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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. Del 10 de Agosto al 7 de Septiembre de 2018



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En pocas líneas
Diego Corvera. Alarido, 2018, 101 páginas.
LUN, 10 de Agosto de 2018

Escribir novelas se ha puesto tan de moda que hasta políticos amenazan con abandonar sus nobles tareas para dedicarse a este oficio. La consecuencia directa de tal tendencia es una oleada de primeras novelas demasiado frágiles, casi al punto de derrumbarse. En general, se trata de historias y personajes cándidos, que poseen una perspectiva infantilizada o de adolescente tardío quejumbroso por la falta de afectos. Un aspecto central en estas narraciones, a las que podría llamárselas postrágicas, es la naturalización del lugar común y el alejamiento de toda actitud dramática ante la catástrofe.

En pocas líneas se suma a la tendencia señalada. Diego Corvera, el autor, construye una historia breve, protagonizada por David, un escritor en ciernes, "adulto joven", de clase media alta, oriundo de Valdivia, donde trabaja haciendo encuestas. David se enamora de Paula, investigadora en un proyecto académico, además deportista —practicante de remo— y bisexual. El romance de David con Paula, más el diseño de la obra literaria que el protagonista escribe, una novela sobre su romance, son los dos aspectos medulares de ese volumen.

Los sobrentendidos y la incomunicación resaltan en este relato, donde el quiebre se encuentra siempre latente La actitud de ambos personajes ante la fatalidad vivida o que se avecina no es de indiferencia, pero sí de neutralidad. David y Paula se despojan de todo comportamiento trágico y aceptan tácitamente que todo puede terminar mal, como por ejemplo su relación, transformándose en espectadores pasivos de su fracaso. Ya está, y qué.

Corvera tiene la tendencia a construir un contexto fashionista: Valdivia o Niebla parecen sacadas de una guía de promoción turística para gente alternativa o con gustos refinados. Enfatiza, asimismo, la presencia de atmósferas diseñadas al modo de una fotografia publicitaria dirigida a adultos jóvenes, aficionados al jazz, con la marihuana mesurada, la conversación de bar tranquila, la cena hogareña sofisticada, acompañada de un buen vino y sin golpes bajos ni discusiones odiosas.

En todo caso, el desmesurado interés por describir espacios es un escollo de grado menor respecto al exceso de oraciones intercaladas que bloquean el sentido final de lo expresado. También es necesario agregar que, si bien hay una progresión, la historia se vuelve reiterativa y no profundiza en las individualidades fuera del marco amoroso. Además, no sólo los personajes, sino el libro en su totalidad, se encuentra capturado por clichés espaciales —el sur lluvioso, neblinoso—, clichés estético-psicológicos —el escritor perturbado, la mujer como una otredad inasible y loca—, y clichés metaliterarios —la literatura como salvación y diario de vida.

Entre los mínimos aciertos de esta novela, se encuentra la presencia de la voz de Paula, que permite descomprimir la perspectiva de David y, además, enfrentarnos a dos modos de percibir un mismo hecho. Lo anterior apenas resulta suficiente para no desechar esta narración, que intenta, dicho literalmente, plantearse como novela generacional. Autoproclamarse representante generacional es en sí mismo un gran, gran error, incluso si pensamos en la postragedia y lo poco que hasta ahora ha ofrecido. Corvera parece confundido en su proyecto de elaborar una historia sin épica, pues a la vez manifiesta un deseo profundo de épica. Si en realidad esto era el plan, debería, a lo menos, haberse preocupado de enfatizar algún tipo de tensión, hecho que no ocurre en ningún momento de su aguachenta escritura.

 

 


Póstumo y Sospecha
Germán Marín. Seix Barral, 2018, 186 páginas.
LUN, 17 de Agosto de 2018

A estas alturas, nadie duda de que Germán Marín ha construido una vasta y muy sólida obra narrativa, caracterizada por un estilo propio donde predomina una actitud amarga e irónica, dispuesta a cercar una marginalidad urbana que representa la decadencia de los mitos de la modernidad chilena.

Sin embargo, Póstumo y Sospecha, su nueva novela, no está al nivel de sus anteriores producciones. Una serie de problemas estructurales, sumado a un pésimo trabajo editorial, da como resultado un libro accidentado, demasiado dispar.

Marín vuelve a privilegiar aquí un mundo de sujetos que, sea cual sea su condición de clase, mantiene ciertas convicciones y códigos valóricos que regulan su actuar cotidiano, una especie de dignidad caballeresca que guía su accionar en todo momento.

