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Crítica Literaria

Por Paricia Espinosa
Las Últimas Noticias, del 25 de Diciembre de 2015, al 22 de Enero de 2016.



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Triage

Patricio Alvarado. Alquimia, 2015, 136 páginas.
LUN, 25 de Diciembre de 2015

La presencia constante del fragmento y la obsesión por la brevedad han dejado de ser rasgos constitutivos de experimentación narrativa, para transformarse en norma. Este libro de Patricio Alvarado sigue justamente al pie de la letra el método del fragmento y la brevedad, dándole protagonismo a la página en blanco. Por desgracia, sólo a duras penas se sostienen un protagonista, una historia y un punto de vista narrativo, porque resultan devorados por la intención estilística, por un afán estetizante que lo único que hace es vaciar de sentido al conjunto.

Este fracasado intento de desmontaje ficcional se sustenta casi en su totalidad en un inteligente diseño interior. Una propuesta donde destaca la limpieza que otorga aire a los segmentos minúsculos y añade temporalidad a una escritura que no la tiene, cargando de oscuridad y violencia a la cita de prensa inscrita sobre un fondo negro. Además, la presencia de un par de fotografías, al inicio y al cierre del volumen, arraiga el texto a un proceso de tránsito y degradación que el discurso de Alvarado no contiene.

La escritura visual posee un camino propio, donde sí hay una propuesta estética definida, donde sí se logra narrar, lo que ayuda sobremanera a la globalidad de Triage. ¿Qué sería de este libro sin el diseño de Estudio Navaja? Casi nada. El personaje es un solitario, frígido, de mínimas palabras, como miles; nada destaca en él, nada lo hace particular, no sobresale ni siquiera por su abulia, sin contar que sus experiencias resultan ligeras, deslavadas, más informativas que reflexivas.

Lo que sí parece tener claro el autor son ciertos encuadres espaciales, que lamentablemente no logran articularse en una historia. Cada lugar resulta autonomizado, lo que bien podría significar un acierto, pero no sucede así, porque tales sitios no conforman una narrativa en sí misma ni en diálogo con este protagonista, un personaje sin recursos que trabaja en labores menores y mal pagadas. Este ser indiferente no posee la más mínima expectativa o capacidad crítica ni analítica. La vida le pasa por el lado sin que el personaje demuestre ningún estado anímico particular.

Triage es un artefacto muerto, al modo de las miles de instalaciones y demás obras visuales que atiborran museos y galerías y cuyo único propósito parece ser redundar en la banalidad del arte. En un esfuerzo quizás para eludir la superficialidad, el autor parcha la anécdota con pequeñas escenas de carácter social, politizando forzosamente la propuesta. Así surge la contienda mapuche filtrada a través de noticias de prensa, la construcción habitacional sin normativas sanitarias, el accidente de un bus en medio de la carretera o el maltrato laboral al que es sometido el protagonista. Un conjunto de hechos con tinte onírico, prescindibles. Lo que pudo ser una tentativa de deconstrucción de la novela tradicional, se queda en un pegoteo vaciado de significado. Por ninguna parte se ven los recursos técnicos e ideológicos necesarios para atacar con eficacia paradigmas estéticos o literarios.

Puede ser que un libro falle en múltiples niveles, pero que consiga remontar en la prosa. En esta ocasión ni siquiera hay un estilo de escritura preciso, sugerente; no hay ni un párrafo donde destaque un enunciado, ya sea por su lirismo, por su profundidad o simplemente por un uso pleno o hasta destemplado del lenguaje. Alvarado expone una escritura desganada, cansada e inexpresiva, que ni agregándole al libro una pantalla con una animación en 3D se podría haber salvado.

 

 

 

Playa Panteón
Juan José Podestá. Narrativa Punto Aparte, 2015, 118 páginas.
LUN, 1 de Enero de 2016

Cuando las reglas de convivencia han llegado a un extremo de decadencia, pareciera que la práctica del doble estándar y el cinismo fueran la última barrera civilizada que separa a una sociedad del predominio de la violencia más brutal. Penosamente, muchos actúan como si lo último que hay que defender es la sanidad de un cierto nivel de mentira normalizada, naturalizada, sin la cual todo se iría al despeñadero.

