Arte
de nariz de Miguel Ángel Malpartida
Por Paul Guillén
Miguel Ángel Malpartida (Lima, 1983) ha esperado cinco largos
años desde la edición de su primer libro Galería
-Premio César Calvo 2002- para entregarnos su segundo libro
Arte de nariz (Lima: Editorial Mesa redonda, 2007), y no es
en vano, en un medio como el peruano, donde, casi siempre, los primeros
libros apuntan a la consideración de "principiantes",
por cierto, no es el caso de Malpartida, que demostró su precocidad
a los dieciocho años con su primer libro. En Arte de nariz
llama la atención los dos registros temáticos que
desarrolla: el mundo de la guerra y el mundo de la infancia. El belicismo
está trabajado en función del amor y el erotismo, en
tanto, la infancia lanza sus puentes hacia el entorno familiar. Si
en Galería en el texto "Estudio poético
para Mujeres en el jardín (1866-1867) de Monet" el símbolo
de la nariz estaba ligado a la contemplación de una mujer:
"en las laderas de tu nariz, pecas / como insectos leopardos",
en Arte de nariz este símbolo nos remite a un mundo
bélico, donde hay que aferrarse a la "belleza" como
última verdad.
El título del libro Arte de nariz -poemario compuesto
de tres partes: Modelismo, Daguerrotipo y Lanzallamas-, se refiere
a los aviadores de la Segunda Guerra Mundial que pintaban en las narices
de sus aviones rostros femeninos, que incluso besaban antes de salir
en vuelo, dándose valor frente a la muerte, por ello, no es
raro que Malpartida incida en la figura del pintor expresionista austriaco
Kokoschka para decirnos "una mujer me ofrece el sueño
/ cuando dormir es ponerse a riesgo del mundo, / volverse intermitente".
Este riesgo es asumido, en esta primera sección, como una vuelta
a lo lúdico, por ejemplo, en el poema Normandía: "el
soldado azul prusia cayó del cielo
(…) y no llevaba más que / lápices de color en las manos".
La segunda parte, habitada por soldaditos de plomo, estrellas que
son grillos o grillos que son estrellas, atardeceres, sueños,
anhelos, nos instala en el mundo de lo transitorio: "el giro
musical en su aroma / nos roba el sentido de las horas", es en
esta parte, donde podemos darnos cuenta que, en muchos poemas, se
juega con tres nociones: 1) el personaje puede ser un piloto, 2) un
soldadito de plomo o 3) un poeta-niño que interactúa
con objetos y juguetes. En la tercera parte, Malpartida de entrada
nos da la clave hacia donde se dirige su poética: "y aprendimos
a tornar los ojos / para permanecer inmóviles / mientras conteníamos
el aliento", percibimos, en muchas elementos del libro, cierto
influjo contemplativo y reflexivo que llevan al poeta a consolidar
relatos familiares benefactores, pero no por ello menos angustiantes
y llenos de misterio que se constituyen en refugios de la infancia
contra la guerra, del individuo contra la muchedumbre, del espacio
de lo privado contra lo público, del pasado contra el presente,
de lo psíquico contra lo social. Hay, finalmente, en todo esto
una contraparte, que es la historia subrepticia del libro, la que
se va colando mientras avanzamos por sus páginas y es, tal
vez, una historia de horror, una historia impronunciable que se pierde
en el recuerdo, en todo ello, también, hay algo de perversidad,
cuando no identificación con la niña que "atesora
en su vientre / el repetido galope (…) su sexo es un viento atravesado".
Por otra parte, el poeta de Arte de nariz es un poeta atípico
dentro de la tradición poética latinoamericana actual,
donde el desarrollo del poema extensivo, explosivo, sin un centro
previsible, polifónico, no lineal, no causal, que torna sus
ojos hacia un pasado mítico para reinterpretar el presente
y el futuro -hay claros ejemplos en las obras del chileno Héctor
Hernández, del ecuatoriano Ernesto Carrión, del uruguayo
José Manuel Barrios o del guatemalteco Alan Mills-, Miguel
Ángel Malpartida prefiere la economía léxica,
la transparencia, la aparente desnudez de las palabras, la baja intensidad
política, el trabajo de daguerrotipia, ser avaro en lo decorativo,
la contención, el castigo y la concentración expresivas
o en otras palabras: Malpartida talla con fuego las rocas de la intemperie
y sale victorioso de esa lucha, así, resguarda, como dijo Rilke,
la infancia que es la patria del hombre.