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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Las Últimas Noticias, 25 de Octubre al 22 de Noviembre de 2013



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Devoradas
Juan Ignacio Correa, Catalonia, 2013,175 páginas.
LUN, 25 de Octubre de 2013

El objetivo final de las novelas ejemplares es bastante simple, puesto que no es otro que pretender ser un instrumento para la corrección moral del mundo; en general, dan por hecho que vivimos en una sociedad acosada por la decadencia valórica y, además, que el arte literario ha perdido el rumbo. Según esa perspectiva, la literatura estaría alejándose cada vez más de su tarea primordial, a saber, la enseñanza de elevados patrones de comportamiento.

Ese didactismo se manifiesta como la preocupación principal de Devoradas, de Juan Ignacio Correa, un libro al que le queda grande la calificación de novela e, incluso, alguna inclusión en la historia del moralismo literario, que en nuestro país ha tenido grandes cultores. Estamos frente a una narración que fracasa en todas sus líneas; sin embargo, es admirable por su desfachatez, arriesgándose con total desparpajo a presentarse como un relato seudocoral.

Personajes atrapados por las drogas son el material elegido para probar la hipótesis del libro. De ellos, sabemos que la droga los pilla en el preciso momento en que sus vidas van en picada y que no los suelta hasta hacerlos puré. Como figura central tenemos a Pedro, un brillante universitario, joven y adicto, que seduce a María, su profesora, graduada en Estados Unidos, que antes de conocer a su amado señala: “Si al menos tuviera a un hombre a mi lado”. El volumen inserta fragmentos del diario de vida de la maestra, escrito entre 1993 y 1995, quien se vuelve adicta en un día, gracias a la mala influencia de Pedro, que establece el juego de mantenerla sexualmente convulsionada y luego abandonarla. En sus momentos de máxima desesperación, ella dice: “Estoy a punto de ponerme a patear las murallas. Mejor me voy al mall” o “Necesito mascar un chicle. El túnel se estrecha. El clima es definitivamente premenstrual”.

Pedro experimenta amor y odio hacia María, mientras ella se convierte en su esclava. Pero la novela se atreve a desentenderse de la tortuosa pareja, abriéndose hacia débiles personajes satélites cuya única función es demostrar los estragos que causa la droga y el infierno que ha traído a sus vidas. Sus discursos resultan insípidos y superficiales, al igual que los diálogos, los que han sido elaborados, en lo formal, con una torpeza paradigmática sólo comparable con el confuso tratamiento de la temporalidad.

Devoradas es una novela desestructurada, carente de cualquier atisbo de belleza prosística y atestada de personajes maqueteados. Para peor, Pedro, el protagonista, aparece como un personaje inacabado, como si hubiera sido apenas bosquejado.

Como literatura, Devoradas vale menos que cero y, aun cuando lo pensáramos como un simple libro moralista y de autoayuda, no se le puede dejar de exigir un mínimo de capacidad técnica y una reflexión un poco menos mecánica y fundamentalista.

 

 

Corazón Virgo
Ramiro Rivas. Editorial Bravo y Allende, 2013, 101 páginas.
LUN, 1 de Noviembre de 2013

En junio de 1963, el crítico literario Vicente Mengod señalaba en La Segunda : “He aquí un cuentista directo, un escritor que relata sin perderse en telarañas ni lugares fuera de lo común”, refiriéndose al autor de Una noche sin tinieblas (1963), conjunto de relatos que inauguró la ahora extensa obra literaria de Ramiro Rivas. Lo cierto es que Rivas se ha dedicado por ya medio siglo a escribir fundamentalmente cuentos, sin perderse, como dijo Mengod, en lugares fuera de lo común. Sin embargo, el territorio de lo común para Rivas tiene dimensiones bastante particulares.

