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Crítica Literaria

Por Patricia Espinosa
Publicadas en Las Últimas Noticias. 14 de Julio al 11 de Agosto de 2017




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Pequeños cementerios bajo la luna
Mauricio Electorat. Alfaguara, 2017, 294 páginas.
LUN, 14 de Julio de 2017

En su nueva novela, Pequeños cementerios bajo la luna, Mauricio Electorat en lo que parece ser un gesto de autohomenaje, recupera y estruja sin mayor pudor su primera narración de largo aliento, El paraíso tres veces al día, publicada hace 22 años.

Aquel relato estaba protagonizado por un reflexivo joven chileno, aficionado a la lectura, que ejercía de portero nocturno en un hotel de mala muerte en un París violento y oscuro. El personaje central de Pequeños cementerios bajo la luna es menos intimista, aunque también chileno, lector, conserje nocturno de hotel en un París de postal, benigno y blando. En todo caso, el núcleo de este nuevo libro es el principal aspecto novedoso, ya que enfatiza la tortuosa historia familiar de Emilio Ortiz, el protagonista, y los vínculos de su padre con la dictadura.

En los dos primeros capítulos, Ortiz se desgasta contando innumerables anécdotas de hotel, con clientes exóticos y rarezas típicas del submundo nocturno, pegadas al cliché bohemio y la resolución anodina. Se desperdician así páginas y páginas. Lo más rescatable en estos segmentos iniciales es la información desperdigada que le llega al personaje sobre su familia, que alcanzará sentido pleno en la tercera parte, donde debiera comenzar el libro, cuando Emilio regresa transitoriamente a Chile.

A partir de este viaje, el relato entra en vereda, cambiando su registro y la estructura de manera radical. Atrás queda la escritura recargada, la frase larga, desmesurada en descripciones contextuales, el tono benevolente y sin matices. La historia, ahora sí, alcanza espesor, al igual que los personajes, surgiendo imágenes sutiles en tomo a la pérdida, la angustia y la decadencia.

La familia y en especial el padre de Emilio Ortiz son el centro del segundo tramo de la novela. Gracias a una actitud pragmática y sugestiva, llevando al límite a un protagonista que consigue invalidar la noción de antihéroe y, con ello, entrometerse en una trama de doble filo, surge la decadencia de una estirpe y la alegoría nacional, en tanto la narración pone en escena el colaboracionismo de los civiles en dictadura. Sin sutileza alguna, el relato expone escenas de violencia atroces e identifica responsabilidades que deberán pagar por lo cometido.

El problema central de esta novela es la autocita, que juega definitivamente en contra, permitiendo que dos de sus cinco capítulos, aquellos centrados en la vida del protagonista en París y que invocan sin límites a Rayuela, resulten prescindibles. Demasiado, porque se trata de un narrador, digamos, con oficio. Este desacierto bloqueó la posibilidad de construir una novela sustanciosa de manera integral, es decir, sin irregularidades, ya que el resto de los capítulos sí conforman una unidad diferenciada, donde sin alardes técnicos ni perogrulladas sentimentales emerge un relato policial intenso y atractivo.

Aun así, y pese a que comienza de manera irregular y se cuelga en demasía de su pasado literario, Electorat consigue sacar adelante una ambiciosa novela político-moral, donde la violencia y la venganza ocupan un sitio relevante. De esta forma, Pequeños cementerios bajo la luna marca un hecho inédito, por el modo en cómo se resuelve el conflicto abierto por la falta de castigo a los civiles cómplices de la dictadura y, en general, a los criminales de derechos humanos, distanciándose del discurso reconciliatorio, tolerante y civilizado predominante en la narrativa chilena post 90.

 

 


Retrovisor
Mónica Drouilly. Libros de Mentira, 2017, 111 páginas.
LUN, 21 de Julio de 2017

Sentir que no encajan y que es necesario reforzar esta obstrucción a través de la autonomía, el individualismo, es más que suficiente para estos personajes. En todo caso, ese repliegue sobre sí mismos no los impulsa a la marginalidad, ni a fantasear con otras vidas posibles, tampoco a discrepar o a quejarse. Lo que sí aparece es una conciencia de absurdo y una mirada irónica ante una realidad donde, en apariencias, todo transcurre con lasitud y sosiego.

