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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicado en Las Últimas Noticias, del 6 de Julio al 3 de Agosto de 2018



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Ciudad berraca
Rodrigo Ramos Bañados. Alfaguara, 2018, 145 páginas.
LUN, 6 de Julio de 2018

El norte chileno es el terreno donde se mueve con propiedad Rodrigo Ramos Bañados, una de las voces más destacadas del actual acontecer narrativo chileno. Con una prosa incisiva y vehemente, cercana a la crónica roja, el autor intenta capturar la violencia en sus múltiples dimensiones. Ciudad berraca, su quinta novela, se centra en la inmigración y el feroz racismo nacional.

La narrativa sobre las marginalidades ha venido reiterando el examen de un determinado segmento social que opera bajo la indiferencia, o incluso la ausencia, de los grandes poderes estatales o económicos. Esa ausencia, que puede ser verosímil, tiene un costo: las violencias que se desatan tendrían su origen en los propios sujetos marginales o en aquellos que les toca convivir muy de cerca con ellos. Este libro de Ramos Bañados sigue esta lógica al presentar la marginalidad, el mundo de los inmigrantes colombianos, expuesta a la confrontación con la chilenidad que rodea su barrio.

Bajo este marco, resulta inevitable que el relato siga una ruta donde se intensifica la condición corrupta de la marginalidad, es decir, una suene de inventario de males que no tiene otra salida que terminar reforzando la perspectiva xenófoba. Ramos Bañados se aleja de cualquier épica o microépica que redima, aunque sea un poco, la conformación de una turbia naturaleza en el extranjero.

Jean Parrada Castillo es el protagonista de esta historia. Un adolescente colombiano cuya familia ha escapado de la guerrilla, buscando ganarse la vida de manera legal. Jean representa la inocencia, expuesta a un contexto degradado que lo seduce progresivamente; por tanto, se verá enfrentado a diversas pruebas, donde se pondrá en juego su honestidad. Así, las expectativas del relato se reducen a cuándo caerá Jean.

Un aspecto determinante en este volumen es la configuración del narrador, un anónimo chileno situado en la ciudad donde ocurren los hechos, Antofagasta, convertida, tras la enorme oleada inmigratoria, en Antofalombia. Quizás para dejar en claro que este narrador no se deja atrapar por la neutralidad, llama "grone" (negro al revés) a Jean, aludiendo, además, a las dimensiones de su pene (un comentario ultrabásico que no está a la altura del autor).

Aunque la voz narrativa denuncia sin concesiones la decadencia de todo aquello que lo rodea, no deja de establecer dos zonas de tensión a partir de la pertenencia al territorio, el color de la piel y las costumbres de sus miembros: los chilenos y los inmigrantes. Mientras los primeros son un colectivo xenófobo y arribista, los segundos quedan definidos en una palabra: delincuencia. De ahí que el volumen tenga pocos momentos en que los migrantes puedan dar cuenta de su perspectiva sobre el nuevo territorio y de los modos de relación con el enfermizo nacionalismo chileno.

Ramos Bañados logra dar cuenta de un periodo caracterizado por un cambio cultural clave en la historia chilena, aunque afianza demasiado el punto de vista local. Quizás su mayor mérito sea que camine al filo de un precipicio, donde lo único que lo salva de caer directamente en la xenofobia es su desprecio por la chilenidad prepotente y arribista.

Ciudad berraca se constituye, por lo mismo, como una interesante novela, no la mejor de Ramos Bañados, sino que una novela de tránsito, cargada, eso si, de inseguridades y aprensiones que perjudican el buen trabajo narrativo que ha venido realizando este autor.

 

 


Un hermano muerto
Isabel Baboun. Cuatro Propio, 2018, 82 páginas.
LUN, 13 de Julio de 2018

Los símbolos de castración y muerte están siempre presentes en estos relatos de Isabel Baboun. Un hermano muerto es un volumen que da cuenta de los límites ambiguos de la razón, en una diversidad de voces femeninas condenadas a la soledad, el desarraigo y la búsqueda de afectos.

La prosa de Baboun se inclina hacia la lírica: es bullente en el uso de metáforas, comparaciones y reiteraciones oscuras, orientadas a componer un mundo femenino conmocionado, sometido a la necesidad de querencia que se niega y a un entorno que agrede. Este último aspecto se ve reflejado en la materialidad del habitar. Tanto es así, que el mobiliario, los jardines, los árboles, los cuchillos y hasta las vestimentas que utilizan o rodean a los personajes se encuentran permanentemente en actitud de impulsar el despliegue de la tragedia. Porque lo trágico es un concepto clave en estos relatos confesionales, pegados a las emociones, donde se ama o se odia sin rodeos, y donde los personajes están siempre dispuestos a exponer su tortuosa intimidad.

