La nueva novela de Rodrigo Atria —Clara en la noche, Muriel en la aurora— es de aquellos relatos en que la historia gira en torno a una cosa en relación con la cual se traban los distintos elementos de la novela; en este caso, ese objeto tiene un prestigio y una historia literaria cuantiosa: dos rosas. La historia que plantea Atria es compleja y sus distintos hilos se van enlazando hacia el último tercio del relato de manera que el autor maneja bien el suspenso que atrapa al lector. Es un relato claramente ameno, una novela que posee bastante del modelo tradicional del género, no obstante que introduce dosificadamente y con sabiduría recursos más contemporáneos de la escritura de una novela.
Muriel Angers es una funcionaria francesa, cincuentona, muy atractiva todavía, que trabaja en un departamento del gobierno de París encargado de los árboles y jardines de la ciudad. Sus jefes le encomiendan la responsabilidad de montar, organizar y difundir —a través de algunas conferencias— una exposición dedicada a los parques y jardines urbanos franceses, exposición que se va a llevar a cabo en el Museo de Arte Contemporáneo de Chile, en su sede de la Quinta Normal. Nunca ha estado en Chile, sabe de este país lo que una persona culta francesa sabe (no tanto), pero es curiosa y el encargo le entretiene porque pasa por una fase de su vida un poco "baja", sin entusiasmo: está separada, no tiene ningún compromiso actual, sentimentalmente percibe su trayectoria como frustrada y tiene una hija con la cual no se entiende del todo bien. Muriel permanece un mes en Chile y la novela cuenta lo que le sucede aquí durante ese mes.
Una de las dimensiones meritorias del relato radica que en las primeras partes el autor construye muy bien la interioridad de Muriel y es muy certero en la definición de su punto de vista: el de una francesa curiosa y culta, experta en parques y jardines que desconoce Chile y va progresivamente pasando desde la ignorancia a un mayor conocimiento. La extrañeza, el asombro, el dolor que ella experimenta por cosas con que ya estamos tan familiarizados que no vemos por la insensibilidad que produce el hábito y la pereza mental. Es el punto de vista de una viajera sensible, inteligente y culta. Su visita
ocurre hace poco, en algún año de la última década, quizás un poco antes. La exposición resulta un éxito y a través de Muriel y sus pensamientos, sin pedantería ni exceso de datos, descubrimos la importancia que tiene el espacio urbano, las casas y edificios como receptáculos de la memoria colectiva e individual, nos recuerda lo esencial que son los parques y jardines para la vida comunitaria de los habitantes de la ciudad y como, en su momento, la influencia francesa fue enorme en Santiago y, en general, en Chile, una bella y valiosa influencia. También Muriel va constatando a través de sus días nuestra desgraciada propensión al olvido y
el abandono de nuestro pasado y de las huellas materiales de ese pasado, que —y esa es una idea esencial de este hermoso libro— no son solamente materiales, sino íntegramente humanas. Otro mérito de esta novela es la habilidad que demuestra el autor para incluir dentro de las peripecias de Muriel en ese mes en Chile algunos momentos clave de la historia política del siglo XX chileno. No es una novela política, ni siquiera histórica, porque, nítidamente, es una novela de amor y, en ese punto, convergen las dos rosas de este relato.
El amor que encuentra Muriel, inesperadamente para ella, en este remoto y un poco tosco país, es un profesor de botánica, unos 20 años mayor que ella, Samuel Vitoria. En torno a su figura, gentil, melancólica y lastrada por un pasado trágico, se engarzan dos rosas: una llamada (los nombres originales están en un maravilloso latín) "Clara en la noche" y la otra "Muriel en la aurora"; una es una rosa negra —un imposible botánico— y la otra —que sí es posible— posee un centro morado intenso que hacia los bordes se degrada primero en malva y termina en un lila claro.
La novela de Rodrigo Atria —Premio Revista de Libros de "El Mercurio"— está indudablemente escrita con impecable oficio —quizás, por momentos, se siente que recarga un tanto los componentes de la trama—, prosa austera y precisa, inteligente la forma en que incorpora los temas secundarios, fina en la composición del mundo interior de los dos protagonistas, contenida para no caer hacia el abismo letal del sentimentalismo y astuta en la forma del narrador que aborda la historia de Samuel, la cual permite ocultar provisoriamente al lector los secretos de la historia.
Clara en la noche, Muriel en la aurora es un relato logrado, entretenido e interesante.
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"Clara en la noche, Muriel en la aurora" de Rodrigo Atria
Editorial El Mercurio 308 páginas
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 5 de septiembre 2021