Cuando Francisco Godoy me habló hace muy poco de La revolución de las ratas, señaló que era el mismo libro que había leído hace unos cinco años. Fue así como comencé a leer este volumen, con el ánimo de recuperar una escritura ya asimilada, sin embargo fue todo lo contrario. Esta Revolución de las ratas no es la misma Revolución de las ratas de hace cinco años. Es decir, sí lo es, pero al mismo tiempo no lo es. Digo que lo es, en tanto hay matrices formales e ideológicas que antes estaban comprimidas, pero que hoy se desenvuelven, mutan y radicalizan. Pero hay algo particularmente diferente en este libro respecto al de antaño y esto es la presencia de la rabia que se territorializa con desenfado, un gesto inusual para este país. Ya sabemos que la literatura chilena se hunde en la discreción, se vuelve putrefacta en lo no dicho, lo insinuado, que deriva en última instancia en la gélida despolitización del artefacto artístico. En Chile no se habla, se susurra, en los pasillos, las mesas de bares, los espacios de poder mayor y menor. Además, se realizan listas negras y los poetas o narradores se cobijan en la patota y la puteada a mansalva a través de las redes sociales.
La revolución de las ratas está conformado por XXXIII fragmentos poéticos, escritos siempre por una primera persona que observa y se incluye en los sucesos expuestos. Mediante un estilo de prosa poética con filigrana neobarroca, esta escritura dialoga con la visualidad propuesta a través del discurso lírico y el collage. Jesús Vicente Martín es el encargado de ejecutar el montaje de imágenes que constituyen en sí mismo un trayecto narrativo personal, pero que al mismo tiempo entra en diálogo con la lírica de Francisco Godoy. Dos textos unificados, en retroalimentación, al modo de un collage, pero también dos textos independientes, autónomos conforman este libro objeto donde la visualidad ocupa también un lugar preponderante.
Estamos ante un trabajo anclado en la iconografía homosexual, pero también en la simbología religioso-étnica latinoamericana (el equeco, la cholita boliviana, el cristo andino) y el kitsch europeo como la Duquesa del Alba, la reina Isabel de Inglaterra, la bailaora de flamenco, conviviendo con una arquitectura en ruinas o la prepotencia arquitectónica del primer mundo a través de rascacielos, centros comerciales, museos.
Todo esto intensifica el que La revolución de las ratas no tema abordar el lugar del sudaca que circula por Madrid, inserto en un territorio degradado, tan degradado como su propia condición de migrante. Me parece de vital importancia acudir a esta cita del autor en el segmento “fe de rata”: “Quise restregarme con las ratas y me sentí la mas rata de las ratas: por marica, enana, morena, pobre, sudaca” (LXXVII). La “ratidad” es compartida por la figura autorial, por el hablante lírico, lo cual determina la caída de cualquier privilegio y del atributo positivamente burgués. Autodenominarse “marica, enana, morena, pobre, sudaca”, no solo subvierte el binarismo de género sino que además categoriza al sujeto lírico a partir de su propia condición de género, clase y raza. La identidad objetivable se ancla en esta diferencialidad política que el volumen no abandona en cada uno de sus versos.
La perturbación identitaria se construye a partir de la conjunción de tres vectores: marica, pobre, sudaca. Cuando me refiero a perturbación, estoy aludiendo a la instalación de un sujeto latinoamericano en el primer mundo, un sujeto tatuado de minoridad, un cuerpo que será leído siempre a partir de su lejanía, minoridad y, por tanto, diferencia.
Francisco Godoy instala, además, en este texto, el concepto de “revolución”, derivado de Marx, filtrado por Benjamin. Entendiendo así, la revolución como el freno de emergencia de la humanidad ante una historia que se vuelve horrorosa. Godoy así señala: “Propongo la emergencia del filósofo, el historiador, el curador, el activista y el ensayista como poeta que revierte las propias lógicas de su estructura disciplinar” (LXXVII). Destaco este segmento, debido a la radical importancia que advierto en sus palabras orientadas a proponer un devenir poeta en diversos oficios, áreas o trabajos intelectuales entre los cuales cabe también el de activista. Este último término, opera como una crítica radical al intelectual de sofá, de Starbuck, que ve la Academia como un refugio. El trabajo intelectual como activismo me parece una propuesta no solo necesaria sino que fundamental para el contexto en que vivimos. Godoy nos enrostra el intelectualismo burgués, masturbatorio e indiferente a los avatares de la historia y, por ende, de los movimientos sociales y el avance del neoliberalismo.
Sin duda que yendo hacia atrás llegamos a Kafka y su “Josefina la Cantora o el pueblo de los ratones”, una alegoría sobre el poder al igual que “El policía de las ratas” de Bolaño; sin embargo también se expresa en este volumen La ciudad de las ratas de Copi, un texto donde el arte es una rata asimilable al rizoma. Francisco Godoy asume estos intertextos y contribuye con una perspectiva política materialista, alegórica y no alegórica, remarcando además una posición de sujeto desarraigado, extranjero y marica que habita ese primer mundo desde un discurso, como ya señalé, rabioso y bellamente resentido. El lugar de origen es un conjunto de pequeños fragmentos que emergen subrepticiamente en la voz de un sujeto que va más allá de la demarcación nacionalista y se instala en el territorio latinoamericano. La patria es Latinoamérica, una patria que se performativiza en una exotopía, desde un fuera permanente, desde una frontera que se impone como negación absoluta de la diferencia.
[*] Este texto fue leído en la presentación del libro, en la Biblioteca de Santiago, Santiago de Chile, Viernes 27 de septiembre de 2013.
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"La revolución de las ratas", de Francisco Godoy: politicidades de una poesía sudaca.
Presentación de Patricia Espinosa