de apuntes dispersos e inconclusos en torno a estilos de vida. La tendencia a la no acción, a negar el dramatismo, incluso los conflictos vacuos, son elementos que, si bien no son muy originales, se podrían potenciar si es que aparecieran despojados de la prepotencia y arrogancia de unos protagonistas que, para peor, se esmeran en parecer candorosos.
Mi vida junto a Sasha Grey
Christopher Rosales.
Abducción, 2017, 94 páginas.
LUN, 25 de Agosto de 2017
Los protagonistas de estos relatos de Christopher Rosales pertenecen a diversas subculturas y han sido educados por las ficciones de violencia y los mitos románticos que provienen del cine, el cómic, la música, los videojuegos y las tribus urbanas. Aun así, parecen bastante comunes, hasta que, fuera de toda previsión, se comportan de forma extrema.
En Mi vida junto a Sasha Grey, las industrias culturales nutren y amparan a los personajes, y les refuerzan la masculinidad heterosexual y el individualismo. Los protagonistas son incapaces de armar complicidades, compartir una conversación, afecto, odio e incluso mitos, ya que éstos quedan reducidos a la intimidad. Así, desde una insistente primera persona y una perspectiva única sobre la realidad, surgen estos personajes inagotables en su capacidad de deseo: seres apáticos, fracasados en el mundo, pero triunfadores en sus ficciones privadas, que les imponen un insano deber La heroicidad será, entonces, la meta que requiere consumarse en un hecho violento que, más que permitirles escapar del conformismo y la derrota, les ayudará alcanzar la victoria en la ficción que se han construido.
Rosales caracteriza con un fraseo conciso a sus personajes. Sus narraciones no redundan en elementos accesorios; se dirigen directo a la identificación del conflicto, contrapesando sus dramas de carácter íntimo con descripciones de contexto detallistas que estimulan el universo interior de los protagonistas, copados por la idolatría hacia un personaje heroico. En "Las películas de Tony Jaa", Bryan, el narrador adolescente, hijo de una costurera, entrena para asemejarse a un actor tailandés, experto en artes marciales. La ocasión para poner en práctica su adiestramiento surge espontáneamente; sin embargo, fracasa de manera humillante. Aun así, Bryan no detiene el proyecto de reproducir su mito y, por tanto, convenirse en leyenda.
En los relatos en los que se impone el conformismo, donde la acción tiende a aquietarse, hay una huella de la sensibilidad narrativa del bolero o la balada romántica latinoamericana y su carga de tristeza, pesimismo, ante la ausencia de la amada o la convivencia con la pérdida. Claramente es un acierto que Rosales, sin pretenderse kitsch, haya sacado adelante la mezcla de decadentismo romántico enmarcado en los códigos de interacción comunitaria de una secta satánica, un video-juego, una célula anarquista o
el cine pomo.
Pero no todo es calma y resignación. El volumen abre una segunda ruta narrativa cuando se desata la violencia. Este nuevo curso impone cambios importantes en los protagonistas, en principio centrados en destruir al enemigo, asumiendo una odiosa tarea, la limpieza social. Sus actuaciones enfermizas sólo consiguen comprenderse por la condición patológica de estos vengadores solitarios que, además, resultan rabiosamente misóginos.
La imposibilidad de construir una identidad en la autonomía es una de las ideas centrales y mejor desarrolladas en este conjunto de relatos. Lo segundo destacable es la noción de heroísmo asociado siempre a la violencia. Por último, y esto es nuclear en lo planteado por Rosales, está la presencia de las ficciones herederas de la industria cultural como parte fundamental en la conformación de un individuo, particularmente aquel apegado a la modalidad macho estándar.
A ti siempre te gustaron las niñas
Francisco García Mendoza. Libros de Mentira, 2016, 153 páginas.
LUN, 1 de Septiembre de 2017
Un pequeño grupo de escolares de enseñanza media protagoniza esta novela coral en torno a la toma de conciencia tanto de su homosexualidad como de la represión avasalladora que se les impone. Francisco García Mendoza tiende a la desorientación estructural y a la homogenización de sus personajes, pero, pese a ello, la narración funciona como un retrato de iniciación violento y triste, donde la denuncia ocupa un sitio central.
García Mendoza consigue apenas salir de los trazos gruesos y darle un toque personal a cada uno de los adolescentes. En principio, la opción por una variedad de voces resulta adecuada, ya que niega la posibilidad de privilegiar un protagonista; sin embargo, este coro con mucha dificultad logra diferenciarse en individualidades y evitar con ello su serialización.
