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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 12 de Septiembre al 10 de Octubre de 2014



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Motel Ciudad Negra
Cristóbal Gaete. Hebra Editorial, 2014,48 páginas.
LUN, 12 de Septiembre de 2014

Lo primero, esa melancolía profunda que impregna esta escritura; luego, el encierro, la desesperación y la derrota. Cristóbal Gaete construye un lugar aterrador y un personaje al borde del abismo, a través de una prosa rabiosa y una estética de la violencia, repleta de imágenes alucinantes que golpean y conmueven.

Breve pero intensa es Motel Ciudad Negra. Una novela sin respiro, porque el monólogo ejecutado por el escritor y narrador, voyeur “de su propia vida y la de otros”, no detiene jamás el flujo de imágenes y la diseminación de sentidos en torno a una forma de concebir la existencia. Quien narra es un escritor abocado a dar cuenta del particular momento que vive, las personas que lo rodean y los sitios por donde circula, sin ponerle freno alguno a la emergencia del deseo y a la búsqueda de una felicidad que necesariamente atrae la destrucción.

En la escritura de Gaete, todo goce es sólo una pausa dentro del horror o, más bien, la pérdida se materializa en cada gesto de este protagonista que vaga, se emborracha, jala, buscando eternizar las noches, pasando de peleas callejeras a camas donde el sexo podrá renovar la promesa de una epifanía. Estar inmerso en una alegría tortuosa es algo evidente para el personaje, al igual que la conciencia de haber traspasado la juventud. Sin embargo, toda moderación parece ser un imposible para este narrador que se comporta como un desesperado adolescente punk, al que sólo le queda arrastrar sus heridas y buscar pequeñas grietas por donde filtrar una cuota de placer.

La novela instala dos lugares que se retroalimentan y confunden, el Motel Ciudad Negra y la Ciudad Negra, territorios encajonados por el mar y los cerros, percibidos desde un perspectivismo cubista y anárquico. Desde la mirada del narrador, tanto su vida como la arquitectura se orientan siempre hacia la caída. La impotencia ante el encierro urbano permite que surja en el personaje un fatuo deseo de escapar arrojándose al océano, la escalera o la quebrada: tres lugares que detendrán el tránsito y la angustia ante la reclusión que implica habitar esa ciudad maldita.

El relato opera como un bucle que reitera las acciones, desplazamientos urbanos, gestos y sensaciones del protagonista. La reiteración tiene por objetivo no sólo enfatizar sino abrir nuevas posibilidades, explorar otros pliegues, buscar una nueva fórmula para desbloquear el devenir del deseo. Así, no hay un clímax posible ni una secuencialidad que conduzca a alguna parte, sólo un movimiento vertiginoso que no da respiro.

Como símbolo máximo de este libro aparece el Motel, una suerte de escenario imposible y fantasmático, habitado por la memoria, anhelos y desesperación del narrador y los otros, los cuerpos deseados y deseantes. Imposible, entonces, salir del Motel, porque es un laberinto encerrado en otro y definitivo laberinto, la Ciudad Negra, el gran vertedero, donde se encuentra amparo, pero también mil modos de hundirse en la derrota.

Motel Ciudad Negra es una novela llena de asperezas y, a la vez, enormemente emotiva, donde se cruza el irrealismo intimista, lírico, con el realismo social desplegado en una ciudad que todo lo devora. En este excelente libro hay convicción, locura y, por sobre todo, una prosa que no tiene puntos bajos.

 

 

Cosas que nunca te dije
María José Viera-Gallo. Tajamar, 2014, 172 páginas.
LUN, 19 de Septiembre de 2014

Alejados de cualquier resonancia épica, estos relatos exploran el dolor, la angustia y la incontenible tristeza del día a día. El volumen, así, se convierte en un lugar privilegiado para exponer un conjunto de vidas desintegradas por decisiones fallidas o por el deslizamiento inevitable hacia la caída y el fracaso. Cosas que nunca te dije es un libro íntimo y perturbador, imparable en su deseo de remover heridas sin compasión o de exponer las llagas emocionales sin la más mínima posibilidad de vislumbrar una salida alentadora. Y es esto, precisamente, lo que determina la consistencia de la escritura de María José Viera-Gallo.