A través de actrices, montajes, directores, un guión, un ensayo teatral, la autora, que es actriz, va desplegando las dos grandes tesis del volumen: la imposibilidad de separar la realidad del dolor y la permanente noción de simulacro que impregna la realidad. En cada una de estas nueve narraciones hay una mujer que experimenta el daño y la pérdida de los límites entre lo deseado, lo vivido o lo imaginado. Nadie escapa, además, a la impostura de una actitud dócil para el otro, en pugna con un estado de íntima violencia. Una terrible contradicción que moviliza a las historias y que no busca ser remediada o superada.

La presencia de un núcleo común permite que los relatos terminen retroalimentándose, quizás en exceso. Esto permite clasificar estas historias como ejercicios de estilo, variaciones sobre un mismo asunto, que rechazan la unificación, pero que no pueden escapar de ella.

Los relatos "Judith" y "Un hermano muerto" comparten la esencia de su protagonista: una mujer que batalla con su deseo de crimen. En la primera versión, una actriz es acosada por su deseo de masculinidad, mientras en el segundo una mujer asesina a su hermano. "Judith", a su vez, se espejea con "Una actriz con Renée"; en ambos casos, una actriz ensaya una obra teatral mientras el guión se confunde con su vida. Finalmente, "Yalaá", "Rama arriba" y "El hombre que llora agarrándose una oreja" articulan la misma tensión entre desafectos y muerte.

Menciones especiales merecen tres relatos: por un lado, "Cuando un abrazo se ensaya", destacable historia de amor entre mujeres y el temor a enfrentar la represión social, y, por otro, "Itinerario de ruta" e "Irse", que son más débiles, pues el primero fuerza el experimentalismo y el segundo abusa del cliché y del tono tragicómico, disonante con el resto del volumen.

Un hermano muerto es un libro donde la composición juega un rol tan central como el intento por desarmar las anécdotas para dar cabida a voces protagónicas de mujeres que no esquivan el dolor ni su deseo de pertenencia. Baboun consigue en su primer volumen de cuentos imbuirnos en un despótico estado de turbación que, pese a todo, no logra aniquilar un exaltado deseo de sobrevivencia.

 

 


Laguna
Álvaro Bisama. Alfaguara, 2018, 119 páginas.
LUN, 20 de Julio de 2018

Como pocos autores chilenos actuales, Álvaro Bisama ha logrado construir una narrativa distintiva, algo así como el estilo Bisama, basado en la observación delirante, anclada en la provincia fantasmal, protagonizada por jóvenes perdidos. Más allá de ciertos desniveles en sus producciones, resulta destacable que sus libros acusen un sello reconocible a través del tiempo. Sin embargo, y por desgracia, ello no constituye en Laguna, su nueva novela, un muro de contención para el autorreciclaje o autoplagio: el mismo estilo se advierte aquí añejo, pues se repiten temas, puntos de vista y tics que en su conjunto acusan cierto agotamiento de la propuesta literaria del escritor.

Es ésta una novela circular, protagonizada por un hombre de mediana edad, encerrado en una habitación del sur chileno, con una tele sin señal, que recuerda de manera frenética. Han transcurrido los años, tiene otra vida, pero continúa atormentado por su época juvenil, cuando tenía 22 años y era un solitario, incauto y sin rumbo, que estudiaba pedagogía en una universidad porteña. Durante una noche de vagabundeo en febrero de 1992, mientras transcurría el Festival de Viña, se encuentra con el Chino, apenas un conocido, quien se ganaba la vida como cantante de bares y vendedor de marihuana. Esta última labor será el disparador de la novela. El Chino deberá cumplir con una oscura misión que le encargan sus superiores, arrastrando en ello al protagonista, quien no tendrá más función que ser testigo. En rigor, lo único que hace es mirar, alcoholizarse y drogarse.

La narración tiene como elemento dominante el uso intensivo del monólogo y la frase breve, recursos poco habituales en el autor, que permiten realzar al protagonista; pero esto no implica una mirada multidimensional a su intimidad, ya que el personaje, sin densidad psicológica alguna, es encajonado en la pasividad, la falta de determinación y, por sobre todo, la ausencia de recuerdos que permitan conocerlo más allá de las aventuras que vive con el Chino.

