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Patricia Espinosa: La crítica insumisa

Por Catalina Mena
Publicado en Revista El Sábado de El Mercurio, 20 de noviembre de 2021



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De su edad ni idea, es de los datos personales que Patricia Espinosa se reserva. Pero esta doctora en literatura, profesora y crítica literaria bordea los 50. Ello si calculamos que ya en los años 80 estaba cursando la licenciatura en Literatura y, en paralelo, escribía sobre libros en el suplemento cultural del diario La Epoca, de ese entonces. Mucho tiempo después entró como crítica literaria a Las Últimas Noticias, donde lleva largo tiempo. Y hace poco se incorporó a la revista Palabra Pública, de la Universidad de Chile. En su trabajo diario, Patricia Espinosa es la jefa del Magíster en Estéticas Americanas del Instituto de Estética de la Universidad Católica, donde también dicta un curso de Crítica Cultural.


La Universidad Católica es percibida como un espacio muy conservador, pero tú haces cosas rupturistas, trabajas con feminismo, disidencias sexuales, etc.
—El Instituto de Estética nunca ha sido conservador. Desde el comienzo, en los años 60, tuvo profesores muy de avanzada, rupturistas, muy conectados con la actualidad política y social. Ha tenido por más de 50 años una revista que se publicó antes, durante y después de dictadura, aunque no hubiera recursos y saliera como un folleto. En esa revista hay artículos muy valiosos, de pensadores y pensadoras radicales. El Instituto de Estética siempre ha sido una especie de república independiente. Pero además la Universidad Católica no es conservadora. A lo mejor la gente tiene prejuicios, pero la Católica hoy es un espacio muy respetuoso de la diversidad de ideas, donde se piensa con libertad. Por algo llevo más de 20 años ahí.

Sus alumnos la califican como una profesora muy motivante, que tiene humor y agudeza, que abre caminos y que conecta a la universidad con la calle. Pero en el mundo literario, Patricia Espinosa es la crítica "temida", como suele oírse. Allí tiene enemigos, gente que se ofende con su impenitente manera de denostar libros y escritores que no le gustan.

Patricia nació en Rancagua y siendo muy chica se radicó en Santiago. Es hija de un periodista policial que para el golpe militar trabajaba en El Clarín. Apenas comenzó la dictadura, su familia se autoexilió en Colombia: "Mi familia adquirió la categoría de refugiados políticos de las Naciones Unidas", cuenta. "Salir de Chile me marcó, como marcaría a cualquiera. Y a mí me tocó atravesar la etapa adolescente, que tiene mucha incertidumbre y rollo. Yo siento que se me quedó pegada la sensación de desarraigo, de no pertenecer. Pero también ahí hay un sentido de independencia que valoro".

De regreso a Chile, entró a estudiar a la Católica y desde entonces no ha parado de leer y escribir sobre literatura, interesándose especialmente en los vínculos entre la producción literaria y la política, así como también en escritoras y personajes femeninos.

Hoy vive en un departamento en Ñuñoa. No tiene hijos. "Me di cuenta de que ese no era mi camino", afirma. Ya de muy chica había leído mucho en su casa y se había topado con diversos modelos de mujeres: rebeldes, solteras, insubordinadas. En su cabeza no tenía instalado el estereotipo de la dueña de casa con hijos.


"No hay vacas sagradas"

Suelen decir que eres una "temida" crítica literaria. En un artículo reciente en un diario hablaban de tu rasgo temible y salían varios personajes diciendo que el temor no se justificaba porque tus críticas no tenían ningún impacto.
—Ese es periodismo basura. En ese reportaje los que opinaban tenían un sesgo muy claro en mi contra. El objetivo era hacerme polvo.

Ese artículo salió después de que criticaste mal un libro de Fuguet.
—Claro. Lo que pasa es que para mí no hay escritores intocables, ni siquiera los fallecidos. Eso es tremendamente importante para hacer crítica: no hay vacas sagradas. Pero si uno no tiene vacas sagradas, cae bajo el castigo de un país clasista, racista y misógino como el que vivimos, donde se imponen figuras intocables. En Chile existe un establishment donde hay un grupo de poder y cuando tocan a alguien de su bando, aparecen los defensores. Y los escritores criticados, muchas veces, se hacen a un lado y dejan que la patota los defienda. De hecho, cuando hablé con Fuguet, él me dijo que no tenía nada que ver con lo que salió en La Segunda, que él estaba acostumbrado a la crítica y no tenía nada que reclamar. Es la patota la que toma el micrófono. Incluso han pedido que me expulsen de mi pega por un comentario literario que no les gusta.

Hablas de una mafia de escritores.
—Sin duda. Son escritores muy malos, escribientes apenas, que con suerte juntan dos palabras. Pero están súper apoyados, son institucionales y por lo mismo, son leídos y aparecen. Por otro lado, hay gente que escribe mil veces mejor que ellos, pero están en regiones y no tienen esa protección de la patota de los machos influyentes.

