Artes menores de Pedro Gandolfo
En la huella de Montaigne
Adriana Valdés
Artes y Letras de El Mercurio, domingo 25 de junio de 2006
Cedo a la tentación de seguir las aguas del prólogo de César Aira, y ver este libro de Pedro Gandolfo desde la perspectiva de Montaigne. El libro habla de conversar, ver, tocar, confiar, entusiasmarse, leer, dibujar, olvidar, habitar, dormir, dudar, decir adiós, como Montaigne del ocio, el miedo, la pedantería, la amistad, la moderación, la soledad, el sueño, sus lecturas, los olores, las enfermedades; se tocan en más de un tema. Tienen además un aire de semejanza en cuanto a la brevedad de los ensayos, su falta de pretensiones, su manera de escribir
como si estuviera hablando "a su familia y a sus amigos", como si persiguiera fines "domésticos y privados" —saco las citas de la advertencia que hace el propio Montaigne a sus lectores.
"Insensato es emprender a toda costa un arte mayor", advierte Pedro Gandolfo. El ensayo, en sus manos, recupera el gesto de modestia que acompañó al de Montaigne al crear el género. Pedro Gandolfo insiste en las artes menores, en rozar a veces grandes temas "a partir de mi experiencia de
aficionado", en textos breves, en economía de medios. Se trata de textos en sordina, "un decir el silencio" en momentos en que predomina "el ruido, la inflación y el exceso de palabras". También un modo de retenerse a sí mismo, de evitar "ver el propio cuerpo deformarse, abrirse y devenir otro. "La escritura hace un gesto paradójico: el de guardar el silencio, el de callar, el de no prodigarse ni desperdigarse. En forma discreta, estos escritos hacen constantemente un gesto de soledad y de melancolía.
Curiosamente, este gesto acompaña. La lectura del libro hace sentirse muy acompañado —es como la figura inversa de la honda soledad en medio de una multitud ruidosa. Es un libro que conversa: no es jamás grandilocuente, deja espacio al lector para anotaciones al margen y para ir desentrañando su propio pensamiento. "Sólo hablando puede uno llegar a descubrir lo que uno quiere decir". Sólo escribiendo llega ahí el autor; el lector siente que va pensando junto a quien escribe, y así se da la conversación a la que invita este libro.
En la sección final están algunos de los ensayos más sugerentes. Dice ahí el autor
que escribe "a partir del pensamiento conceptual". Mi lectura llega a sospechar que no se trata sólo de eso. Sospecho que, en cuanto escritor, Pedro Gandolfo piensa; pero "en cuanto músico, no piensa", como dice Stravinsky de sí mismo. Y hay una pequeña música nocturna en estas piezas breves, un tema musical que se reitera más allá de cuál sea el título del trozo que estamos leyendo, un hilo que se devana y que se va siguiendo casi a pesar de lo que se cuenta y se dice. Es tal vez eso que se va construyendo a espaldas de quien escribe día a día, y que viene a ser el plus que su buena prosa entrega: un temple de ánimo recoleto, una mirada sobre el mundo desde una distancia prudente, una aspiración a una cierta sabiduría que, para Montaigne, estaba más bien en una moral estoica.