En este circuito se inscriben los protagonistas de la novela: Póstumo, un tipo de mediana edad, ex auxiliar en la DINA en Villa Grimaldi, que se gana la vida jugando pool con destreza, y Sospecha —quien conoce a Póstumo precisamente en una sala de billar—, un adolescente rebelde, de clase media alta, que se escapa de su hogar y sobrevive con robos menores.

Tres de los cuatro capítulos están dedicados a los personajes señalados; no obstante, el brevísimo segundo segmento sigue un camino diferente. Surge un narrador-autor, el escritor de lo que llama "esta novelita", que conjuga "dos vidas de origen distinto". Su irrupción tiene por objetivo exponer los posibles finales de Póstumo y Sospecha. Las variantes que propone son todas esperables; no entrega datos interesantes ni reflexiona sobre los alcances del poder que manifiesta. En última instancia, este capítulo tiene cero relevancia.

La relación entre los protagonistas se basa en una amistad fría, donde ninguno inquiere sobre sus pasados o planes respecto al futuro. Esta falta de diálogo direcciona el relato hacia los monólogos, lo que permite que los personajes repasen sus orígenes y esperanzas de acceder a una vida menos marginal.

En términos estilísticos, Marín retoma el barroquismo y la frase intercalada, marcas de fuego en su escritura, que logran dar cuenta de un enfoque detallista al abordar los infortunios de sus personajes cuyas voces son sometidas a un excesivo esquematismo. Primero el monólogo de Póstumo y luego el de Sospecha, y así, hasta el final. Sin diferencias de punto de vista ni matices por estrato o edad, la homogeneidad gana terreno. Es más, si no fuera por ciertos neologismos juveniles emitidos por Sospecha, totalmente fuera de contexto, forzados, sus hablas podrían considerarse idénticas.

Por otro lado, no se puede dejar de remarcar la presencia de groseros errores editoriales: "La realidad al irse extinguiéndose", "Había vuelto a regresar al Manila", "Sospecha no dejaba de asistir los jueves, a la hora de visita en la cárcel de Colina, de ir a verlo agradecido y de refilón, aunque estaba prohibido el contacto personal". Estos fallos son una falta de respeto inexcusable que se redobla ante un autor de la altura de Marín.

Póstumo y Sospecha, en su profundidad, permite reconocer a Germán Marín; sin embargo, hay tal cantidad de desaciertos que más vale incluir este libro en la categoría de lo olvidable dentro de la obra de un gran escritor.

 

 


Desierto
Daniel Plaza. Narrativa Punto Aparte, 2018, 92 páginas.
24 de Agosto de 2018

A comienzos del año 2000, publicó su primera novela, El corredor en el desaparecido y mítico sello Frasis, firmando como Dino Plaza Atenas. Hoy, bajo el nombre de Daniel Plaza, resurge con Desierto un volumen que diluye las fronteras entre el cuento y la novela, con una prosa cuidada, capaz de conjugar con acierto la mustia intimidad de los personajes con una cruda crítica social.

Desierto es un libro para armar, de aquellos que contienen claves que permiten aglutinar lo que en principio parece autónomo. Esto significa que cada uno de los cuatro capítulos parece funcionar de manera emancipada, pero también operan de manera sumatoria, al modo de diversas caras de una misma figura. Esta modalidad es llevada a cabo por Plaza con naturalidad, sin apremio, sin la obligación autoral de conminar al relato a autoanalizarse o, en otras palabras, sin caer en una redundante espiral metaliteraria.

La narración consigna a cuatro protagonistas: un detective chileno y tres inmigrantes: el dependiente de un locutorio, una mujer que busca trabajo (Nina Suárez, el nexo entre todos los segmentos) y un microtraficante. Este pequeño conjunto de personajes es acordonado con precisión, permitiendo que cada uno de ellos exponga mediante un monólogo su vida y sus pesares. Es destacable la profundidad que alcanzan, como también la verosimilitud de sus discursos. A lo anterior es posible agregar un estricto tratamiento del tiempo y la negativa a construir climax. Esto último pone en riesgo la tensión, pero el resultado es todo un acierto en el manejo de las presiones que cercan a los personajes y que no los abandonan jamás.