No eres amiga de los escritores, no te juntas con el "ambiente literario".
—No, no me interesa. Sería un lío. En el sentido de que, más tarde o más temprano, puedo terminar criticando a alguien que es mi amigo y eso podría prestarse para malos entendidos.

Me comentaron que les tenías mala a los hombres ABC1.
—Eso es una estupidez. Si fuera cierto que tengo prejuicio con ciertos sectores, yo habría dejado de hacer crítica hace rato, me habría retirado de los medios ¿Con qué cara voy a hablarles a mis estudiantes de ética? Sería imposible.

¿Qué es lo más importante que debe mantener un crítico literario?
—La autonomía y la ética. Las dos cosas están ligadas. Cuando veo amistad entre críticos y escritores que publican halagos mutuos y se etiquetan en redes, me parece súper irrespetuoso. No hay ninguna objetividad ahí.

¿Qué te pasa con el epíteto de "temida" que te han colgado encima?
—Yo no hago halagos ni ofensas: hago crítica. Lo que pasa es que en Chile hay una demonización de los discursos críticos, son mal recibidos. Y aún más si ese discurso viene de una mujer. A mí el epíteto de "temida" me da exactamente lo mismo. Yo no escribo para los escritores ni para las editoriales, sino para los lectores. Yo hago la crítica desde mi lugar y punto.

Si te califican así quiere decir que tu palabra influye.
—Francamente creo que en Chile la crítica cultural no influye. Un autor puede ser muy bien criticado, pero seguirá vendiendo más alguien de la farándula.

¿Hay crítica cultural en Chile?
—Sí, pero falta. De todas maneras, yo leo a todos los críticos, a Pedro Gandolfo, a Rodrigo Pinto, a Vicente Montañés.

Me nombraste a puros hombres. ¿Eres la única crítica literaria mujer?
—En los medios, sí.

Hay una cierta soledad ahí.
—El trabajo de leer, pensar y escribir es solitario por definición. Pero yo estoy conectada. Con las redes sociales tengo una recepción inmediata. Yo encuentro excepcionales las redes sociales. A través de las redes he podido conseguir libros que de otro modo no podría conseguir, he ubicado a autores que han sido impresionantemente generosos para pasarme sus textos, me he relacionado con personas que están en otros rincones del mundo. Yo creo que las redes sociales son un espacio válido para que la gente se muestre y muestre su trabajo. Yo misma me hago selfies y las pongo en Instagram. Es una cuestión lúdica. Hay que tomarlo con humor. En ningún caso voy a juzgar a una escritora porque sale en bikini.

¿Qué escritores o escritoras chilenas te interesan?
—Me fijo más en las mujeres. De autoras recientes chilenas, me interesan Carmen García, Romina Reyes, Carolina Brown, Nayareth Pino y Alia Trabucco.


"No acepto ser sujeto de violencia"

¿Cuáles son los criterios que utilizas cuando criticas una novela?
—Un libro es su forma y su contenido. Es cómo está escrito y qué está diciendo. Son las dos cosas juntas las que juzgo. También me interesan mucho las estructuras narrativas, el diseño literario. Pero cuando escribo una crítica para LUN, que es un medio masivo, hago un resumen, es algo breve, es un fragmento, no logro poner todo mi análisis ahí. Y eso no solo pasa conmigo, sino con todes los que escriben en medios masivos.

¿Hablas lenguaje inclusivo?
—Sí. Estoy totalmente de acuerdo con el lenguaje inclusivo. Es impresionante ver cómo le revuelve las tripas a tanto escritor. Hay que pensar por qué les molesta tanto a estos señorones, es como si les estuvieran picaneando el ombligo.

¿Y por qué crees que pasa eso?
—Es una marca de feminismo y el feminismo genera odiosidad. Entonces responden con la denigración, la ridiculización, la burla. Pasan por alto la connotación política que tiene el lenguaje inclusivo, que me parece tremendamente necesaria. El lenguaje inclusivo reconoce otras opciones de ser sujeto, más allá del binarismo hombre-mujer. Es un lenguaje más amplio y en ese sentido es beneficioso porque respeta la diversidad.

¿Desde cuándo eres feminista?
—Desde chica. Mi casa era un lugar con mucho libro, mucha revista, mucho diario. No había restricciones para leer. Desde chica leí de todo, también textos feministas. Y conocí mujeres rebeldes, no dóciles, antiburguesas.

¿Te consideras rebelde?
—Yo creo que sí. No acepto ser sujeto de violencia. Y soy activa en impedir la violencia hacia mis alumnes y otra gente.

Sin embargo, hay gente que considera violentas tus críticas. De hecho, haces fuertes descalificaciones.
—Pero siempre argumento. No pretendo tener la verdad del texto. Es una interpretación dentro de millones que puedan haber. A mí en lo personal, me gusta ser frontal, ir directo, sin tanto rodeo ni vuelta.

¿Estás consciente de que generas perturbación?
—Tengo conciencia de que no soy complaciente. Me doy cuenta de que si uno es un perkin, un servidor, tiene todo el camino abierto. Pero yo no me creo importante, para nada.


 

 

 



 

 

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