Retrovisor es la primera publicación de Mónica Drouilly, un volumen de relatos breves donde abundan los personajes femeninos, en apariencia, normalizados por su inserción y funcionamiento en el mundo. Sin embargo, hay un rasgo permanente y distintivo en ellas, que las expulsa de lo estándar y las transforma en seres distorsionados y retorcidos; esta particularidad es su caída constante, como si fuera algo deseado, en la catástrofe menor, cotidiana. Tras cada relación fallida, en vez de contrariedad o descontento, surgen, como trofeos de guerra, el goce y el entusiasmo por la recuperación de la autonomía. Los personajes femeninos no esquivan el mal, sino que lo asimilan y luego lo reconvierten en triunfo, liberándose del ritual del sufrimiento, la victimización y el drama.

La resistencia al dolor siempre está presente en el contrapunto entre la protagonista y un personaje secundario que amenaza con volverse imprescindible. Evitar la dependencia, entonces, es el gran desafio que deben sortear estas mujeres que buscan el "dolor exquisito" y que carecen de misericordia, nostalgia o tristeza. Esta operación es realizada en un nivel infra, reducido, apenas palpable, pero de forma muy efectiva. Así, las narraciones de Drouilly no se cansan de postular que la soledad o la emancipación son bienes innegociables, cualquiera sea el costo.

Entonces, para salvaguardar la autonomía, en lo material y afectivo, se corta simbólicamente con la madre servicial, que vive para complacer a la familia o con la madre indolente, que sólo vela por sí, y también con el sujeto trepador, que sólo piensa en su carrera académica, con un roomie que sin aportar un peso se apodera del espacio común, e incluso con un perro faldero que libera a su dueña al desaparecer o un peluche rescatado de la basura que termina engalanando una animita.

Si bien es cierto que Drouilly organiza sus relatos a partir de conflictos y temáticas que parecen estar atrapados por la total ingenuidad, consigue sacarle partido a lo que pudo ser una debilidad irremontable. Su gran acierto es precisamente la exhibición constante de una ingenuidad simulada, falsa en último sentido, porque es desafiante, ya que jamás deja de jugar con el lector, quien deberá decidir ante quién se enfrenta. Desde mi perspectiva, se trata de un femenino consciente de cómo sobrevivir en una vereda diferente a la asignada por la cultura, ejerciendo el control de modo larvado, desdramatizado y en un registro valórico que contraataca los códigos románticos y de amor filial.

Drouilly escribe con limpieza, con un tono meditativo, calmo, sin afectación; además, utiliza con cautela, un lirismo nimio, sin abstracciones o conmociones engoladas y excéntricas. Finalmente, la ironía es otro de los aciertos de esta escritura, desplegada con una apacible y grata ferocidad, al igual que la sigilosa maldad que habita en estos personajes por los que cualquiera apostaría a que no quiebran un huevo.

 

 


El otro
Claudio Gudmani. RIL, 2017,137 páginas.
LUN, 28 de Julio de 2017

Imposible olvidar al protagonista de este libro: por intragable, petulante, recargado de prejuicios. El tipo es un ladrillo, pesado, rígido y compacto. Estamos frente a un caso ejemplar de construcción de personaje, expuesto sin piedad como un despojo humano, hecho que Simón Fishman, el individuo en cuestión y pilar del relato, desconoce olímpicamente. El otro es una novela donde se ficciona una autobiografia sentimental pero también un thriller en clave policial sobre un hombre trastornado por sus ínfulas de escritor. Sin embargo, la narración resulta irregular, en especial porque la veta policial se muestra débil en el tratamiento y resolución del crimen.

A las anteriores flaquezas se suma la conformación errada del protagonista. Un personaje al que no le es suficiente el perfil de canalla, sino que requiere saturar con sus razonamientos y reflexiones. Fishman es configurado con mezquindad, por medio de un trazo grueso, limitado en las motivaciones y consecuencias de su actuar, el de un obsesivo conquistador. Con poco esfuerzo, la narración lo entrega a un discurrir superfluo en su idealismo respecto a lo femenino. Por tanto se vuelve homogéneo, reiterativo y hasta chato.

