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Memoria de la imperfección
Vida viuda, Armando Uribe, Lumen, Santiago, 2018. 340 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 30 de Septiembre de 2018
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Quizás la clave de lectura de este libro haya que encontrarla en el epígrafe del mismo, una sentencia que el autor atribuye a Montaigne, sin precisar la fuente, la cual señala: "El que lo dice todo, nos emborracha y disgusta". La cita parece advertir al lector que los recuerdos que van a ser relatados en las páginas que siguen, además de lo selectiva y caprichosa que suele ser la memoria misma, con sus íntimos e inescrutables pudores, han pasado por un segundo y acaso tercer tamiz. Es cierto, en efecto, que Armando Uribe Arce tanto por su innato espíritu de síntesis como por el valor moral que sin duda concede al decoro, tan escaso en una época en que todos exponen todo, se detiene ante aquellos detalles y peripecias que solo alimentan el lado morboso de la imaginación. No obstante esta cautela, las páginas de Vida viuda -título que lo habría inspirado una expresión de su amigo y escritor José Miguel Varas- son en extremo sinceras, una ejemplo bastante escaso en nuestro medio de aquella virtud que los antiguos griegos llamaban "parresía", que puede traducirse, con alguna pérdida, por franqueza. El epígrafe, entonces y sobre todo, debe señalar la filiación de estas memorias, Montaigne y el género literario que el gran francés inventó: el ensayo. Es curioso que entre los libros que Uribe menciona como aquellos que relee a menudo -entre los cuales hay varios de autores franceses- no figuren los Ensayos, de Michel Eyquem, señor de Montaigne, acaso el secreto principal celado en estas memorias, porque su forma, su espíritu y talante han permeado hasta la médula esta obra y puede decirse, sin temeridad, que Vida viuda, más que memorias, son una secuencia de ensayos por entero fieles al género que urdió Montaigne.
En uno de los escritos en que el francés intenta definir el tipo de escritura que ha inventado indica que lo ensayado en los ensayos, aquello puesto a prueba, tanteado, a pretexto de cualquier tema que se aborde, es siempre el sí mismo, el yo, que es lo más difícil, escurridizo y peliagudo de aprehender, de inscribir o capturar en un papel, que es de lo que se trata al escribir. Si bien existe una cierta intención de referir en este libro la vida transcurrida entre los años 90 y 98, dos hitos cuya relevancia es explicada en el texto, si bien la facultad de la memoria, el acordarse -que es incesante mientras se esté vivo, como señala el autor en el párrafo final-, no obstante también es patente que la vida que aquí concurre rebasa ese periodo, pues está toda la vida de Uribe desde su infancia hasta el momento cuando escribe las memorias -a los ochenta y tantos-, porque la vida es diacronía pero también simultaneidad y, por lo mismo, es de modo muy artificial que se puede segregar un periodo de la propia existencia, viniéndose encima el ayer y el después, enredándose todo en el tiempo ensortijado del que memoriza.
Pero, muy peculiarmente, Vida viuda es otra cosa distinta que "Memorias" por la abundancia que el lector encontrará en ella de todo género de divagación, reflexión, actividad mental-emocional y discurso sobre las cuestiones que al hombre Uribe, el que es puesto a prueba, ensayado en esta líneas, lo inquieta, estremece, encoleriza y pone melancólico o enternece; todo lo que mantiene despierto su cuerpo, seso y espíritu: la muerte, la ausencia de los seres más amados (sobre todo, su padre, su hijo Francisco y, desde luego, Cecilia Echeverría, su mujer), Dios y la religión "Cristiana Católica", Chile, los tiempos contemporáneos, la lectura, la poesía.
Es imposible, por cierto, dar cuenta en esta reseña de ese mundo complejo y a veces contradictorio e imperfecto, porque Uribe concurre en este libro en todas sus distintas facetas (abogado, experto en derecho minero, diplomático y experto en política internacional, lector, escritor y poeta -a pesar suyo y de este medio que pone bajo sospecha a todo quien compone versos-) al ciudadano Uribe, al padre y esposo, al hombre que se enfrenta a las ultimidades, porque Vida viuda, un texto en extremo vigoroso y vital, es también y acaso por ello mismo un escrito escatológico de punta a cabo, una suerte de danza con la muerte -preparación del morir, diría Montaigne-, porque los escritores danzan con las palabras y en esa danza la única certeza a la cual se aferra Uribe es la de la propia imperfección.
La prosa precisa de Vida viuda fluye de modo muy llano, sin recovecos y ornamentos innecesarios, en un ritmo y una velocidad propios de la conversación, divagante, próximo y veraz, de manera que la lectura de este libro será una experiencia análoga a la de aquellos visitantes -más de cuarenta al mes- que el autor recibe benévolamente en su escritorio.