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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 29 de noviembre al 27 de diciembre de 2019
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Rudas
Carolina Brown. Noctámbula, 2019, 134 páginas.
LUN, 29 de noviembre de 2019
A estas alturas del año, un año después del cual nada va a volver a ser igual, es inevitable comenzar a mirar en perspectiva y, entre otras cosas, sopesar cuáles serán los libros recordables. Rudas, de Carolina Brown, está entre ellos. Se trata de un conjunto de narraciones protagonizadas por mujeres que jamás se rinden ni vacilan en responder a la violencia.
Una mujer ruda, de acuerdo a la definición de la real academia de la lengua patriarcal, es aquella que reproduce la tosquedad hombruna. Sin embargo, las mujeres de Brown operan desde otra óptica. Aquí la rudeza corresponde a un comportamiento más amplio, más profundo, complejo; no es solo agresividad y aspereza, sino especialmente la suma de tenacidad para defenderse y criterio para buscar los modos de encarar toda potencia destructiva. Esto significa desafiar toda pasividad hasta las últimas consecuencias, al extremo de morir en el intento.
Brown profundiza en sus personajes, exacerbando su emotividad sin llegar a nublar su razón, permitiéndoles que ante cualquier amenaza gesten un plan de contraataque del cual la culpa queda excluida. Esto es quizás uno de los grandes méritos de las mujeres del libro: haber expulsado de sus cavilaciones cualquier huella autoflagelante, toda duda que las haga vacilar. A esto hay que agregar la ausencia de impugnación moral de las actitudes y destino de sus protagonistas.
La frase corta y la descripción minuciosa no chocan jamás en esta escritura con un fuerte componente lírico. Además, el contrapunto entre el contexto y la corporalidad también es permanente. El cuerpo reacciona de acuerdo a los hechos que se experimentan, las sensaciones se diversifican en el actuar cotidiano. Cada gesto e interacción con el espacio se convierten en impulsores de nuevos acontecimientos. La autora construye escenas que funcionan como pequeñas estampas, donde a pesar de la tensión
dramática siempre hay espacio para la quietud, la calma, el pensamiento ansioso de placer.
"La isla", el relato que abre el volumen, se centra en la venganza, concepto poco habitual en nuestra literatura. La protagonista es una adolescente que durante mucho tiempo ha sido abusada sexualmente por su hermanastro. La violencia vivida por la muchacha es descrita con sapiencia, con un grado extremo de empatía y respeto. El
segundo de los cuatro relatos de este libro se centra en una relación amorosa: "El color de la tierra sin plantar" es un arriesgado cuento en el sentido de cómo abordar lo romántico, pero Brown demuestra ser una magnífica narradora y sabe resolverlo, ingresando a la estética rosa y torciéndola con un conmovedor desenlace. Sí, en los relatos de Brown el final y todo lo que lleva a él son fundamentales, ya que actúan como un cierre, pero también constituyen una epifanía terrible e insoslayable. Finalmente, "El lugar donde se esconden las bestias" y "La casa del ciervo rojo" son dos narraciones donde sus protagonistas, despojadas de afectos sólidos, se enfrentan a la muerte de manera rotunda y sin mayores aspavientos.
Rudas es un libro vigoroso que pone en tela de juicio la famosa "sensibilidad femenina" y que explora con severidad y sin discreción la venganza como forma de respuesta ante la violencia, aun cuando esto signifique poner en jaque la propia vida.
El manto
Marcela Serrano. Alfaguara, 2019, 184 páginas.
LUN, 6 de diciembre de 2019
Con brutal honestidad, El manto habla de una escritora y su dolor ante la pérdida de una hermana, a causa del cáncer. Tras la cremación, la narradora decide aislarse en la añosa casa de campo familiar para vivir su dolor en solitario.
La muerte y la negación a todo, incluso a finalizar el duelo, a cerrar la nostalgia y retomar una vida en apariencia normal, es el centro de este libro. Pero, más allá del inconmensurable pesar, también hay afirmaciones, apuntalamientos de una identidad, un orgullo de ser.
Estamos frente a una suerte de biografía fragmentaria sobre dos hermanas, que por momentos alcanza intensísimos niveles de conmoción y que, a la vez, deja demasiado en claro que la mirada de clase no se pierde incluso en la catástrofe.
