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UN DESIERTO SEMBRADO EN LA MEJILLA
NAHUILTE Ignacio Herrera López Ediciones Kultrún, colección ínsula Barataria, Valdivia, 2020, 47 poemas.
MALA LUNA Ignacio Herrera López Ediciones Etcétera, Concepción, 2020, 102 páginas.


Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 15 de agosto de 2021



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Una de las riquezas del panorama de la creación poética chilena es la diversidad de tradiciones que convergen simultáneamente en él. Con dos publicaciones recientes —Mala Luna y Nahuilte—, Ignacio Herrera López introduce con fuerza y belleza una poesía lírica, melancólica, visual, arraigada en un escenario híbrido y fronterizo en el que concurren un mundo poblacional urbano y otro campesino y tradicional, una atmósfera real y fantasmagórica a la vez.

Mala Luna es un poemario elegíaco cuyo centro es un hermano muerto, muerte que irradia un complejo de emociones de pérdida, desesperanza e infertilidad que son el sustrato subjetivo de los poemas. El poema se inicia con un epígrafe en que el autor cita a Miguel Hernández: "Yo nací en mala luna/ tengo la pena de una sola pena/ que vale más que toda la alegría". La cita anuncia el tono y la atmósfera del poema en cuanto a lo que se poetiza es la dilucidación de una pena tan grande que ofusca cualquier alegría; una pena, a su vez, que es la presencia póstuma de una ausencia. La poesía de Herrera, entonces, corre por el filo de un duelo que no quiere cortar la pena —porque es la huella única de lo ausente— y una añoranza de una alegría que no tiene espacio mientras aquella subsista. Un rasgo muy fuerte de este libro —que tiene continuidad en Nahuilte— es cómo esa pena no se encierra en lo individual, sino que posee una dimensión comunitaria; es una pena que contagia a los otros, a la ciudad, es pestífera en su capacidad de corromper la vida y privar de la alegría. Dice así: "Vamos mordiendo tierra desollada/ se parten panes negros en hambrunas,/ silentes los desiertos alzan dunas/ rojizas de presencia alucinada./ Mujeres sin espectros, por fortuna,/ lavan el polvo quieto de la nada,/ pintan telares blancos bajo estrellas/ con los brillos quebrados de botellas". En otro poema, titulado "Niños muertos", insiste en esta dimensión cósmica de la pena-condena y sus efectos: "El viento entre latones da un silbido,/ los niños muertos mean los rosales,/ alejan de las rudas nuestros males/ y con plumas caídas hacen nido.// Un viento entre latones da un silbido,/ la lluvia ablanda y llena los canales/ cuando los niños muertos son zorzales,/ zorzales bajo un cielo desteñido.// Algún día vendados estos cielos,/ cansados del oprobio del pasado,/ verán los niños muertos con sus vuelos.// Abrir un viejo cielo condenado,/ la muerte dejará caer sus velos/ y el vuelo volverá a ser liberado".

En Nahuilte reaparece con protagonismo este lugar distópico; así, en este bello poema, advierte: "Los barrios te consumen con su gente/ se va secando el sauce sin el río/ los ojos de un caballo tienen frío/ forjándote un potrero que está ausente.// Los cabros fuman pasta por la esquina/ flaquitos se consumen demacrados/ debes estar tranquilo, ten cuidado/ me dice en sus sermones la vecina.// Debes tener cuidado mi Nachito/ los cabros son traidores con las sanos/ mataron el recuerdo de tu hermano/ quieren ver tu semblante más marchito.// Cuidado, ten cuidado mi Nachito/ vivir en este pueblo es un delito".

La voz del poeta —Ignacio— parece la de un peregrino que atraviesa perturbado y adolorido por este páramo en el que el tono y las imágenes remiten a un escenario rulfiano de desoladora ambigüedad. Este tránsito aparece bellamente descrito en los siguientes versos: "Voy sintiendo los daños de la gente/ que sufre sin saber que está sufriendo/ y en sus sordos lamentos estoy viendo/ el callado dolor que no se siente// Entre ásperos dolores, soy doliente/ y no puedo notar lo que voy siendo/ pues mi pena silente va curtiendo/ una vida adornada que me miente.// Yo he sentido los daños y los años/ sin embargo me paro en la caída/ si me toca dañarme, así es mi vida// aunque en nuevas heridas ponga paños./ De tanto andar sufriendo los engaños/ mi queja se calmó de tan sufrida".

La poesía de Ignacio Herrera cultiva un oficio antiguo en el que se funden la gran tradición de la poesía española del Siglo de Oro con el canto popular a lo humano y lo divino propio del mundo campesino de la zona central de Chile. La forma métrica que asume pasa a un segundo o tercer plano, no obstante, gracias a la impactante fluidez con que su voz parece circular por ella; es un instrumento que amplifica, contiene y acoge hospitalario un cosmos y una subjetividad herida, oscura y doliente, creando una tensión extraña y atractiva entre la luminosidad y dulzura de la forma y la materia penosa, ruda y marginal con que se edifica su poetizar. Su canto logra, de algún modo, abolir la dicotomía entre lo nuevo y lo antiguo en una fusión hermosa e inquietante.


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IGNACIO HERRERA LÓPEZ CURICÓ, 1986. Autor de Caballos sin pelaje (ediciones Kultrún, 2016), con el que obtuvo mención honrosa en el concurso literario "Fernando Santiván", de la Municipalidad de Valdivia, su trabajo también forma parte de Carnada, antología de poesía joven maulina. En 2020 publicó Mala Luna en Concepción y Nahuilte, en Valdivia.

 

 



 

 

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NAHUILTE Ignacio Herrera López Ediciones Kultrún, colección ínsula Barataria, Valdivia, 2020, 47 poemas.
MALA LUNA Ignacio Herrera López Ediciones Etcétera, Concepción, 2020, 102 páginas.
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio, 15 de agosto de 2021