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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 17 de junio al 15 de julio de 2016
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Longotoma. Fragmentos de una novela imposible
Gustavo Boldrini. Kultrún, 2015, 245 páginas.
LUN, 17 de junio de 2016
La escritura asumida como un proceso, un empuje, siempre inacabado, es determinante en este libro de Gustavo Boldrini, ya que cada narración que lo compone se abre a otros relatos, eliminando cualquier clausura posible, inaugurando permanentes desplazamientos. Longotoma. Fragmentos de una novela imposible es una obra anárquica, conformada por vías móviles, estratos que desafían el orden, el centro, pero que, al mismo tiempo, va generando zonas de arraigo, imágenes de pertenencia, lugares habitables desde la templanza y la comunión entre individuo y paisaje.
El título del volumen anuncia uno de sus asuntos fundamentales: ceñirse doctrinariamente al fragmento como una forma de construir la totalidad, lo que trae aparejado la necesidad de negar el género novela, porque sería doblegarse a una ruta prediseñada. Boldrini va tachando ejes, convocando registros discursivos desjerarquizados, instalando una diversidad de voces, una comunidad variada, aunque siempre vinculada a un territorio.
La multiplicidad, eso sí, no evita la presencia de una figura gravitante en el libro: un supranarrador, viajero, antiguo habitante de Longotoma (localidad de la Quinta Región, cercana a La Ligua) que cada tanto vuelve al lugar, donde conversa, recoge relatos y es sacudido por el entorno. Es él, la entidad convocante y articulante del volumen, el que busca reconstruir Longotoma, tomando para ello historias reales, mitos y ficciones de todo tipo.
La escritura, por tanto, privilegia la función testimonial, orientada a resguardar la memoria, ya sea mediante la cita de textos literarios o periodísticos, o bien haciendo comparecer a sujetos que viven entre el arte y la magia, porque Longotoma posee una condición aurática, sublime, con características de artefacto estético, capaz de provocar sensaciones de gozo y someter a la indecibilidad al sujeto que la experimenta.
Boldrini trabaja en la búsqueda de imágenes certeras para expresar el peso de lo nimio, la cadencia de la naturaleza, la violencia de la historia, la belleza del entorno y la condición transida del que se unifica con el contexto. Su prosa expande y concentra una palabra que convoca y aproxima diversos niveles de un entorno agreste y seductor; asimismo, desmenuza las sensaciones de quien se entrega a la contemplación, potenciando su capacidad sensitiva. Por ello se detiene, detalla, explica, comparte, expone matices de habla que se disgregan, para luego radicarse en zonas recónditas de la interioridad y la corporalidad. Si hay algo que destaca en esta escritura es la mirada ciertamente mística, al borde del trance, del éxtasis, que no se desprende nunca de la materialidad de lo pedestre y, por sobre todo, de una avidez de belleza.
Resulta imposible no mencionar la explícita referencia a Desiderio Longotoma, personaje del relato “El unicornio” de Juan Emar. Sin embargo, Boldrini, un autor con una amplia y desconocida obra, consigue armar un camino propio. Longotoma. Fragmentos de una novela imposible es un libro complejo, profundamente atractivo en su fuera de lugar, donde se apuesta por una poética y una visión estético-antropológica contundente, cercana a un tipo de sabiduría popular que va más allá de las formalidades canónicas.
Antipop
Patricio Jara. Alfaguara, 2016, 212 páginas.
LUN, 24 de junio de 2016
Una escritura de angulaciones flexibles y puntos de vista complejos que aparentan simplicidad, donde se cruzan la crónica de la escena musical chilena post 2000 con el desarraigo y un particular modo de sobrevivencia: Antipop, de Patricio Jara, es una novela-ensayo sobre formas de no crecer, a partir de la fidelidad a las obsesiones, las ideas intransables y el rechazo frontal al arrepentimiento, y que mezcla, además, la severidad confesional con una precisa tonalidad coloquial.