Aquí está M, Margarita, la Manga, la periodista renombrada, seductora, cercana, afectuosa, un símbolo femenino atrapado por lo masculino: la primera en morir de un clan de mujeres, educado para destacarse dentro de los márgenes conservadores. Marcela Serrano reconstruye su propia historia a partir de pequeños recuerdos de su hermana, que se destacaba por su sensibilidad y su entrañable magnetismo.
Hay un gesto valioso en este ejercicio de memoria: la autora no construye una figura inalcanzable y perfecta; al contrario, sus recuerdos delinean a un ser humano lleno de complejidades.
Tantas complejidades tiene también la propia narradora, quien da a conocer su bagaje literario mediante innumerables citas, su postura anti-dictadura y su enorme capital económico y social. Junto con eso, aparece su pasión por el lujo, los viajes, las vacaciones exóticas y el entusiasmo ornamental presente en sus diversas casas.
En medio del duelo dice: "Hoy me compré una yegua. Inglesa, alta, larga, hermosísima". Así se va dibujando la plena conciencia de la pertenencia a la élite y el enorme abismo que separa a su clase del resto. Para la narradora, el dolor se vive
con recato: "Cerrar el paso al mecanismo externo del dolor [...]. Ojalá también las lágrimas [...]. Dicen que solo la aristocracia guarda la discreción en tales momentos y a mí la aristocracia no me va ni me viene. Pero odio la estridencia. El padecimiento es indiscreto. En público, indigno. La sensiblería, repugnante. Cuando veo a la gente gimotear en la tele me enojo".
Aunque ella se esfuerce por ubicarse fuera de lo que denomina aristocracia, no puede escapar, porque su desprecio hacia los excesos del mundo popular es más fuerte: "Las culturas orales, en cambio, son rebasadas, inundadas, excedidas. Por eso son gritonas y por eso nosotras no soportamos el grito. En la historia del pudor queda excluido el derramarse, el dispersarse".
No hay aquí ironía alguna, ni autodenuncia, solo la brutal evidencia de que hay perspectivas tan profundas, tan sólidas, que ni el dolor más grande las hará caer, ni siquiera vacilar.
Y ese es quizás el mayor problema del libro, la avasalladora presencia de la narradora y su mirada autoafirmativa cuya contención fracasa porque termina exhibiendo sin pudor sus privilegios.
Más aun, aquí faltó traspasar el recato y todo aquello que la narradora califica de repugnante, es decir los desbordes, el desgano y la desesperación que arrastra la pérdida de lo amado. Queda claro que hay reglas, normas y etiqueta incluso en la extrema instancia de sufrir y llorar a los muertos.
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Marcela Serrano debutó en la literatura en 1991, con "Nosotras, que nos queremos tanto". Desde entonces ha publicado una quincena de libros.
Hija natural
Natalia Berbelagua. Emecé, 2019, 138 páginas.
LUN, 13 de diciembre de 2019
Un hijo natural versus uno legítimo: esta distinción rigió durante siglos en nuestro país, estableciendo con violencia un privilegio o una deshonra, según fuera el caso. En esta narración, Natalia Berbelagua realiza un angustiante y estereotipado recorrido por la vida de una mujer que ha debido lidiar con la ausencia de un padre que jamás la ha reconocido y una madre convulsionada por una historia de abandonos.
Hija natural es una típica novela de formación, pero también es el típico libro sobre la obsesión por el padre ausente. La hija, narradora y protagonista del relato, atribuye sus propios males a un hombre que carga con innumerables defectos y que nunca ha sido capaz de demostrarle interés.
El deteriorado vínculo paterno influye de manera directa en su necesidad de tener constantemente a un hombre a su lado: tipos miserables, perdidos en la vida, débiles, confundidos, manipuladores y posesivos; relaciones fracasadas, donde la protagonista resulta siempre dañada.
El relato de Berbelagua está protagonizado por una mujer de algo más de treinta años que recuerda diversas etapas de su vida a partir de sus relaciones familiares y romances. La imposibilidad de afianzar afectos la mantienen vulnerable y en un constante estado de conmoción que incluye consumo de alcohol, drogas, medicamentos y habituales crisis de llantos, de aquellos que revelan un dolor inacabable y tan comúnmente aceptados como un comportamiento femenino.
