| 
        
 
 
 
 
 
   Los autobiografemas de Cícera [1] Pedro  Granados, PhDUNILA
 
 
 
 IntroducciónDesde  la década del sesenta ha venido afianzándose, dentro de la producción cultural  hispanoamericana, una práctica escritural que privilegia la función testimonial  de su discurso.  Para la crítica del  testimonio, estimamos importante los postulados teóricos propuestos por Miguel  Barnet, quien ha dedicado bastante espacio a la teorización de su trabajo.  Barnet considera que este tipo de literatura  busca la realidad latinoamericana a través de sus propias vías: “despojados de  los prejuicios y hábitos europeizantes” (1985: 131).  La novela testimonio pretende describir un  periodo histórico-social específico, a través de la voz de un testigo ocular,  para así aportar una nueva perspectiva de la época.  Sus protagonistas pertenecen a la “gente sin  historia” y, en este sentido, este tipo de   novelas se propone una reinterpretación y una relectura del acontecer  histórico desde la marginalidad.
 
 Pero  el testimonio no es sólo un discurso de marginados; también es, no menos, un  discurso marginado dentro del espacio crítico latinoamericano.  Ya que se aparta del modelo formal o  institucional --aprobado para lo literario-- al basarse en el principio  realista de referencialidad.  Y, acaso  algo aún más relevante, porque este discurso marginal decodifica el discurso  dominante.  Es decir, el testimonio  implica una “desterritorización” de ciertos modelos discursivos  latinoamericanos (la novela indigenista, la novela de la revolución mexicana,  la novela del proletariado) [2],  para luego efectuar una reterritorización: el establecimiento de una imagen más  compleja de lo que es el sujeto marginal o subalterno frente a  los discursos o expectativas urbanas y  hegemónicas.
 
 Sin  embargo, y paradójicamente --ya que al protagonista se le brinda la voz,  pero no la escritura-- aquella  reterritorización del espacio cultural que propone la literatura de testimonio  (prismática, multiforme y siempre política) no pocas veces también supera en  complejidad o sutileza al mismo bien intencionado “gestor”.  Este último es, creemos, el caso de Cícera, um destino de mulher (biografia de uma operária nordestina no Rio  de Janeiro), en donde la gestora Danda Prado --tanto en la “Introducción”,  pero sobre todo en el “Epílogo”-- propone una interpretación  simplista de los hechos.  Tampoco hacen justicia al discurso de Cícera  (la informante) las noticias periodísticas que figuran al empezar y terminar la  obra.  Si lo que pretenden éstas es  inspirar nuestra solidaridad, tal vez lo logran; pero a costa de carnavalizar  los hechos y rebajarlos al sensacionalismo.   Cícera, entonces, se escapa de las manos del discurso profesional que la  pretende formatear.  Y esto porque deja  de ser parte de una agenda teórica y pasa a convertirse --para los acaso  desprevenidos lectores-- en una persona.
 
 Sin  embargo, y para descargo del trabajo y función de Danda Prado, tratándose este  libro de una autobiografía consideramos atinado su esquema.  En el capítulo I, capturar nuestra atención  refiriendo directamente los aciagos hechos ocurridos a Jacilene.  Luego, reservar recién para el capítulo II la  mayoría de los “autobiografemas”[3].  Y, finalmente para el capítulo III, presentar  la “asunción del propio destino” por parte de la heroína (“Depois que foi  embora me sinto mais feliz”).  Este  contrapunto otorga un entramado dialéctico al discurso, evitando la  monotonía.  También nos parece muy  conveniente haber insertado canciones nordestinas, obviamente a partir del  capítulo II.  Estas hermosas  composiciones tornan aun más viva la recreación de la memoria y agregan volumen  al personaje, además del valor expresivo que aquéllas por sí mismas poseen.
 