Corazón Virgo, su nuevo libro de relatos, reincide en lo que ya es parte fundamental de su estilo prosístico: merodear por la conciencia de un personaje en permanente desajuste con su entorno. Cada narración de Rivas no suelta jamás a un personaje que arrastra una soledad de la cual es imposible escapar y que determina una condición de pesadumbre que perturba cada acto de la vida cotidiana.

Ubicado en unos difusos años 80, el volumen insiste en la ausencia de futuro, y la vida, por lo mismo, se limita al día a día, en un contexto de individualismo impuesto por una permanente amenaza. La dictadura se va entrometiendo en las vidas cotidianas, en la amistad, los amores, el trabajo, la pérdida del tiempo, dando lugar a una forma particular de sobrellevar el fracaso, donde sólo queda en pie una resistencia muda, anulando cualquier rasgo que pudiera llamar la atención. Aun así, el deseo no se detiene, y es por ello que la escritura de Rivas jamás se despega del erotismo, de la sexualidad, de las ganas de entablar un vínculo o de buscar el momento adecuado para vengar la traición amorosa o política.

A comienzos de los 70 surgió en Chile una narrativa del entusiasmo que la dictadura devolvió hacia la angustia y desazón que marcó a los cultores de la llamada generación del 50. Ramiro Rivas es un claro ejemplo de esto, quedando en él sólo algunas huellas del vitalismo setentero. Pero el dolor ya no tiene la carga filosófica de sus predecesores cincuenteros, sino que se materializa, se vuelve doméstico y total, porque la posibilidad de recomposición de un orden es sacada de escena. Así, los personajes parecen destinados a transitar y generar afectos unilaterales de manera desesperada. La respuesta a la hecatombe del individuo y de la historia deriva en la urgencia de exponer la intimidad en medio de la rabia y el arrobo.

Desde el permanente uso del monólogo interior y empapada de derrota, la escritura de Ramiro Rivas corre imparable, rítmica, bullente de imágenes, adjetivando con entusiasmo y poetizando sin respiro. Más allá del relato final, que desentona sin miramientos, Corazón Virgo es un libro valioso que permite recuperar la vigencia de uno de los más interesantes cuentistas nacionales.

 

 

El Tarambana
Yosa Vidal. Santiago, Tajamar,2013, 180 páginas.
LUN, 8 de Noviembre de 2013

La violencia la obliga a tomar la decisión de protegerse y camuflarse, a insertarse en la sociedad asumiendo gestos, actitudes, vestimentas y comportamientos masculinos. Sólo sabemos que se apellida Concha Baeza, que nació en la comuna de La Florida en 1942 y que es una buscavidas, una astuta y ladina transgénero que aquí funciona como el antihéroe característico de la novela picaresca o de la llamada “epopeya del hambre”. Recordemos que ése es un tipo de narrativa ejemplar con una fuerte base de crítica social, en la que el pícaro –siempre de origen popular– debe luchar contra un destino de pobreza para sobrevivir a costa de engaños y trampas.

Concha Baeza es la protagonista de El Tarambana, esta divertidísima y profunda primera novela de Yosa Vidal, que se adhiere no sólo a la picaresca, sino también al neopolicial con un fuerte componente político y, por supuesto, a la problematización sobre el género sexual. A través de una prosa intencionadamente ampulosa, con recursos de una retórica de castellano antiguo, surge una tonalidad cercana al romance, a la lírica y la teatralidad. La autora consigue tramar con equilibrio preciso esta diversidad de registros, dando lugar a una voz fluida, lenguaraz y filosa.

Las aventuras de aquella joven que se convierte en pícaro son narradas en primera persona, al modo de un testimonio o “relación”, según señala ella misma, que le entrega a un destinatario ligado a la ley, es decir, un policía, juez o abogado, al que debe convencer de su honestidad. Esta confesión del personaje es relatada en diez segmentos que dan cuenta de los viajes que realiza y los amos o patrones que tiene en el transcurso de veinte años. La narración corre por su adolescencia y adultez, asociando su vida con hechos que marcan las décadas del 60 al 80, como la Unidad Popular, el Golpe, la dictadura, la figura de Jaime Guzmán y de Miguel Ángel, el vidente de Villa Alemana.