El apuro en la exposición de los hechos y en el modo de reaccionar de la protagonista es frecuente. Esto redunda en un monólogo dramático salpicado de humor negro, corroído por la rareza de las situaciones y los encajonados personajes: el novio suicida parecido al poeta chino Li Po; la madre neurótica y sobreprotectora; la abuela y la bisabuela, siempre fieles y enigmáticas; el padre vividor, borracho, irresponsable; el tío campechano, conciliador; y la propia protagonista, "la bonita de la
familia", denominada en el ambiente literario regional como "la Anaïs Nin".
Es evidente la escasez de recursos técnicos que posee la narración, entre ellos los espacios, tan diezmados como sus maqueteados personajes, y particularmente las mujeres, siempre dependientes de lo masculino, siempre dispuestas a dar segundas y terceras oportunidades a los hombres que las dañan, lo cual en el caso de la protagonista termina por quitarle toda autonomía, debilitándola a un grado superior.
La escritura de Berbelagua se somete en exceso a lo anecdótico, amarrando a su personaje y pequeño círculo a hechos y características extravagantes, lo que le otorga a la novela un tono impostado. De bohemia, maldita, vividora y hecha trizas, no tiene nada, o apenas la necesidad extrema de la protagonista de contar con el amor filial. Esa constante tiene como correlato la involución que vive el personaje, apresado por la necesidad de contención de siquiera alguno de sus progenitores.
Los padecimientos emocionales de la narradora son el meollo de este libro que consolida a la mujer como un ser incompleto en el sentido afectivo, que brama por ser amada y canibalizada por sus padres o parejas. Si este modelo fracasa, la vida pierde sentido, corroborando con ello que tras la envoltura de un discurso autónomo y liberal hay una abrumadora urgencia por pertenecer al orden familiar y, por sobre todo, eso sí que sí, ser reconocida por el padre.
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Nacida en Santiago en 1985, Natalia Berbelagua es autora de los libros de cuentos "Valporno" y "La bella muerte" y del volumen "Domingo", de difícil clasificación. "Hija natural" es su primera novela.
Los asaltantes del cielo
Gonzalo Contreras. Seix Barra 2019, 400 páginas.
LUN, 20 de diciembre de 2019
Luego de veinticuatro años, Gonzalo Contreras publica la que, según él mismo, es la segunda parte de su novela El nadador. Bajo el título Los asaltantes del cielo, echa mano a una fórmula ya probada, evidenciando una fase de agotamiento de su proyecto literario, lo cual no deja de ser sorprendente, pues cuesta creer que un recorrido literario como el suyo se agote, es decir, que a la mediocridad de todo lo que ha escrito haya que sumar ahora la comodidad y la falta de ideas nuevas.
Una familia y sus entuertos es el marco de esta narración donde priman secretos y traiciones. Contreras ofrece una novela perfecta para estudiar un modo particular de enfrentar la literatura: aquel modo destinado a realzar con un feroz entusiasmo la vida de los ricos, asunto que ya en el siglo diecinueve le habría sido dificultoso validar. Su libro resulta así una ventana para acceder a mundos donde la belleza está asociada a la clase a la que pertenecen los personajes. Esto no impide que ellos y ellas aparezcan torturados, llenos de incertezas y resentimientos hacia sus parientes; sin embargo, como en un cuento de hadas, al final del camino la familia siempre estará ahí, apoyando al protagonista y reivindicándose de sus no intencionados desaciertos.
Cristina Borda es el personaje central. Tiene treinta años, estudios universitarios humanistas y un posgrado incompleto; además, está separada de un brillante matemático que antaño trabajó con su adinerado y galán padre. En el presente, Cristina, que ha descubierto hace poco sus capacidades seductoras y su exótica belleza, vive un romance con un aspirante a dramaturgo que se encuentra preparando una ópera sobre La tierra baldía de T. S. Eliot, proyecto que financia su enamorada.
El relato es llevado por una monótona voz focalizada en Cristina, la que se detiene en sus penurias amorosas y familiares. Su condición de heroína descansa en ser una mujer frívola, entregada con la mayor de las naturalidades a funcionar como comparsa del padre y el novio. Lo que tenemos, entonces, es una narración psicológica, donde los personajes monologan y dialogan más que actúan y donde la banalidad tiene un lugar tan preponderante como la sofisticación y la belleza. La protagonista, el novio, el padre y la madrastra son canónicamente hermosos, seductores, con el aplomo, la gallardía y la elegancia necesarios como para enfrentar situaciones incómodas. Porque la vida no les trae dramas o tragedias, sino incomodidades
solucionables con un whisky, mucha ironía, una fina conversación o, como corresponde al género, comprándose un vestido de lujo.
