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Crítica Literaria
Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, 24 de febrero de 2017 al 24 de Marzo de 2017
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Los fuegos del pasado
Ramón Díaz Eterovic. Lom, 2016, 203 páginas.
LUN, 24 de febrero de 2017
Sólo unos pocos libros (de Balzac, Dumas, Hemingway, Rojas, Cortázar) dan forma a su biblioteca; el resto ha ido a parar a tiendas de libros viejos. Heredia, el detective privado que protagoniza la extensa saga policial que Ramón Díaz Eterovic viene escribiendo desde 1987, parece haberse desprendido de buena parte de su historia. Sin embargo, esta pérdida no implica que el personaje haya comenzado a dar muestras de estar llegando al final del camino. Al contrario, a pesar de su evidente decadencia material, en esta nueva novela Heredia sigue tan atento como antes, mirando y atestiguando cómo se desmorona el mundo.
Ramón Díaz Eterovic rechaza el tópico del pasado como tiempo excelso donde todo fue mejor, y con ello apunta a una crítica profunda al poder. Los fuegos del pasado levanta, además, una teoría en torno a la ficción y específicamente a la función de la ficción en un contexto donde la literatura parece ya no querer intervenir en el orden político. Heredia, por tanto, opera como símbolo de resistencia al olvido y la injusticia, desde lo único que sabe hacer: embarcarse en la resolución de casos criminales y llegar a una verdad que permitirá frenar en parte la descomposición social heredada de generaciones pasadas.
Un aspecto novedoso no sólo en este volumen, sino en la saga total sobre Heredia, es que éste es un muy buen lector de ficciones. En tal sentido, resulta fundamental la relación del detective con el personaje denominado Escriba, autor profesional de relatos policiales a quien Heredia nutre con sus historias. El detective está consciente del cruce de realidad y ficción, y es precisamente ese cruce el que Ramón Díaz utiliza para mantener viva la politicidad de las aventuras de Heredia.
En esta oportunidad, motivado por la búsqueda de los verdaderos padres de un cliente, el detective viaja al sur del país. Se instala en Villarrica y con apenas un dato, el nombre de la matrona que en la década
del setenta trabajó en el hospital de la región, comienza a desenredar un ovillo en apariencias simple pero que se va complicando más de la cuenta. Los caudillos locales, el clasismo, el temor de los comunes a interferir en el actuar de los poderosos conforman la vida diaria e institucionalizada de la provincia. Un lugar apartado geográficamente de la metrópolis, pero que reproduce todas sus lacras.
La figura del detective rudo, fracasado y solitario se contrapone con el entusiasmo que demuestra por su oficio. Heredia se sacude todo derrotismo y como nunca expone una actitud segura, racional y fría para lograr su objetivo, desentrañar con parsimonia una historia macabra en torno a adopciones ilegales ocurridas durante la dictadura.
En esta compleja nueva entrega, la anécdota avanza a pasos agigantados, equilibrando el tiempo dedicado al proceso de búsqueda con la reflexión íntima del protagonista. Este marco permite de manera impecable la convergencia de la memoria, el realismo critico, la problemática social y el género literario en el que se inscribe la propia novela. Este último registro resulta particularmente relevante, ya que la ficción policial, fuera del espacio académico, tiene un lugar menor y hasta despreciado. Hecho que contrasta con los enormes méritos del autor y por supuesto de esta novela, donde sólo se echa en falta una mayor presencia del seductor gato Simenon, fundamental en los anteriores relatos sobre el detective.
Después de la luz
Benjamín Labatut. Hueders, 2016, 130 páginas.
LUN, 3 de Marzo de 2017
Sin ser deslumbrante, el primer libro de Benjamin Labatut -un conjunto de relatos editado hace cuatro o cinco años- consiguió cierto grado de dignidad que permitía augurar un futuro promisorio para el autor. Sin embargo, en ésta, su segunda publicación, el escritor da un giro radical. Después de la luz es una novela con todos los tics de un debutante exagerado en su estética posmodernista, atrapado en la incontinencia y la reiteración, ampuloso al configurar a su protagonista, un loco puritano con un apetito desmesurado por parecer ilustrado y distanciarse de los comunes.
