La poesía de Eliana Navarro (1920-2006), que se halla reflejada en sus versos, en su prosa poética, en sus cuentos, en autos sacramentales, remite a variadas tradiciones y, no obstante, mantiene una singularidad irreductible en cuyo misterio radica su grandeza. Es una paradoja. Como lo señalan algunos comentaristas, en Angelus de mediodía se puede advertir la influencia del Siglo de Oro, de Juan de la Cruz, de la generación del 27, de Rubén Dario, Amado Nervo, Herrera y Reissig y de poetisas como Juana de Ibarbourou y Alfonsina Storni. También, por cierto, está la presencia directa de la poesía chilena, de Gabriela Mistral y, según alguien indicó, de los poetas del Sur, los poetas lluviosos. La poesía de Eliana Navarro no deslumbra por su originalidad (que no buscó). En ningún momento ensayó formas poéticas nuevas ni abordó contenidos que ya antes otros poetas no hubiesen acometido. Su oficio poético, el manejo de las formas clásicas (el soneto, por ejemplo, o el verso libre pero con suficiente "labor limae"), el ritmo y el fraseo cadencioso, el uso dosificado y justo de las figuras, hacen de Eliana Navarro una poetisa a la vez intempestiva y actual.
Hay que decir que esta obra es el fruto de alma refinada, sensible y gran lectora de poesía pero, en absoluto, de una poeta "intelectual", culterana, que replete sus versos de citas o referencias. Ella aspiraba, y lo logra, a la sencillez, a alcanzar un lenguaje que pudiera ser entendido por otras almas y sensibilidades semejantes a las suyas. Y quizás en este punto el lector encuentre una indicación del especial atractivo de estos versos, pues la sensibilidad, el mundo interior de la poeta Navarro, tal como se trasunta en estas páginas, no es en modo alguno simple, sino que compuesto de varias facetas que se cogen y yuxtaponen. A veces, en efecto, asoma en sus versos el rostro claro y risueño de lo doméstico y el ardor honesto de su fe, pero en otros y casi en todos, si se los escruta con detenimiento, aparece la sombra o, mejor dicho, la plena oscuridad, proveniente de una pérdida y de una ausencia irremediables.
La excelente edición de Universitaria permite formarse una idea de conjunto de la obra de Eliana Navarro, situarla en su contexto biográfico y literario, y revisarla acompañada con agudos comentarios críticos que la iluminan y estiman desde distintos ángulos. El tono que acaso prevalezca, con todo, es quizás elegíaco o crepuscular. Su poesía está impregnada de un lirismo nocturnal. Podrían incluirse aquí innumerables ejemplos de versos y poemas en que este rasgo aparece de manera poderosa. La pérdida y ausencia, en una primera mirada, corresponde al mundo tutelar de su infancia, en Carahue ("la ciudad que fue", según ella aclara), pero, además, y sobre todo, al mundo de certezas no amenazadas de que allí disfrutaba (¿la ciudad de Dios?). En el epígrafe al poemario La ciudad que fue señala: "Le dábamos nombres oídos al azar: la ciudad perdida, la ciudad de Dios. Cuando llegamos a la adolescencia, empezamos a verla cada vez más a lo lejos, hasta que, envuelta en bruma, se confundió con nuestros sueños". La experiencia de la separación y del adiós es su forma de relacionarse poéticamente con el mundo. No hay, pues, en estricto rigor, nostalgia porque el retorno se percibe imposible y la pérdida es irrevocable; lo que hay es derechamente dolor. Navarro, el "hablante lírico" como suele decirse, se mantuvo imperturbablemente fiel a ese dolor, a esa "noche" suya.
Sería necesario recurrir a múltiples adjetivos para intentar aproximarse a la obra de esta poeta que desconcierta y emociona, cuya aparente sencillez no le impide lograr atisbar verdades esenciales que pocos han alcanzado en la poesía chilena.
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La poesía irreductible de Eliana Navarro
«Angelus de mediodía», Editorial Universitaria, Santiago, 2008, 400 páginas
Por Pedro Gandolfo
Publicado en Revista de Libros de El Mercurio. 17 de agosto de 2008