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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Útimas Noticias. Del 19 de abril al 17 de mayo de 2019



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Quiebres
Franco Scianca. Contramaestre, 2018, 148 páginas.
LUN, 19 de abril de 2019

Para Franco Scianca, todo aquello que puede acarrear dolor es materia de ficción. La particularidad de Quiebres, su segundo libro de cuentos, reside en el modo de retratar la infelicidad y pesar que experimentan sus personajes: con un tono apacible e incluso conformista, el autor exhibe vidas que parecieran no tener opción alguna de interrumpir la tragedia en la que están sumidas.

Verosimilitud es un término que bien define a estos relatos enfocados en experiencias cotidianas. Un segundo término clave es la caída de todo proyecto de felicidad, de toda aspiración a tener una vida equilibrada. Sin embargo, la decadencia no llega así como así, sino que es producto del actuar de los personajes, especialmente de los femeninos.

Scianca privilegia protagonistas masculinos: hombres de mediana edad, con pareja femenina y un buen pasar económico. Las narraciones se abren con la exposición de las crisis de las parejas, predominando el punto de vista del hombre. Las mujeres, pese a ser fundamentales en estas historias, no cuentan con la complicidad del narrador y son presentadas como fuerzas cargadas de negatividad, dominadoras, eficaces en imponer su modo de vida, capaces de destruir lo que un hombre más ama con tal de vengarse o de actuar siempre obviando los planes de vida masculinos.

Las mujeres, para Scianca, son definitivamente el eje del mal. Al modo de un experimento que le permita corroborar esta tesis, el libro expone una diversidad de personajes femeninos que demuestran indolencia, desconsideración e incluso una actitud de inocencia fatal. Las más malas son las madres, como puede verse en "Un helado para Benjamín", donde una mujer adicta a la cocaína recorre la ciudad en busca de un dealer, con su hijo en el asiento trasero del auto. Otro ejemplo supremo de mala madre aparece en "Entre madre e hija", donde una mujer decide suicidarse junto a su pequeña para vengarse de su ex marido. Finalmente, en "Atardeceres" y "Ruta 68" este nefasto tipo humano vuelve aparecer. En el primero, una mujer decide embarazarse en secreto, pese a que su pareja detesta a los niños, mientras en el segundo la mujer se niega, sin explicación alguna, a otorgar una segunda oportunidad amorosa al complaciente padre de sus hijos.

Los puntos altos de este volumen son aquellos cuando el autor abandona, en cierta medida, su obsesión por las mujeres y trabaja una nueva tesis: las mujeres pasan, los amigos quedan. Surge entonces un protagonista solitario, con algún amigo de excepción o nostálgico del padre que no tuvo a su lado. Este protagonista se ve enfrentado a una vida que no le satisface o que ha tomado un rumbo que le resulta inaguantable. "Buzón de voz" es un magnífico relato sobre un suicida y los efectos que causa en quien le sobrevive. Lo mismo puede decirse del relato "Vacaciones con el Gordo Tapia", donde el autor deja fluir un lado más irónico para desacreditar la masculinidad de un par de adolescentes.

Es innegable el correcto uso técnico de los elementos que estructuran estas narraciones: rapidez sin devaneos, monólogos fluidos, preciso equilibrio compositivo y acertado diseño de la tragedia, desde una óptica mesurada y racional, logrando con ello apaciguar el estado de conmoción de muchos de los protagonistas. En cuanto a los desaciertos: las limitaciones de los personajes femeninos, la victimización de lo masculino y lo moralizante de las narraciones centradas en el aborto y la vejez. Como sea, a lo menos "Buzón de voz" y "Sala de espera" son dos relatos inmejorables que hacen tener a Scianca en la mira.


 


República Nazi de Chile
Carlos Basso. Suma, 2019, 275 páginas.
LUN, 19 de abril de 2019

Como un viejito gruñón pero con semblante y actitud de niño travieso caracteriza Carlos Basso a Adolf Hitler en República Nazi de Chile, novela donde predomina una mirada candorosa y simplista para abordar al Führer y al gobierno nazi instalado por estos pagos, tras resultar triunfante el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Basso despliega gran cantidad de datos históricos para intentar darle algún sustento a un libro muy débil, ideológicamente sinuoso o, más bien, embozado respecto del nazismo.

