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            Prepucio carmesí y otras novelas cortas, de Pedro Granados 
        Por Carlos  Quenaya
          Universidad  César Vallejo, Lima
         
         
         
         
        
 
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        Los recuerdos más fuertes, sean del tópico que sean, desbordan
 
          lo  que se llama el corazón y el espíritu y terminan palpitando en
 
          la genitalidad.
              Prepucio carmesí, p. 36
        
        A propósito de  su poesía, primero, y de su labor crítica, después, hemos anotado algunas  rápidas impresiones sobre el trabajo literario de Pedro Granados. Presentar,  ahora, esta reunión de sus novelas cortas –Prepucio  Carmesí (2000), Un chin de amor (2005), En tiempo real (2007), Una ola rompe (2012) y Boston Angels (inédita)– supone ensayar  una opinión, acaso más general, sobre su labor, pues sus novelas nos remiten –de  manera tal vez más explícita, pero no más urgente– a los diferentes espacios por  los que ha transitado el poeta, crítico, narrador, profesor y blogger Pedro  Granados.
          
          Hasta la fecha  contamos solo con reseñas y comentarios al vuelo de lo que ya, a todas luces,  es una obra. No es ahora el momento para subsanar ese vacío, sino para llamar  la atención sobre él e intentar explicar, tal vez, la dificultad que entraña  leer a Pedro Granados. En tanto poeta, nuestra autor tiene publicados 12  poemarios, algunos de ellos con el subtítulo de antología o, como en el caso  del más reciente –Poemas en hucha–, como  una feliz refundición de textos anteriores.  En tanto crítico contamos con dos libros sobre  Vallejo y un sin número de ensayos publicados en revistas físicas y  electrónicas.
          
          No solo la  amplitud, sino también el galopante ritmo con que viene publicando, nos coloca  frente a una obra que se expande y se ofrece al lector como un proliferante  collage, un desbordante pastiche que ha ido construyendo una personal imagen  del mundo. La de Granados no es una literatura que nazca de un proyecto, de una  voluntad de coherencia que ordene sus libros como un conjunto perfecto y  acabado en sí mismo. No hay, creemos, un diseño deliberadamente trazado en la  obra de Granados.
          
          Por el  contrario, uno diría que leer un ensayo de crítica literaria firmado por Pedro  Granados es otra forma de leer a Juvenal Agüero –protagonista de las novelas  que presentamos–, y, a su vez, leer a Juvenal Agüero es otra manera de leer la  poesía del poeta Pedro Granados, quien le atribuye libros y poemas suyos al  personaje. No está claro dónde empieza o dónde acaba el crítico, el poeta, el  profesor o el blogger. La identidad de uno se diluye en la del otro. Una  poética del palimpsesto, una identidad líquida –se nos ocurre– podrían, quizá,  dar cuenta del signo de la propuesta artística de Granados.
          
          Un texto  sobreponiéndose al otro, una novela sobre otra: así también lo indican las  sucesivas ediciones y las obvias o discretas intertextualidades de sus libros. En  cada poema, reseña o episodio protagonizado por Juvenal Agüero leemos a Granados  hablando de sí mismo y de otro, escribiendo su autobiografía apócrifa, como  dice Juvenal en Prepucio Carmesí, donde  uno ya no sabe, finalmente, quién es el personaje y quién es el autor, porque  los límites de la biografía y la ficción no sólo no son claros –hace mucho que  no lo son– sino porque no hay biografía que no sea apócrifa y que, por ello  mismo, sea también una singular forma de conocimiento.
          
          Algo le debe  Pedro Granados a Luis Hernández y a Vallejo y a Martín Adán. Las genealogías,  sin embargo, son aburridas si uno forma con ellas una pila de nombres que no  sirven para pensar o ver lo que uno tiene en frente. Y lo que hay aquí, en todo  caso, son estas 5 novelas–y que pronto serán 6 ó 7– que uno no debiera estar  forzado a leer en orden. No por horror al sistema, sino porque el disfrute  mayor acaso se encuentre en coger los pasajes en el que el lector va cayendo, un  poco sin preverlo:
          Sin embargo, poco a poco, llegó a dominar lo esencial del fulbito  que es el ritmo y la confianza propia, y la alegría. Es más, hacia sus  dieciocho años jugaba literalmente a voluntad; arrancaba desde su propio arco  si quería, y después de sembrar sobre el asfalto a todos sus adversarios  –incluido al siempre improvisado arquero-, hundía la pelota en la red rival. Amasada  la bola, cimbreante sus muslos, el esférico pendulaba a gusto entre sus pies  ligeros; conoció algunos instantes de éxtasis y de gloria, pero nunca entendió  lo que era un juego de competencia. Se concentraba en los amistosos, pero en  los partidos serios se cagaba de risa. Era una risa incontenible; algunas  veces, flojas las piernas, chuecas de tanto reírse, tenía que abandonar allí  mismo el campo de juego. (p. 25)  
          