Antofagasta, la muerte del padre, la soledad, la búsqueda de un proyecto, temas abordados en la obra anterior de Jara, marcan también el rumbo de esta nueva publicación. Antipop es protagonizada por Claudio Eicke, quien en 1999, a los veintidós años, tras recibir una herencia del padre, se traslada a Santiago, donde instala un estudio de grabación vintage, teniendo como base su melomanía y sus incompletos estudios de ingeniería en sonido. Al borde de los cuarenta, el personaje se mueve entre el pasado y el presente, siempre con dudas y conflictos internos. Un aspecto importante de Eicke es que, a pesar de las evidentes concomitancias, consigue distanciarse de Rob Fleming, protagonista de Alta fidelidad, principalmente por una actitud más fría, distante de la ironía y por sobre todo pragmática.
Eicke es de tercera generación de emigrantes alemanes, su apellido alcanzó una macabra fama en tiempos de los nazis. Sin embargo, reclama su espacio, su individualidad. Por eso, recordar no pasa aquí por saldar cuentas con todos los pasados posibles, sino por exponer las etapas de una móvil historia personal. Así, Eicke pasa de simple fanático a especialista, empecinado en materializar con bandas y cantantes emergentes su concepción estética, basada en una exquisitez agreste y el rechazo a la pulcritud tecnológica.
El personaje podría ser catalogado como un mero formalista, pero su fe en la trascendencia del arte y la belleza apoteósica lo sitúa en el terreno del utopismo individualista; es decir, optimismo, aunque sin la esperanza de redimir a nadie. La narración entrega pistas de la pequeña guerra cultural en la que se ve inserto, en tanto acepta lo posmoderno con una actitud moderna, y por tanto crítica respecto a la separación entre alta y baja cultura. Eicke reflexiona sobre la industria musical nacional de la que forma parte, así como también se fija en los frágiles límites de la fetichización de lo llamado alternativo.
Una particular situación ejemplifica el continuo apremio valórico al que se enfrenta el personaje. En un momento extremo, se le ofrece la posibilidad de trabajar para una cantante que simboliza la gran industria de la banalidad musical mundial. Eicke se ve expuesto a tensionar al límite sus valores, pero también su capacidad de resistencia mediante una insólita decisión. La presencia de momentos donde están en juego tanto la ética como la posición del artista ante el arte y el mercado son recurrentes en la novela, instancias que el autor salva con desenfado y naturalidad.
Antipop es un libro agudo, de esos que, sin ostentar, llevan a la reflexión y horadan desde el interior a la cultura de masas. Mediante la técnica del desajuste, su protagonista concita desarraigo, desencanto, pero también entusiasmo a la hora de apostar por su independencia. Asimismo, la lucha entre marginación o adecuación al mercado se resuelve por la vía de la sobrevivencia, apartando la sombra de la pérdida de dignidad. Finalmente, la convivencia entre novela de crecimiento y crónica, entre autobiografía y manifiesto, también se asimila y tensiona con extrema fluidez.
Piquero
Pablo Fernández. Cuarto Propio, 2016, 81 páginas.
LUN, 1 de julio de 2016
Nickname: NN. Edad: 25 años. Medida: 18 cm. Tez: Moreno. Contextura: Nadador. Ésos son algunos de los rasgos con que se presenta en la página de citas el protagonista de Piquero, un joven profesional de clase media, ajustado a un trabajo mediocre, miembro de una familia homofóbica y, lo más importante, condenado a la soledad.
Pablo Fernández, autor de esta novela, construye un personaje perturbado por su desamparo, pero que pretende salir de tal estado encontrando una pareja estable. Por tanto, cada cita casual se convierte en la posibilidad del amor verdadero, es decir, romántico, apasionado e intenso. Pero a NN las decepciones no lo abandonan, intensificando su voluntad de tragedia; tanto, que comienza a claudicar no sólo en el ámbito afectivo, sino también en su trabajo y posición social.
Piquero expone más aciertos que desaciertos, lo cual es bastante para una primera novela. En principio, porque Fernández no parece escribir para el cartel de amigos ni la farándula literaria. Esto incide en otorgar relevancia a lo que en realidad importa, la escritura. Así es como la novela se enfoca en experimentar con su protagonista y el modo en que se entrega su discurso, marcado por un atractivo –por exacerbado– y dramático romanticismo.
