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Zombie
Mike Wilson
Alfaguara, 2010, 122 páginas.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, 7 de mayo de 2010
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El mundo ya no da más, el sistema de dominio es cada vez peor, la naturaleza toma revancha, sólo queda un desesperado “¡ya no aguanto!” y el deseo enloquecido de que esto acabe de una buena vez. La fantasía apocalíptica es siempre una manifestación histérica, muy cargada de fanatismo religioso milenarista –que jura que el fin de los tiempos está a la vuelta de la esquina–, mantenida sobre la esperanza de mejoramiento tras la muerte de un individuo y el castigo que puede generar una mala vida.
Es en esta línea donde se inserta Zombie, la segunda novela de Mike Wilson, narrador avecindado en el país pero de origen multicultural. Zombie piensa la catástrofe definitiva, el juicio final, mediante un grupo de adolescentes que sobreviven a un holocausto, habitantes de un barrio acomodado y rodeados de un lote de malheridos yonquies. El holocausto es percibido a partir de imágenes “siniestramente bellas en sus actos destructivos”, una suerte de cita al escritor vanguardista Marinetti, quien amaba la guerra y todo lo que oliera a sangre y muerte.
La noción de sacrificio ocupa un lugar central en el libro. A casi una década del cataclismo, muchos chicos ya no soportan esa vida tortuosa; se han criado solos y sin recuerdos, se han vuelto adictos, así que se dirigen hacia el bosque para arrojarse a un cráter que llaman El Pozo. Hay aquí una apología a la destrucción de estos adolescentes, un paladearse con el supuestamente exquisito cadáver núbil de unos fracasados a quienes no les quedó más que el suicidio.
Mediante una prosa poética que pretende ser ruda pero que termina siendo delicada, tiernucha, y con intertextos del cómic y del cine fantástico made in USA, emergen voces en primera persona y diálogos tremendamente débiles. La variedad de voces intercaladas da cuenta de una polifonía pedestre, secuencializada y explicativa a rabiar. Si hay algo de lo que la novela carece es de ambigüedad, remarcando la polaridad entre el bien y el mal, con lo que se revela una precariedad no solo narrativa sino también ideológica.
La catastrofista mirada de Wilson es machacante con el mito de la destrucción absoluta, gesto totalitario y conservador que se liga al castigo de personajes culpables de su narcisismo y de las acciones de sus progenitores. Zombie se construye sobre una visión de corte naturalista, porque, además, el dios del mal se encarna en un joven de origen proletario, un resentido flaite que castigará a los burgueses. Wilson da una rabona al aire, porque su monoteísmo exagerado lo condena a homogenizar el texto; el relato adopta el tono de un predicador o de un castrado “emo”, que emite agudos incapaces de mover una hoja en este pequeño patio trasero.