Nicolás escribe cartas de amor sin remitente, mientras en paralelo tiene desde los trece años encuentros sexuales pactados por chat con hombres mayores. Cristian se obsesiona con el odioso profesor de religión que indaga sobre su sexualidad y la de sus amigos. Andrés, el que "más suerte ha tenido en el amor", tiene dudas sobre sus deseos, al tiempo que mantiene una relación con Rodrigo, quien se muestra rabioso al atisbar el posible término del romance. Entre el colegio que amenaza con expulsar a los homosexuales, los compañeros que exacerban su masculinidad y las familias que sólo desean ocultar lo evidente, se desplaza este grupo de adolescentes sentimentales y no violentos, que rápidamente comprenden que es imperioso ocultarse para sobrevivir.
Entre los recursos sobrantes, cabe señalar algunas instancias que interrumpen más que aportan al itinerario de los protagonistas. La presencia de Carla, el único personaje heterosexual cercano a los chicos, resulta tan inútil como el viaje a la playa que emprende el grupo de amigos. A esto hay que agregar que la figura del "Gordo", el profesor que los persigue, extiende su importancia más de lo necesario, ya que no posee matices y se remite sólo a comprimir instancias represivas mayores.
Que los personajes sean menores, chicos que apenas han salido de sus casas, retraídos, temerosos de perder unas cuantas garantías de libertad que les otorga la familia, no es suficiente explicación para sus limitaciones reflexivas ni menos para sus exageradamente sencillas formas de ver el mundo. Todo pasa por la exaltación de la ingenuidad, por una mirada que pareciera temer demostrar agudeza intelectual o evidenciar rabia o resentimiento, dando como resultado personajes nulos en términos de desafiar el orden. Hay daño, por supuesto, y viven el acoso permanente, pero carecen de reflexiones y tácticas de insubordinación ante el "enemigo".
En este sentido, el relato aplana, de manera poco verosímil, a sus jóvenes personajes, ya que en última instancia actúan como gente mayor, experta en naturalizar el orden impuesto, por más represivo que pueda ser. Este hecho deriva en la rápida adopción de un estilo de vida más o menos estándar; los personajes vivirán su homosexualidad sólo en privado y con extremo sigilo.
Por cierto, García Mendoza consigue exponer una temática violenta sobre una realidad poco abordada —la adolescencia homosexual más romántica que erotizada—, pero flaquea a nivel estructural, sobre todo cuando expone de forma tan dócil y normalizados a sus personajes.
Tal vez sí, tal vez no
Germán Marín. Seix Barra!, 2017, 161 páginas.
LUN, 8 de Septiembre de 2017
Escrita en 1996, en época de la máxima experimentalidad de Germán Marín, esta novela se impone como una transición hacia la obra del autor que vendrá, aunque manteniendo la constante de construir un personaje al cual acosará en sus creencias, valores, filosofía y su modo de asumir el diario vivir. Tal vez sí, tal vez no es un punto cúlmine en la narrativa de Marín sobre el fracaso, volcada, en esta ocasión, hacia la biografia de un personaje tan corriente como la mujer que protagoniza esta novela, haciendo confluir una historia de vida con el relato policial, todo inundado por la parodia y el humor desbordante.
En un capítulo de larga extensión, más de la mitad de la novela, un narrador se toma todo el tiempo posible para exponer la vida de la excéntrica Nona. Educada en colegio de señoritas, Nona asume el destino que le fue asignado con prestancia, convirtiéndose rápidamente en una señora parlanchina, irascible, fisgona y chismosa, incapaz de advertir que resulta inaguantable.
Marín elabora con máximo detallismo una vida de virtudes y defectos, en los que insiste, deteniéndose en la vejez de su protagonista, periodo donde radicaliza su negativa a cumplir con los requisitos mínimos de dulzura para dar con el tipo ideal de esposa, madre, abuela, nuera y hasta vecina. Nona no se suma al estereotipo de la "dulce abuelita" porque desea tener el control en todo lo que la rodea, a lo que hay que sumar que, dada su condición de mujer con un enorme sentido práctico, es capaz de escabullir depresiones o crisis que la lleven a cuestionarse asuntos esenciales de su vida.
El tratamiento paródico de Nona impide que se nos represente como un personaje aborrecible. Es precisamente el despliegue de una ironía implacable y la capacidad de insertar con desparpajo o máxima sutileza el adjetivo preciso lo que expone al narrador como una voz despiadada y mala leche, aunque, hay que decirlo, este bellaco trata a su personaje con respeto, con mucho respeto, eliminando toda posibilidad de dejar a Nona como un mamarracho o sujeto grotesco. Esta ambivalencia del narrador es el gran acierto de la novela, una verdadera exhibición de destreza técnica con la que se va elaborando un relato que se sumerge sin temores en la comedia negra.