Otro buen punto en el tratamiento de la prosa es la intervención lírica en la conformación interna de los enunciados y en su disposición al presentarlos como versos, separados sólo por puntos aparte. Aun cuando a veces su ritmo se traba, estos pasajes son, técnicamente, lo mejor del libro. En paralelo, también destaca en la escritura de Fernández un modo entre formal y coloquial, algo tosco, carente de exquisiteces lexicales o cualquier sofisticación expresiva. El protagonista es un sujeto que no pretende borrar de su habla los marcadores de clase y que va exponiendo cómo piensa un tipo común, sin dotes ni gustos artísticos, alejado de la banalidad, reflexivo y que mira al mundo con cierta perplejidad.
La construcción de un personaje cercado por la vacuidad, quien atisba que en los afectos puede hallar algo de sentido, resulta bien lograda en esta historia, donde la ciudad es amenazante, pero también la gran proveedora de todo aquello que se desee. Por sobre todo, la ciudad es el escenario perfecto para el anonimato, ya que permite deambular y cubrir ciertas necesidades sin dar explicaciones, aunque sin olvidar que la violencia está siempre a punto de surgir. Así sucede con el encuentro sexual con un taxista alienado, la secuencia en que el protagonista le compra zapatos de bajo precio a un seductor chico o la contundente escena en una micro, cuando el personaje y su pareja se sientan al fondo y cubren sus manos con una chaqueta para luego cruzarlas fuera de la mirada sancionadora.
Piquero es una novela donde la homosexualidad se vuelca hacia una interioridad agobiante, aunque no por ello se omite, en un segundo grado, que hay un sistema represor al que desafiar. La idea de transgresión no sólo motiva el accionar del protagonista, sino que empuja al libro hacia un cruce narrativo-lírico. Fernández tiene el mérito de mirar con aspereza las crisis de su protagonista, donde convive la inadecuación al mundo con un romanticismo kitsch que enclaustra sus expectativas de trascender la soledad, pero no su voluntad de riesgo.
Bolígrafo o Los sueños chinos
Germán Marín. Ediciones Universidad Diego Portales, 2016, 367 páginas.
LUN, 8 de julio de 2016
En la primera página de este volumen, el lector se encuentra con una breve nota introductoria firmada por G. M., quien se refiere al hallazgo casual del diario de vida que transcribirá a continuación y la falta de datos respecto a su autor. Enseguida, lógicamente, viene el diario propiamente tal, conformado por 366 fragmentos numerados, que carecen de fechas y mayor información sobre la época en que fueron escritos, aunque queda claro que se trata de la posdictadura, cerca del año 2000, por los cambios que advierte el narrador en lo urbano, como el exceso de nuevas edificaciones, o en las formas de comunicación, por el uso indiscriminado de celulares.
La escritura de este diario sólo requiere un marco general, ya que el énfasis está en el propio diarista, un hombre maduro, cercano a los primeros indicios de la vejez, con un pasado medio pije, que vive en un pequeño departamento en Ñuñoa y que se desempeña como vendedor de comida para perros. Su soledad tiene algunos paréntesis, breves encuentros sexuales con mujeres y una que otra conversación de bar con conocidos, hasta que aparece Eloísa, mujer adinerada, de clase alta, viuda, sexualmente tan ávida como el propio protagonista, que en breve se transforma en su amante con dedicación exclusiva, ya que renuncia a su trabajo y se enfoca en complacer a la señora a cambio de una generosa suma mensual. La convivencia de la pareja es descrita por el narrador desde el sarcasmo, la ridiculización carente de compasión, dando lugar a escenas inolvidables en su calibre esperpéntico.
Marín elabora una propuesta dramática atenuada, al intervenirla con un tono picaresco, burlón, capaz de dar vuelta toda severidad y de paso exponer el verdadero sentir del protagonista. Se trata de un personaje serio, inquisitivo, imparable en su mordacidad, que no se detiene ni consigo mismo, llegando incluso a catalogarse de mantenido.
La formulación de una prosa con tiempo pero sin dilaciones, compacta, gratamente amarga, sucia en su punto de vista, resulta precisa en tanto correlato del ánimo que apresa a este narrador. Si bien su perspectiva es la dominante y única, no se sostiene en la autoridad ni en lo que podría ser la ordenanza patriarcal, ya que se menosprecia y expone en todas sus miserias, incluido el machismo. Este recurso se complementa con esporádicos cuadros donde el diarista es capaz de traspasar su ruindad, convirtiéndose en un mero gozador, un esteta que disfruta de sus paseos, del ocio y la rutina. Así, reverdece una y otra su tediosa cotidianeidad, al darse el lujo de ponerse al mismo tiempo sentimentalón y burlesco, vehemente y sosegado, domesticando y cultivando con delicadeza sus crisis.
