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Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 1 al 29 de Junio de 2018
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Mifragio
Iskra Pavez. Editorial Forja, 2017, 70 páginas.
LUN, 1 de Junio de 2018
"A las marginadas", señala la dedicatoria de este primer conjunto de relatos de Iskra Pavez, homenaje que va más allá de lo femenino, ya que se incluyen niños, homosexuales e, incluso, territorios. Mifragio es un libro que, si bien se sostiene en una tesis valorable —exponer situaciones de violencia en seres sin posición social ni poder para defenderse—, resulta, en su conjunto, desorganizado y falto de una lógica estructurante.
La diversificación de personajes violentados y situaciones de agresión es una de las razones por la que este volumen pierde el norte. En concreto, el concepto de marginado o marginada se amplía a tal extremo que termina por perder fuerza y con ello debilitar los relatos. Por momentos da la impresión de que la autora debía completar la tarea a cualquier precio y con historias de todo orden, desde una silenciosa manifestación colectiva de mujeres ante la casa de gobierno, pasando por las motivaciones de un donjuán, hasta la desesperada labor de una investigadora que desea publicar un artículo en una revista científica.
Pavez utiliza recursos técnicos mínimos al ejecutar sus narraciones, escuetas, comprimidas, leves en su facturación. Aun así dos razones hacen que el libro adquiera cierto valor. En primer lugar, por los relatos dedicados al abuso infantil, donde se manifiesta un contrapeso a la fragilidad formal. En segunda instancia, por la presencia de un tono acusativo enérgico, que se orienta a representar la bestialidad con que operan las figuras de poder.
"Pechitos", la golpeadora historia que abre el volumen, es narrada por un padre abusador. A pesar de que desde la primera línea se marca el tono lascivo del personaje, es en el párrafo final donde la autora ingresa a la asquerosa verdad del personaje respecto a su hija. Pavez consigue elaborar la voz del poder en el contexto familiar, consignando su derecho a usufructo del cuerpo de la niña. En esta ocasión, la víctima no es más que un
objeto manipulable, apropiable por el vicioso progenitor, quien se sostiene en su estatus de proveedor, dueño absoluto de aquel ser a "quien dio la vida".
"Tacones besados" es la segunda narración rescatable. En ésta, una niña que hurguetea la pieza de su primo descubre material pornográfico. Ocultar la conmoción del hallazgo y el deber de fidelidad tensionan a la protagonista hasta el extremo, porque "las
mujeres no podíamos ver eso [...] teníamos prohibido mirar". En ambos relatos, un comienzo más bien superficial es la puerta de entrada a la profundidad del vínculo enfermizo que une al victimario con la víctima; así se va estableciendo una simple pero efectiva progresión dramática y cronológica de los hechos denunciados.
Según señala la propia autora en el prólogo, el título del volumen se refiere a "hacerse escuchar [...] arriesgar [...] tener la valentía de ejercer poder desde abajo o desde los márgenes". Definición esperable en cada víctima de violencia, pero que el libro no logra materializar a través de su conjunto de personajes, aislados, sin interlocutores ni posibilidades de denuncia. En Mifragio escasean los relatos literariamente destacables, los cuales podrían haber inaugurado una interesante y potente línea en torno a la violencia infantil. El volumen, a fin de cuentas, se pierde en su falta de riesgo, el intento abarcador y una tambaleante concepción del excluido.
Vivir Allá. Antología de cuentos de la inmigración en Chile
Antonio Briones y Felipe Reyes (compiladores) Ventana Abierta Editores, 2017, 143 páginas.
LUN, 8 de Junio de 2018
El perfeccionamiento de los derechos de autoría y las políticas de apropiación de las editoriales de todo aquello que escriba un autor complican cada vez más la elaboración de antologías. Favorablemente todavía es posible sortear esas dificultades. Vivir allá es una antología gestionada por Antonio Briones y Felipe Reyes, donde convocan a un conjunto de narradoras y narradores, que hasta ahora han publicado solo en pequeñas editoriales, para escribir sobre un mismo tema: inmigración en Chile.
Vivir allá está conformada por trece relatos de autoras y autores nacionales, extranjeros e hijos de inmigrantes, nacidos entre 1964 y 1995. El volumen exhibe coherencia en el criterio de selección de los textos mediante el acertado prólogo de Felipe Reyes y la cita final de Rodolfo Walsh, que alude al escritor comprometido, consciente con lo que "pasa en su tiempo y en su país".