El bloqueo a la intimidad del protagonista tiene su contraparte en el ensanchamiento de los personajes secundarios. Una estridencia que sólo se justifica por la pasión del autor por la rareza, esencial para mover esta novela. ¿Por qué otorgar tanta importancia a los actores secundarios con relatos disparatados como el largo excurso sobre Luis XVI avecindado en Chile? Porque precisamente en ellos reside lo anómalo, no en el protagonista. Sin rareza no hay novela, parece ser un aforismo esencial de Bisama, y, a falta de extravagancia del protagonista de esta historia, bienvenidos sean los personajes menores. Es en este terreno donde surgen a sus anchas las ya conocidas obsesiones del autor, como la adolescencia o la juventud atrapada en la decadencia —que incluye moralina sobre el consumo de drogas—, ancianos delirantes, las huellas del nazismo en la región costera, la década del 90 como núcleo temporal, la convivencia con lo fantástico.

Las enormes anécdotas de los personajes secundarios terminan por hundir la novela. Al igual que la autodescripción que realiza el protagonista, demasiado literal, obvia en demostrarse atormentado por su pasado. Como un salvavidas a destiempo, hacia el final surge una pequeña reflexión sobre la memoria y la borradura de los recuerdos. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás: no es suficiente para reflotar lo que pudo ser una novela por lo menos destacable en innovaciones estilísticas. Laguna no es más que un patchwork mal cosido de todo lo que Bisama ha escrito hasta ahora.


 


El final del sendero
Carolina Brown. Emecé, 2018, 144 páginas.
LUN, 27 de Julio de 2018

Las historias de amor no están en retirada, al menos en la literatura. Por lo general, se trata de relaciones que intentan combatir el aislamiento y la falta de entusiasmo, pero que anuncian desde su inicio el posterior fracaso. En ésta, su primera novela, Carolina Brown, si bien se suma a ese carro, también enfrenta la compleja tarea de relatar una historia amorosa entre mujeres sin caer en lo cursi ni en la reproducción de un sentimentalismo oportunista.

El final del sendero acude a un tópico, cultivado desde la Antigüedad clásica, para otorgar ambigüedad al vínculo pasional entre mujeres: la amistad romántica. Este tópico permitía y permite exponer el afecto y la pasión desligados de la sexualidad; por lo tanto, el mundo conservador no tendría nada que temer. A fin de cuentas, constituye una táctica para que el amor y el erotismo lésbico puedan salir a luz, amparados en una amistad sin cuerpos y, esencialmente, sin genitalidad.

Pues bien, Brown asume este tópico, pero lo interviene con extrema sutileza, dejando en claro, eso sí, que no se trata de un mero aire fraternal, sino de una relación de pareja. Simo, la protagonista, y Jota son dos mujeres adultas que se conocen por azar en el supermercado del barrio. Surgirá entonces una relación alejada del contrato heterosexual. Esto significa una manera particular de conocerse y convivir, alejada de los patrones comunes. En principio, los personajes se ubican siempre en el presente; no hay futuro y el pasado es un marco importante para Simo. Además, no se requiere un discurso amoroso explícito ni menos detenerse en todos los obstáculos que la pareja enfrenta.

La autora proyecta calma en su prosa, tendiente a la frase breve, la descripción definitiva, los acertados diálogos casuales, sobre nimiedades por cierto, pero que ocultan claves de intenso sentido. Podría decirse que estamos frente a un modo de narrar que se conecta con la realidad por medio de un detallismo contenido. El relato dispersa los núcleos narrativos y los envuelve en una trama regulada en su dramatismo. Eso implica que los dolores, los traumas, las necesidades últimas están siempre ahí, interviniendo en la protagonista, pero asumidos sin queja, sin siquiera acusar que, por ejemplo, su infancia o adolescencia hayan marcado su adultez. Con naturalidad y una acertada disposición de los hechos, ya que hay diversos quiebres temporales, el volumen configura un mundo femenino de constantes pérdidas conformado por Simo, su madre y Jota.