Contreras rinde culto a la elegancia, el refinamiento y el cosmopolitismo de sus personajes. Un capital que todos atesoran y despliegan con impudicia. Pero lo más llamativo en este volumen es que la intimidad posee un barniz de banalidad insuperable. Es prácticamente imposible dar con una escena donde el relato no se entregue a discusiones o reflexiones superfluas o esnobs. Además, los personajes principales están acompañados de grupo de seres verdaderamente inútiles, desechables, ya que no aportan ni intervienen en la trama principal.
Los asaltantes del cielo es una novela que se hace eterna y donde no existen puntos de fuga. Su monotonía y falta de vitalidad es abismante. Todo un desperdicio, de punta a cabo.
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"Los asaltantes del cielo" es la séptima novela de Gonzalo Contreras, quien debutó en el género en 1991 con "La ciudad anterior", que ganó el Premio Municipal de Santiago. El autor también ha publicado dos libros de cuentos.
Atentado final
Fernando Sáez. Ediciones de la Cópula Verbal, 2019, 186 páginas.
LUN, 27 de diciembre de 2019
Las ucronías o historias alternativas se basan en hechos históricos que son intervenidos por la ficción para pensar en qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes. Atentado final de Fernando Sáez es una novela impresa en marzo de 2019 que prefigura nuestro presente de manera literal. Podría decirse que este libro trabaja con un concepto particular y pesimista del tiempo y los procesos sociales: el resultado alternativo de un hecho histórico va a conducir a sucesos bastante similares a los que la historia real registra. Esto supone que el pasado no se conforma de fragmentos que al variar cambian el futuro, sino que la dominación es una estructura tan sólida que incluso un magnicidio no podrá detener su avance.
Sáez toma como punto de partida el atentado a Pinochet. En la novela, el dictador es acribillado y además sus agentes de seguridad confirman que el ataque también vino de su propia escolta. Con un estilo cercano a la crónica periodística, neutra, pretendiendo objetividad, el narrador maneja información privilegiada y va regulando su entrega. Tras la muerte de Pinochet, la junta militar es reemplazada por un nuevo triunvirato conformado por representantes de las fuerzas armadas leales al fallecido tirano. Entre sus planes está eternizarse en el poder.
La narración no se esfuerza por recomponer los retratos de los miembros del aparato de gobierno; más que personajes, se elaboran tipos. Sus perfiles son los mismos que tanto el periodismo de investigación como la mitología popular han construido. En tal sentido no hay originalidad alguna en la novela, pero eso no es tan significativo. Lo primordial es la descripción de la sociedad después de Pinochet. El país vive una fuerte crisis económica y los gobernantes se encuentran acorralados por el descontento social y la mala fama internacional del país por los atropellos a los derechos humanos. Es ahí cuando la nueva junta de gobierno recibe una oferta sumamente tentadora de un holding suizo, apoyado por los máximos grupos empresariales locales, la ONU y el Vaticano: convertir a Chile en una empresa. Si bien esto es presentado de una manera paródica y quizás un tanto rústica, no puede dejar de alabarse el acierto analítico de Sáez.
Más aun, el volumen profundiza en las estrategias del poder para lograr que la opinión pública se convenza de la necesidad del cambio: "Voraces incendios habían estallado en puntos estratégicamente escogidos del país [...]. En Santiago
los estallidos de fuego fueron mucho más dispersos y heterogéneos, doce supermercados, cinco fábricas de pintura y tres corrales municipales de automóviles ardieron al unísono [...]. Todo esto antes de que comenzara la restricción del toque de queda, así que los transeúntes corrían sin rumbo, sin destino". El informe que realiza el holding a la ciudadanía chilena señala: "Descontento y frustración en los trabajos, relaciones familiares tensas y agresivas. Ninguna confianza en el futuro, temor por el destino de sus hijos".
Atentado final es una narración que no profundiza en los personajes, pues los requiere para probar una tesis. Tal procedimiento adelgaza la novela en términos estéticos, pero no en términos críticos. Su principal mérito es configurar un modo de gobernar corrupto, sustentado en la represión, donde se imponen la deslealtad, el atropello a los derechos humanos y la obsesión por el poder y el dinero.
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Antes de "Atentado final", Fernando Sáez había publicado otras dos novelas: "Aire visible" y "La novela de Armando". También es autor de un libro de cuentos y de sendas biografías de Delia del Carril y Violeta Parra.