Sirviéndose de la ucronía, ese género literario que entrega una versión alternativa de algún suceso histórico, Basso elabora un relato donde el nacionalsocialismo se convierte en potencia internacional y coloniza Sudamérica. Chile pasa a ocupar un lugar central en esta nueva organización del poder mundial, en particular la ciudad de Osorno, que adquiere el nombre de Nueva Núremberg, la capital del nuevo reino.

Formalmente el volumen posee un enorme desnivel entre la información histórica y lo narrativo. Demostrando una falta de habilidad absoluta, el autor separa datos y relatos. Así, lo primero que se da a conocer es la orgánica del nazismo. Este segmento es enorme y parece inconducente, aunque hay que considerar que a los nazifílicos puede provocarles placer la presencia de nombres de jerarcas y organizaciones nazis.

Después de muchas páginas donde no se advierte una historia, protagonista ni conflicto, surge recién un personaje que podría eventualmente considerarse motivador de la acción. Se trata de un detective privado chileno-alemán, vinculado a la denominada "masacre" del Seguro Obrero, otra obsesión de este libro, que se ve obligado a participar en un complot contra Hitler. A partir de ese momento el relato se centra en Hoffmann, el detective, y en el plan de ataque que ejecutarán los conspiradores, un grupo de nazis de alcurnia.

Sin embargo, a falta de imaginación, nada mejor que utilizar una catástrofe natural para destrabar los acontecimientos. Así, el terremoto de 1960 será de gran ayuda para los confabulados. Una salida a todas luces ridícula e infantil que permitirá que la novela se deslice con velocidad hacia el desenlace.

Basso es demasiado conservador en su escritura, principalmente porque sus recursos literarios son tan básicos que no se permite tomar el menor riesgo. Esto da como resultado una prosa descriptiva, informativa, plana, sin estilo literario, donde lo único que importa es el tema y la reiteración maniática de figuras nazis que pueden mostrarse equívocas en su actuar, pero no por ello ajenas al proyecto totalitarista.

"Hechos verídicos" es el nombre del segmento final de este volumen que se aleja de la ficción. Quién narra es ahora el propio Carlos Basso. Más allá de explicarnos que ha escrito una ucronía, entrega una serie de justificaciones: que no tiene cuentas que saldar con los alemanes, que lleva más de veinte años trabajando en la investigación sobre los nazis, que no pretende atacar a Osorno y que el nazismo no ha sido patrimonio del sur chileno sino que se ha desplazado por todo el país. Son extrañas estas palabras, sobre todo porque Basso no explica lo más llamativo, es decir, por qué no enjuicia al nazismo, aunque después de la lectura de esta novela la respuesta es evidente. Este es un tipo de libro cuya función principal es ritualista: no importa lo deficiente que sea, lo enmascarado de su mensaje o lo muy mal escrito que resulte. Lo importante es que una doctrina y una estética sean puestas nuevamente en circulación.

 

 


Las biuty queens
Iván Monalisa Ojeda. Alfaguara, 2019, 128 páginas.
LUN, 3 de mayo de 2019

El año 2014, la editorial Sangría publicó por primera vez en Chile un libro de Iván Monalisa Ojeda, actor y escritor chileno avecindado en Estados Unidos. Titulado La misma nota, forever, el volumen era un conjunto de narraciones interesantes, aunque demasiado efectistas, sobre travestis latinoamericanos en Nueva York. Ahora Ojeda publica una nueva colección de cuentos, Las biuty queens, suerte de continuación de sus relatos anteriores, pero con importantes cambios.

El autor insiste con el escenario y la presencia de travestis y transexuales, logrando esta vez moderar la tosquedad de su prosa al desarrollar sus historias mediante un formato narrativo más preciso en términos de disposición, construcción de los personajes y tensiones, más enfocadas en conmover que en golpear.

En estos trece relatos la voz es siempre la misma: Monalisa, una transexual chilena —una "loca vintage", como se autodenomina— que lleva más de dos décadas en Estados Unidos ganándose la vida en la prostitución. Un hecho llamativo es precisamente el intento por dar a conocer las condiciones de trabajo para ejercer el comercio sexual, en especial la denuncia de que las chicas trabajan una cantidad de horas enorme, por un dinero que apenas alcanza para sobrevivir, luchando además con el abuso de alcohol y drogas.