 Por  lo tanto, lo que pretendemos es analizar los principales “autobiografemas” de  Cícera; e indagar de qué manera reconstruyen o reterritorializan nuestra  percepción del marginal latinoamericano.
 Los autobiografemasComo  dijimos en la “Introducción”, el núcleo de los autobiografemas de Cícera lo  encontramos en el capítulo II: “Minha vida dava para escrever um livro” y “Nao  queria casar com aquele homem” contienen, como apunta Ana Caballé: “las figuras  invariables del relato autobiográfico”.   En realidad, este capítulo de alguna manera resume todo el testimonio ya  que, dialécticamente también, “Nos, mulheres, sofremos mais do que os homens”  supone ya una toma de conciencia de lo dolorosa e injusta que es la condición  femenina en un contexto machista.  Aunque  además, y de modo no menos paradójico, lo que tenemos en síntesis es también  la afirmación feliz de una identidad sexual,  social y política que nuestra heroína anuda en una frase: “mais nao quería ser  homem nao, quería nascer mulher” (78)
 
 Asimismo,  indagando el mundo a través de Cícera, su mundo, asistimos a una evocación que  nos gustaría calificar como sabiduría popular de Julián Mesa, héroe de otra  novela de testimonio: “En mi pueblo, a decir verdad, no se podía vivir en  crudo”  (Barnet 1984: 25).  Este “vivir en crudo” significa, creemos que  entre otras cosas, la realidad literal sin fantasía.  Es decir, cada vez que estos informantes se  adentran en su pasado hacen de la memoria --como bien sostiene Barnet en el  prólogo de este último libro-- “parte de la imaginación”.  No es que se oponga a la dura vida  la fantasía, sino que la misma evocación está  teñida de ella.  Y es justo aquí donde el  lector establece otra fundamental paradoja en el relato de Cícera: “no escribe  [en este caso dicta] sus memorias quien, en lo más profundo, no asume  activamente su identidad” (Caballé 4).
 Es  más, al menos para el caso de estos dos protagonistas, aventuraríamos la  hipótesis de que lo que les permite perseverar en su proyecto vital y contar  sus historias  es -- al mismo tiempo que  la evolución de su conciencia político-histórica—lo que en ellos ha pervivido  de la sensibilidad de la infancia.  Prueba  de ello la brinda, en primer lugar, la tesitura del relato: al centro de la  exposición de sus desgracias y aún de sus inevitables resentimientos existe una  enorme compasión por todo.  Añadiríamos,  sus propias desgracias los tornan más fuertes y capaces inclusive de --estando  desamparados-- brindar protección: “Por isso digo que ñao tenho medo de nada,  me levanto a cualquier hora, ñao tenho um tico de medo de nada” (112).  Esto nos hace recordar la extraña lógica que  exponía José María Arguedas a través de su héroe Rendón Huilca, en Todas las sangres, y que a la larga lo  definió a él mismo como hombre y artista: "la  teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había  en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aún más de fuerza por el mismo  hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no  mató en mí lo mágico" (“NO SOY UN  ACULTURADO”, discurso de José María Arguedas en el acto de entrega del  premio “Inca Garcilaso de la Vega”, Lima, Octubre de 1968).   La segunda prueba de aquella pervivencia de  la niñez, ahora para el caso concreto de Cícera, sería su rapto de amor por su  hija Jacilene de siete años; cuando ésta --y a esa edad-- sufre una grave  quemadura: “é a única que me comprende” (103).
 
 En estos autobiografemas, pues, y en general en todo este testimonio,  constatamos que hay algo que evoluciona dialécticamente (autoestima,  consciencia política, creatividad para sobrevivir) y algo que permanece (la  infancia).  Es precisamente la convivencia  de esta alteridad  la que otorga  consistencia y complejidad al personaje; y también, obviamente, al  discurso.  Otros elementos que tornan  prismático al relato de Cícera son el exilio económico-social de una  nordestina; estar mentalmente al margen de los prejuicios de su generación; y  el amor en infinidad de matices.   Respecto a esto último consideramos, a riesgo de parecer francamente  cínicos o crueles, que lo más patético de la obra no es lo que le pasó a Jacilene,  sino también las diversas formas de desencuentro y desamor en esta novela.  Existen pasajes memorables que ilustran esta  percepción del amor de parte de la mujer; episodios que hacen preguntarnos por  qué Cícera no fue feliz; o, por lo menos, nos dejan perplejos ante la  ingratitud que constantemente la pagó.
 