Por eso resulta interesante el lugar desde donde emergen estos relatos: porque están ubicados en una frontera entre la hipócrita “sana convivencia” y la ley del más fuerte, demostrando además que la violencia no es patrimonio de los sectores marginalizados. Lo que mueve a estas narraciones es la venganza como expresión de aquello que está en el fondo de cualquier poder: la eliminación del otro, ese sujeto que amenaza el estado de confort y la tranquilidad de quien lo detenta.

Las reglas de la cultura narco constituyen un referente importante en Playa Panteón, volumen de nueve narraciones donde los protagonistas se limitan a ser testigos privilegiados de la violencia: aunque desaprueban el crimen, jamás intervienen para detenerlo o denunciarlo. Sólo optan por rastrear culpabilidades, motivaciones, para finalmente guardar silencio, contribuyendo así a la consolidación de las normas impuestas por las pequeñas y grandes mafias.

Los crímenes que organizan cada una de estas historias, a pesar de estar dirigidos contra un individuo, operan como indicios de una convulsión social mayor. Esta actitud narrativa, como sucede con todo relato sobre crimen, permite una lectura alegórica, orientada a dar cuenta de un estado de agresividad imparable que ha contaminado incluso los vínculos más íntimos.

El autor explora el lado repulsivo de lo cotidiano, como sucede en “Un pueblo”, donde el protagonista, mientras espera que vengan a asesinarlo, se refugia en la casa de su abuela. La secuencia donde el hombre baña y viste a la pestilente anciana es fuerte pero atractiva en sus encuadres feístas, donde se mezcla afectividad y repugnancia. Estos segmentos, donde el tiempo se alarga en el detalle, son recurrentes y permiten al narrador insertar aires oníricos a toda gestualidad y contexto. En “Bajo Monte”, por su parte, un tipo se ha escapado de la cárcel y se interna por el desierto nortino, iniciando una ruta patibularia, fantasmal, con carácter de mito y fábula, no sólo bien estructurada, sino precisa en su configuración discursiva.

“Apuntes rudimentarios para un relato”, “Diario de un rodaje” y “Tres venganzas” constituyen el segmento experimental del volumen donde se quiebra el montaje lineal y se otorga relevancia a los paralelismos narrativos que espesan y dan movilidad al conjunto narrativo. “Díptico rojo/negro: I” y “Díptico rojo/negro: II” conforman una segunda y particular zona del volumen. Se trata de dos fases de un mismo relato en torno a Condori, un periodista decadente y pusilánime, sin inteligencia analítica ni actuaciones limpias. El periodista es holgazán, mediocre, poco inteligente, xenófobo y hasta machista, pero sin impostaciones.

Juan José Podestá ingresa con acierto en situaciones extremas, probando formatos y estilos narrativos, constatando la puesta en escena del mal modelizado en la venganza, donde no caben términos medios. Sin embargo, su prosa es móvil, oscila entre la tosquedad y la delicadeza para confirmar que la resignación es el último salvavidas de quien guarda silencio ante la decadencia social en la que hemos caído.

 

 


Jinetes en el cielo
Gianfranco Rolleri O’Ryan. Ceibo, 2015, 88 páginas.
LUN, 8 de Enero de 2016

Hasta el peor de los narradores sabe que debe esforzarse por lidiar con personajes fracasados o enfrentados al fracaso; el éxito nunca ha sido buena materia prima para las ficciones que valgan la pena. Por desgracia, el desencanto y la frustración se han transformado en un manido recurso de una marginalidad impostada: el recurso hipócrita del escritor desajustado con la vida, Piglia dixit , que intenta imbuirse en la miseria humana como condición de verdad esencial para el buen destino de su arte.

Construir, entonces, una derrota desde dentro de la derrota, cuando no hay nada más que fracaso, constituye un buen punto de partida narrativo. Jinetes en el cielo es una novela trágica enmarcada en una comedia, donde el protagonista no desea una vía de escape, porque su única forma de vida, aquello que mejor conoce, es perder, sin redención posible.

Hasta la mitad, el libro vale bastante poco: apenas una serie de anécdotas humorísticas predecibles, protagonizadas por Benjamín Malatesta, un solitario, que va de trabajo en trabajo, siempre alardeando sobre su consumo de alcohol y drogas. Por lo mismo, hasta ahí la novela se reduce a mostrar su constante desenfreno, ya que Malatesta es un adicto. En general, predomina un afán ejemplarizador en la construcción del personaje, un tipo al que le sobra el mote de subnormal precisamente por sus adicciones.

