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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias. 5 de Mayo al 2 de Junio de 2017



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Kramp
María José Ferrada. Planeta, 2017, 127 páginas.
LUN, 5 de Mayo de 2017

La infantilización de la literatura y de la historia se está manifestando con fuerza en un conjunto, cada vez más amplio, de narraciones en torno a la memoria. Me refiero, en particular, a novelas donde una protagónica voz infantil abre el pasado y construye la realidad a partir de su propia experiencia. El resultado es, por lo general, un libro donde prima la ingenuidad en el modo de mirar, interpretar y leer los signos, que consolida una visión de la realidad alivianada, ya que lo dramático es siempre filtrado por un halo de magia, rareza o incluso humor. La historia ya no pesará, no dejará una borra malsana; la dictadura, por tanto, podrá ser revisitada con un riesgo contenido, controlado, sin implicaciones políticas o ideológicas que la amarren a la tragedia.

Kramp, de María José Ferrada, es una primera novela centrada en la voz de M, ubicada entre la infancia y la preadolescencia, hija de D, soñador, entusiasta, vendedor viajero provincial, y de la mujer “más hermosa del mundo”, caracterizada como loca, ensimismada, ya que vive en un mundo propio, distante a todo. Esta visión de la madre se encuentra en consonancia con una visión general donde lo femenino ocupa siempre un lugar secundario. Porque la historia la hacen los hombres, la niña no sólo es material y simbólicamente dependiente de lo masculino, sino creada desde y al modo masculino.

D miente y oculta a la madre que sale con la niña a realizar su trabajo de vendedor de artículos de ferretería de pueblo en pueblo. La compañía de M le trae beneficios económicos, ya que conmueve a sus clientes verlo acompañado de una pequeña que internaliza con presteza que debe fingirse triste y desvalida. M es una pícara, que simula incluso ante su padre. El mundo de la niña es fundamentalmente con hombres adultos que le permiten fumar y hasta beber alcohol, ya que la chica se ha ganado con holgura su lugar en el mundo patriarcal, tanto así que no sólo ayuda en las ventas al padre, sino a uno de sus amigos.

Ferrada construye un relato apresurado, elaborando saltos temporales que restan profundidad y que inciden en una prosa extremadamente poco cohesionada y desmembrada. Más que una entrada detallada al pasado, estamos apenas frente a un sobrevuelo rápido e inconsistente a los hechos pretéritos que ni siquiera alcanza cierta agilidad. Sin embargo, lo que sí se configura, en los 41 breves capítulos que conforman el libro, es otorgar a la narración un carácter divertido, que interviene lo común y lo exime de reflexividad o dramatismo.

En última instancia, M es tremendamente banal, superficial y desapegada en términos afectivos. El componente trágico, que lo está, corre por el camino de lo sugerido, de lo apenas entredicho o entrevisto por la niña. Sus padres son víctimas de la dictadura, hay crimen, tortura, desapariciones, delación, todo insinuado y pasado por agua, con una prisa abismante. Y, lo central, a la niña estos hechos no la tocan, porque su mirada mágica la vuelve inmune.

Al respecto, vale considerar esta cita: “Al contrario de lo que me había imaginado, la propia desaparición no era en absoluto dolorosa. Te vuelve humo. Con los restos, los del futuro, hacen lo que pueden”. Una sabiduría, si puede llamarse así, que confirma que el personaje anula el dolor y la violencia de la muerte. Esto resulta un gran indicador del punto de vista central del volumen, que es funcional a la neutralización del mal. Además, resuena en ella aquello de la justicia en la medida de lo posible. También, recordar en la medida de lo posible, ojalá sin daño y sin horror.

 

 

 


La guerra interior
Jorge Baradit. Random House, 2017. 262 págs.
LUN, 12 de Mayo de 2017

La hiperbolización del yo, su carácter mesiánico, la megalomanía y los excesos simbólicos son algunos de los rasgos que resaltan en la retórica literaria de Jorge Baradit y que se reiteran en su nuevo libro, La guerra interior. Un conjunto de relatos que destacan por la extrema precarización de la escritura, convertida aquí en un descuidado soporte para formular una pedagogía de la historia de carácter redencionista que busca sublimar la derrota a la que ha estado sometida la doctrina que la sostiene.