Alrededor de Fishman ocurre una amplia cantidad de suicidios y crímenes, que ignorará hasta avanzada la historia, ya que su preocupación central es escribir su novela y revolcarse en sus fracasos y victorias amorosas; reconociéndose como un experto seductor, pone todas sus armas al servicio de cazar mujeres de cualquier edad y condición social. El detalle de sus aventuras sentimentales, el meollo de gran parte de la novela que ha escrito y leemos, es dialogado con una lectora imaginaria. Se trata de una mujer, situada en algún lugar del orbe, construida como la perfecta cómplice e intérprete de cada una de sus andanzas. El futuro se encargará de materializarla, permitiéndoles concretar un amor perfecto.

La actitud dominante que despliega el protagonista le permite manipular hechos y personajes, y, lo principal, narrar desde un punto de vista autoritario y triunfador, donde no cabe la crisis ni menos el antagonismo. Una sumatoria de bloqueos que impide el riesgo de hacer surgir un conflicto que haga tambalear los planes del protagonista, lo cual, sumado al control excesivo sobre la historia, no deja espacio a la participación del lector, quien es maniatado por la estrategia narrativa del autor.

Este tipo de novela, donde el protagonista es arrollador, requieren amplitud y detenimiento en la configuración de éste. Indicios, datos mínimos, lo que sea sobre su infancia, adolescencia, relaciones familiares, por decir lo menos, son centrales en la explicación y posible comprensión de la identidad del personaje; sin embargo, todo lo señalado no existe en esta narración. Al contrario, la intimidad Fishman resulta tan resguardada como su verdadera cara, expuesta a medias al final del libro. Este conjunto de ocultamientos, característicos de un mal thriller, favorece el desenlace facilista que esta novela contiene.

Si bien podría considerarse que la cursilería del personaje, su romanticismo añejo, su actitud de seductor anacrónico y la extrema sobrevaloración de sí mismo son aspectos provechosos, se pierden por única y exclusiva responsabilidad del inhábil desempeño de la historia policial. Si a lo anterior le sumamos un final apresurado, tenemos como resultado un libro que no supo hacer rendir el potencial que le daba su detestable y pervertido protagonista.

 

 



Se vende humo
Joaquín Escobar. Narrativa Punto Aparte, 2017, 162 páginas.
LUN, 4 de Agosto de 2017

La palabrería incontenible caracteriza estos relatos de Joaquín Escobar. Se vende humo es un libro donde predomina un realismo agujereado por ensoñaciones y zonas oscuras que colindan con estados de conciencia alterados, todo aplastado por un exagerado énfasis en lo grotesco y la proliferación desenfrenada de imágenes que, enmascaradas de rudeza, no consiguen ocultar un mensaje meloso y convencional sobre la falta de afectos.

Los personajes pocas veces pueden intervenir en la realidad que los rodea. Más bien se ven arrastrados hacia fisuras de la realidad que los obligarán a enfrentarse a sus temores y anhelos más profundos. Un esquema que se reitera de un cuento a otro, al igual la construcción de sus protagonistas, en general un joven profesional, sociólogo en varios casos, desempleado, enamoradizo, adepto a la literatura, la balada romántica y el fútbol. En última instancia, un varón tosco pero sensible y mucho más estándar de lo que él se concibe.

Resulta interesante el modo en que estos personajes razonan. A pesar de su parada de intelectuales ácidos, siempre de vuelta, su función es más bien instrumental, limitándose a revivir el lugar común del letrado marginal, con eterna resaca de drogas y alcohol, una suerte de post-Bukowski, o más bien el añejo Bukowski, ahora con carrera universitaria humanista. La única salida de estos protagonistas es el delirio transitorio, que les permite el acceso a su inconsciente. En este lugar, se enfrentarán sin restricciones al temor a la muerte y sus deseos de alcanzar la tranquilidad. Sin humor ni ironía, viajarán por alcantarillas, escaleras en espiral, cañerías entre muros o un parque de diversiones hasta llegar al balneario de El Tabito, convertido en una suerte de lugar ondero-kitsch.

Escobar carece de control. Sus narraciones no tienen la menor intención de comprimir las descripciones y menos variar estructuras y perfiles, aprisionando a los personajes, neutralizándolos. En oposición, otorga relevancia a agobiantes espacios, arracimados de imágenes y sensaciones violentas y enloquecidas. Incapaz de generar movimientos de trama, cada relato posee una mínima columna vertebral, un hecho pequeño, siempre asociado a los afectos, que hace que emerja una realidad paralela que controla y determina a los protagonistas.

