Gonzalo Maier. Mal de altura. Santiago:
Penguin Random House, 2024, 132 páginas. Por Patricia Espinosa
Publicado en https://patriciaespinosahernandez.blogspot.com/ 24 de enero 2025
Digamos que lo intentó, pero no le dio el vuelo. La idea de poner a conversar a un filósofo con un empresario corrupto podría haber funcionado. Redimir al delincuente y prácticamente santificarlo, ha llevado esta novela al carajo. Mal de altura parte de una idea interesante: dos directivos de un holding muy importante y gestores de uno de los mayores delitos tributarios en la historia del país fueron sancionados con clases de ética en una conspicua universidad nacional.
Este suceso da lugar a un relato protagonizado por Sócrates Saavedra. Un mediocre profesor de filosofía nacido en los noventa, que trabaja en una lujosa universidad precordillerana. Su contraparte es Echaurren, un exitoso empresario a quien la justicia condena a tomar clases de filosofía.
Saavedra y Echaurren se ven obligados a pasar largas jornadas, caminando por el borde cordillerano, repasando obras filosóficas clásicas que puedan iluminar la vida del condenado. La novela se enfoca en la vida privada del profesor y en el desempeño académico de su alumno. Sócrates cumple perfectamente con el estereotipo de filósofo: un doctorado en Alemania que entendió que la filosofía era preguntarse cosas como de dónde venimos y hacia dónde vamos, ese nivel. Por supuesto que es solitario y con una vida amorosa fracasada. En lo laboral es mediocre y a pesar de su juventud parece siempre agotado de la vida, aunque sin dramatismo alguno. Sin embargo, no todo es tan básico. El empresario es construido desde el comienzo como un feroz amante del conocimiento, un tipo abierto al cambio y a la redención.
El problema mayor es que la anécdota es totalmente plana, sin tensiones. Eso se podría haber compensado con conversaciones profundas entre los personajes y con algún grado de desencuentro entre sus puntos de vista, pero nada. Los personajes apenas evolucionan, no hay sorpresas, llevando la trama a una pasividad de lujo. Además, se reiteran situaciones y la forma cansina del habla del narrador solo consigue que el tedio se apodere del acto de lectura.
La razón de todo esto es haber centrado la historia en excusar y lavar la imagen del corrupto empresario. Todo el esfuerzo, si es que lo hay, está puesto en presentar al ser humano tras el estafador de cuello y corbata. Un tipo, según el parecer del narrador: “desvalido, quebrado, desesperado”. Rasgos de los que no hay el más mínimo vestigio. Pese a ello, el filósofo se atreve a afirmar, con una ligereza impresionante, que se encuentra ante un hombre al que: “la plata le importaba poco y nada. Por un lado, la tenía y, por otro, lo pasaba bien multiplicándola [. . .] Era una forma de vida como podía serlo la medicina o la filosofía, o incluso los viajes espaciales. Echaurren no buscaba plata, nada le interesaba menos, sino una vida a través de la plata”. O sea es tanto y tan ridículo el afán reivindicatorio del volumen que dice que al tipo que ha estado todo su vida solo preocupado de ganar dinero, el dinero no le interesa.
De todas formas hay que admitir que en un punto la novela rozó una derivación interesante: el enamoramiento que el profesor siente por su discípulo: “un iluminado, un profeta, y yo un ciego que no lo pudo reconocer cuando pasó a mi lado”. Pero para Sócrates esto no es solo un amor platónico, lo desea con todas las de la ley: “yo quería que él estirara un brazo sobre mis hombros, que me apretara contra su pecho, quería sentir el olor de su desodorante, la pesadez de su aliento, y que me preguntara si no quería ser parte del directorio de una minera o de un banco menor”. Está claro que el filósofo no siente solo amor, sino que también quería agarrar un puestecito bien pagado, una cosa poca con unos cuantos millones de sueldo. La mezcla de poder, dinero y homoerotismo era un buena veta, pero el volumen se autocastra y la deja ahí como un acto fallido.
Cuando Echaurren se integra al circuito social del maestro y empieza a compartir con otros intelectuales, que por supuesto escuchan jazz en sus fiestas, se empieza a dibujar un posible intercambio de roles o robo de identidad. El libro acorta la distancia entre el narrador (Sócrates) y el héroe (Echaurren) en un proceso tan anunciado que no provoca sorpresa alguna.
Por la cantidad de errores que tiene el libro, Maier parece un escritor primerizo. La extraordinaria ingenuidad con que trata el tema de un millonario corrupto termina convirtiendo todo el esfuerzo en una simple y benevolente mirada hacia los poderosos.
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Gonzalo Maier. "Mal de altura".
Santiago: Penguin Random House, 2024, 132 páginas.
Por Patricia Espinosa