Estos veintidós relatos traen una vez más la mitología conspirativa de Baradit en la cual transitan el policía del karma, las guerreras Angélica y Mariana, la conquista de América, pueblos originarios, cristianismos apócrifos, el ocultismo y la conexión entre el plano astral y el ciberespacio. Este registro es inscrito en un territorio llamado Chile, donde se conjugan temporalidades diversas y violentas luchas de poder.

La alegoría a la que se ciñen estas narraciones augura batallas finales, una promesa de cambio, reordenamiento del caos e higiene social en perspectiva de lograr la salvación y suturar la herida original, generadora de la catástrofe permanente. El suceso primigenio es el fracaso del Tercer Reich en la Segunda Guerra Mundial, cuyo proyecto continuará ahora animado por las almas de los guerreros de las SS que desde un plano astral intentarán cambiar la historia.

Dentro de los aspectos más frágiles de estos relatos, se encuentran los desajustes en la trama, generando innecesarios desvíos temático-temporales, y la mirada externalizada, donde no cabe la reflexión, ya que jamás llegan a convivir la velocidad externa con la morosidad interna. Por lo mismo, personajes humanos o androides, resultan siempre sometidos a la espectacularidad de sus acciones. Baradit, así, sólo puede construir personajes operativos desde una discursividad generalizadora, grandilocuente, detentadora de la verdad absoluta o, lo que es lo mismo, de todas las verdades existentes. Esto trae como consecuencia el que predominen los diálogos débiles, la saturación, la reincidencia de ejes argumentales, el exceso descriptivo, la frase extensa cargada de enunciados subordinados que bloquean el ritmo narrativo.

A través de su trabajo ficcional, Baradit se ha convertido en el mayor difusor de una trasnochada estética nazi-esotérica, presentada bajo la forma de una mercantil, posmoderna y noventera estética de basurero cultural que debería ser entendida como la consecuencia inevitable de la decadencia de un mundo caotizado y corrupto. De ahí la necesidad de sobrepasar el realismo, apropiándose de la alegoría atiborrada y la acumulación desaforada de datos, desde donde surge una y otra vez la cita a personajes e iconografia nazi. Por lo mismo, no extraña que Miguel Serrano vuelva a ser presentado como blanqueado santón.

Para un lector de los volúmenes de ficción publicados por este autor, no constituirá mayor novedad que en La guerra interior predomine el reciclaje de materiales sobrantes de sus anteriores libros. Esta práctica parece dar por cerrada la etapa de la exploración autoral y abrir una fase del agotamiento, en la cual el mismo discurso se presenta cada vez más débil literariamente. En realidad, no había que ser demasiado brillante para pronosticar un acelerado envejecimiento de un proyecto literario simplón, basado en una voz monologante que repite sin cesar su tediosa y enmascarada letanía.

 

 


La última ceniza
Montserrat Martorell. Oximorón, 2016. 188 págs.
LUN, 19 de Mayo de 2017

Las primeras páginas de esta novela contienen las claves de un crimen o tal vez un suicidio, donde se insinúan posibles autores o motivaciones. Este hecho será desmenuzado a través de las macabras biografias de una pareja de desconocidos. La última ceniza, primera novela de Montserrat Martorell, pone en conflicto el rol de la mujer, sometida a la crisis de su condición a partir de las imposiciones del amor romántico y de la masculinidad atrapada por el ejercido de la violencia.

La narración propone el encuentro fugaz de la pareja protagónica, para luego dedicarse a sus individualidades y, hacia el final, nuevamente aproximarlos. La escena que abre el libro presenta a un hombre solitario que intenta superar sus fracasos, atreviéndose a flirtear con una desconocida, la vecina del piso superior, a quien atisba desde hace un largo tiempo. El hombre se anima a invitarla a salir, ella acepta y tras una larga espera en un bar la joven no llega a la cita. Conrado, nombre de este personaje, regresa al edificio, encontrándose con una escena terrible: Alfonsina, su posible conquista, se habría suicidado. Las interrogantes y las sospechas sobre esta pareja de desconocidos quedarán abiertas hasta el desenlace.

Aun cuando Martorell opta por la narración polifónica, otorga amplio relieve a Conrado y, en particular, a Alfonsina, mujer de veinticinco años, socióloga, emparejada desde muy joven con Federico, quien la somete a permanentes golpizas. Conrado, por su parte, es un psicólogo exitoso, de cincuenta y tantos años, separado, torturado por la muerte de su pequeño hijo, la separación matrimonial y la incertidumbre por la desconocida identidad de su padre.