 Entre estos pasajes están, naturalmente, las canciones “Amor infeliz”,  “Saudades da terra”, “Ingratidao”.  Pero,  asimismo, existen también otros que van formando, digamos, el tejido lírico  sistemático y subyacente, por ejemplo: “Ainda esperei um ano e 6 mese sem ter  outro homem… Mas para mim no comeco foi tudo muito bonito, até desmaiei quando  comecei a namorar ele.  A primera noite  que fomos dormir juntos, desmaiei” (78-79).   O aquel otro pasaje memorable, casi al comienzo del relato, en ocasión  del primer par de zapatos  de nuestra  heroína: “Tinha 8 anos, todo mundo ia para a missa quando eran 6 horas da  manha.  Entao… calcei meu sapato, e  quando chequei la rua levei um tombo, sujei o sapato novo.  O bicho era tao bonitinho, perguei a barra do  vestido e limpei” (151).  Este otro  contrapunto, entre lo prosaico y lo lírico, es también el que le infunde  constante vivacidad a esta novela.
 
 Conclusión
 Desde los autobiografemas de Cícera lo que se reterritorializa es la  humanidad de los marginados.  Otra de las  cosas que cobra su justa dignidad es el lenguaje popular; incluidas las  canciones nordestinas probablemente consideradas kitch por la gente culta.  Lenguaje que, asimismo, sostiene una visión  del mundo no secularizada (en el sentido menos religioso, pero no menos humano,  de abierto a compartir).  Lenguaje de  marginados que nos enfrentan al reto de no perder de vista los dictados del  cuerpo y, por lo tanto, tampoco de la magia.   Visión del mundo que nos invita a no linealizar o unidimencionalizar las  cosas.
 
 Cícera, lo hemos visto, es un poderoso discurso feminista elaborado con  paradojas y contrapuntos --tanto vitales como textuales-- que le proporcionan  una particular fuerza.  Aunque también es  algo más.  A nivel simbólico, este  testimonio se inicia con un coloquio, un compartir, sobre un típico tema de la  mujer, la menstruación: “Olha, faltou a regra dela…”; pero concluye, muy  significativamente, con un soliloquio sin sexo ni erotismo y típicamente de  nuestro tiempo: “As veces quero ter pena, as vezes tenho ódio, mas nao vou  demostrar.  Demostro que estou ali firme,  sem ódio, sem pena.  Mas tenho o coraçao  muito triste também.  Fico ali  resistindo, olhando firme, como quem nao está sentindo nada”.
   * * *  NOTAS 
          
             [1] Trabajo inédito.  Presentado, en una versión anterior y ahora  ligeramente modificada, para un curso sobre literatura brasileña que dictó, en  calidad de profesora visitante, Heloisa Buarque de Hollanda (Brown University,  1991). 
             [2] Territorización  es la creación y perpetuación de un espacio cultural (lo establecido),  desterritorización la disolución de éste, y reterritorización la recreación de  dicho espacio cultural (Deleuze y Guatarri, Anti-Oedipus:  Capitalism and Schizophernia) 
            [3]   “[Siguiendo a Roland Barthes] habría que  denominar autobiografemas a aquellas circunstancias de la propia vida que, al  ser mencionadas, alcanzan una significación relevante… los orígenes, el valor  de los primeros recuerdos, la idiosincrasia de los padres (y la madre tiene en  todo un papel estelar)… También la llamada del sexo… la forma de asunción del  propio destino… son figuras, en fin, admitidas, casi invariables, del relato  autobiográfico” (Caballé 115)   * * *  Obras  citadas          Barnet, Miguel. .. .. .. 1985    La canción de Rachel.  Habana, Cuba : Editorial letras Cubanas.
 . .. .. .. 1984    La  vida real.  Madrid: Alfaguara. 
          Caballé, Ana
 . .. .. .. 1987    “Figuras de la autobiografía”.  Revista de Occidente (74-75)  103-119.
 Fernandez de  Oliveira, Cícera y Prado, Danda
 . .. .. 1981    Cícera,  um destino de mulher (biografia de uma operária nordestina no Rio de Janeiro).  Sao Paulo: Ed. Brasiliense.
 Sommer, Doris.
 . .. .. .. 2005    Abrazos y rechazos : cómo leer en clave menor.  Traducción de Carlos José Restrepo. México, D.F. : Fondo de  Cultura Económica.
 |