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INVOCACIÓN A LA OSCURIDAD
«Nuestra parte de noche» de Mariana Enriquez. Anagrama, 2020. 680 págs.

Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 26 de abril de 2020


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En una primera mirada, Nuestra parte de noche (de Mariana Enríquez) es una nítida narración de terror; es decir, cae de modo pleno en ese género de relatos que buscan provocar miedo en el lector, recurriendo a la descripción de entidades malignas de carácter sobrenatural actuantes en nuestra realidad. En este caso, Enríquez, a través de distintos narradores, representa un mundo en el que existe una deidad llamada "la oscuridad", con su iglesia de adoradores, sacerdotes, jerarquías, promesas y ritos cruentos. También en ese mundo aparecen, de modo paralelo, una santería semicristiana y culto a los muertos vinculado a las creencias de pueblos guaraníes. El punto de vista que asume la autora es interior a la creencia; es decir, se muestra sin ningún escepticismo ni ambigüedad: la novela es, por decirlo de algún modo, "teísta"; da por hecho que esos seres son y su existencia es capaz de actuar sobre nosotros y nunca engaña al lector con un narrador poco confiable que, al final, se descubre como un loco que alucina. El lector agnóstico, pues, tiene que vencer su incredulidad y entregarse a una historia que es ficticia de una manera más fuerte que cualquier ficción, porque pone en acción actual, secular, realidades que la cultura contemporánea predominante relega a una "mentalidad primitiva", premoderna, crédula y supersticiosa. Una provocación semejante se daría en un relato en que aparezca un dios bondadoso, ángeles, milagros y cultos de sanción actuando en nuestro mundo contemporáneo, solo que la teología de esta novela es inversa: hay una religión, pero su deidad es sanguinaria, oscura, sin un designio claro, inescrutable y sus teólogos fracasan en su arduo trabajo de obtener una sabiduría de ella. Para tener en cuenta, un ejemplo de aproximación literaria a la religión que, al contrario de este, lo hace desde un punto de vista exterior, es El reino, de Emmanuel Carrére.

El mundo de terror representado por Mariana Enríquez no es novedoso, sino que reutiliza variantes de la tradición gótica y de ciertas creencias mágicas originarias, tanto en su historia principal, los episodios paralelos, las atmósferas y personajes, aunque es patente que la autora posee una capacidad ecfrástica para estimular la imaginación visual del lector —incluso del más incrédulo— que pone horrorosamente los pelos de punta. Aunque sepamos que ese mundo no existe, Enríquez es una bruja o médium que a través de la palabra le concede una pavorosa existencia literaria. El ritmo de esta novela es, salvo en el último tercio, devorador, tanto como la misma deidad invocada por "la Orden", lo es.

¿Qué sentido tiene este ejercicio literario? Uno de los aspectos que sobresalen de este relato —que permite acercarse a una respuesta— es la manera en que progresa o se desliza sin solución de continuidad desde el terror propiamente tal a un realismo urbano, doméstico, cotidiano. La hibridez está muy bien lograda y es envolvente: esas zonas en que la narración entra en el mundo de lo verosímil y racional —del "realismo literario"— tienen que ver con la indagación de la relación entre padres e hijos, el crecimiento y la búsqueda de la propia identidad, en contraste con la herencia familiar —hay también aquí una novela de formación en torno a la figura de Gaspar y de otros hijos y otras hijas— y, sobre todo, con la crítica a la violencia social y política: los años de dictadura aparecen como trasfondo permanente, el terror gótico y fantástico se corresponde con el terror de Estado y la violencia de una elite burguesa explotadora. Este nexo, que se hace explícito y se despliega en el capítulo titulado "El pozo de Zañartu. Por Olga Gallardo", es, tal vez, el que reclama una interpretación alegórica de este relato de terror. A estas lecturas psicológicas y sociopolíticas se les suma una tesis antropológica bastante fuerte —la novela no es oscura, no obstante que "la oscuridad" sea su deidad— que visualiza en las religiones institucionalizadas —con papas o papisas, curia y sacerdotes que controlan los ritos y la ortodoxia—, cualquiera sea su signo, satánicas o no, como las fuentes primordiales de locura social e individual. Podría pensarse incluso que Nuestra parte de noche es, así, un relato anticristiano, un relato que denuncia el terror implícito en el mito de Cristo y, sobre todo, en la administración que sus seguidores han hecho de él en nuestras sociedades.

Con una técnica polifónica, Enríquez se arriesga con una historia en la que, sin perjuicio de estas segundas y terceras lecturas, prevalece de un modo un tanto fastidioso la dimensión del terror fantástico —que devora la novela— y hace plantearse si la eficacia con que esta se resuelve revela o vela, cubre o descubre la relación entre terror y poder, que es el núcleo de sentido que palpita tras esta historia espeluznante.



 

 

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INVOCACIÓN A LA OSCURIDAD
«Nuestra parte de noche» de Mariana Enriquez. Anagrama, 2020. 680 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 26 de abril de 2020