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Crítica literaria
Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias. 3 al 24 de Enero de 2014
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El único placer
Mónica Seguel. Planeta, 2013, 142 páginas.
LUN, 3 de Enero de 2014
Inés Echeverría, María Luisa Bombal, Elisa Serrana, Mercedes Valdivieso y hasta Marcela Serrano y Carla Guelfenbein conforman un conjunto de narradoras que han logrado tematizar –con mayor o menor éxito– las vidas de burguesas oprimidas por su clase y el rol que les ha sido asignado. Así es que tradición sobre el tema hay, incluso con muy buenas escrituras en más de un par de casos. Es por ello que resulta pintoresco, por decir lo menos, que surjan escritoras como Mónica Seguel, quien no sólo pareciera desconocer esa tradición, sino que, además, resulta un nulo aporte tomando en cuenta los trasnochados discursos que presenta al abordar a la mujer de clase alta.
El único placer es una novela alejada de cualquier irreverencia, centrada en un sentimentalismo barato y ultra repetido; tanto así, que la mayor gracia del volumen es que le permite al lector ir adivinando qué le sucederá a la protagonista, sin el menor riesgo de equivocarse. Fernanda es una mujer ABC1 lateada por la rutina familiar, en busca de una palpitante aventurilla sexual que le permita mutar en un ser completo y radiante. Arquitecta de cuarenta y cuatro años, está casada desde hace quince y es madre de tres hijos. Durante febrero de 2010, se radicará en Pichilemu, ya que debe realizar un trabajo en un hotel boutique en construcción. Fernanda postergó su vida laboral, dedicándose a criar a sus vástagos; sin embargo, ha llegado el momento de darse un tiempo para sí misma.
Apenas llega al poblado, Fernanda Silva conoce a Pedro Sánchez, un atractivo español, ingeniero ambientalista que enamorará a primera vista a la chic arquitecta. Tras el flechazo, ella desempolva todas sus armas de seducción; por ejemplo, sale a correr en shorts y una polera sin mangas para verse bonita, ya que en una de ésas puede aparecer el guapo varón. Luego de establecido el contacto, viene una previa de almuerzos, cenas y caminatas por la playa, donde a ella el corazón le retumba en los oídos. Rápidamente, consuman su amor, provocando la satisfacción de la arquitecta respecto al desempeño del galancete.
Fernanda jamás le cuenta al peninsular sobre su familia y se entrega con todo al fogoso romance de verano, hecho que hace que su largo cabello brille y adquiera hermosas tonalidades doradas. Esta primorosa y romántica historia se verá interrumpida por un terremoto y tsunami que asolará al poblado. El desgraciado fenómeno natural alejará a los amantes, aunque no acabará con su amor. El trauma provocado por la experiencia de haber estado cerca de la muerte resulta la excusa perfecta para no tener que dar explicaciones y poder vivir la pérdida del amor en un caprichoso silencio; cuando sus deseos no son satisfechos, la arquitecta se larga a llorar y sólo se calma mediante un Ravotril.
La protagonista representa a una mujer dependiente, pasiva y unidimensional en sus expectativas identitarias. Carece de discurso afirmatorio, y por lo tanto se vuelve frágil, ingenua y hasta irrisoria en la idealización amorosa. A pesar de ser infiel, su marco referencial nunca abandona el conservadurismo.
Por medio de una prosa extremadamente simple, saturada de frases en torno a la belleza, el relato infantiliza la condición de mujer, potencia la masculinidad por todos sus flancos y termina resguardando la estructura familiar en una suerte de mojigatería llevada al extremo. Una malsana prudencia gobierna estas páginas, haciendo de este libro una publicación francamente malograda.
El estado de la cuestión
K. Ramone. Tajamar, 2013, 130 páginas.
LUN, 10 de Enero de 2014
Un retroceso colosal en el trayecto literario de Kato Ramone (que ahora firma como K. Ramone), quien hace cuatro años sorprendió con La basura de Grecia, es este volumen de nueve relatos monótonos, desestructurados y, en lo primordial, atrapados por una escritura rebosante de digresiones hostigosas, irritantes redundancias y elementales imágenes.