Sólo hay dos aspectos disonantes en este libro. El primero se relaciona con la única presencia masculina de la novela. Desgraciadamente, la violencia, la delincuencia y la pobreza aparecen unificadas e igualadas en un mismo sujeto, instalando de manera rotunda un sesgo clasista. El segundo aspecto que pudo perfeccionarse es la ausencia de erotismo. La narración escabulle o castra todo aquello que relacione sensualmente los cuerpos de estas dos mujeres. Faltó mayor riesgo en este aspecto, ya que la autocensura limita la relación amorosa y, de paso, somete a la novela al peso de la cultura heterosexual.

Brown tiene una enorme capacidad para generar una intimidad cálida y triste, proponiendo un habla cómplice basada en los afectos, atmósferas melancólicas en sintonía con sus taciturnos personajes, restringidos en sus palabras pero amplios en su interioridad.

 

 


Madariaga y otros
Marcelo Mellado. Random. House, 2018, 180 páginas.
LUN, 3 de Agosto de 2018

Aquí deja atrás su homofobia, su misoginia, su desprecio social, sus ataques de ira contra los políticos, el reclamo por quedar fuera de los fondos estatales, el descontrol de su prosa, el abuso del lenguaje derivado de la Escena de Avanzada y el recargamiento descriptivo. Además, se aleja de su obsesión por la problemática regional como lugar de infinitas corrupciones y podredumbre. Marcelo Mellado parece ser otro en este nuevo libro. Incluso se podría especular que ha nacido un nuevo Mellado, cauto, sentimentalón a rabiar, además de erótico, romántico y, esta sí que es una novedad, comprensivo y hasta paternal en su visión de los poetas del puerto.

Madariaga y otros es un libro irregular, con narraciones excepcionales, otras mediocres y algunas fácilmente descartables. Lo mejor, sin dudar, es el primer segmento del volumen, conformado por siete cuentos que operan como una pequeña novela en torno al taxista y operador político Madariaga. Luego está la sección de relatos diversos, la parte más deficiente del libro, y, al final, una extensa historia de aventuras donde se confronta la colonización y la supuesta barbarie de los pueblos originarios del sur chileno.

El segmento central del volumen contiene narraciones no sólo poco arriesgadas, sino que provistas de un desbordante picoteo de estilos, desde relatos fantásticos, policiales y eróticos hasta emotivos, románticos y aventureros. Esta diversidad tiene como núcleo a personajes sumidos en el absurdo, ingenuos y superficiales en su configuración interna. En más de un sentido, los relatos de esta sección parecen fábulas facilonas de comprender en su sentido ejemplar. Así se advierte, por ejemplo, en "Brecht", narración sobre un estrambótico y nostálgico actor en decadencia que desea armar un teatro de aficionados. Este sueño, sin mediar razones, será reemplazado por un nuevo objetivo increíblemente ridículo. "El monstruito", por su parte, también se centra en un personaje grotesco, un niño "feo" que sólo se dedica a observar pichangas de barrio, pasarán los años y el niño regresará convertido en funcionario municipal.

"La República del Canelo", la historia final, es un relato interesante, pero técnicamente monocorde, sustentado en un protagonista que no posee modulaciones ni espesor conflictivo alguno. Se trata de un trabajador del Estado en comisión de servicio en la zona mapuche. La gran falla está en que este personaje, sin un discurso o un pensamiento propio, queda entrampado en el cumplimiento de lo encomendado por sus superiores; por tanto, la historia pierde consistencia y se transforma en la descripción de una cadena de pequeñas maniobras orientadas sólo a derrotar al enemigo.

Los desaciertos representan un costo no menor para este libro; sin embargo, resultan compensados con la primera parte, aquella dedicada a la figura de Madariaga, ex militante del Partido Comunista, entidad que eventualmente le pide colaborar como lobista en asuntos mayores y menores. Este tremendo personaje entremezcla dramatismo y humor negro de alto calibre. Su andar enérgico convive con una disposición sentimental que lo lleva a enamorarse y hasta disfrutar de los atardeceres costeros. Sí, aunque parezca sorprendente, esa imagen es de Mellado.

El libro Madariaga y otros sólo consigue redimirse gracias al personaje Madariaga; sin sus aventuras, este giro de Mellado no valdría un peso.



 

 

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Crítica Literaria.
Por Patricia Espinosa
Ciudad berraca, Rodrigo Ramos Bañados; Un hermano muerto, Isabel Baboun; Laguna, Álvaro Bisama; El final del sendero, Carolina Brown; Madariaga y otros, Marcelo Mellado.
Publicado en Las Últimas Noticias, del 6 de Julio al 3 de Agosto de 2018