Una fatigosa y aburrida secuencia de microbiografias de grandes figuras del saber mundial es intervenida mínimamente por la voz de un narrador que recorre su propia existencia demostrando que ha sido loco desde siempre y que en el presente es poseedor de una "psicosis controlada". Este diagnóstico le permite vivir entregado a sus divagaciones, mientras su mujer trabaja y ampara su condición. El chascarro, la pequeña anécdota freak sobre personajes como Nietzsche, Burroughs, Tesla, Borges, San Juan de la Cruz o Newton, por nombrar apenas una mínima porción, se acumulan en tomo a los retazos de la vida del narrador, un pueril anecdotario que conduce machaconamente a definir su alterada psiquis.
La principal función del personaje es promoverse como un desquiciado particular, ya que se insiste en su condición de hombre cultivado, por supuesto en alta cultura, experto en religiones, filosofía, ciencias y de un cuanto hay. Con esmero, insiste en corroborar que posee un cerebro prodigioso y que atesora información privilegiada sobre seres fundantes de la humanidad, de todos los siglos, de todos los continentes, en todas las áreas del saber, unidos en su condición de locos La alteración mental, por tanto, validaría al protagonista como uno más de este selecto club de lumbreras.
Labatut redunda en ideas ingenuas, satura con sus ejemplos, se ahoga en exponer lo simple como si fuese complejo,
suponiendo lectores limitados a los que hay que explicarles una y otra vez que el narrador es un loco brillante y culto. Su prosa es informativa, neutra, esterilizada, clara en su objetivo comunicativo, lo que resulta grave, ya que el discurso se queda entonces en lo literal y sobre todo en lo manido. Por lo mismo, su recursiva tesis que liga locura con sabiduría o su teoría sobre el lenguaje gastado, al igual que su necesidad de crear una realidad alternativa que le permita escribir las páginas que siempre
ha soñado, se constituyen como pilares fláccidos y candorosos en su funcionalidad.
En términos globales, Labatut compone una historia geométrica mediante la reapropiación de un tópico (el loco sabio) y de la cita wikipédica, sustentada en el collage, donde los fragmentos no funcionan con autonomía suficiente para desprenderse de un diseño racional. Es precisamente la idealización del conocimiento lo que amarra todos los fragmentos, provocando el mayor traspié de este artificioso volumen, cuya especulación sobre la posibilidad de crear un orden paralelo naufraga por la idea tan simple que expresa el libro sobre lo que es la transgresión del orden racional.
Lo bueno de este tipo de "obras" es que reflejan lo democrática que es la literatura. Siguiendo una receta se puede generar una novela. Esta vez el resultado ha sido un libro charlatenescamente jodorowskiano -por calificarlo de algún modo-, con un narrador que se eleva por sobre los mortales, abusando con ganas de las citas y las poses intelectuales.
Incorruptos
Carolina Melys. Montacerdos, 2016, 101 páginas.
LUN, 10 de Marzo de 2017
Ciertamente habría que alegrarse por la abundancia de narradores y narradoras locales que en el último tiempo han presentado su primer libro, pero esa alegría se desvanece pronto al comprobar, la mayor parte de las veces, un apresuramiento innecesario y excesivo, una verdadera pulsión por publicar lo que sea, en muchas ocasiones textos muy frágiles, brevísimos, mal trabajados y escritos con apuro.
Carolina Melys y este conjunto de cuentos es un buen ejemplo de esa tendencia. Un volumen orientado a las relaciones entre padres e hijos, donde por desgracia privilegia a personajes desprovistos de discursos capaces de hacerlos resistir su condición huera, su vaciedad.
El escueto libro se abre con "Las historias que nos contamos", donde se intenta establecer un contrapunto entre la joven narradora y su padre, enfermo de gravedad. El relato se dedica a contar el proceso degenerativo del hombre y de la hija, aunque el de esta última en realidad no existe, sin lograr profundidad en ninguno de los dos personajes. Esto ocurre por la debilidad de la protagonista, quien, una vez que se dice dolida, entrega la voz al padre, que recuerda pequeños sucesos de su feliz infancia y adolescencia. La protagonista, de tal forma, es anulada y pierde las riendas de una historia que va hacia cualquier parte.
"Fragmentos de una higiene doméstica" repasa la vida cotidiana de un niño, sus juegos, relaciones familiares, la presencia de un extraño que suele visitar a la abuela y la rara atmósfera de la casa. La narración no supera el nivel descriptivo de los hechos, no explora en lo que pretende sugerir; la extrañeza insinuada se queda ahí, invalidada por la falta de indicios sólidos y de un manejo temporal fluido capaz de alternar la mirada del niño con ciertos hechos oscuros que lo rondarían.