Cada uno de estos relatos hurga en la descomposición de una vida que sobrelleva el dolor con un modo particular de inconformismo. Las historias, desarrolladas desde un tono verosímil, se detienen en una etapa decisiva de la existencia de un personaje; por tanto, cada hecho acontecido determinará fatalmente su futuro. Es así como surge una prosa pegada a los personajes y sus sensaciones, lo que permite comprender sus crisis y decisiones; éstas últimas siempre se concretarán de un modo desviado a lo que podría calificarse como correcto.

Un aspecto importante en la configuración de los personajes femeninos –seis de los siete relatos del conjunto tiene a una mujer como protagonista– es su desacato a las convenciones de la vida que les toca vivir. Un desacato que, en todo caso, se aleja de la estridencia y emerge siempre desde pequeños gestos y actitudes pertenecientes al ámbito de lo privado. Aquello que unifica a estas mujeres, oscuras y complejas, más allá de la diversidad de edades y condiciones de vida, es su resistencia a la soledad. Esta oposición genera modos de vivir empecinados en romper la incomunicación, atraer un afecto o, en última instancia, torcer la realidad que les ha tocado.

La férrea resistencia de las mujeres tiene su contrario en la forma en que se presenta lo masculino. Hombres frágiles, degradados, una mezcla de adolescentes y niños que generan lástima en las mujeres y que requieren de su amparo. Ellas, sin duda, son el símbolo de la fuerza y la necesidad de cambio. Sin violencia y con mucha sutileza, los relatos instalan una pugna entre lo femenino y lo masculino, a partir de representar al hombre como un ser que experimenta la desolación de modo pasivo, llegando, en un par de casos, al extremo de asumir la muerte como única salida posible.

Sin duda que estamos ante el mejor trabajo de Viera-Gallo. Su crecimiento literario es impresionante: ha construido un profundo y sólido libro de género sin que se note que es de género, alejándose de consignas, pero adherida siempre a las modulaciones de lo femenino. Esta entrega, además, puede leerse como una suerte de post scriptum de quienes fueron adolescentes en la década de los 90, la última generación que tuvo algún acercamiento con la utopía y que hoy sólo ambiciona armarse una vida confrontando una desolada cotidianeidad.

Cosas que nunca te dije –título que cita una hermosa película de Isabel Coixet justamente de los 90– escarba en el dolor y la melancolía y desata una prosa calma, aunque cargada de angustia, recurrente en imágenes oscuras, decadentistas, negando cualquier tregua al deterioro total de unos personajes que han internalizado la derrota, pero que intentan rechazarla aun sabiendo que todo está perdido.

 

 

Jauría
Franco Scianca. Mago Editores, 2014, 110 páginas.
LUN, 26 de Septiembre de 2014

La traición, el fracaso y la presencia continua de la muerte son temas recurrentes en Jauría, de Franco Scianca: un libro de cuentos desnivelado, con momentos interesantes que se ven saboteados por anécdotas apuradas, discursos poco resueltos, el ablandamiento de los protagonistas y una excesiva cautela al explorar la intimidad de los personajes.

Estamos claros que pretender hacer literatura desde la contención y el respeto a lo políticamente correcto es el camino directo a un contundente fracaso. En este volumen, Scianca frena a sus protagonistas, limitando su desarrollo. El racionalismo prima en cada una de estas historias y, por ende, toda decisión se toma en frío y a espaldas del lector. Por lo mismo, los personajes resultan maqueteados y actúan como buenas personas, esforzadas en alejar el mal de sí mismos.

Sin duda que estos veinte relatos podrían reducirse a la mitad. Sobran demasiadas historias, donde se plantea una situación sin profundizar en el contexto, sin que el protagonista interactúe con otro, sin una perspectiva diversa a la del narrador, ensombreciendo la potencia de los conflictos. Así ocurre en “Cenizas”, más que un relato, una estampa sobre un hombre que arroja al mar las cenizas de su hijo suicida. Esta brevísima narración –que se queda en la benevolencia paternal, vaciando de sentido el suicidio– instala elementos claves en el desarrollo de una historia, para luego paralizar la acción al enmudecer al protagonista. En el relato “Corredor del alba” ocurre algo similar. Esta vez, en un barrio de clase media, uno de sus habitantes se obsesiona con un vecino que religiosamente sale a correr todos los días. La rareza de ambos personajes, o más bien su posible locura, jamás logra exponerse del todo, porque el narrador clausura su intimidad y elude aproximarlos a cualquier tensión.