Las narraciones dan cuenta de un país racista, negado al inmigrante, a quien violenta y desprecia. Ser chileno, en estos relatos, es una condición permanente de prepotencia y actitud depredadora hacia el más débil. El inmigrante, por su parte, es visto como un excluido, dispuesto a sobrevivir a costa de lo que sea.
En términos generales, son tres los ejes que movilizan este libro: la filiación, la sexualidad y la violencia. El impecable relato de Alia Trabucco se centra en una familia que migra a Chile, donde sobresalen las figuras femeninas. Las costumbres, la dignidad, el afecto filial y el empeño por sobrevivir en medio de un ambiente adverso y hasta destructivo son expuestas de manera emotiva, pero también brutal. En una línea similar, se encuentran los intensos y melancólicos relatos de Johan Mijail, Alejandra Moffat y Carolina Melys, que también abordan el origen y la nostalgia por la comunidad.
Matices más, matices menos, la violencia es parte esencial en las narraciones de Rodrigo Ramos, Felipe Reyes, Mario Guajardo, Verónica Jiménez, Pablo D. Sheng, Cristóbal Gaete, Rodrigo Miranda y Roberto Contreras. En este conjunto de autores, se distingue Verónica Jiménez, quien
elabora un relato excepcional, donde conecta la historia de una joven colombiana con la guerrilla de su país. Además, se da tiempo para proponer una provocadora mirada sobre las relaciones de amistad entre mujeres.
El grueso de los autores mencionados en el párrafo anterior privilegia el crimen, la prostitución, el porro, el consumo de drogas duras y las golpizas. Dejando a un lado la estereotipada y recargada propuesta de Cristóbal Gaete y las complicaciones temporales de Juana Inés Casas,
destacan las narraciones de Rodrigo Ramos —una descarnada historia de un asesino del norte, que consigue sus víctimas mediante el tráfico de cuerpos de inmigrantes— y Rodrigo Miranda, quien construye una original distopía, un mundo al revés, donde los chilenos son los que emigran y resultan retenidos en una suerte de campo de concentración. También sobresalen los textos de Pablo D. Sheng y Roberto Contreras; en el primero, predominan las imágenes de tensión y desesperación de un joven oriental, que se pelea con una banda de inmigrantes, mientras que el segundo, por su parte, a través de una prosa limpia y precisa, se atreve a explorar en el lenguaje y el tristísimo destino de dos hermanos inmigrantes.
No me cabe duda de que Vivir allá es una excelente selección de relatos, una de las mejores de los últimos años, donde se logra establecer un lugar autoral y curatorial que permite visibilizar una problemática social escamoteada, hasta ahora, por la literatura chilena.
Sumar
Diamela Eltit. Seix Barra!, 2018, 177 páginas.
LUN, 15 de Junio de 2018
Lo subalterno y el poder son los dos temas principales de su producción narrativa. Desde allí, la autora deriva su interés por la violencia, los modos de sobrevivencia y la derrota para desmontar los procedimientos de represión en las democracias capitalistas. En Sumar, su recién aparecida novela, Diamela Eltit demuestra una vez más su extraordinaria e inconfundible prosa, cultivada con extrema coherencia por más de treinta años.
Eltit, quien suele trabajar con personajes desgajados de la comunidad, ya había abordado la situación de un colectivo en su libro Mano de obra (2002), centrado en los trabajadores de un supermercado. Esta vez, el colectivo está conformado por vendedores ambulantes, fuerza de trabajo residual que se desplaza por la ciudad en estado de alerta, buscando veredas donde exponer sus mercancías de manera ilegal. Su misión es marchar hacia la "moneda" (así, con minúscula), durante trescientos setenta días, completando doce mil quinientos kilómetros.
El relato es conducido por Aurora Rojas, vendedora ambulante, embarazada de cuatro "nonatos", como los denomina a través del volumen. Casimiro Barrios, líder del movimiento, puede ser el padre de uno de ellos. El personaje más cercano a la protagonista es "mi tocaya", su doble. A este trío, se suma la joven Ángela Muñoz Arancibia, representante de un nuevo estilo de movilización. Los nombres de los personajes principales, se basan en luchadores sociales del siglo XX.