El volumen se enfoca especialmente en los traumas de los personajes y en sus constantes esfuerzos por superarlos a tientas, demostrando la imposibilidad de romper el circuito de autoagresiones en el que van cayendo. Esto incide en la conformación de una historia donde son frecuentes los recuerdos y, por tanto, los quiebres temporales, asociados a sus confusiones psicológicas Alfonsina y Conrado se expresan a partir de contradicciones, incertezas, inseguridades y una carga afectiva exacerbada. Por lo mismo, sus hablas resultan en extremo emotivas, desgarradoras hasta el lugar común, hasta el cliché, que en este caso permite que los personajes se humanicen. Despojados de todo estatus intelectual, sumergidos en la condición de hombre y mujer comunes, para ellos la frase hecha, incluso cierta cursilería al referir sus estados anímicos, funciona con eficacia, en tanto nos acerca a personajes verosímiles en sus padecimientos.

La caída del amor romántico y la depredación que se desata sobre el cuerpo femenino y que termina, muchas veces, por destruirla, son expuestas con extremo detalle en este libro. Martorell ingresa a una práctica poco visitada en las narradoras chilenas, pero recurrente en novelas y relatos hechos por autores insertos en una perspectiva patriarcal. Las mujeres resultan carentes de voz, de toda herramienta de confrontación, limitadas a un cuerpo, concebido como territorio para insultar, golpear, violar, asesinar. En este sentido, La última ceniza es una historia que desafia lo que se ha ido literaria, social e históricamente constituyendo en un escenario de guerra naturalizado y, por lo mismo, ignorado.

 

 


Mundo Salvaje
Luis López-Aliaga. Planeta, 2017. 170 págs.
LUN, 26 de Mayo de 2017

La falta de técnica es una de las grandes debilidades de la ficción chilena, la que destaca por la ausencia de experimentalidad, ligada a una suerte de devoción por los modos tradicionales de organizar las ficciones. Por cierto, hay autores que se escapan a esta tendencia. Es el caso de Luis López-Aliaga, quien consigue desmarcarse de este analfabetismo narrativo. Desgraciadamente, en su último libro, Mundo salvaje, el despliegue técnico lo ha hecho pagar un alto costo, ya que cae en un formalismo excesivo, casi exhibitivo, generando relatos cuya composición temática resulta no menor sino insustancial.

Mundo salvaje, conjunto de doce cuentos, privilegia las voces masculinas en dos etapas: la del adolescente ensimismado y ávido de sensualidad y la del hombre solitario en crisis de madurez. Estas fases se reducen a una: el individuo acosado por una fuerza profunda, que bien puede venir de su inconsciente o del mundo de lo fantástico, que irrumpe en su presente y lo arrastra hacia sus seductoras fauces. López-Aliaga escribe fría y correctamente, sus narraciones resultan equilibradas en su extensión, pensadas en sus efectos, cuidadas en sus modos de habla y miradas de sus personajes, quienes deben probar que pueden convivir explorando en secreto sus crisis etéreas, inasibles. El problema es que el bestiario y la extrañeza conforman una fuente vetusta, sobreexplotada y desgastada en la cuentística latinoamericana, más aun si los protagonistas carecen de interlocutores o solidaridades. La única complicidad que establecen los personajes de López-Aliaga es con la presencia de lo extraño, una especie de punto muerto, que se apodera de sus existencias sin generar tensiones ni distensiones dramáticas.

Otro aspecto distintivo en este autor es que abusa al demostrar su conocimiento del género. Así aparecen, como citas larvadas, desde Quiroga o Chéjov hasta Cortázar o Hemingway. Sin embargo, la propuesta se vuelve artificiosa, ya que los relatos parecieran estar demasiado apegados a una teoría. El resultado es la pérdida de vigor de sus narraciones, empantanadas en la ejecución de las enseñanzas de los grandes maestros. En este sentido, el cuento "Mundo salvaje" resulta ejemplar por su gran derroche técnico y la fragilidad de la trama. Aquí se ingresa superficialmente a la intimidad de un conjunto de desconocidos cuyos destinos terminarán por cruzarse cuando ocurra el atropello de un perro. La presencia azarosa del animal, por su falta de peso simbólico, no da para convertirlo en el detonante de una tragedia griega como resulta ser el caso. Por tanto, todos los cambios de foco y la construcción coral de la historia terminan derrochados.