Favorablemente, el volumen cambia en su segundo tramo. El torpe humor, la anécdota edificante dejan paso a una profundización del confuso estado mental del protagonista y sus vínculos con un pequeño grupo de personajes tan decadentes como él. Malatesta comparte casa con una dealer de poca monta y pasa la mayor parte de sus horas alcoholizándose con un anciano. Además, entabla amistad con su ex terapeuta, quien se ha desencantado del cristianismo y por ende de la idea de salvación.

La falta de expectativas y el fracaso es compartida por los personajes, quienes jamás se interrogan por sus destinos y resultan, en apariencia, incluso conformes. Resignarse se transforma en el recurso fundamental para sobrevivir, hasta que el suicidio emerge como una posibilidad más de rellenar el hastío.

Aun cuando el protagonista no responsabiliza a nada ni a nadie explícitamente sobre su situación, hay pequeños indicios de un descontento profundo. Malatesta es consciente de formar parte de los vencidos, de no pertenecer a las élites que detentan el poder y de ser parte de una sociedad herida a muerte, no sólo por la dictadura, sino también por la indiferencia de sus víctimas. Una escena clave respecto a su delirante actitud ocurre cuando se enfrenta a unos policías y entrega información sobre tres detenidas desaparecidas, cuyos rostros que observa diariamente en un muro frente a su casa. Malatesta no vivió la dictadura; sin embargo, al realizar este absurdo acto, al reproducir la traición, el personaje se inscribe en uno de los lados más oscuros de la historia nacional, inmolándose y perdiendo toda dignidad.

Jinetes en el cielo es un libro accidentado, pero que logra remontar cuando se libera de la comedia e ingresa sin remilgos en la catástrofe personal de su protagonista. La novela, pese a todo, consigue conectar la ruina del personaje con la historia común del Chile posdictatorial, porque Malatesta es un tipo común, al que nadie va a defender y que carga sobre sus hombros el fracaso colectivo, el triunfo de la estupidez y la impunidad absoluta.

 

 

 

Mañana
Gonzalo Contreras. Seix Barral, 2015, 209 páginas.
LUN, 15 de Enero de 2016

Esta novela se abre con una escena cinematográfica: una casa en la playa y un grupo de sofisticados personajes en vísperas del año nuevo, bebiendo, conversando, riendo, desafiándose con fina ironía. El relato se enfoca en Esther Carrero, una elegante, bella y enigmática mujer casada, quien, en un acto al parecer irreflexivo, se besa con un desconocido con el que se cruza en una escalera. Tiempo después, el joven profesional Antonio Marsante, conmocionado aún por ese beso furtivo, se entera que el marido de la bella se ha pegado un tiro, así que decide seducirla.

Mañana está ambientada en 1963, narrada y protagonizada por Marsante, un tipo cercano a los treinta años, que se considera profundo, sentimental, un tanto trágico y poseedor de una buena cuota de cinismo. Sin embargo, estas características que el personaje cree poseer chocan con su falta de brillo intelectual y su excesivo interés por situaciones insulsas y cahuines de poca monta.

Marsante es un personaje unidimensional, centrado en una obsesión ligera e insustancial. Su inclinación por la cautivante dama carece de densidad, dramatismo o, por último, espíritu lúdico. A falta de sangre, sudor o emoción, el relato se vuelve redundante, tan limitado en sus expectativas que sólo nos queda esperar que la pareja se reencuentre y concrete algo más que un beso. No obstante, recién en la página 136, más allá de la mitad de la novela, nos encontramos con el ansiado cara a cara entre Marsante y Esther. La viuda lo invita a su casa y, luego de una pequeña charla, desaparece. El protagonista la busca hasta dar con ella completamente desnuda, en su cama, momento en que el narrador, anteponiendo todo el peso histórico del pudor y recato de la novelística nacional, declara: “Y más no puedo decir de aquella noche extraordinaria”.

En general, el libro es reprimido en el más amplio sentido de la palabra; no hay perversidad y ni siquiera una frivolidad maliciosa. Esta condición a medias tintas atrapa a todos los personajes, especialmente al protagonista, un chico bien portado y equilibrado, un hombre común, atontorronado, que sólo se desmadra un tanto con Anabel, ex compañera de colegio, liberal y su amante sin condiciones.

