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De cuánto leer

Por Pedro Gandolfo
Publicado en El Mercurio, Sábado 5 de Enero de 2013



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Extremadamente poco. En verdad, de esta columna lo esencial está dicho en esas dos palabras iniciales. Es un error pensar que la lectura es un asunto de cantidad. Leo en este diario que uno de los puntajes máximos de la PSU se jacta de leer unos 40 libros al año, una maldición para mí que, sólo por las obligaciones de mi oficio de crítico, debo leer algo más que ese número.

Alguna vez escuché que, según estándares de la Unesco, un "buen lector" es quien lee cuatro o más libros al mes. La cifra, dicha de ese modo, tan escueta y sin matices, siempre me pareció una estupidez, un abuso de la estadística, como diría Borges.

Los libros son singularidades inconmensurables. La lectura de la Metafísica de Aristóteles, La crítica de la razón pura de Kant o Ser y Tiempo de Heidegger no puede ser medida por el mismo rasero que la de una novela de Agatha Christie o una rosa de Corín Tellado, ni estas con el de un relato de Joseph Conrad, un ensayo de Montaigne, Las memorias de Adriano o El Opus Nigrum de Marguerite Yourcenar o Al faro de Virginia Woolf.

Cada libro pide de cada lector una respuesta distinta (porque leer es corresponder al texto), la cual en cada caso posee su propio tiempo, ritmo y forma de aproximarse. ¡Qué breve es, por ejemplo, el libro del Tao, y, sin embargo, cuán morosa e inacabable es su lectura!

El leer bien, que es la única lectura recomendable, no es un asunto acumulativo ni que tenga que ver con guarismos de ningún tipo. John Ruskin, en un célebre ensayo sobre la lectura, lleva este argumento al extremo: "Podrías leer todos los libros del Museo Británico (si vivieras lo suficiente para ello) y al mismo tiempo seguir siendo un simple "iletrado", una persona sin educación; pero si leéis 10 páginas de un buen libro, letra a letra -es decir, con auténtico esmero-, os encontraréis en cierto modo por encima de una persona educada".

No es leyendo mucho que se llega a leer bien, sino que lo esencial es enseñar a leer bien, esmeradamente, aunque sea poco lo leído y, quizás, porque sea poco. Esa lectura de lo poco significa, con todo, de parte del lector, en absoluto pereza, sino un ejercicio máximo de sus capacidades cognitivas y sensitivas.

La lectura no debe ser propuesta como un ascenso al Everest, como si nuestra educación terminara una vez que hayamos subido a la cima de una montaña de libros. Al contrario, pienso que debe recuperarse como un exquisito y refinado placer, cuyo gozo requiere cultivo, por cierto, pero que, como los mejores vinos, es bueno paladear en pequeñas dosis, para que las ganas estén siempre insatisfechas, la curiosidad despierta y la palabra eche raíces.


 

 

 

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Publicado en El Mercurio, Sábado 5 de Enero de 2013