El muestrario de seres extraños que desfilan por estas historias incluye una guagua succionadora que, como una aspiradora, se traga al protagonista de turno y un padre que camina por el mar. En el terreno de lo femenino, tenemos desde veganas aficionadas a Sartre y góticas voluptuosas que anhelan tener sexo nada más y nada menos que en la tumba de Auxilio Lacouture, hasta tatuadas salvajes y posesivas, diestras en tragarse al amante o, cual amazonas, enfrentarse a la batalla montando elefantes en las profundidades del sur nacional.

Más allá del amplio derroche de imágenes, el convencionalismo de los protagonistas es tal que sólo actúan enceguecidos en busca del amor, filial o romántico, un rastreo plagado de referencias literarias y, para rematar, citas futboleras utilizadas ingenuamente como ejemplo de una comunidad fracasada pero que aún se puede reunir en torno a un mito. Mucha faramalla para que todo termine por reducirse a un mediocre libro de amor, citas literarias y fútbol.

 

 


Matar al Mandinga
Galo Ghigliotto. Lom, 2016, 144 páginas.
LUN, 11 de Agosto de 2017

En un periodo relativamente breve —el 2013 publicó sus primeros relatos—, Galo Ghigliotto ha dado un giro importante a su escritura. En Matar al Mandinga, su debut como novelista, demuestra no sólo capacidad de riesgo, sino también seguridad estructural y un estilo depurado, contemplativo y preciso en su lirismo ético-social.

Este libro está dentro de las publicaciones narrativas chilenas más destacadas del último tiempo. En particular, por la originalidad y tratamiento de una temática que reúne, mediante un proceso místico-guerrero, a un potente personaje central con la historia del país. El protagonista experimenta un tormentoso itinerario de autoconocimiento espiritual, al modo de un héroe mítico, mientras trata de cumplir con una doble misión. Primero, consolidar su interioridad, un camino de beatitud, y, luego, vengar la muerte de su maestro de karate, miembro de un movimiento de izquierda, torturado y asesinado por la dictadura. A partir de entonces, el protagonista, que resguarda su nombre, precisamente por el deber de su misión encubierta, transitará por más de una década de la historia del país, con el objetivo de matar al dictador, a quien denomina Mandinga, provisto sólo de sus particulares armas, su cuerpo y potencia mental.

Dentro de los aspectos más sobresalientes de este volumen se encuentra la conformación del mundo narrado, estructurado a partir de niveles que se articulan y disgregan reconfigurando constantemente lo real. El acceso a estos distintos niveles es sólo para los elegidos, pero el protagonista, que pertenece al territorio del bien, está dispuesto a entregar su vida al cultivo de su ser para lograr la rearticulación del orden cósmico y humano. A pesar de lo sinuoso del recorrido, los acontecimientos se encuentran atados por la presencia constante de la tensión entre el devenir del héroe y la violencia militar, presente en todos los lugares por los que atraviesa, ya sea en el norte como en el sur del país.

El protagonista es otro de los aciertos del libro. El personaje piensa desde una lógica pararracional, donde es necesaria la templanza para enfrentar el daño, el respeto hacia su senséi y una voluntad disciplinada, que se proyecta en el logro de objetivos diarios, que lo llevarán a triunfar en el proyecto global. Su mayor grandeza reside en ser poseedor de una palabra capaz de sacralizar lo nimio, haciendo brotar delicadeza y sublimidad en lo pequeño. Más allá de las múltiples citas que la figura y filosofia del personaje convocan, desde el cine de artes marciales hasta la Divina Comedia, la Biblia y el Popol Vuh, su originalidad radica en el discurso narrativo empapado de una lírica que mediatiza las visiones sobre la belleza y el mal. Esto incide en la conformación de una prosa pendular, acelerada y a la vez quieta, serena.

La fuerza de lo demoniaco, representada por la figura del Mandinga, tiende a corrom-per la naturaleza y al ser hu-mano, operando como un ciclo de exterminio, enfocado en golpear a los más débiles de la sociedad. Ghigliotto no remite a un paraíso perdido, sino a un holocausto que no cesa de reiterarse. Su particu-lar relectura de la historia nacional reciente nos enfrenta a la violencia y al mal desde una épica que se consolida en paralelo al reforzamiento del heroísmo extático.



 

 

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