Scianca genera ideas interesantes e incluso instala historias provocadoras, pero unas y otras se van aquietando por la falta de profundidad discursiva de los personajes respecto a sus conflictivas circunstancias. “Elvis” es un caso ejemplar dentro de las narraciones malogradas. Un anciano fanático de Elvis Presley agoniza. Su nieto le compra un disco del cantante, lo visita, pone el disco y luego acaricia la mano del moribundo. Todos los elementos para construir una historia angustiante están presentes; sin embargo, prima el descriptivismo y lo superficial, porque el narrador jamás indaga en sus propias sensaciones sobre el hecho acontencido.

En paralelo a los desaciertos mencionados, hay algunos relatos donde el autor sí logra escenificar la cotidianidad, dar espesor a los personajes comunes, configurar el fracaso cotidiano y delinear los silencios impuestos por la vida. Un buen ejemplo es “Cambio climático”, donde el protagonista, un tipo irascible, se ve obligado a controlarse cuando busca trabajo y debe cautelar sus ganas de mandar todo al carajo. Un aspecto relevante es la atmósfera exasperante que intensifica la obligada sumisión a las circunstancias que experimenta el personaje.

Franco Scianca ha elaborado un libro diverso y disperso. Mientras algunos relatos parecen apenas ejercicios de estilo, otros consiguen una mejor factura, al profundizar en la introspección y sacudirse de un enfoque proteccionista y lastimero hacia los personajes. Es esta zona, de suciedad y brusquedad de lo cotidiano, la que debiese predominar en las futuras escrituras del autor.

 

 

Apache
Antonio Gil. Sangría, 2014, 232 páginas.
LUN, 3 de Octubre de 2014

En el cruce entre la ficción y la crónica se ubica Antonio Gil con este libro de carácter experimental, donde no sólo aborda la figura del mítico Buenaventura Durruti, el famoso anarquista español, sino que además configura una ácida visión crítica respecto al ejercicio del poder en el Chile de la primera mitad del siglo veinte.

Apache es una novela escrita con seguridad, donde se advierte un proyecto claro, donde no queda sitio para titubeo alguno.

Tal vez podría llamársele profesionalismo al rigor de Gil; sin embargo, el apelativo le queda corto, porque lo que hay acá es talento para construir un artefacto ficcional impecable y también mucha vehemencia para entrar en los personajes, incluido el propio narrador, que transita entre la omnisciencia y una irónica limitación de su conocimiento. Esto le permite desarrollar una línea metaliteraria que da cuenta de los límites y posibilidades del acto de escribir, desde la consideración de la literatura como un espacio privilegiado para la comprensión de la historia.

Mediante una prosa híbrida y llena de matices, desde lo informativo hacia cierto barroquismo que, a su vez, se desanda en una tonalidad intimista, la novela configura un personaje y su trayecto de vida. Se trata, como se ha dicho, nada más y nada menos que de Buenaventura Durruti, quien, junto a un pequeño grupo de compañeros de lucha, llamados Los Errantes, viaja a Chile en 1925 escapando de la represión española. Los anarquistas nacionales les brindan amparo y los ubican por algún tiempo en una casa del barrio de “los apestados”, al sur de Avenida Matta. Desde allí, Durruti y sus camaradas planifican y luego ejecutan el robo a un banco ubicado en el sector Matadero. El itinerario de Durruti tras el asalto tiene menor importancia en este libro, que se orienta más bien a demoler el juicio mediático y legal que convirtió a este hecho en un mero acto delincuencial. Contra esa mirada, Durruti es configurado a partir de su condición de líder y desde un lugar ideológico que lo lleva inevitablemente a desobedecer el corrupto orden político en el que se encontraba.

El volumen retrocede en el tiempo para reconstruir a un sujeto icónico, por medio de la desarticulación de la casi obligatoria sinonimia actual entre anarquismo y terrorismo. Gil, en esta novela, es consciente de la ciclicidad histórica, sobre todo en relación a la recurrencia en las formas del ejercicio del poder y del abuso que generan. Es por eso que, en paralelo a Durruti, el relato constata el orden de las cosas nacionales hacia 1925: un estado sometido –cual colonia– a los requerimientos de las potencias extranjeras y de la oligarquía nacional.

