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Escritura
Por Pedro Gandolfo
Publicado en El Mercurio. Sábado 4 de mayo de 2019
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La escritura es uno de los logros mayores del intelecto humano. No solo a través de ella es posible guardar información que de otra manera solo cabría conservar en la memoria y transmitir oralmente de una generación a otra, sino que en sí misma es creadora de saber. Los pensamientos fluyen por la conciencia humana de manera caótica: fugaces, imprecisos, incompletos, fundidos con emociones, recuerdos u otros pensamientos propios o ajenos. La escritura permite capturar esos lampos que cruzan nuestro entendimiento —escribir es inscribir—, trazos que de otro modo se perderían, pero permite también medirlos, sopesarlos. En el texto garrapateado inicialmente juzgamos el embrión de lo pensado en su realidad: muchas veces —la mayoría— no es nada, una trivialidad, el producto de un aserrín masticado por millones de bocas. En escasas ocasiones, al revés, una mínima pepita brilla y a partir de ella, en el trabajo con lo escrito, arduamente, en la levadura que es la escritura, amasamos un pensamiento digno de quedar temblando por un rato.
Pensar y escribir son procesos muy próximos. No es que lo pensado yace entero en la cabeza y solo lo vaciamos en el papel o en la pantalla, como si escribir fuese transcribir el dictado preciso de una voz interior. Pensamos escribiendo y es por ello que cuando se deteriora la capacidad de escribir es el pensamiento el que se debilita, desarticula, se convierte en mazamorra confusa, imprecisa, abierta a borrosos equívocos. Una cultura con mala escritura, una cultura en que se escribe mal, es una cultura en bajada, es una cultura que está perdiendo un tesoro que el hombre tardó más de 150 mil años en elaborar.
En un gesto cuyas consecuencias prácticas ignoro, pero que al menos es una señal, el Consejo de Rectores aprobó introducir una medición de escritura en el futuro proceso de admisión a la educación superior. La forma como se planteó este cambio tan esencial es discutible y acaso tardía, pero lo celebro. Para muchos que trabajamos en la docencia universitaria, hace tiempo que teníamos claro que los alumnos que ingresan cada vez escriben más mal, es decir, piensan más mal. ¿Es que alguna otra prueba de admisión a la educación superior posee alguna relevancia después de constatar esta tragedia? Es claro, como los mismos rectores lo indicaron, que no se trata de un asunto atinente tan solo al ingreso a la educación superior, sino a la cultura, a la política, a lo que antes se llamaba la "felicidad de los pueblos" y, en consecuencia, exige una secuencia de medidas poderosas, reiteradas y consistentes y de largo plazo, es decir, reclama una política pública, una que sea, merecidamente en este caso, una politica de Estado.