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Manillas
Por Pedro Gandolfo
Publicado en El Mercurio, 27 de junio de 2020
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Las prescripciones de higiene generadas por las autoridades sanitarias mundiales y nacionales a consecuencia de la pandemia y el horror al contagio han modificado los focos de atención con que nuestra mente se relaciona principalmente con su entorno. Un diseñador y arquitecto inglés —Edwin Heathcote subraya que nunca antes habíamos tenido tanta conciencia acerca del papel que juegan las manillas, sobre todo las de las puertas, en nuestras vidas cotidianas. Se queja el inglés del descuido de los historiadores de la arquitectura y de la decoración en relación con la evolución de este dispositivo. En principio, la regla es que desde que hay puertas hay manillas para puertas, pero el registro es escaso y Heathcote distingue un período desde el siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo pasado en que la manilla era un objeto artesanal, a veces exquisito, cuyo diseño dependía del estilo de la época y de la riqueza del titular de la puerta. Después del modernismo arquitectónico —dado que cada uno de los elementos de la construcción debía estar perfectamente alineado con el todo—, las manillas pasan a ser diseñadas por arquitectos, quienes las convierten en dispositivos geométricos cuya forma se somete estrictamente a su función dentro de la ingeniería del edificio. Una de las
manillas más perfectas, con todo, fue diseñada por el filósofo Ludwig Wittgenstein, quien también fue arquitecto, la cual parece ser el antepasado noble de las miserables que yo tengo en mi casa.
La manilla de la puerta es el punto en que el cuerpo del habitante se topa con el cuerpo de la habitación. Esta no es más que un hueco delimitado por unos bordes materiales que usualmente no tocamos. Si no fuese por las puertas, circularíamos por ese espacio fluidamente, pero no podemos dejar de tocar las manillas y a través de ellas entramos en contacto con toda la estructura, manifestándose, entonces, que la arquitectura y el habitar son también y sustantivamente cosa de cuerpos que se entrecruzan en un espacio, cuerpos con historia, con memoria, con alegrías, dolores y pudores, cuerpos envueltos en una cierta cultura.
Vuelvo ahora sobre la carátula del libro que estoy intentando leer durante todos estos días de encierro. El rostro de Wittgenstein me estremece con su mirada petrificada y perdida. El libro contiene auténtica filosofía y no tengo apuro alguno en terminarlo, si es que lo termino. No escribiré nada sobre él, ni siquiera quiero "entenderlo" por entero, pero, lentamente, me voy dando cuenta cómo avanza hacia un punto de contacto, a una piedra de toque con el cuerpo, con su cuerpo, como si en el filosofar este estuviese también presente y olvidado a la vez, allí en esos nudos de palabras, la manilla de Wittgenstein.