Desgraciadamente, el libro no explora en la violencia que experimentan las prostitutas, incluidas travestis o trans en Nueva York (o en cualquier lugar del mundo), ni en cómo esa violencia suele intensificarse en el caso de las migrantes. Las narraciones eluden pormenorizar las relaciones con sus clientes o proxenetas no solo dejando con ello un enorme vacío, sino perfilando a estas mujeres como un colectivo autónomo. Todo esto quizás pueda entenderse cuando Monalisa, siempre presente, ya sea como protagonista, personaje secundario o simple testigo, señala: "Me siento segura en Nueva York". Una afirmación compleja viniendo de una trans prostituida, pobre y latina.

¿En qué lugar, entonces, se sitúa esta narradora? Algunos relatos sugieren la presencia de temor, sometimiento, resguardo ante un poder que violenta. Las trans y travestis al parecer han internalizado la ley del dominador. Y si bien hay crítica social, esta resulta sesgada, ya que deja fuera el cuestionamiento a la politica estadounidense sobre migración latina y transfobia. En última instancia, los personajes de estos relatos parecieran vivir al interior de un mundo dramático, donde la decadencia o la desgracia son el resultado de la irresponsabilidad individual más que del sistema.

Poco de ironía tiene esta escritura, como tampoco hay parodia y barroquismo. Lo cual es bueno, porque distancia a este autor del gran referente Pedro Lemebel. Lo que sí es valioso en la escritura de Ojeda es su trabajo con el lenguaje, una mezcla de coloquialismos colombianos, cubanos, dominicanos, puertorriqueños y una pizca de chilenismos. La presencia de esta lengua híbrida es un gran acierto de su estilo literario, ya que demuestra una interacción profunda con la comunidad de inmigrantes latinoamericanos, donde las nacionalidades se mezclan, dando lugar al predominio de un español integrado y la exclusión del inglés.

Escenas inolvidables no hay. Tampoco personajes entrañables ni una prosa capaz de irrumpir con violencia o belleza. De todos modos, este libro es un material culturalmente valioso no solo respecto a la inmigración, sino también a las formas de sobrevivencia impuestas a la comunidad trans y travesti.





La mujer que fui
Patricia Andrade. Ediciones Radio Universidad de Chile, 2018, 154 páginas.
LUN, 10 de mayo de 2019

Resulta insólito que, a estas alturas, el tema de la violencia de género tenga un mínimo lugar en la literatura chilena de ficción, incluso dentro de la escrita por las propias mujeres. Ese fatal silenciamiento y naturalización de la acción depredadora están muy lejos de detenerse, como señala Rita Segato, y ya por ese motivo, al menos, merece ser resaltada esta novela de Patricia Andrade, que nos enfrenta al testimonio de una víctima llevada al límite por un hombre, su marido, que no dudará en destruirla.

Elizabeth, la protagonista de la narración, entrega su conmovedor testimonio desde una cama de hospital. Se encuentra en la UTI, semiinconsciente, recordando apenas las circunstancias recientes que la situaron ahí. Poco a poco comienza a reconstituir su vida y cada una de las situaciones de violencia que le tocó sufrir en manos de Pedro, su victimario. Un proceso de sometimiento donde al encantamiento inicial le siguen una agresividad extrema y una manipulación que, en última instancia, llevan a Elizabeth a hacer sentir que la causa y responsabilidad de lo que le pasa es ella misma, perdiendo toda capacidad resolutiva y crítica.

Si pudiera usarse sin ofender la categoría de autoayuda para incluir a este volumen, debería hacerse. Porque esta ficción testimonial busca señalar un camino para poder hacer visible una violencia que termina encerrando a la víctima en sí misma, negándole toda posibilidad de escapatoria.

Por lo mismo, el carácter ejemplar es evidente en esta narración. Sin embargo, lo que suele ser una falencia en cualquier novela, aquí adopta un signo contrario. Esta modalidad literaria funciona bien, porque la historia requiere dar a conocer un itinerario centrado en la víctima, su origen de clase, su perfil psicológico y el proceso de destrucción al que se ve enfrentada. Todos estos elementos convergerán en la toma de conciencia de la mujer, enfrentada a dos opciones: aceptar su derrota absoluta o reconstruirse. Andrade elabora su novela a partir de la concepción de memoria fracturada. Su protagonista, por tanto, debe recuperar y organizar sus recuerdos para luego dar forma a su presente. Hay que mencionar que, pese a la tragedia que la narradora expone y a la emotividad que genera su discurso, el relato no cae en situaciones sorpresivas que cambien el derrotero de la historia, ni tampoco en una construcción rígida de los personajes femeninos y masculinos. Es decir, Andrade logra alejarse de la retórica folletinesca.