Novela impecable y arriesgada, Apache no teme enrostrarle al presente una historicidad de la cual tiene mucho que aprender. Antonio Gil reinstala el mito de la rebeldía a pesar de la conciencia de la derrota y, por esa misma vía, reivindica la épica desde una tonalidad a ratos fuertemente asentada en la lírica, sin destilar una gota de ridículo y forzoso romanticismo.

 

 

De tu sangre cautiva
Ingrid Odgers. Editorial Segismundo, 2014, 141 páginas.
LUN, 10 de Octubre de 2014

El sentido de la literatura y la condición de escritora son las problemáticas centrales de esta novela de Ingrid Odgers. Se trata de un volumen profundamente sentimental, que logra instalar una discusión en torno a la mujer en el ámbito de la literatura y en su dependencia de lo masculino.

Odgers propone una protagonista y un discurso reivindicativo de lo femenino prácticamente en la totalidad de su relato; sin embargo, hacia el final, realiza un giro inesperado. Esto produce un modificación radical en la trama, porque no es lo mismo enunciar desde una posición femenina subordinada que desde una masculina dominadora. Es así como la diferencia de género cambia de signo y con ello la globalidad de la historia.

La novela presenta a Isabel Miranda desde una primera persona y mediada por un narrador, en una compleja etapa de su vida afectiva y de su proceso de creación literaria. Es una mujer separada, con diversos fracasos amorosos, profesional, solitaria y, lo fundamental, escritora. Isabel se ubica en el cruce de realidad y proyecto literario, pues la novela que escribe es un registro de todo lo que le sucede desde que se reencuentra con Pedro, una suerte de poeta maldito, a quien había dejado de ver desde los años universitarios.

El estilo romántico constituye el marco de esta historia de amistad y amor por la literatura. Ambos personajes se encuentran en una crisis permanente y comparten una descarnada autoconciencia sobre el lugar marginal que ocupan dentro del campo literario provinciano. A partir de esta constatación, la novela levanta una crítica a la centralidad del quehacer cultural chileno y, particularmente, de lo que ocurre con la práctica literaria. A pesar de lo archirreiterado de estas apreciaciones de parte de los escritores regionales, resulta interesante su presencia en el libro, ya que permite acceder a una visión hiperbólica, pero no por ello menos cierta en algunos aspectos, de la metrópolis, sus literatos y las políticas culturales centralistas.

Desde el comienzo, la narradora mitifica al personaje masculino; no obstante, es relevante que tras esta mitificación señale: “Hablo de un hombre como si fuera un héroe”. Lo anterior revierte el tono elegiaco que la mujer había atribuido al poeta, convirtiéndolo, desde ahora, en una figura mucho más verosímil y cercana: de poeta maldito a cafiche y vividor, ya que el tipo aprovecha bastante bien la situación económica de la narradora, quien se deja llevar, enceguecida, hasta que logra darse cuenta de la realidad y tomar una opción terminal.

Ante el continuo fracaso vital, la literatura aparece en esta novela como el único nicho posible de salvación. Se trata, en cierto modo, de una propuesta que atribuye una funcionalidad trascendental al acto creativo, ya que, a partir de éste, el sujeto degradado podría confrontarse con el orden cultural vigente que estimula sólo a ciertos elegidos. Escribir, entonces, para estos personajes se transforma en una acción sacra que va más allá de la ausencia de lectores.

Por desgracia, el desmontaje de la perspectiva narrativa es un recurso que, en este caso, cambia el foco discursivo de manera radical, adelgazando la diferencialidad femenina. A pesar de ello, el relato no pierde nunca la tonalidad emotiva de sus frustrados personajes, ni la intención crítica, ni la veneración por la literatura.



 



 

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"Motel Ciudad Negra", Cristóbal Gaete; "Cosas que nunca te dije", María José Viera-Gallo; "Jauría", Franco Scianca; " Apache", Antonio Gil; "De tu sangre cautiva", Ingrid Odgers.
Por Patricia Espinosa
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