Un niño es también el centro de "Como un rey". Esta vez la intención es elaborar un contrapunto entre un pequeño
con limitaciones y su padre, quien se desempeña como torturador. El contraste entre ambos personajes es externo, sin llegar a configurar su intimidad, en tanto que la referencia a la dictadura opera forzada. El principal punto ciego es la victimización del torturador, exponer su vida desgraciada como una suerte de castigo del destino, resulta sin duda demasiado básico.
El mundo colegial y la presencia de una chica mormona conforman el tercer
relato en torno a la infancia. "Uniformes" se sostiene en torno a la religión y la seducción femenina. Un grupo de colegiales se sorprende ante la llegada de una alumna mormona. No hay justificación para el desconcierto que provoca la recién llegada más que los prejuicios, porque no hay puntos de vista que maticen críticamente la perspectiva de la narradora, una de las chicas del grupo, concentrada en insignificancias que terminan tomándose toda la narración.
A pesar de los evidentes resabios de realismo mágico, "Incorruptos", relato que da título al libro, es el único que podría rescatarse de este precario conjunto.
En general, Melys exacerba los elementos convencionales de lo que debe ser un cuento, trastabillando en la conformación de historias mínimas con temáticas grandilocuentes, presionando la apertura de los desenlaces y la extrañeza de sus protagonistas, empantanados en una gran debilidad discursiva. Si bien su prosa es limpia, todavía falta mucho camino por recorrer.
Pinochet Boy
Rodrigo Ramos Bañados. Narrativa Punto Aparte, 2016, 162 páginas.
LUN, 17 de Marzo de 2017
De menos a más, y siempre por sobre la media, ha ido Rodrigo Ramos Bañados en cada una de sus cuatro publicaciones. Pinochet Boy, su nueva novela, es la más experimental de todas y la más iracunda, ya que pone en juego un lenguaje y una forma enmarañada perfectos en su tono desesperado para marcar un fatídico contrapunto entre la memoria colectiva y la individual, enlazadas por la violencia y sus efectos en la realidad.
La novela se abre con un embuste, que funciona como la clave fundamental del volumen, sobre quién o quiénes ocupan el lugar protagónico: ¿Mirko, el periodista y posible asesino serial?, ¿Pedro, el escritor desesperado?, ¿o quizás Leonidas? Este último es una figura en principio ambigua, pero que poco a poco va delatando su lugar central en esta historia acontecida en el norte chileno, que cubre casi cuarenta años de la historia del país y de sus personajes. Porque Leonidas ocupa el lugar de un supranarrador, dueño de una mirada y palabra canallas, que además es el creador de Mirko y Pedro y de todo lo que ocurre en la novela que él mismo escribe. Resulta destacable el uso de la estructura en abismo que posee esta narración, al igual que el estilo engañoso con que se presenta a este trío de voces en sus similitudes y diferencias. Dos aspectos destacan en la conformación de esta trama: por un lado, el modo en que Leonidas yuxtapone su voz y la de sus personajes, la presión descriptiva de sus personalidades, y, por otro, la manera en que presenta a la figura del escritor, un poder absoluto al interior del relato.
A través de su élter ego, Leonidas-autor, Ramos Bañados expone un discurso nihilista, rabioso, resentido y despreciativo de todo y de todos. Sin embargo, Leonidas tiene una particular idea de la literatura y de su función social, ya que sólo en ella se daría la posibilidad de enfrentar a los poderes. A pesar de su mirada decadentista, ve en las ficciones un espacio no homogéneo que sería lo único que estaría quedando en pie frente al desmoronamiento progresivo de los modos de representación del mundo, hecho que tiene su origen en la dictadura, en la que
se funda un estado de cosas perverso que se expande hasta el presente. Además, la marca del territorio subalterno, el pueblo maldito, funciona como el pequeño espejo de la descomposición mayor, la nacional.
La focalización en las vidas de Mirko y Pedro, atrapadas por el fracaso, incluyen una fuerte crítica a la prensa, sometida a los poderes político-económicos, la corrupción de la cultura regional, entregada a los negocios con las mineras, y, por sobre todo, una descarnada
exposición de lo que significa ser escritor en un contexto de tratas y venta de principios al mejor postor.