La mujer que fui es un relato sencillo en el más digno de los sentidos, ya que es literariamente eficaz y permite a múltiples lectores adentrarse en una realidad transversal. Elizabeth tiene una vida asimétrica, acomodada en lo económico, pero miserable en lo afectivo. Este desnivel permite concluir que la violencia de género cruza todos los niveles sociales, que además existe un patrón de conducta que se reitera tanto en el modo de actuar de la víctima como del victimario, y que, a pesar de todo, tiene solución. Quizás lo más terrible que experimenta la protagonista es una profunda soledad, solo interrumpida por algunos gestos solidarios de otras mujeres. Cómo romper el cerco, cómo salir del encierro y terminar con la violencia, es un objetivo que este libro cumple perfectamente.

 



La buena educación
Amanda Teillery. Emecé, 2019, 157 páginas.
LUN, 17 de mayo de 2019

Amanda Teillery debutó literariamente el año 2018 con un promisorio conjunto de cuentos sobre la doble moral de la élite, temática que mantiene en esta, su primera novela, La buena educación, un libro intimista que logra retratar con veracidad el estilo de educación que reciben las mujeres de clases privilegiadas, pero que contiene desajustes técnicos que dan a la obra total el carácter de irregular.

El volumen sigue la existencia de Sofia, mayoritariamente su paso de la infancia a la adolescencia. Su etapa adulta es abordada de manera general y sintética. En las dos primeras etapas de su vida, la narración se detiene en configurar a un personaje inteligente, aunque tímido y débil de carácter, siempre apremiado por la imposición social y familiar que le dicta el deber ser de una señorita. Su familia es fría, distante, llena de secretos. Su mundo se limita a experiencias colegiales, en particular a su conflictivo vínculo con Rosario, su amiga desde primer año, una chica enérgica, vociferante, sensual y con carácter de líder.

Sofia es la chica que ha extraviado su camino, pero que se esfuerza por integrarse, por lo que sus errores solo la pueden conducir al arrepentimiento y la adopción de los deberes mandatados por su clase o la rebelión y el consiguiente castigo social. Finalmente, los procesos se alargan, de modo que Sofía vive las dos caras de la moneda: el rechazo a centrar la vida en lo masculino y la posterior vuelta al redil de la norma impuesta. Todo apuntaba a que asumiera su larvado lesbianismo, pero tuerce su destino en un acto de autocensura que solo puede leerse como una más de las formas que asume la represión en el personaje y el libro.

La narración en tercera persona se enfoca casi exclusivamente en Sofia, dedicando dos de los veintitrés capítulos a Rosario. Esto último es una grave descompensación, ya que resulta ser un paréntesis demasiado mezquino para adentrarnos en un personaje que tensionó con fuerza la vida de la protagonista. A esto hay que agregar el salto temporal que opera en los capítulos finales. En apenas unas cuantas páginas, las estudiantes ya tienen más de cuarenta años. La urgencia por dar a conocer que sus vidas tomaron un rumbo equívoco pero predecible lleva a la novela a comprimir en exceso la información. El mayor infortunio, en cualquier caso, es el apretón que recibe la protagonista. En las últimas páginas, Sofia se desmorona como personaje, debido a la falta de delicadeza y a la premura por resumir su vida adulta que manifiesta la novela.

En todo caso, el libro consigue demostrar el cinismo de una clase donde las adolescentes se realizan abortos, se naturaliza el bullying escolar y reciben una educación basada en la culpa. Los matrimonios, por su parte, se mantienen guardando las apariencias y el divorcio es castigado con la expulsión social. Lo más significativo es el constante castigo que recibe todo aquello que resulte de mal gusto y que se desvíe de lo establecido, siendo especialmente dura la condena total al lesbianismo.

Teillery tiene gran capacidad para generar intimidad en su narración, diseñando escenas conmovedoras desde una perspectiva ingenua y exponiendo a la vez el doble estándar de una clase social que se impone como modelo a seguir. Su escritura forma parte de una vieja tendencia recientemente revitalizada de autores que se dedican a denunciar desde una mirada cándida, casi siempre infantil, la vida secreta y cotidiana de las familias encopetadas, como se decía antes, de nuestra clasista nación.



 

 

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Quiebres, Franco Scianca; República Nazi de Chile, Carlos Basso; Las biuty queens, Iván Monalisa Ojeda; La mujer que fui, Patricia Andrade; La buena educación, Amanda Teillery.
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Útimas Noticias. Del 19 de abril al 17 de mayo de 2019