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La contrapráctica como táctica a lo heteronormativo
Por Patricia Espinosa
En Por un Feminismo sin Mujeres
2º Circuito de Disidencia Sexual CUDS
http://www.bibliotecafragmentada.org/
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La primera vez que leí el título de esta convocatoria me quedé pensando en
lo provocativo que resultaba afirmar un feminismo sin mujeres. Sí, es provocativo
y comparto tal provocación, pero habría que explicar que se trata de asumir un
desmontaje del término mujer, embadurnado por el esencialismo heteronormativo.
Estamos en un espacio universitario y me pregunto si el feminismo ha sido más bien
tolerado que asumido ¿Es el espacio universitario un lugar donde se ha anulado el
sexismo, la división masculino/ femenino, el control del cuerpo de las mujeres,
la violencia material y simbólica sobre nuestros cuerpos? Pues no, como sucede,
en general, en toda nuestra sociedad. Queda demostrado que la teoría y el acceso
al conocimiento no son suficientes para cambiar las cabezas pensantes del templo
del saber. Si bien el feminismo ha logrado, en nuestro país, cierta legitimación
teórica, no ha conseguido consolidarse a nivel de nuestros/as alumnas. Hace un
par de semanas ante un relato con un protagonista gay, una alumna del Taller que
dicto dijo “este maricón”. Y sonó demasiado fuerte, extremadamente violento,
me revolvió la guata, como que se me vino un vómito que tuve que convertir en discurso rabioso y en parte triste. Porque tres años en la Universidad de Chile no
han servido para generar una apertura intelectual que desmonte la exclusión ni
menos el binarismo genérico. Y esto es consecuencia de los académicos y de la
institucionalidad. Porque la universidad parece haber esencializado el binarismo
hétero/homo. La universidad parece haber amurallado el discurso sobre género a
los departamentos de estudios de género, dejando el resto del territorio entregado
a un neofascismo. La universidad es hoy un campo de lucha para desmontar el
aparataje androcéntrico. Aún hoy nos vemos expuestos/ expuestas a conductas de
mobbing, ninguneo, exclusión de los lugares de toma de decisiones.
Las prácticas de activismo feminista muchas veces se ven insertas en la
retórica de la tolerancia. Término que funciona como una más de las estrategias de
control de la alteridad. El poder determina quiénes son y cómo son los otros, diseña
estrategias para representar al otro en tanto amenaza y fijarlo, acotarlo a un lugar
que no genere peligro. Los diferentes al orden social son clasificados y tolerados.
Mientras los tolerados arman un lugar, una tribu, un ghetto a la cual no cualquiera
puede pertenecer. ¿Cuál será el rito de iniciación me pregunto una y otra vez? ¿Es
que los tolerantes no toleran? ¿La Sra. K no me tolera? La tolerancia da entrada a
todos los puntos de vista, los comunistas y los fascistas, la derecha y la izquierda, el
blanco y el negro, los que están en pro de las armas y en contra de estas, los héteros
y los gays. Y si corro el riesgo de ser tildada como intolerante frente a la misoginia,
la homofobia, el racismo, la discriminación social, la desigualdad económica y el
poder empresarial en su democracia de simulacro: lo seré.
Los sujetos que intentan desautorizar un sistema androcéntrico corren el
severo riesgo de asumir la fijación que el poder les determina. Es decir, me rayan la
cancha y me creo el cuento. La estrategia de dominación no debe ser internalizada. Porque asumir el lugar prefijado es asumir la serialización que quita sorpresa, que
tranquiliza al poder que ha logrado individualizar y al mismo tiempo marginalizar
la diferencia de sus actores; una diversidad cultural, sexual, genérica, que no deba
ser aceptada al des-racializarse, y al des-sexualizarse.
Ser el otro, es ser la parte maldita del sistema, el negro, la tortillera (Preciado),
el maricón, la izquierdosa/so, la negra chana, el negro flaite, el residuo del sistema
y por tanto de la Institución. La esencialización del otro, nos está devastando.