Aurora Rojas, por medio de un monólogo, reflexiona sobre las demandas que motivan la marcha: "estamos absolutamente cansados de experimentar toneladas de privaciones. Hastiados de los golpes que nos propinan las oleadas de desconsideración y de desprecio". Con una voz férrea, la mujer señala: "nosotros merecemos más y lo vamos a conseguir". Es acá, precisamente, donde advierto uno de los dos máximos puntos de fuga de la novela. La protagonista señala sin vacilación que sus expectativas serán satisfechas. En este lugar del texto, emerge con fiereza una paradoja, que toma la forma de una
postutopía, en tanto surge la conciencia plena de la derrota acompañada siempre de la esperanza de dañar al poder.
La segunda inflexión del relato se manifiesta en el quiebre del realismo. Los nonatos actúan desde el interior de Aurora y su tocaya, representando la nueva vanguardia, aquella que exige la emancipación de un modo completamente radical. Con ironía, la protagonista acusa "cierto desvarío" en estos hijos de la multitud, que fueron reclutados por el propio colectivo y que ahora se apoderan y quieren conducir el movimiento.
Eltit expone cuerpos desgastados, agotados, amenazados por una biología que los conduce a la muerte, al delirio, pero también y, principalmente, por un poder que amenaza con aniquilarlos. La marcha, la protesta, emergen aquí como una forma de resistencia más allá de todo calculo estratégico, no son sólo un medio para alcanzar un objetivo. La protesta es en sí misma el modo de apropiación de un sentido vital; la emancipación no sería entonces lo que se busca alcanzar con la marcha, sino que la marcha misma es la emancipación.
Sumar confirma a Diamela Eltit como una narradora imprescindible, con un proyecto literario cada vez más sólido, exacto en su itinerario ideológico, impecablemente escrito y estructurado, donde se revierten los códigos de la novela tradicional y del realismo actual, poniendo en escena, de manera brillante e implacable, el acontecer de la resistencia en medio de la derrota.
Escombros
Felipe Montalva. Inubicalistas, 2017,130 páginas.
LUN, 22 de Junio de 2018
Es éste un primer libro donde, como pocas veces, asoma un estilo: un conjunto de relatos en los que la realidad resulta siempre precaria, arruinada y subordinada a la interioridad de cada personaje. En Escombros, Felipe Montalva cruza la prosa con la lírica, trasuntando un modo de escritura abierta, dispuesta al recogimiento y la apropiación de la temporalidad, características que contribuyen a reforzar la idea de la escritura como una continua búsqueda de sentido y un permanente estado de conmoción.
Aun cuando los nombres de los personajes cambian en cada cuento, pareciera que nos enfrentamos a la reiteración de un mismo perfil: un protagonista incómodo, desajustado, dispuesto a aguantar la vida que le tocó, pero también a atisbar la posibilidad de otra existencia. La sumatoria de narraciones, además, perfectamente podría ser considerada como capítulos de una novela montada a partir de tramos independientes, intencionados en su conexión y distanciamiento.
Montalva utiliza un particular recurso para reforzar el peso que tiene el tiempo en sus relatos. Incluye fechas que no responden al orden sucesivo de los meses y elimina el año. Así, los segmentos, espaciados por puntos suspensivos entre paréntesis, se retroalimentan, permitiendo que la temporalidad se quiebre y se constituya como el eje central. Este recurso apela al uso de la elipsis como arma en contra del relato total, poniendo en el lugar de la unidad perdida una ausencia, una falta. De esta forma, los acontecimientos surgen despojados de causas y consecuencias, autorizando a los personajes a maximizar la tensión de sus discursos, destacando su carácter reflexivo, intimista, una mirada siempre dirigida hacia aquello que, en primera instancia, parece irrelevante.
Caminantes, viajeros, personajes que siempre están movilizándose recorren estas páginas. "El tono que se desvanece" expone a un hombre
que se desplaza por una carretera en el sur de Chile "por razones que ahora no importan". Al eliminar el origen se abre un surco en aquello que podría ser fundamental para el desarrollo del protagonista, porque al relato sólo le interesa el presente. Así señala: "Qué porfía esa de llamarle esperanza al mañana".