Por otra parte, la forma como se construyen los personajes y su importancia para el desarrollo de la historia es también un punto alto en esta novela. Así, ambos elementos, historia y personajes, se van entramando perfectamente mediante recortes temporales y quiebres sucesivos, conformando un collage torbellinesco, donde lo único seguro es la consolidación del mal. Esta movilidad del relato, sustentada en los continuos y bien pensados montajes de voces, permite el despliegue de una memoria rabiosa, que no cesa de confrontar a la decadencia imperante.
Pinochet Boy es una novela donde nada escapa a la violencia, pero donde, al mismo tiempo, no hay rendición posible frente a ella. Es más: en este libro veloz, punzante, directo en su mirada histórica, incisivo en su lenguaje, sólido en su argumentación, quedan en pie las ficciones como el último lugar de la justicia o de la venganza.
Elige tu pasado
Dario Oses. Fondo de Cultura Económica, 2016,154 páginas.
LUN, 24 de Marzo de 2017
En su primera novela, Machos tristes (1992), Darío Oses adelantó la puesta en crisis de la masculinidad, marcando una zona poco explorada hasta entonces en la literatura. Después de veinticinco años, el autor continúa con esta temática en su nueva novela; sin embargo, da un giro a su estilo, orientándose a la brevedad, el predominio de la acción y, por sobre todo, la crítica sarcástica y abrumadora a toda una generación que vivió la dictadura en su juventud y que terminó sometida al acomodo y al olvido de las utopías.
Elige tu pasado es un titulo cursi, pero que por fortuna poco tiene que ver con el libro. Oses propone como protagonista a un tipo reconocible, contingente, el traidor a sus ideales. Ernesto Barahona es licenciado en filosofia política e ingeniero informático, empresario y asesor de connotados personajes del poder económico y político nacional. Ernesto ha logrado construirse una excelente posición social, dejando atrás todos los discursos adscritos a lo que durante el siglo XX conocimos como izquierda.
La narración confronta al protagonista, inserto en la "euforia del desencanto total", con una pareja de jóvenes antisistema a los que el libro denomina anarquistas, heridos en una difusa trifulca, que se refugian en la casa de Ernesto cuando éste acaba de regresar de unas tediosas vacaciones familiares. La intención primaria y lograda del relato es construir un personaje ambicioso, antiético en lo profesional y fracasado en lo familiar, ya que no sólo ha sido infiel en múltiples oportunidades, sino que además es tratado como un monigote por sus parejas e hijos.
Oses sigue un estilo dramatúrgico, construye una escena cerrada, claustrofóbica, donde el tiempo parece detenido. Desde allí, desgaja una trama donde predominan los monólogos breves y ágiles del protagonista, sus remembranzas familiares, su época universitaria, los años de la dictadura, en contrapunto con su decadente presente. Sin embargo, su actitud se aleja del ensimismamiento, mostrando
una verdadera desesperación por dialogar con la pareja de jóvenes, a quienes ha bautizado como La Comandante y Chachito. La narración, concentrada en enfocar a estos tres personajes, es intervenida por una amenaza permanente, pues en cualquier momento la policía caerá sobre los jóvenes que pretenden llevar hasta el límite sus ideales.
La historia reciente y lejana de un país siempre en crisis pasa por estos personajes simbólicos que se complejizan en el transcurso narrativo. En conjunto, surgen matices de fragilidad y se intensifica el conflicto con el protagonista, quien es encarado por una "nueva generación", que pareciera estar reiterando gestos y discursos, alguna vez ejecutados por el propio Barahona. La narración experimenta, por tanto, diversos quiebres a nivel de personajes, aunque la mudanza más determinante ocurre a nivel del dueño de casa. Las decisiones del pusilánime y corrupto Barahona dependerán finalmente del destino de la pareja, conformando el clímax del relato y la posibilidad de redención del protagonista.
Siempre es interesante que un narrador se arriesgue, en especial que autores que poseen un estilo definido se atrevan a moverse hacia zonas inexploradas en su escritura. Oses manifiesta grandes cambios en esta novela, que progresivamente se consolida como una alegoría, sin abandonar lo que ha sido frecuente en su escritura, la preocupación por el sentido de pérdida de sus personajes masculinos y la mirada crítica en tomo a la traición y la historia.