Los únicos dos casos en que se acorta la distancia entre la formalidad y la anécdota permiten apreciar cierta escritura interesante; curiosamente ambos están dedicados a embaucadores profesionales. "El Cóndor Castro", sobre un deportista que estafa a todo el que se le cruza, y "La voz de los pájaros", donde se manifiesta una imparable odiosidad hacia el protagonista, un heroico luchador social de la década de los ochenta, convertido en un acomodaticio aprovechador del sistema concertacionista.

Mundo salvaje es un conjunto de relatos reposados, que empujan más hacia el relajo que al desconcierto, lo que permite leerlos con comodidad. Toda una contradicción con un volumen que pareciera haber buscado contagiar con extrañeza e inquietud a sus lectores.




Caja de resonancia
Constanza Anabalón. La Calabaza del Diablo, 2016. 209 págs.
LUN, 2 de Junio de 2017

El dolor ante la pérdida y el posterior duelo, conforman una ruta insoluble en Caja de resonancia de Constanza Anabalón, un volumen donde la superación del trauma funciona en paralelo al deseo de mantenerlo vigente, inolvidable, porque sólo así, en tal tensión, es posible resguardar la memoria individual.

Esta tarea será emprendida por Alejandra, la protagonista y narradora, socióloga de treinta y tantos, quien abordará su vida a partir de un hecho trascendental, la muerte de su madre. Este suceso, que conforma el centro de la novela, permite leer el pasado y el presente de Alejandra, pero también de su familia que poco a poco ha ido desintegrándose. Es la hija, ya que la narradora intensifica esta posición, quien determina no sólo el modo de elaborar su historia, con frecuentes flash backs, sino qué destacar y a quién, lo que permite amarrar fuertemente la anécdota a un extenso proceso de construcción identitaria que no pretende cerrar las heridas. Este último aspecto se vuelve esencial en la novela, en particular en lo referido a la memoria, planteada como un habitáculo del daño, una entidad abierta, que actualiza e impide la superación de la crisis.

Los diecisiete capítulos que conforman el volumen vinculan literatura y muerte, ya que sólo es posible exponer la pérdida y sus efectos desastrosos a través de la escritura. Alejandra habla desde la negación, promoviendo la evocación del dolor, donde las figuras femeninas tienen un lugar destacado. Tanto las mujeres pertenecientes a su familia como sus parejas casuales conforman una comunidad humanizada, desmitificada, pero atada a los afectos y el entusiasmo por vivir a pesar de la adversidad.

Los enunciados o breves fragmentos de carácter lírico que preceden a cada capítulo marcan una diferencia de estilo y enfatizan, casi al modo de un compendio, los conceptos claves de la novela, horror, muerte, madre, olvido, memoria, escritura y la idea de confrontación, ya que la narradora señala, asumiendo el plural: "Ni siquiera la muerte podrá con nosotras". Sin embargo, lo fundamental en términos estilísticos es el tono afable, cercano, falto de solemnidad, y un enfoque directo, llano, incluso conversacional, pero por sobre todo íntimo.

Anabalón se sostiene en un fuerte componente emotivo. Sus mejores momentos son aquellos donde expone a su personaje, completamente desgarrado, sometido e impotente ante el dolor por la enfermedad y la muerte; además, sin pretensiones ejemplares, sin la búsqueda de soluciones o salidas a la catástrofe. La discreción, la falta de artificios, la ausencia absoluta de tics de escritora y la negativa a construir personajes desbordados en su temperamento permiten que la novela avance sin excesos melodramáticos, ni consejos al lector. Si para los especialistas en salud mental y los gurúes de la autoayuda sanar está siempre asociado al duelo y posterior superación de la pérdida y el dolor, Anabalón expone a una protagonista que sigue el camino contrario. Una mujer llena de inseguridades, incertezas, dependencias familiares, maternas, alejada del molde chica rebelde y del tópico de la mayor sufriente del mundo, que se hunde en la memoria y que rechaza el olvido al costo que sea.



 

 

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Crítica Literaria.Kramp, María José Ferrada; La guerra interior, Jorge Baradit; La última ceniza, Montserrat Martorell; Mundo Salvaje, Luis López-Aliaga; Caja de resonancia, Constanza Anabalón.
Por Patricia Espinosa
Publicada en Las Ültimas Noticias, 5 de Mayo al 2 de Junio de 2017