No hay excesos formales en esta escritura que realza problemas reales, concretos, donde destaca un modo de ver la vida pragmático, angustioso y crítico. Aun cuando podría haber una distancia mayúscula entre el detective chileno y los demás, la narración los aproxima. Para todos la vida es un martirio: subsisten sobrepasados por sus necesidades básicas y corren tras un sentido que se esfuma en cada acción emprendida.

Una constante en estos personajes es la experimentación de asco ante la putrefacción material. El asco —al que sigue la náusea y luego el vómito— puede ser hacia la comida grasosa, los aromas a "mugres ajenas" o incluso la sangre de un cadáver. Lo importante es que ese asco material se transforma en simbólico. El mundo, a fin de cuentas, aparece como un enorme basurero, o todo lo que conforma ese mundo es un sobrante, aun los mismos personajes. Esta repulsa, sin embargo, también puede ser considerada como un modo de castración ante el goce, ya que ninguno de los personajes siente algún tipo de placer.

La crítica social que cae en la histeria o en torpes y sobrecargadas alegorías se ha convertido casi en una tendencia nacional. Favorablemente, Plaza, sin relativizar el fondo de los problemas, opta por una compleja fórmula compuesta de una inevitable sumisión acompañada de cólera ante la desigualdad social.

Desierto otorga a la realidad el carácter de acontecimiento, donde incluso lo mínimo aparece cubierto por una capa de relevancia. El autor elabora, además, una escritura limpia, dedicada, interviniendo en la disposición narrativa desde un realismo ennegrecido, con texturas visuales que activan la lectura. El regreso de Daniel Plaza es una buena noticia. Sólo queda esperar que no pasen nuevamente veinte años para su próxima publicación.

 

 


Niñas ricas
María Paz Rodríguez. Alfaguara, 2018, 140 páginas.
LUN, 31 de Agosto de 2018

Primer plano: una chica en una casa de lujo toma sol junto a una hermosa piscina. En un segundo plano, en ese mismo sitio, un hombre poda las plantas. Es colombiano y de origen afro. Las tensiones que la escena instaura podrían tener múltiples desarrollos, pero no: prima la más vulgar, la más simple y estereotipada, así que la pareja termina teniendo sexo. "Todas queríamos ser como Gabriela" es la primera de las cinco narraciones que conforman Niñas ricas, de María Paz Rodríguez. Un libro de trayectorias esperadas, exagerado en el tratamiento de lo trágico, donde los personajes femeninos resultan dependientes de las figuras masculinas.

Rodríguez plantea una escritura obsecuente con el lector y termina por entregar más de lo que debería, conformando historias sin opacidades ni segundas lecturas, transparentes. Esto significa una ruta demarcada por un estilo explícito, donde nada queda a la imaginación.

Y por si lo anterior fuera poco, Rodríguez se encierra en un ámbito históricamente asignado a la literatura de mujeres: los sentimientos. En consecuencia, la elaboración de lo femenino sigue una ruta convencional, adscrita al formato patriarcal, donde ser mujer implica sufrir por el desamor tanto familiar como de pareja. No hay, de tal manera, un mundo o un contexto paralelo, ajeno a tales problemáticas, que permita la conformación de un sujeto femenino dispuesto a buscar autonomía o desafiar aquello que está más allá de lo afectivo.

Es necesario también agregar que lo femenino en este libro es tan subsidiario de un formato masculino que buena parte de los hechos aparecen naturalizados tal como lo haría un macho de tomo y lomo, aunque encarnados en un cuerpo de mujer. "Y tuvimos la nieve" aborda la relación amorosa entre una profesora universitaria con una joven poeta estudiante de literatura, mientras que "Mi destrucción" gira en torno a un encuentro sexual entre una mujer adulta y un menor de edad. En ambos relatos las protagonistas tienen el poder y lo usan en beneficio propio sin escatimar la violencia que esto entraña.

Las debilidades técnicas y temáticas son múltiples. Lo dramático, lo verdaderamente intenso en estas narraciones, no se activa si no a través de la irrupción de un suceso funesto, la muerte, un incendio, un abuso sexual, el abandono amoroso, la huida del hogar. Con posterioridad a estos desgraciados hechos viene una suerte de epifanía donde las protagonistas advierten la verdad de sus vidas. Salvo la rígida estructura del relato final, "Niñas ricas", que expone la lucha de autoridad entre una madre y una hija, por medio de dos monólogos, no hay contrapuntos que permitan salir de una perspectiva única. "Anotaciones sobre un incendio" es un punto aparte, no sólo porque está narrado por un niño y acontece en un entorno social popular, sino porque el personaje femenino es apenas un símbolo, lo cual quiebra lo que parece ser la intención del volumen.