          Ritmo, confianza  propia y alegría, conforman, pues, el arte del palimpsesto de la escritura de  Granados. En Un chin de amor,  encontramos algunas de las otras claves de su escritura:
          En Vallejo, en su poesía, un gesto es más elocuente que mil  palabras; aquí reside el misterio de su honda antipoesía: crear cosas,  situaciones, emociones con las palabras, jamás hacer un fetiche de estas  últimas. Y es por este motivo que el poeta peruano es tan diferente al resto,  su poesía no está hecha de palabras; más bien, digamos que se vale de éstas  para empezar una tarea de tipo harto manual: radicalmente espiritual y  corporal. Es más, César Vallejo ha hecho ascender el alma a los genitales y,  viceversa, descender los genitales al alma. El espíritu (el Verbo) habita ahora  en la pinga y en la chocha. Es quizá animado por esta santa paradoja que  Juvenal Agüero se animó a escribir y publicar Prepucio carmesí, su primera novela de humor místico.  
          
          Con el alma en  los genitales, con la pelota rebotando entre sus pies ligeros, estas novelas,  escritas a modo de retazos, de tejidos incompletos que nos conducen por los  avatares y zozobras de un personaje que, en las últimas entregas –Una ola rompe y Boston Angels– se va diluyendo en diálogos, entrevistas, viñetas, poemas  y recuerdos de amigos o amores frecuentados en otro tiempo.
          
          He venido  llamando novelas a este proyecto, probablemente por comodidad. El mismo título  del volumen parece remarcarlo. Al terminar de leer el libro, sin embargo, el  lector reparará en la equivocidad del género. ¿Son verdaderamente novelas las  novelas de Granados? Tal vez les calce mejor aquello de memorias apócrifas. Así,  uno podría entresacar los pasajes en que nos enteramos de Manoli, Yaella,  Germán o Anna, de aquellos otros en los que el autor expresa sus opiniones  sobre el arte poético y la institucionalidad literaria.  Cito un párrafo:
          La poesía es una voz y, no, las palabras de un texto. Pero para que  se constituya y sobreviva aquélla son necesarios unos enormes cojones u  ovarios, básicamente, porque estamos hablando de la vida y, para nada, de la  literatura. Al menos, si identificamos ésta a una letra, a una didáctica, a una  tradición y, mucho menos, a un canon… ramillete prestigioso en la prensa  dominical local o del mundo entero. Y para que sobreviva esa voz es necesario  no hacer poesía u olvidarse de lo que este género para los entendidos sea. Y  entregarse no al cógito de las ideas o las agendas de lo teórico o lo  políticamente correcto o incorrecto… esto es muy fácil y aburrido; ni a las  escisiones de lo simbólico, incluido el yo, que es como lidiar con la pepa de  palta de mi desayuno reciente; ni con lo risibles o pedantes que pueden ser los  sentimientos trágicos y, en general, todas las emociones si las planteamos como  un oscuro o definitivo callejón sin salidas. Poesía no es dignidad; al menos,  la de sentido frecuente. Ni brinda prestigio alguno. ¿Y quién la certifica? Sin  proponerse ser antiacadémica, se ahoga en la academia. Huye de los foros  políticos en lo que se ha tornado la mayéutica de la curiosidad y del saber.  Lástima para los adolescentes, apenas sintoniza con la iPod. Pero continúa  encontrándose a sus anchas entre las vidas de los pobres del mundo; pobres, a  secas, pero no cojudos del orbe entero.
          
          Líneas como las  de arriba, pasajes enteros en las novelas son, en el fondo, artes poéticas,  manifiestos personales de un poeta, sí, pero al mismo tiempo apuestas por el  gesto libre e individual. Sujetos como estamos a los convencionalismos, a las  ideas prefabricadas, a los piropos de cartón, leer a Pedro Granados es una  vuelta a la poesía y a la literatura que de veras nos interesa: aquella que se  juega lo que es para ser una díscola y lúcida aventura personal.