Es constante en estas narraciones la alusión a una vejez asociada a lo que ya no se hizo ni se hará. Por tanto, los personajes aparecen enfrentados a la insatisfacción, a la imposibilidad de revertir el lugar que la vida les asigna. "Puerto Portal" es un acertado relato en torno a un personaje que escapa de Valparaíso por voluntad propia y que se radica, junto a su pareja, en un poblado sureño del país, lugar donde se reproducen los mismos males urbanos de los que huyó. "La vuelta", por su parte, quizás el mejor del volumen, enfrenta al protagonista, desde el inicio hasta el final, a la caída de una piedra. El tiempo se detiene en la trayectoria de la roca, mientras surge un personaje que arrastra su historia, su culpa, su castigo.
Montalva se ubica saludablemente lejos de la tendencia narrativa de la Quinta Región —la suya—, receta que implica prosa recargada, machos duros, ciudad maloliente, bares y violencia. En su reemplazo, ofrece riesgo, experimentación con el formato y, en lo medular, un estilo donde el realismo se entronca con una actitud contemplativa, dando lugar a una introspección escueta, atravesada por una fluida melancolía visual.
Moscas. Historias de crímenes internos
Alejandro Banda. Emergencia Narrativa, 2017, 127 páginas.
LUN, 29 de Junio de 2018
El delirio, el simbolismo y lo fantástico se conjugan con determinación en estos relatos de Alejandro Banda, donde el mal y la pulsión de muerte montan tétricas escenas dirigidas a mostrar una realidad en descomposición permanente.
La prosa recargada coincide con la realidad que se propone. Desbordante, multidimensional, ajena a cualquier contención. Los protagonistas emiten discursos exuberantes y las tramas funcionan como un sueño retorcido y oscuro, donde no hay puerta de salida. Un esquema que, en algunos casos, se ve entorpecido por la insistencia excesiva en el carácter alucinado de los personajes.
Valparaíso es el escenario predilecto de este autor, un lugar imaginado como una ensoñación, bullente de malditos que circulan a sus anchas o bien se enquistan en bares, casas y cerros, donde pasan inadvertidos. Este anonimato refuerza la naturaleza extraña que posee el contexto, en el que nadie queda indemne de ejercer el mal. Por lo mismo, las anécdotas y la prosa se retuercen, engendrando una suerte de bestiario de seres perversos y un paisaje que opera como su aliado.
Es recurrente en estas narraciones la presencia de un escritor colapsado, enloquecido, que se dedica en solitario a cultivar su oficio. Su narcicismo y displicencia lo sitúan como un ejemplo repugnante de lo inútil que puede resultar, en muchos casos, figurar como escritor. En "El mosco", el protagonista es escritor y además femicida. Aun cuando no se establecen los motivos de su actuar, la narración consigue ahondar en su desquiciamiento. Un aspecto destacado en este relato son las mutaciones del narrador, que se enfoca tanto en su vida como en un mosco con características similares a las mujeres que lo rodean.
Tres cuentos conforman un paréntesis en este volumen. Se trata de historias menores, bastante transparentes e ingenuas, donde se debilita el estilo del autor. "Un huemul para Andrea" se centra en un libro escrito por un torturador que llega por casualidad a manos del protagonista. El contrapunto entre la narración del torturador y el lector de esta historia resulta atractivo; sin embargo, todo gira hacia la biografía del protagonista, el lector, que se entrega a una noche de juerga con su hermano y dos muchachas. Un pueril giro, a destiempo además, que descompensa el primer y extenso segmento dedicado a la obra literaria del funesto personaje.
"El nuevo jugador" y "La grieta", si bien no resultan despreciables, destacan por la simpleza de sus temáticas y el
abandono del barroquismo que embarga al resto de las narraciones. El primero se refiere a un hacker y además gran escritor, una mezcla predecible y para nada alucinante, mientras el segundo se concentra en un partido de fútbol barrial y una grieta que cruza la cancha.
Los relatos finales retoman lo que mejor realiza Banda, intensificar el modo carnavalesco y la inmersión total en lo fantástico. "Liama" y "Viento de toros vencedores" se sostienen en mundos sobrenaturales, donde reinan el descalabro y los símbolos patibularios. "El pescador imposible", el punto más alto del volumen, demuestra un trabajo mayor en cuanto al desarrollo de voces matizadas y el montaje sincrónico de diversas historias unidas por el mal.
Pese a ciertos desaliños, este libro logra conformar un itinerario narrativo bastante firme en su intención fantástica, género, por lo general, cultivado desde un sesgo infantil o dependiente de totalizaciones mesiánicas.