El volumen no baja jamás en la intensidad de la acción ni en el ritmo, como tampoco en la fuerza discursiva ni el temple del (o de la) protagonista, quien pasará por múltiples y complejos sucesos, donde su vida correrá peligro continuo. La condición de pícaro, por su parte, nunca se diluye; al contrario, va reforzándose, al igual que su ser masculino, llevándolo a perfeccionar las técnicas de ocultamiento de cualquier indicio femenino y a borrar por completo la imagen de mujer que alguna vez proyectó.

La picaresca y sus entrecruces han sido parte central de la narrativa chilena, específicamente la de corte social, ya que permite que se haga visible el mundo de la exclusión y, por sobre todo, el riesgo permanente de los desposeídos y sus elaboradas tácticas para evadir y burlar a los poderosos. El Tarambana es una novela que se escapa con sapiencia del peligro moralizante y que destaca por la pulcritud en la construcción formal, además de enfocarse, con inteligencia y desbordes de apasionada sorna, en cartografiar la marginalidad.

 

 

Virginia Water
Alfredo Sepúlveda. Ediciones B, 2013, 364 páginas.
LUN, 15 de Noviembre de 2013

Entre octubre de 1998 y marzo de 2000, Augusto Pinochet estuvo detenido en Londres, acusado de crímenes de lesa humanidad por el juez español Baltasar Garzón. Éste es el marco en que se desarrolla Virginia Water, la reciente novela de Alfredo Sepúlveda, centrada en un historiador que poco a poco hace trizas su vida mientras, por encargo de su tía Margaret Thatcher, realiza una biografía al dictador.

Las entrevistas con Pinochet siguen un ciclo de eterno y angustiante retorno. Durante la primera mitad del libro, el biógrafo consigue poco y nada de un anciano tirano que se niega a responder, desvía las respuestas o se parapeta tras una torpe versión de la historia que justifica no sólo el Golpe, sino también su largo mandato. En la segunda mitad, la novela tiende a adquirir un poco más de velocidad; sin embargo, el relato se focaliza en la cada vez más intensa decadencia psicológica del historiador.

En términos gruesos, la anécdota resulta desnivelada, ya que descuida la figura de Pinochet y potencia con detallismo la intimidad del historiador-biógrafo, un sujeto cada más deteriorado por el alcohol, en el que ahoga la culpa por la muerte de su pequeño hijo. La presencia del dictador en Londres, la molestia de sus vecinos, la multitud de manifestantes en las afueras de su casa y la desaparición de un par de cisnes forman parte de una escenografía fácilmente reemplazable.

La novela le quita peso a la tragedia histórica y privilegia la tragedia íntima. Si bien naufraga en el cultivo de las potencialidades del género literario ligado a ficcionalizar la historia, acierta en la construcción del biógrafo, un personaje elaborado con firmeza en sus perturbaciones, silencios, actuaciones erráticas, enfocado únicamente en hundirse en su tragedia familiar. En este sentido, Virginia Water consigue armar un atractivo retrato psicológico de un personaje fracasado, destrozado por el derrumbe familiar, por la dramática historia doméstica capaz de empequeñecer cualquier preocupación anexa, por más importante que sea para la historia de la humanidad.

Virginia Water es un libro cuyo tema resulta subdesarrollado, por lo cual pierde intensidad y relevancia. Al hecho de que casi no existan tensiones de orden conspirativo y si es que se presentan sean rápidamente diluidas, hay que sumar el pobre vuelo político que tiene el volumen. La figura del dictador queda más o menos acorazada tras las versiones oficiales de su entorno y sus salvadores. Sepúlveda no corre ningún riesgo, al extremo de obliterar el rol del gobierno concertacionista como garante del retorno del dictador. Virginia Water, más allá del tratamiento que hace de su protagonista, no queda mal con nadie, desaprovechando las libertades que da la ficción para reflexionar sobre la historia.