Con este diario ficcional, Germán Marín no sólo continúa su propuesta narrativa, sino que también la renueva mediante un hiperrealismo de excepción, descarado y paródico, en torno a los vaivenes de la intimidad. Bolígrafo o Los sueños chinos se asoma a una nueva zona del autor, quien tiende a abandonar la oración subordinada, el párrafo de largo aliento, optando esta vez por una escritura apretada, tupida, pródiga de obscenidad cotidiana. Además, hay una detallada exploración en la capacidad sensitiva e instintiva del personaje, que desemboca en una forma especial de conocimiento, dejando cada vez más atrás todo aquello que define la masculinidad. Claramente, son muy pocos los narradores que intentan desubicar al lector y probar una inagotable capacidad de renovación, como sucede con Germán Marín.
Las palabras
Ramiro Ramírez Larraguibel. Ocho Libros, 2016, 154 páginas.
LUN 15 de julio de 2016
El año 2010, Ramiro Ramírez Larraguibel publicó su primer libro, Perecibles, conjunto de cuentos donde la mesura constituía el mayor acierto. Ahora el autor ingresa a la novela con una actitud totalmente diferente: Las palabras descansa en un protagonista construido de forma tan precaria que todo el relato se convierte en algo desbocado, disperso, donde apenas logra atisbarse una propuesta definida.
Se trata de una novela centrada en un trabajador temporal que se ha desempeñado como guionista, crítico, asesor creativo de cine, profesor en un taller de escritura creativa. Su amistad con una famosa estrella de televisión le ha permitido conseguir más de algún trabajo y armarse una frágil red de conocidos con cierto poder mediático. El argumento cubre precisamente el tránsito del protagonista desde la mediocridad hasta la estrepitosa caída, proceso que se inicia cuando compra una decrépita casa en un barrio periférico santiaguino.
Entre la arruinada casa y la vida del protagonista Ramírez establece una analogía que conforma una estrategia narrativa de una simplicidad tan evidente que limita cualquier expectativa y tensión. Una vez que el personaje se traslada a la vivienda, la narración olvida todo lo que construyó en su primer tercio, sometiéndolo a una nueva vida donde la preocupación económica desaparece sin más.
Mediante un exagerado estilo descriptivo, el ex guionista comienza a familiarizarse con el barrio. Esto implica un recargado énfasis en situaciones anodinas, sujetos desabridos y conflictos débiles. En última instancia, todo aquello a lo que el individuo se enfrenta resume lo que es esta novela: una seguidilla de situaciones domésticas socavadas por una mirada artificiosa, encaprichada en delinear el miedo a los perros del sector, el malhumor de la vecina y las inútiles conversaciones con los comerciantes cercanos a la casa.
La presencia de Emilia, la joven hija del pastor evangélico del barrio, es el único posible punto de quiebre en la plana vida del decadente profesor. La pareja se conoce en un curso de arte gratuito que dicta el municipio, pero su relación no sólo es lenta sino también vacía, pues jamás dejan de parecer dos desconocidos. Son tantos los sobrentendidos que la novela termina eliminando cualquier intimidad posible, lo que da como resultado una relación amorosa maqueteada y sin intensidad.
Ramírez escribe de manera ampulosa, se esfuerza en dar con un tono profundo, no pierde ocasión de lanzar una frase grandilocuente para luego enredarse, dejando a medias sus teorías sobre la política o el arte. Por lo mismo, la especialidad del personaje es la divagación, la reflexión sin hondura ni gracia alguna.
Y, si de desatinos se trata, el premio mayor se lo lleva el texto que introduce la novela. El viejo recurso del post scriptum, donde el personaje se dirige al lector, esforzándose en confirmar la veracidad de los hechos que se aproximan. Para colmo, por si no fuese suficiente, se informa que la introducción fue escrita en una casa de reposo, adelantando más de la cuenta el destino del protagonista y remarcando con saña su condición de patio. Hay que reconocer, eso sí, la contundencia del proyecto, porque ésta es una novela parejita, fallida de principio a fin.