El estado de la cuestión es un libro en el que predominan los personajes derrotados, condenados a la incomunicación y a un disperso estado mental. El problema es que estos mismos sujetos tienen la costumbre de emitir interminables peroratas con un marcado sentimiento de superioridad, donde predomina un tono despreciativo. Además, el narrador, como temiendo no ser comprendido, insiste en anular los espacios en blanco y cualquier ambigüedad. Es así como sencillos hechos son explicados con porfía y siempre desde un mismo ángulo. En “Generosidad”, tras una extensa e híper clarificadora descripción de la maldad, violencia e insensibilidad del padre, el narrador cierra el párrafo diciendo: “Sí, llegaba a ser un tipo bien vulgar”.
La odiosidad que despierta la gente común es el único aspecto medianamente logrado. En varios casos el rencor viene de hijos hacia padres o madres violentos; sin embargo, en varios casos el personaje repudiado es un pobre burócrata, profesor, trabajador de multitienda o poeta que no es configurado de modo adecuado como merecedor de algún escarnio. Pareciera que solo el narrador descubre el mal en estos seres insignificantes. Así se advierte en “La significación de los patios”, que gira en torno a un profesor cuyos únicos defectos son el ser un profesional mediocre y aprovechar la privacidad de su hogar para vestirse de mujer mientras realiza sesiones de videochat.
Algo parecido ocurre en “El peso de las hormigas”, un diálogo familiar en torno a uno de los hijos que ha ganado un concurso de poesía. Más allá del tono absurdo de las conversaciones y de las extensas desviaciones sobre el eje de la historia, una motivación que se oculta por completo a los lectores lleva al hermano del poeta a confrontarlo una y otra vez mediante solapadas burlas, no obteniendo respuesta alguna del joven vate, que se mantiene impávido.
Ramone parece estar empeñado en ahogar a cada uno de sus personajes, silenciando su intimidad, suprimiendo cualquier expresión no mediada de lo observado por el narrador, convirtiéndolos en piezas rígidas, compactas y sin recovecos, en simples elementos al servicio de una discursividad difusa e intrascendente.
El desvío constante, la expansión innecesaria y la presencia de narraciones intercaladas que en nada aportan atentan contra este libro. Un caso ejemplar de todo esto es “Atribución de lo sensible”, donde se establece un contrapunto entre la obsesión del protagonista con el ombligo de una mujer y el relato de la conquista de Chile por parte de Estados Unidos. El contraste se anula porque la historia sobre el dominio gringo se traga a la del fetichista, la que, para empeorar las cosas, es interrumpida por innumerables y extenuantes microrrelatos.
La técnica narrativa exhibida antes por Ramone, basada en el menos es más, la sugerencia y la sequedad, lamentablemente desaparece en esta ocasión, dando lugar a un revoltijo de ejercicios de estilo más que a un material acabado y consistente.
La distancia
Nicolás Campos. Contracorriente, 2013, 134 páginas.
LUN, 17 de Enero de 2014
La infancia y la adolescencia imbuida de dolores que no cierran, que se arrastran a la adultez y que de alguna forma podrían neutralizarse mediante la escritura, constituyen el foco de esta primera novela de Nicolás Campos. La distancia es un extenso monólogo interior, que no se agota en sí mismo, porque intensifica su espesor mediante matices de ironía que hacen tambalear el carácter rimbombante de lo que el personaje se propone.
Del protagonista se oculta el nombre y sabemos que tiene como proyecto elaborar una novela con hechos y personajes que fueron parte de su vida. La narración, entonces, se encargará de entregar apuntes o bosquejos en bruto de lo vivido durante su infancia y adolescencia en la ciudad de Ventanas. Juntar material para la obra literaria será la excusa perfecta para volver al poblado y, además, cumplir con la invitación que le realiza al protagonista un grupo de amigos, animados por reencontrarse tras largos años.
Nicolás Campos lanza reflexiones o frases profundas con naturalidad, dando relevancia a hechos nimios al otorgarles una condición ritual. Mirar por una ventana, fumar, caminar tras una imagen del pasado remoto, incluso beber y conversar trivialidades, se convierten en recortes tupidos de sentido inmediatista. Negarse a pensar en el futuro, pero permitirse convocar al pasado nefasto es una característica permanente del personaje y de la novela.
Como en buena parte de la narrativa nacional, la provincia se vuelve un símbolo del horror. Ventanas surge así como un territorio de posguerra, contaminado, despojado de cualquier belleza, cargado de un aura infecciosa y maloliente, detenido en el tiempo, cuyos habitantes portan una maldad mediocre y un profundo resentimiento hacia el forastero. En este repulsivo sitio se encuentra la casa familiar, que opera como receptáculo de la memoria y de reencuentro con los amigos, los que le permitirán reflexionar al protagonista sobre el proyecto de construir una obra literaria a partir del registro de lo vivido.