Y me pregunto: ¿por qué no romper con tal esencialización, desbarrancar con
la tolerancia en tanto aguantar-soportar lo que resulta molesto? Mientras nos
hacemos los lesos/lesas, asumimos con indiferencia tener nuestro pequeño lugar
como si fuera una migaja; porque la Institución pareciera decir: o te conformas con
las migajas o te exilio. La indiferencia se nos monta y es mejor cuidar el pellejo que
dar aullidos. Emerge así la desmemoria de nuestra propia historia. Atrás la pasión,
la rabia, las ganas de cambiar el mundo, el compromiso, el avanzar sin transar,
el debate, la confrontación porque sencillamente se ha eliminado al otro rebelde
que conteníamos. Me toleran/ los tolero y muere el diálogo. Toleran para reprimir,
suena raro pero es así. Se aguanta para simulacrar en la medida de lo posible, un
estado diverso.
La dictadura amplificó la binarización masculino/femenino, familia/
heterosexualidad y la Concertación le siguió las aguas con fervor dentro de la
consolidación de las políticas neoliberales. El cuerpo del consenso que instaló la
Concertación, se centró en la familia como dice Olga Grau: “hiperrepresentada”[1]. El
pensamiento heterocentrado no sólo nos ha gobernado sino que nos gobierna. Y si
de teorizar se trata, el feminismo se ha binarizado entre la diferencia o la igualdad. Nuevamente un parcito: queremos ser iguales o queremos que nos respeten nuestra
diferencia de raza, género, clase. Opto por ambos polos del binarismo. El sujeto
mujer heterosexualizado la lleva como régimen político de control. Los discursos
regulatorios construyen cuerpos desde lo normal o lo desviado (otro binarismo).
La respuesta a esta práctica de control será la contrapráctica; una lógica tendiente
a desestabilizar el binario, la definición del sujeto –en este caso Mujer- a partir de
un ejercicio de empoderamiento discursivo público y privado. Se trataría entonces,
de descomponer los marcos que nos atrapan (Butler) como mujeres con significante
político, yendo más allá del género de matriz heterosexual. Ese ir más allá, implica
una actuación reiterada y obligatoria en función de unas normas sociales que nos
exceden, que nos sanciona y excluyen. Representar más allá del binario, más allá
del género, más allá del sexo; todo es una construcción social y nuestro deber será
deconstruir cotidianamente los formatos canónicos de sexo[2]/género porque no
hay una sola forma de significar hombre o mujer.
Si el feminismo no se desliga de la categoría jurídica de representar la
mujer seguirá la hegemonía de lo creado por el universal masculino. Romper la
facticidad de lo anatómico de un sexo, negar la vinculación de un cuerpo a la espera
de un género, rechazar la continuidad entre sexo, género, práctica sexual y deseo.
La negación nos lleva a la noción de un género por hacer en el territorio de lo
cotidiano y durante el trayecto vital de cada sujeto/sujeta. Que no somos solo un útero, ni una vagina, ni menstruación, ni madres, ni trabajadoras que equilibran lo doméstico con lo laboral, sino que somos agentes discursivos, productoras de
disrupción y quiero enfatizar que es el espacio cotidiano, es en el callejeo, en nuestro
mundo laboral, donde debemos hacernos cargo de toda la mierda esencializadora y
castradora del universal androcéntrico enquistado también en las propias cabezas
de muchas mujeres.
NOTAS
[1] Vera Fajardo, María Antonieta. Disponible en: http://www.alterinfos.org/spip.php?article673
[2] Fausto-Sterling considera que existen hasta un total de cinco sexos: hombre; mujer; herms
(nacidas/os con un ovario y un testículo); merms (nacidos con testículos pero también con
indicios de genitales femeninos); y ferms (nacidos con ovarios pero con algunos aspectos de
la genitalidad masculina).
En http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=12983&id_seccion=8