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LA NOVELA PROPIA
"Oh, maligna", Jorge Edwards. Acantilado, 2019, 331 págs.

Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de marzo de 2020



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No es una temeridad, sino un lugar común, señalar que la novela como género experimentó una suerte de terremoto en las primeras décadas del siglo XX. Lo extraño es que en vez de morir o declinar, el género "novela" siguió cultivándose con entusiasmo, pero con el añadido de que los escritores que hasta hoy quieren escribir una novela no saben bien en qué consiste eso que quieren escribir y, de algún modo, tienen que, además de escribirla, buscar la forma concreta de novela que van a adoptar. Entonces, si un lector revisa la narrativa completa de Jorge Edwards, puede percibir esa búsqueda, ya que en todas sus obras se da un tanteo, un ensayo —al estilo de su querido Montaigne— en torno a su propio arte de novelar, un ir y venir, una danza, una conversación suelta en la que, con distintas dosis en cada caso, está presente la novela tradicional de fines del siglo XIX —presismo—, las memorias, el ensayo y la crónica.

Oh, maligna, en la perspectiva de esa búsqueda formal, representa una obra muy equilibrada, una suerte de fusión dentro de la novela, sin suprimir ni cuestionar el género; una fusión de todos esos componentes, componentes literarios que Edwards ha cultivado con amor durante toda su vida de escritor. En Oh, maligna, como en ninguna otra obra de Edwards, aflora la síntesis del género novelístico que, sin dejar de ser fiel al mismo, representa su forma propia de novelar, la forma que articuladamente incluye su propia versión de cómo le gusta contar una historia. Al principio resulta incomprensible que Edwards vuelva sobre Neruda —un personaje ya trajinado en su obra y también en la literatura universal— y sobre un episodio bastante conocido de su vida —la pasión amorosa insoportable que el joven poeta experimentó por una mujer birmana durante su primera destinación diplomática—y de cuya intensidad da cuenta en el célebre poema "Tango del viudo", poema que, precisamente, se inicia con la invocación "Oh, maligna". ¿Por qué otra vez volver a visitar un lugar tan masivamente visitado?

Hay, desde luego, un homenaje a una amistad, a un vínculo poderoso, en distintos momentos de su propia existencia —de esa que Edwards viene observando con la mirada del memorialista—, y a una figura humana (no solo poética) que se agiganta con los años; un Neruda que crece precisamente por su capacidad de errar y de asumir sus errores sin culposo arrepentimiento: ese "Je me suis trompé", yo me he equivocado, oído de refilón (¿que vale también para Edwards?). "¡Qué respuesta! ¡Qué jodida respuesta!".

Hay, desde luego, crónica, es decir, esa habilidad literaria poco frecuente para capturar el "tiempo" de una época, ese tiempo volátil y escurridizo y que, sin embargo, se precipita en objetos, modos de decir y hacer, marcas concretas, un sello reconocible y distintivo, que el talento del cronista captura y plasma. El relato final del funeral de Neruda, focalizado en Alone y una compañerita pituca, es una espléndida crónica. Hay también en Oh, maligna ensayo literario. Edwards conjetura que tras el episodio birmano se hunde una clave de la convivencia no pacífica de dos poetas en el poeta, de una ambivalencia, una lucha de poder, en que a veces en algunas obras prevalece uno y en otras, el otro. En fin, el lector encontrará aquí ese material tan esencial al género novelesco, su virtud para generar en la imaginación del lector equivalentes mentales verosímiles de personas y lugares que actúan. Todo el cosmos diplomático de Birmania, ese paisaje tan distinto al que podía imaginar un joven chileno de la época, que parece un paisaje fabuloso, propio del realismo mágico y, sobre todo, Jessie y Ricardo Neftalí, Neruda antes de Neruda, se yerguen ante los ojos interiores del lector con vitalidad, simpatía, amenidad. Edwards le concede categoría literaria universal a una forma de hablar muy chilena, burguesa, familiar, divertida. El castellano de Chile tiene muchos registros —y algunos escritores los han sabido escuchar y transmutar en literatura—, siendo Edwards, sin duda, uno de ellos.

Edwards construye una novela múltiple en torno a la figura de una mujer irreductible en la que se concentra el misterio de la mujer, de la mujer en la obra y la vida de un poeta. La segunda visita de Neruda a Birmania, Rangún, Colombo, treinta años después del "Oh, maligna", solo se entiende en el horizonte de aquella pasión que puso en fuga al poeta; la mujer en la poesía, real y conjeturada, es la protagonista de esta novela.

En Oh, maligna Jorge Edwards da con la fórmula precisa que lo define como novelista, una fórmula fuertemente personal y placentera.



 

 

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"Oh, maligna", Jorge Edwards. Acantilado, 2019, 331 págs.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 1 de marzo de 2020