 

 

Space Invaders
Nona Fernández. Alquimia Ediciones, 2013, 88 páginas.
LUN, 22 de Noviembre de 2013

El año 2012, Nona Fernández publicó una de las más interesantes novelas de la última década: Fuenzalida, un libro en que la memoria se impone como lugar central en el proceso de configuración identitaria. Una memoria que sólo puede surgir como fragmentos dispersos, imposibilitados de alcanzar la unidad suficiente para permitir una mínima reconciliación con la ruindad del pasado.

Fernández insiste en ese camino con Space Invaders , su último trabajo. Una novela breve, pero profundamente evocativa, donde la memoria pasa a ser una especie de dañado álbum fotográfico, con secuencias temporales quebradas que difuminan la linealidad y capítulos que se niegan a bajar la tensión, generando una sospecha de horror continuo.

Los dos primeros capítulos en que se divide el volumen, titulados “Primera vida” y “Segunda vida”, se centran en la intimidad de la protagonista, mientras que “Tercera vida” y el capítulo final, “Game over”, se abren hacia la historia del país. Estos dos últimos segmentos construyen una ficción histórica, donde se insertan nombres y datos no ficcionales que contribuyen a potenciar los hechos abordados en los segmentos previos. De tal modo, se intensifica una relectura pavorosa de la infancia imposibilitada de sospechar el amenazante entorno que habitaba.

Aun cuando la narración recorre tres décadas, instala un origen, el año 1980, y una protagonista, Estrella González, hija de un carabinero, quien concurre diariamente a un liceo de Avenida Matta. La niña, al igual que sus compañeros, juega, flirtea y obedece con timidez las rutinas militarizadas que el sistema educacional le impone. El espacio colegial durante los cinco años en que asiste Estrella, acorde con el régimen de dominación que vive el país, se inscribe en los cuerpos de estos niños que deben vestirse y peinarse de un modo particular, cantar el himno nacional con gallardía, formarse como en un regimiento rindiendo culto a la bandera y bajar la cabeza ante la estricta voz de los adultos que no dejan de demostrar su poder. Sin embargo, también hay momentos para pequeñas desobediencias como lanzar panfletos en las afueras del liceo o realizar algún cándido juego amoroso.

Dos ejes y dos narradores estructuran este volumen. Uno de estos ejes es la pequeña Estrella, quien narra en primera persona entre 1980 y 1985. Este último año adquiere una importancia radical en el relato. El 29 de marzo, fuerzas de Carabineros asesinan a los hermanos Vergara Toledo y secuestran a Manuel Guerrero y José Manuel Parada; ese mismo día, nos dice el narrador, deja de asistir a clases Estrella González.

El segundo eje, narrado por una voz omnisciente situada a finales de la década de los 90, reproduce las palabras de un grupo de ex compañeros de curso de Estrella: la mejor amiga, Maldonado; el chico con el que coquetea, Zúñiga; y el único que alguna vez visitó su casa, Riquelme. La narración se centra así en los macabros recuerdos colegiales de esos adultos y en el destino de Estrella que los marcó a fuego. Se encabalgan, de esa forma, múltiples imágenes pesadillescas de ese pasado que perturban su presente y los llevan caóticamente a recuperar trozos de los momentos de convivencia con la niña que desapareció de sus vidas sin dar explicación alguna.

La novela trenza con suma pulcritud la historia criminal del país con la de un grupo de personajes acosados y profanados por la perversidad. La autora ejecuta un magnífico estudio sobre la lúgubre atmósfera epocal al confrontar la pureza con el mal infiltrado en lo cotidiano. Space Invaders confirma la consistencia literaria alcanzada por Nona Fernández, quien escenifica con excelencia una estética de la memoria intervenida por una violencia que una vez inscrita en los cuerpos no los abandonará jamás.




 

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