Lo que podría no ser más que un nuevo ejercicio metaliterario aparece aquí salpicado con ironía, logrando diluir los atisbos de afectación. El hecho de que sea el propio narrador el que desacredite su plan, autodenunciándose por escribir tonteras o frases espantosamente malas, no sólo reprime la inclinación a la pomposidad, sino que al mismo tiempo asume un discurso crítico referido a la totalidad del volumen.
Hacia el final, el adolescente narciso que recorre el libro, más allá de que pase de la treintena, tiende a borronearse, traicionando con ello uno de los principales tópicos de esta novela. Además, el relato apura sobremanera los hechos e intenta aclarar las motivaciones del personaje, llevándolo hacia lo que podría denominarse una madurez acelerada o término de un proceso de confusión vital. Sin embargo, las preguntas esenciales que plantea Campos no se diluyen: ¿qué representa una obra literaria confrontada con el transcurso de una vida?, ¿cuál es, en definitiva, el peso de la realidad respecto a la consistencia de una obra de arte? Dos interrogantes que pueden resumirse en una y que son expuestas en La distancia con una densidad bastante lograda para tratarse de una primera publicación.
Desafinan con el frío
Rodrigo Hidalgo. La Calabaza del Diablo, 2013, 101 páginas.
LUN, 24 de Enero de 2014
En esa tradición chilena donde la literatura tiene por objetivo abordar la sobrevivencia ante situaciones sociales límites se inscribe esta primera novela de Rodrigo Hidalgo.
Desafinan con el frío tiene una interesante estructura, donde la acumulación de fragmentos permite una mirada de conjunto sobre tres historias y tres personajes marginales, pero también obcecadamente comunes.
En treinta fragmentos numerados, pero desordenados cronológicamente, se van alternando los relatos sobre tres sujetos a quienes una tragedia siempre está por alcanzarlos.
El primero de ellos es Lukas, un hippie de clase media alta que decidió abandonar la casa familiar y salir a recorrer el mundo. La segunda protagonista es una prostituta que se hace llamar Amanda, quien llega al oficio tras un accidente. Por último, aparece Bernardo, un provinciano que con esfuerzo consigue instalarse en Santiago, logrando un equilibrio precario debido a sus diversas crisis emocionales.
La decisión de comenzar una nueva vida es una constante en los tres personajes; aunque mínimamente, sus existencias se cruzarán, dando lugar a una trama compartida que no anula la individualidad de cada uno.
A pesar de la aparente igualdad en el enfoque hacia Lukas, Amanda y Bernardo, el volumen oculta un protagonista que resultará delineado con saña. Así, la vida de Bernardo, el personaje más golpeado por el narrador, tiene un desenlace claro y absoluto, sin posibilidad de redención o, siquiera, de escapatoria. Su figura se convierte en un amargo símbolo tanto de una clase como de una época.
Bernardo vivió su juventud durante la Unidad Popular; luego, durante la dictadura, su vida comienza a fracturarse sin posibilidad alguna de recomposición. Desafortunadamente, en un claro gesto determinista, el narrador parece querer explicar que el contexto de abandono del que proviene y su permanente pobreza son las causas del temperamento agresivo de Bernardo. Este sesgo naturalista enturbia la lograda composición hiperrealista del personaje, ya que establece una suerte de obligatoriedad entre las causas y los efectos presentes en la vida del personaje, creando las condiciones perfectas para el surgimiento de la violencia.
Con un estilo cercano a la dramaturgia, Desafinan con el frío consigue perfilar las obsesiones de cierta clase media alta, su arribismo y la superficialidad de sus afectos, en contraposición con un mundo popular sustentado en la solidaridad y la dignidad colectiva.
La narrativa de Hidalgo condensa a sus personajes al ingresar a sus desoladas existencias con cautela y tranquilidad descriptiva. Desprovista de artilugios sensacionalistas, aun cuando las situaciones sean escabrosas, esta escritura centrada en seres anónimos se toma el tiempo necesario para perfilar tipos humanos que logran encarar sus lastimadas existencias a partir de sus múltiples contradicciones y convicciones.