El desierto es un espejismo del espejismo de la ciudad en el desierto. Esta se construye sobre una anterior, y todas ellas serán elevadas por los movimientos tectónicos, o depositadas en lo que en algún momento será una extensión de agua, de tierra o de aire sobrecargado con partículas en suspensión. Vestigios de vida como material duro o expandido en una nube de hidrógeno en que a este no se le puede identificar. La añoranza o expulsión de las tierras devastadas tiene su momento relativo cuando explosiona desde la preñez, en luz.
Los desiertos son imaginarios. Un mapa de otros paisajes que aparecen sólo en sueños nocturnos, o cuando se piensa en nada. Huesos en tierra seca donde mucho antes se sintió la extensión dura del sol y el frío de las piedras oscuras. Un cuásar que no se sabe dónde y cuándo está, pero constituye materia, una planicie que a veces emerge con flores de hielo.
La caleta en el desierto tiene más de un horizonte. Aunque los viajes sean cortos, su posibilidad es extensa en cada grano de arena o gota de agua que pueda identificarse por un instante. Las embarcaciones se desdibujan en sus huellas, aunque no les pertenecen; son de las extensiones que pueden transformarlas en un espejismo invertido. En la superficie en la que transcurren sólo se distinguen las casas donde se duerme.
Cadenas de montañas en el desierto se mueven. Fósiles de peces ascienden, y luego pueden ser meteoritos que se precipitan al mar.
Corrientes de aire forman árboles sin hojas en el desierto. Sólo se ven a vuelo de aves migratorias. En las rutas del desierto, no son imaginaciones las tronaduras que, en medio del camino, atraen luces de exterminio. Todo es espejismo incomprensible e intolerable. Una mosca verde vuela bajo un avión.
La entrada a las ciudades presagia desastres. Las materias y los objetos se confunden enmarañados, escondidos o expuestos en cables indistinguibles. Un cuerpo desmembrado, cuyas redes se extinguen lentamente con falencias de conducción, donde se actúa desde el lóbulo derecho. Las otras áreas adolecen de fallas que desencadenan constantes explosiones de ira. Las celdas que renuevan el aire no logran apaciguar, y producen estertores, ruidos y apneas prolongadas. Se puede escuchar los enjambres en el cuerpo, o el fondo de un mar sin aire.
Nueve ríos cruzan el puente del humedal. Un petroglifo con un cosmograma se hunde y aleja por caminos sobre madera en espacios de depredadores que ocultan su condición, una especie de inventario de pérdidas y talentos que se fuga en construcciones, árboles, carreteras desoladas y pequeñas criaturas.
El camino es una sombra fina y oscura, mientras otra se mantiene en penumbra. Describe un descalabro parcial. El organismo ensambla estructuras con los materiales disponibles, para seguir cualquiera de los senderos. El delirio patagónico se conduce en las huellas de caballos, tropas o carretas. En el ripio, la memoria se precipita por tramos. En la pampa, el único sendero que se puede interpretar son sus direcciones y dimensiones. Pueden ser golpes de mar de la montaña en el horizonte. El yo desaparece en la acción.
Las aves no se encandilan con ramas secas, el vuelo es certero, un sonido imperceptible sobre las aguas. En ningún lugar los árboles crecen ornamentales.
Quien va a regar, cuidar o cosechar, debe plantar al menos una semilla o tallo en melgas, para evitar que la huerta se ojee. La mirada ajena puede alterar el flujo de la savia, el líquido de las células, por el reflejo indirecto de una observación que actúa como espejo.
A los paisajes siempre les falta algo. Por el filtro que se ejerce en terreno, están llenos de construcciones que imitan un recuerdo. Proyectan una ilusión que incorpora materiales y secuencias que ocurrirán en momentos inimaginables.
(hasta concepción)
Muchachos muy niños y muchachos muy viejos se desplazan raudos con muletas de madera, o mancos, en los pasajes oscuros. Algunos, girados sobre su vientre, tosen ásperos en plena juventud. Mujeres preñadas, con un canasto en equilibrio sobre la cabeza, vocean pescados marinos, y en invierno, en bosques de lluvia, el largo anuncio de las tardes.
Se abre un espacio en la memoria, que está vacío. Se amplía inconmensurable, con vestigios de otros vacíos.
En la ciudad cercana, rodeada de industrias de acero, petroquímicas, y trozos de madera que se embarcan, obreros textiles, vidrieros y loceros deambulan por playas claras de una bahía cerrada. A veces, campesinos transitan con sus carretas, anunciando manzanas dulces de los pequeños huertos. La miseria entre cartones y pies descalzos se hace extrema en los torrentes de invierno, los desbordes del río ancho, y el viento del norte que mueve la lluvia en todas direcciones.
Es lejano el asentamiento que se pretende describir. Sus vestigios se desprenden enrarecidos por lo que pueda ocurrir en algún canto resquebrajado por una brasa súbita que se refleja en un vidrio.
Solitario y casual emite sonidos incontrolados.
El jardín de las delicias es atravesado por estudiantes, revoluciones y sindicalistas exterminados, en humedad y sol, desde un cerro con forma de molusco verde. Los frutos de la tierra y del mar, el vino áspero, y las aguas tranquilas que vienen a la costa desde las montañas, atenúan la pobreza con pan y carbón. En el invierno acuoso de musgo y hongos, las callampas crecen en la ciudad y en los bosques, aún entre aceros y en explanadas pequeñas y aisladas. Las desapariciones son abruptas, lentas y atrapadas en la niebla temprana, casi nocturna al amanecer, y torrentosas junto al mar.
Augurios de desastre no impiden que rían unánimes.
En los cementerios que se emplazan en los cerros, frente al mar o en los recodos de la aldea, hay más tumbas que cadáveres de aquellos diseminados entre las corrientes profundas, o en el fondo de los túneles de piedras desprendidas, o de los desaparecidos en hornos, socavones, ríos, o arrojados al océano.
Ese momento ocurre antes de la construcción de su recuerdo, y es irreproducible.
La harina en suspensión