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Esa enfermedad que nos une
Sistema nervioso, Lina Meruane. Literatura Random House, 2018
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 11 de Noviembre de 2018
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El cuerpo, de ordinario una presencia discreta en la vida, un vehículo servicial en la mediación entre nosotros y el mundo, suele salir de ese taciturno segundo plano, y alcanzar un protagonismo extraordinario, una rebeldía ya sea gozosa o dolorosa. En Sistema nervioso, que forma parte de un proyecto más amplio, Lina Meruane trama una historia al hilo del lado doloroso de esa corporalidad exaltada. Una manera de concebir la enfermedad es, justamente, como un desequilibrio en que el cuerpo se manifiesta de modo agresivo contra el yo. En una de las novelas emblemáticas de la narrativa del siglo XX, La montaña mágica -prácticamente la única referencia literaria explícita de este relato-, se plantea ya la ambigüedad de la enfermedad, la segregación que genera y, a su vez, los paradójicos vínculos surgidos en torno a ella.
En Sistema nervioso -una narración estructurada de un modo prolijo- el narrador se adentra en una constelación familiar sellada y cifrada por la enfermedad. En un registro alegórico, sin determinación nominal, concurren en la historia un "Padre", una "Madre", un hijo "Primogénito", una "Ella", la hija del padre y hermana del primogénito, los "Mellizos", hijos de "Padre" y "Madre" y medio hermanos del Primogénito y de Ella, "El", el marido de Ella y, en fin, la madre biológica de Primogénito y Ella, la primera esposa de Padre, quien muere luego de parir a Ella.
La narración se focaliza en el punto de vista de Ella, una joven que ya alcanza la madurez, quien vive en una ciudad y un país -el país y la ciudad del presente- pero referida a otra ciudad y otro país -el país y la ciudad del pasado-, donde habitan Padre y Madre, donde ella vivió su infancia y juventud y hacia las cuales se dirige el futuro de la protagonista principal. Esas ciudades y países también se encuentran indeterminados, así como la época en que transcurren los hechos es de una contemporaneidad imprecisa.
La novela, por cierto, admite una lectura metafórica a partir de la omnipresencia cotidiana de la enfermedad, de la hipótesis de la existencia de familias enfermas e, incluso, de la familia como una enfermedad. Con todo, en la urdimbre de las relaciones humanas que se despliegan al filo de estas enfermedades también asume esta en la construcción de Meruane una dimensión de refugio, complicidad, una suerte de extraña forma de comunicación y entrega en la cual la enfermedad puede ser considerada como la normalidad.
La novela está escrita con un grado buscado de indeterminación que la abre a varias lecturas interconectadas de una manera simbólica, pero en las cuales la relación entre "Ella" y "Padre" es siempre el eje central, los dos polos eléctricos de esta novela, el padre médico (perenne enfermo y mal paciente) y la hija, una estudiante de un doctorado en astrofísica, entrampada en la redacción de su tesis doctoral. Una gran parte del relato consiste en el despliegue de la conciencia de esa joven, paralizada delante de la pantalla del computador, sin poder elaborar su tesis, pero cuyo bloqueo da lugar a un ejercicio de memoria (pasado) y anticipación (futuro), que el narrador muestra en un permanente vaivén con un trabajo envolvente de temporalidad, otra de las claves estructurales del relato.
Meruane compone la novela mediante una interesante combinación de fragmentos largos, medianos y pensamientos casi aforísticos en un ritmo y progresión morosos pero recorridos por una subterránea crispación, desasosiego y temblor.
La novela -más que relato de tesis- sobresale por la cuidadosa, sensible y enrarecida elaboración que realiza el narrador del mundo interior de Ella.
Los complejos elementos de esa interioridad femenina -la muerte de su madre coetánea con su nacimiento, la difícil relación con su hermano, el quiebre con su marido, el vínculo poderoso con su padre, su emotividad a la vez intensa, contenida y dialéctica- los convoca la autora, de un modo oblicuo, a través de un lenguaje que combina varios registros: el poético, el científico, la prosa neutra y concisa, el fluido del habla cotidiana. En Ella, por lo que el narrador transmite, no vemos el fracaso de una vocación científica -escogida para satisfacer de algún modo las expectativas paternas-, sino el ascenso de una sensibilidad de artista que, mediada por la enfermedad, se libera de esa clausura exteriormente impuesta y se apresta a un nuevo viaje que se inicia en el reencuentro con el padre. El anverso de la tesis doctoral nunca escrita es el libro que hemos leído. El espíritu tanático, que sobrevuela la novela de modo innegable y permanente, tiene como contrapeso este lado luminoso y liberador. La hipocondría de la protagonista -o del narrador- no es sino el pasaje hacia una instancia que se encuentra más allá de lo meramente morboso y hacia lo cual el texto entero apunta.