Además del carácter del personaje central, el volumen exalta el contexto por donde se desplaza. Mediante el recurso del fragmento, el autor construye una ciudad que es al mismo tiempo tres ciudades. La protagonista se mueve por Santiago, Barcelona y Buenos Aires como si se tratara de un mismo y único espacio. Con las marcas temporales sucede lo mismo, el epígrafe de James Joyce hacia el final del libro dice bastante sobre esto: "En los sueños todas las edades se convierten en una". Nona habita, sin ser decadente, diversos momentos de los siglos XX y XXI, remarcando su independencia y su negativa a asumir las etapas y roles impuestos a las mujeres. La derivación de esta novela hacia el policial, en un vuelco sorprendente, resulta arriesgado, pero muy bien ejecutado. Utilizando el recurso de pequeños segmentos, el autor agrega cinco hipótesis y tres conclusiones, todo lo cual podría, en manos del lector, resolver un enigma delictual. Tal vez sí, tal vez no es una novela satírica, dentro de las más destacadas del año, que condensa lo mejor de Marín, el impulso amargo de sus protagonistas, la devastadora experiencia que envuelve el diario vivir, la solidez argumental y una enorme agudeza en el arte de la ironía.
Waleska Solanas. Manifiesto anti-hombres
Jordán Véliz. Moda y Pueblo, 2016, 49 páginas.
LUN, 15 de Septiembre de 2017
Waleska, por el personaje de la telenovela El circo de las Montini, y Solanas, por Valerie Solanas, autora del manifiesto S. C U. M. (1968) y de un intento de asesinato contra Andy Warhol. Waleska Solanas. Manifiesto antihombres, de Jordán Véliz, es una novela pero también un manifiesto político-amoroso en torno a la figura de una travesti envejecida que utiliza una palabra corrosiva y audaz para desmontar su biografia y los estereotipos en torno a lo patriarcal y la diversidad de género.
Lo particular en esta escritura de Véliz es la figura de la travesti, que tiene casi nula presencia en la literatura chilena. Sin fantasía, maquillajes ni alegría payasesca surge el transgresor monólogo de Waleska, nacida en una población de Copiapó y que migra a Santiago al fallecer su madre, ganándose la vida en lo único posible, el comercio sexual.
La protagonista entrega breves relatos con los que va exponiendo un ideario donde conviven sin pretensión alguna la cita a Lemebel o Perlongher con íconos populares como Juan Gabriel, Karen Paola o Ana Gabriel. Véliz iguala simbólicamente a estas figuras por medio de un estilo que se afianza en lo cursi, el melodrama, el recargamiento, el exceso, la ambigüedad y el placer sin altibajos.
El ámbito más sentimental y resguardado del personaje es el recuerdo del gran mito, su madre. Luego vendrá el despliegue de su dimensión subversiva, el propósito rupturista de disfrutar describiendo prácticas sexuales o ácidas críticas en contra de los mandatos culturales. Sin embargo, su actitud no resulta forzosamente obscena ni empapada en indisciplina facilista, ya que la narración fusiona eficazmente el modo iracundo en que se expresa el personaje con un diestro e inteligente manejo del resentimiento.
Así, Waleska ejecuta un singular procedimiento expositivo. Primero construye un femenino colonizado, es decir, cómplice con los dominadores. Su discurso es tan extremo y perturbador que incluso señala haber deseado la violación, las golpizas y el asesinato, como partes inherentes de tener un macho-amante. Esta enfermiza sintonía con las conductas más macabras asignadas a lo femenino le permite al personaje ocupar el lugar de la subordinada para desde allí acusar la violencia en que se encuentra la mujer.
Luego, la narradora realiza un arrebatado desvío hacia una segunda línea de reflexión: denuncia al hombre que se asume heterosexuado, pero que practica sexo con travestis y desea ser una de ellas. Waleska deja atrás la complicidad con la mujer
cosificada, dirigiendo su implacable odiosidad hacia el orden masculino como origen de la violencia.
La conciencia de pertenecer permite al personaje ser parte de una comunidad, gesto que no elimina la conflictividad ni el deseo de seguir provocando. Así Waleska dice: "Debemos protegernos entre nosotras [...]. Tenemos que pararnos y ser dignas y no convertirnos en colas tristes que persiguen su cometa, tenemos que ser colas felices, independientes, llevar la bandera de la soledad con orgullo, porque no nos escondemos la carnecita [...] para que después nos hagan sus sombras, ni dejamos que nos enrojezcan la cara a lumazo limpio de carne para que se sientan más machos".
Para el cierre, y al modo de una nota marginal, este valioso primer libro deja espacio para una pequeña reflexión sobre la escritura y sus posibilidades. A partir de esto, Waleska puede también reformular su identidad travesti para que ninguna seguridad logre tranquilizar su rebeldía.