Contreras tiende a la ejecución de oraciones fallidas del tipo: “Como siempre, parecía venir saliendo de un remolino de viento del que recién hubiera zafado”. Aunque esto no es nada frente al rebuscamiento que alcanzan otras frases: “ciertas aquiescencias imperceptibles de su bonito mentón”, “miró hacia las copas de los altos árboles, hacia la curva del camino, hacia un claro en el cielo nuboso por donde se colaban unos haces de un sol remoto que reverberaban en el suelo tapizado de hojas doradas, y como si todo eso la hiriera, porque era el vestido de una realidad que de pronto odiaba, comenzó a hablar con la mirada perdida en el infierno interior que se le había suscitado”.

Esta sobrecargada y pomposa redacción le permite a Contreras llenar 209 páginas, porque ni los acontecimientos, ni los diálogos, ni las cavilaciones del protagonista daban para tanto. Mañana no sólo resulta cargante en su insistencia argumental, sino que también es estructural y redaccionalmente frágil. El resultado es un volumen carente de tensiones, entusiasmo, blando y, como su protagonista, anodino.

 

 

 

La pesadilla del mundo
Simón Soto. Montacerdos, 2015, 164 páginas.
LUN, 22 de Enero de 2016

El capitán Rozas debe atrapar al coronel Cáceres. Rozas es parte de una misión militar cuyo único objetivo es asesinar a Cáceres, quien lidera un contingente de militares insurrectos en el sur del país, donde ha construido su pequeño reino. Lo anterior es parte del argumento de “La pesadilla del mundo”, un cuento extenso que claramente cita a un par de referentes cinematográficos: Rozas se espejea con el capitán Willard y Cáceres con el coronel Kurtz, protagonistas de Apocalipsys Now. El viaje infernal y el encuentro con un salvajismo miliciano hiperreal, atravesado por un misticismo que entroniza la muerte y que condena la hipocresía del mundo, conforman parte de una estética que parece superarse a sí misma en el filme y que Simón Soto reelabora, dando lugar a una narración propia y particular. Se trata del último relato de este libro, y por sí solo justifica el conjunto y resume las claves que contienen la eficaz escritura de este autor.

En La pesadilla del mundo, nombre también del libro que contiene el relato anterior, los personajes se enfrentan a situaciones que cambiarán totalmente sus formas de vida. Hay un antes y un después en cada una de las siete narraciones, donde sus protagonistas dejarán todo por la tentación de lo incierto. Esto implica el surgimiento del viaje como tópico de abandono, de desprendimiento de lo conocido, para iniciar una ruta de iniciación entusiasta, pero también dramática.

Es constante en la escritura de Soto el deseo de independencia. Pulsión que sus personajes intentan mantener a raya, contener con esfuerzo, simulando una normalidad pública. En este sentido, las narraciones proponen una crítica a un orden social sustentado en individuos que simulan mansedumbre, que resultan funcionales, pero que en un dos por tres pueden ser capaces de convertirse en bestias, demostrando con ello los frágiles límites de la vieja distinción entre civilización y barbarie.

Soto construye a sus personajes con tiempo, deteniéndose no sólo en sus actitudes, gestos y hasta aspecto físico, sino en sus modos de reflexionar, interactuar y tomar decisiones a partir de estados de conciencia alterados, torturados por aquello que podríamos denominar “normalidad”. Es precisamente la vida cautelosa y anodina de los tipos comunes y corrientes lo que cada uno de estos personajes está dispuesto a dejar aunque el costo sea la muerte.

Cabe destacar el diseño narrativo propuesto por el autor, donde la representación detallada de los personajes no compromete su profundidad, ya que siempre quedan zonas amputadas de sentido o de causalidad que enriquecen la indeterminación progresiva de los hechos que protagonizan. De igual modo, resulta acertada la organización argumental, que funciona, por lo general, a partir de un centro que se va desplazando y desde la cual se desgajan cadenas secuenciales que conducen hacia una cúspide agujereada de dramatismo. El mal naturalizado, convertido en una acción inevitable e irreflexiva, es lo que mejor se da en este autor. Un gran ejemplo es “Matar a los niños”, un relato donde la depravación fluye con simpleza y hasta docilidad.

Evitando ostentar de la intertextualidad, las disquisiciones inútiles, los desvíos descriptivos, en virtud de un equilibrio estructural que privilegia a los personajes y su presente, Soto, en este, su segundo libro, consigue narrar con pulcritud, templanza y rigor. Todos estos rasgos, confirman a La pesadilla del mundo como un particular aporte al ejercicio del tan alicaído género cuento.


 

 

 

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Por Patricia Espinosa
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