María Paz Rodríguez no consigue acercarse a lo anteriormente publicado. Su escritura —aunque con cierta tendencia al melodrama— tenía un carácter más experimental en cuanto a estrategias narrativas y tratamiento del dramatismo. Niñas ricas, en cambio, es un volumen de relatos ingenuos, para un lector primerizo, donde ni siquiera se logra problematizar la clase social a la que pertenecen sus protagonistas, asunto que el título del libro privilegia pomposamente.


 


Nueva Narrativa Nueva
Rodrigo Torres. Santiago-Ander, 2018, 107 páginas.
LUN, 7 de Septiembre de 2018

Es cierto que el payaso que aparece en la grotesca portada de este libro tiene una intención burlesca, pero decir que esta novela es una payasada sería faltarle el respecto al noble oficio de payaso. Utilizando el lugar común en su grado máximo, Nueva Narrativa Nueva combina una torpe solemnidad con una ironía bochornosa. Rodrigo Torres, en todo caso, es un escritor con un entusiasmo desmesurado, aunque sus resultados carezcan del más mínimo valor.

La primera línea narrativa de este libro se aboca al presente del protagonista, miembro de un pequeño y chillón taller literario donde reina el desánimo y una actitud excéntrica que rebasa el interés por la literatura. Este ambiente resulta propicio para que el narrador despliegue su mirada sobre sus miserables compañeros. La única mujer, Guacolda Josefina, es delineada como la prostituta del mundo literato; Johnnie Baima es el afeminado que realiza felaciones al profesor del taller; el joven músico Nenecu Pai no escribe ni lee, y Don Carlitos es un anciano que cree que el taller lo volverá inteligente. El protagonista, que tiene más de treinta años, no conoce a nadie del medio literario, sueña con vivir de la escritura y prepara una novela sobre "el vacío existencial y el abismo del alma humana". Una de sus grandes metas es leer en la Filsa.

El segundo foco narrativo de este libro son las reflexiones del personaje central, quien pena y muere por todo aquello que rodea a la literatura, como reconocimiento social, ventas, presencia mediática. Su cabeza se encuentra bullente de mitos sobre lo majestuoso que significa ser escritor y la admiración que este oficio pueda despertar en la sociedad; aun cuando todo aquello no sea más que una quimera, el tipo no abandona sus creencias y se lamenta constantemente por la caída de todos los clichés que rodean a la literatura.

Uno de los efectos de lectura que se obtiene de este pequeño libro es de incredulidad por el derroche de ingenuidad del proyecto y de su protagonista, quien propone interrogantes y meditaciones del tipo: "Los libreros son personas misteriosas", "Si los 'escritores malditos' hubiesen vendido sus libros, me imagino que los hubieran tirado a la cabeza de los lectores", "¿Y si somos todos escritores seremos también todos artistas?", "¿Habrá algún libro que hable de escritores o escritoras felices?", "Al menos yo, en mi novela del vacío y el sinsentido de la existencia humana, no voy a hablar de nadie así".

Ahora, alguna "gente linda", como llama el autor a los que pertenecen al mundo literario, podría leer este volumen en clave de parodia, una burla constante y directa hacia un escritor inédito y sus pánfilas cavilaciones. En tal sentido, estaríamos hablando de una novela que intenta denunciar lo ridículo que resulta, para las nuevas oleadas de autores, tomarse en serio lo literario. Desde esta perspectiva, la narración tendría una mínima posibilidad de ser leída como humorística, aunque no por ello ingeniosa. Es más, si hay algo de lo que carece este libro es de ingenio, a pesar de que se esfuerce sobremanera en mostrarnos, como dice el autor, "un caso de lo más simpático".

El problema central de este libro es que confunde lo que denuncia con el modo en que lo hace: no es lo mismo un personaje pueril que una escritura pueril. Torres posee una sintaxis primaria y supone un lector incapacitado para entender su "avispado" mensaje sobre lo absurdo de los mitos literarios. Además, su retórica es de fácil digestión, pero abrumadora, ya que no deja de entregar enseñanzas sobajeadas sobre el fracaso y cómo actuar con tesón para conseguir un sueño.



 

 

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Rodrigo Torres.
Por Patricia Espinosa
Publicada en Las Últimas Noticias. Del 10 de Agosto al 7 de Septiembre de 2018